Alex Graham comenzó a dibujar cómics a los 25 años. No fue, sin embargo, hasta sus 34 cuando tomó la decisión de intentar dedicarse a ello a tiempo completo. La pandemia tuvo la culpa. A principios de 2020, Graham trabajaba como camarera a 40 horas. Cuando llegó el confinamiento, el gobierno dio una paga por mantener abierto el restaurante a pesar de que no hubiese clientes. “Me aburría mucho durante el día, así que empecé a dibujar un cómic. En aquel momento me inspiraban, sobre todo, las viñetas diarias que Simon Hanselmann y Benjamin Marra publicaban en Instagram”, cuenta. Poco después, Graham perdió el trabajo y aquella historieta empezó a ocupar todo su tiempo.
Junio de 2020. Sin ninguna pretensión inicial más allá de matar el tiempo y ayudar a sus posibles lectores a apaciguar la ansiedad pandémica, Graham comenzó a colgar en su perfil de Instagram las primeras viñetas (todavía muy rudimentarias) de lo que, meses después, se convertiría en Dog Biscuits: una historieta de casi 400 páginas (concebidas en bloques de seis viñetas, con un ritmo episódico y a menudo autoconclusivo, aunque siempre como pequeños eslabones de una historia larga) que terminaría siendo una de las grandes revelaciones del cómic alternativo contemporáneo.
En ella, a lo largo de siete meses y prácticamente en tiempo real (en la línea de lo que hizo Simon Hanselmann con su Zona Crítica), la autora retrató (con humor, mala leche, existencialismo, mucho sexo y, también, una tristeza infinita) el caos psicológico, laboral y sentimental provocado por la pandemia a través de tres desquiciados personajes de corazón roto que tratan de adaptarse a duras penas a un mundo “nuevo”: el perro Gussy, la coneja Rosie y el lagarto Hissy.
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—Quizá sea una pregunta estúpida, pero, ¿por qué un perro, un conejo y un lagarto?
—No me gusta escribir historias sobre personas. Como humanos, la mayoría estamos hartos de nuestra propia especie. Personalmente, me identifico más con las historietas de animales antropomórficos, y creo que muchas otras personas también lo hacen. Es más sencillo encontrar a estos personajes entrañables que a los seres humanos. Por otro lado, también pensé en un primer momento, que esta decisión podría ayudarme a eludir los componentes raciales, cosa que no fue así: los lectores pueden ver a través de eso, identificando a pesar de todo ello los privilegios de los que gozan ciertos personajes.
—Dog Biscuits no estuvo concebida, desde el primer momento, como la novela gráfica en la que finalmente se convirtió. Durante los siete meses que estuviste trabajando en ella, subías viñetas a Instagram a un ritmo de hasta tres posts diarios. ¿Cómo afectaron las opiniones, comentarios e interacciones de tus seguidores a la evolución de la historia que estabas construyendo y que no tenía todavía un rumbo fijo?
—La gente, por lo general, fue muy amable. Muchas personas apoyaban el trabajo que estaba haciendo y mostraban mucho interés por la evolución de la historia. Sin embargo, también hubo quien trató de atacarme, señalando mis propias inseguridades en los personajes y burlándose de ellos. O, por ejemplo, personas que intentaban castigar moralmente a mis personajes deseándoles la muerte. Ante ello, con el tiempo empecé a tomar decisiones en la historia que pudiesen cabrear a estas personas y les hiciesen quedar aún más en ridículo. En general, me gustaba provocar: si me pedían que llevase la historia hacia un sitio determinado, la llevaba justo al lugar contrario.
—Me gustaría preguntarle por tu estilo gráfico. ¿Cuáles son tus principales influencias?
—Antes de conocer la obra de Crumb, Clowes y otros artistas de la revista Weirdo, podría decirte que mis primeras influencias fueron los dibujos animados de Nickelodeon. En general, me encantan los cómics de los 70, los 80 y los 90, no solo los underground. He tardado años en encontrar un estilo propio, y hasta hace tres o cuatro no he empezado a sentirme verdaderamente cómoda en este sentido.
—También me interesa mucho conocer tu proceso creativo. Durante los meses que estuviste trabajando en Dog Biscuits, ¿cuál fue tu dinámica de trabajo? ¿Escribías primero el texto y luego dibujabas, o al revés? ¿Tenías un horario de trabajo fijo y estructurado?
—Durante la pandemia, después de que me despidieran de mi trabajo, tenía una rutina bastante estable: me levantaba, preparaba café, me sentaba en el escritorio y comenzaba a dibujar. Dibujaba entre una y tres páginas al día, hasta que me desplomaba en la cama. Por lo general iba improvisando las viñetas sobre la marcha, aunque en algunas ocasiones sí que escribía primero el diálogo antes de lanzarme a escribir, en caso de que este fuese fundamental para la historia.
—¿Podríamos decir entonces que, de alguna forma, el terror de la pandemia fue clave en tu consolidación como artista?
—Si no fuera por la pandemia todavía estaría trabajando en restaurantes. Pero, gracias a las oportunidades que se me presentaron cuando me quedé sin trabajo, y gracias también a que me decidí a trabajar duro en ello, ahora soy artista a tiempo completo. Así que sí: me atrevería a decir que, en cierto modo, la pandemia fue buena para los artistas.
—Me gustaría que me contases un poco acerca de tus trabajos anteriores a Dog Biscuits, por el momento inéditos en España, como Cosmic Be-ing. También sobre la obra en la que estás trabajando ahora: The Devil’s Grin.
—Cosmic Be-ing fue mi primer cómic. Reconozco que, a día de hoy, no me gusta nada. Me parece que está muy mal dibujado y los temas que aborda me parecen soporíferos. Pero, por otra parte, supongo que es normal: lo hice cuando tenía 25 años y ahora tengo 35. En The Devil’s Grin, mi siguiente cómic, vuelvo a tratar algunos de los temas que intentaba transmitir en Cosmic Be-ing, como el ocultismo, la espiritualidad y la psicosis, pero con un enfoque más refinado y con más conocimientos por mi parte. Mi objetivo a corto plazo es intentar terminarlo, como muy tarde, en 2025. A largo plazo, me gustaría seguir contando historias, y algún día espero poder sentarme durante años a trabajar en un proyecto sin ninguna interrupción. Pero eso todavía no es posible: hoy por hoy sigo teniendo que emprender otros proyectos paralelos para sobrevivir.
—¿Qué significó para ti el Premio Cartoonist Studio en la categoría de Webcomic del Año, el Premio Puchi de La Casa Encendida y Fulgencio Pimentel, y la nominación al Ignatz a la Mejor Novela Gráfica?
—Estoy muy agradecida de que se haya reconocido mi trabajo. A veces, hay críticos que ponen en cuestión mi obra, diciendo que mis dibujos son malos, o que no escribo bien. Una se hace pequeña, y entonces es difícil no creerles y no dejarse llevar por sus opiniones. Pero ahora puedo mirar mis premios y saber que alguien, alguna vez, pensó que mis cómics eran buenos. Y sienta muy bien poder hacerlo.
—También quería preguntarte por tus influencias artísticas fuera del mundo del cómic: creadores de otras disciplinas que consideres importantes para ti y de los que, de alguna manera, encuentres huellas en tu propia obra.
—Últimamente estoy enamorada de las películas de Martin Scorsese. Me digo a mí misma que, si algún día puedo lograr una narrativa gráfica que pueda compararse en calidad con sus películas, habré cumplido el sueño de toda mi vida. Sin embargo, todavía estoy muy lejos de eso: la idea es seguir trabajando, practicando y absorbiendo la sabiduría y los conocimientos de personas inspiradoras.
—Una de las cosas más poderosas de Dog Biscuits es su excelente equilibrio entre la comedia y la tragedia, con esos personajes solitarios resignados a vivir en un mundo que dista mucho de ser como a ellos les gustaría, y a los que tú, como artista, evitas juzgar. ¿Cuál diría que es la filosofía de Dog Biscuits?
—Dog Biscuits es, en el fondo, una historia muy cínica. Tengo una visión cínica del mundo, siempre la he tenido: desde muy pequeña he sido una marginada, además del perfecto imán para los acosadores que sentían la necesidad de proyectar en alguien su odio hacia sí mismos. Sin embargo, decidí terminar el cómic con una nota edificante: no quería que nadie abandonase la historia sintiéndose peor de lo que se sentía antes de haber comenzado a leerla. Todos nos sentíamos ya como una mierda durante la pandemia, y me parecía irresponsable por mi parte hundirnos más todavía.
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Dog Biscuits, de Alex Graham, fue editado en España en marzo de 2022 por Fulgencio Pimentel en colaboración con La Casa Encendida.
Que no se acompañe en todo el articulo más que de un dibujo de muestra, me da pena.