La familia es un elemento narrativo muy potente. Igual que en la vida funciona como el vértice desde el que se desarrollará nuestra personalidad, en la literatura sirve como germen de múltiples temas paralelos. Algo así como una invitación a la universalidad desde un punto muy concreto. Por ello, ha sido un tema muy recorrido a lo largo de la historia.
Es una obsesión a la que ha sumado un libro más (y qué bien sumado) el escritor Alejandro Morellón con Caballo sea la noche (Candaya). Pero con dobleces. El lenguaje toma casi un papel de personaje y se retuerce para que los protagonistas (el hijo y la madre) se cuenten una historia que no están dispuestos a aceptar. Y escrito como si de divagaciones se tratara, el libro se construye con cinco frases largas que encierran al lector en él para crearle una sensación de angustia, de no salida.
—En la novela, la familia se presenta como una dualidad nido/jaula, donde puede ocurrir lo más horroroso, pero también lo más bello.
—Me gusta pensar, como decía Foucault, en la familia como la primera y la última institución. Son los primeros que te reciben y, en todo caso, los últimos que te ven partir. La familia de Alan (el hijo) es refugio, pero también cárcel. Es un lugar en el que se puede ocultar, pero también violento, que de alguna forma está gritándole que salga. Para mí, el final de la novela era el único posible, para encontrar esa redención final, ese respiradero. Por eso le cuesta abandonarlo. Toda la novela tarda en llegar a esa determinación de que para afrontar los fantasmas del pasado tiene que salir de esa familia, huir de esa casa. La casa también constituye un elemento narrativo más. Es castrante, opresiva, claustrofóbica. La única forma de salir de ahí es a través del pasado, como la madre, o a través de la puerta. Que es como lo hace Alan.
—Esta familia la tomas como semillas para tratar otros temas universales.
—Sí, intenté hacer de la familia algo más amplio. Un origen de la construcción de una identidad. La novela trata mucho este tema. Queramos o no, en los primeros años una gran parte de nuestra identidad procede del entorno familiar. Todo lo que somos o llegamos a ser, todo lo que absorbemos, lo hacemos a través de nuestros padres y hermanos mayores. Si nuestra familia es un reflejo en el que mirarse cuando queremos saber quién somos, llega un momento en el que se corta el cordón umbilical metafórico en el que tienes que matar al padre y hacer tu vida.
—En el texto, ese escapar hacia el presente, también se articula hacia el cómo nos contamos, cómo nos construimos para poder superar los problemas. Cómo intentar buscar escapatorias para huir de la realidad. Incluso llegando a retorcer el lenguaje.
—Como muy bien dices, el dolor hace que estos dos personajes se identifiquen o reconozcan. Muchas veces no sabemos que estamos vivos si no es por el dolor. En este proceso psicológico (un trauma atravesado por el dolor) el primer reflejo consiste en evitarlo. Pero, realmente, para librarte del dolor, primero tienes que sentirlo. El dolor también funciona como génesis de una resolución, de un entendimiento de la tragedia, que es todo lo que necesita Alan para enfrentarse a la tragedia.
—Alan ficciona su propia vida para enfrentarse al dolor. ¿Crees que la ficción puede funcionar como salvoconducto?
—Sí que creo que la ficción es una herramienta muy poderosa. No como terapia, pero sí que a través de ese desdoblamiento que nos permite, nos ofrece, una perspectiva que no tuviéramos si no fuera a través de la ficción. No resuelve, pero pregunta distinto. No cómo es, sino cómo podría haber sido. Uno tiene mayor campo de pensamiento si ficciona la realidad, si se desdobla. Así se consigue relativizar el dolor. Alan tergiversa la realidad para poder enfrentarse a ella. Estamos hablando de un caso de abuso a un menor. La forma que tiene Alan de ficcionarlo es de no saberse tanto víctima, sino de alguien que ha colaborado con su padre para que suceda. En ese momento, Alan no se puede enfrentar a esa realidad. Eso le ayuda a abarcar un panorama que él pueda gestionar.
—En este sentido, es muy interesante cómo deconstruyes el lenguaje. Cómo toma mucho peso en la novela.
—En esta novela he hecho algo que no he hecho en las anteriores; lo he llevado más allá que un agente comunicador, ya que funciona también como un generador de sentimientos, de emoción. Es mucho más poético, tiene una carga metafórica más narrativa y me permito ese uso de prosa intrincada, porque quiero que el lector sienta esa dificultad del lenguaje. Utilizo un lenguaje poético porque creo que la poesía es la mejor forma de decir todo aquello que no se puede decir con palabras. Si yo contaba esta historia con palabras no poéticas, no iba a tener esa carga sentimental que sí tiene. Estoy intentando llegar a una verdad desde una descripción aledaña; intento describir todo el daño hecho. Si te resumo en una frase: quería utilizar la herramienta poética porque Alan necesita de esa poesía, de esa forma de narrar las cosas sin nombrarlas, para no enfrentarse a las palabras concretas. En las partes en las que Alan tiene voz hay mucha simbología. Todo eso habla de la tragedia sin nombrarla.
—Y también a nivel estructural. Parece una serie de pensamientos que se van asociando en la cabeza y crean esa angustia existencialista que están viviendo los personajes.
—Las frases largas y el lenguaje reflexivo en torno a quiénes somos y por qué estamos aquí tiene que ver con un sentimiento universal: cuando sufrimos, inmediatamente después nos preguntamos «por qué nosotros» cuando hay una tragedia, cuando hay un trauma. La manera que tiene Alan de pensar el dolor es reflexiva, pero también muy divagatoria. Piensa que quizá no se merece esa realidad. Por eso esta novela necesitaba de un lenguaje muy concreto para ser contada. También es importante el hecho de que una de las voces es de un personaje que se engaña, este elemento del narrador no fiable, que tú, como lector, puedes poner luego en entredicho. Me interesaba que se pongan en duda sus palabras, que no se acabe de creer su realidad.
—Esto lleva al lector a vivir una experiencia angustiosa.
—Quería generar esta experiencia de desasosiego, la punzada que solo podía ser creada al ser una frase interrumpida. También tiene la función de salmodia, de repetición, de no dejar un espacio para respirar. También ayudaba a generar este sentimiento de claustrofobia. Igual que ellos no pueden salir de la casa, el lector, al leer la frase larga, tampoco puede salir. O al menos esa fue mi pretensión.
—¿Por qué hablar de la familia?
—Me servía para hablar de memoria, de identidad. Para hablar de cuando empezamos a ser mundo cuando nos salimos del mundo de nuestros padres. Todo esto me venía bien si presentaba una familia feliz, para que luego el contraste fuera mayor. Ese pasado feliz me ayuda a mostrar una toma de identidad mucho mayor, porque no hay más verdad que la que uno sufre. Cuando el personaje de Alan se interroga sobre sí mismo, está matando a todo el Alan anterior. Para mí la familia tenía este elemento de contención, los primeros años de crecimiento, la jaula y el nido, y cuando sales de ahí es cuando empiezas a ver el mundo más allá. La familia me daba esos temas y me ofrecía esa tensión dramática a través de los personajes.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: