Foto de portada: Andrew Hayes Watkins
Recordaba el extravagante y genial experto en incertidumbre libanés Nassim Taleb que el mejor consejo que le dieron en su juventud fue que debía escoger una profesión que fuera «escalable». Hay oficios que no lo son, que tienen un tope. Un médico puede atender a un número limitado de pacientes, un cocinero puede llenar como máximo una sala de su restaurante y ambos deben trabajar mucho para lograrlo. Sin embargo, un escritor invierte el mismo número de horas de trabajo en escribir para un solo lector que en hacerlo para seis millones. Esta última cifra parece una quimera en una industria editorial precaria donde prácticamente nadie puede vivir solo de lo que escribe. Pero, en ocasiones, como diría Taleb, nace un cisne negro.
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—Su primera novela, La paciente silenciosa, fue un éxito mundial que vendió seis millones de ejemplares. ¿Cómo afecta a un nuevo escritor algo tan descomunal?
—Empecé a escribir la segunda novela, Las doncellas, antes siquiera de que se publicara La paciente silenciosa, y sin poder, por tanto, imaginarme su éxito. También pasó el covid entre medias y estuve tres meses encerrado en mi casa. Por último, las mayores ventas de mi primera novela tuvieron lugar en EEUU, pero yo no estaba allí sino en Gran Bretaña, donde vivo. En fin, lo que quiero decir es que todo lo que ocurrió con La paciente silenciosa fue algo muy irreal para mí. Decidí que lo mejor era sacarlo de mi cabeza, volver a la mesa de la cocina donde trabajo y centrarme en seguir escribiendo.
—¿Cuáles dirías que son las razones del éxito de La paciente silenciosa? ¿Es posible que haya influido su éxito entre las nuevas comunidades de lectores en redes como TikTok?
—Cualquier herramienta que le descubre lecturas a la gente es genial. No estoy en TikTok, porque soy muy viejo, ja, ja, ja, pero mis agentes sí me tienen al día de la popularidad de mis libros allí, e imaginar a la gente más joven leyendo y recomendando mis novelas no puede hacerme más feliz. ¿Por qué han funcionado tan bien mis libros? No lo pienso mucho porque me volvería loco, pero muchos lectores me cuentan algo como esto: «No suelo leer thrillers, pero este me ha encantado». Creo que ahí se adivinan ciertas claves del éxito, en trascender el género para hablar de otras cosas, como los traumas infantiles y la mitología. Supongo que también he tenido suerte pero, ya le digo, procuro no darle vueltas.
—Hablemos de La furia. ¿Cómo prendió en su cabeza la idea de este libro?
—Todo comenzó con la localización. Desde que tenía doce o trece años me entusiasmé con Agatha Christie y quería escribir un libro como los que ella ambientaba, siempre en sitios icónicos, aislados, como vagones de trenes, aviones, islas… Así, situé mi primera novela en una unidad psiquiátrica como en la que yo trabajé y que Christie no había utilizado como ambiente en sus historias. Pero luego se me ocurrió que yo también, como ella, podría ambientar una novela en una isla, como homenaje, pero también para hacer algo distinto. Y puse esa isla en Grecia planteando la trama como un desafío intelectual: siete personajes, un asesinato y una trama menos seria que en mis novelas anteriores. Intenté planificar lo menos posible con la intención de sorprenderme a mí mismo. Desafiarme.
—El punto de partida, un asesinato en una isla griega aislada, es un modelo clásico de la novela negra, «la habitación cerrada», un claro homenaje a los Diez negritos de Agatha Christie. ¿Cómo te planteaste innovar en un género tantas veces repetido?
—Es tremendo, uno no puede escribir este tipo de novelas sin dejar de sentir a Christie mirándole por encima del hombro. Tengo la sensación de que hoy todos leemos cosas que, por muy sofisticadas que resulten, rápidamente sabemos cómo van a terminar. Así que me dije que lo único que podía aportar era jugar con las expectativas de los lectores con la intención de darles la vuelta. En este libro nos encontramos con un narrador perfectamente consciente de lo que cuenta, que desarrolla un diálogo con el lector, replanteando así las convenciones del género de misterio.
—Vamos precisamente al estilo. A diferencia de sus novelas anteriores, especialmente de La paciente silenciosa, la trama aquí se desarrolla más despacio, con un narrador que se dirige constantemente al lector. ¿Qué efecto buscaba conseguir?
—Es difícil de contestar porque se trata de un proceso orgánico. La figura del narrador fue la que más disfruté escribiendo, y tenga en cuenta que no aparecía en el primer borrador del libro, que se contaba en tercera persona. Pero no me parecía vivo el resultado, y entonces reparé en un personaje menor de la historia, una especie de bromista, y decidí ponerle a contar la historia. A contársela al lector y a contármela a mí, porque no tenía claro hacia dónde podía dirigirse todo. Intento en cada nueva novela no copiarme a mí mismo y proponerme nuevos desafíos.
—Sus giros de las tramas son memorables. Es el rey del plot twist. ¿Cuál es su plot twist preferido de todos los tiempos?
—¡Guau! ¡Es complicado! Pero tal vez mi plot twist preferido sea el final de El sexto sentido. Vi la película muy joven y me reventó la cabeza. Es increíble cómo conocemos al fin la verdad, y toda la película vuelve a nosotros desde el principio con una luz distinta. Entiendes que todo estaba ante tus ojos sin que tú te dieras cuenta. Es un efecto inteligentísimo. Me marcó de por vida. En general me gustan los giros de guión que no sólo imprimen un cambio a la trama, sino también un vuelco emocional. No es fácil lograrlo, pero yo siempre persigo algo así cuando escribo.
—¿Cómo crees que influye en su literatura su condición de mitad inglés y mitad griego-chipriota? He leído en alguna entrevista que siempre se ha sentido un bicho raro.
—Todos los escritores somos seres extraños y ajenos. No escribiríamos si nos sintiéramos, de alguna forma, más allá del mundo, en un lugar del afuera desde donde observar a la gente. Preguntaron a Hemingway que cuál era la mejor inspiración para un escritor y él respondió que era una infancia no muy feliz. Lo mismo me ocurrió a mí, y todo lo que he vivido se filtra en mi escritura.
—¿Cómo va la adaptación al cine de La paciente silenciosa de la que se ocupará Brad Pitt?
—Sigue el proceso, pero es que el mundo de las películas es lentísimo. Por eso yo dejé mi trabajo como guionista de cine y me pasé a las novelas. Por cada película que logras llevar a buen puerto te da tiempo a escribir dos libros. En cualquier caso estoy muy contento por el interés que despiertan mis novelas en Hollywood, y ya le puedo contar que además de La paciente silenciosa también La furia será llevada al cine. Ya estoy trabajando con un productor y probablemente yo mismo escriba el guión. Y mi amiga Uma Thurman hará el papel de Lana.
—Siempre has trabajado en el cine. ¿Qué harías si una diosa griega apareciera aquí ahora mismo y te obligara a elegir entre el cine y la literatura?
—Ja ja ja, ¡gran pregunta! Hace meses hubiera respondido sin dudarlo que me quedaba con la escritura de libros. En el cine siempre hay mucha gente involucrada en un proyecto y yo amo la soledad que te da la literatura. Pero ahora mismo, como le contaba, estoy disfrutando tanto con el guión de La furia que me gustaría seguir escribiendo guiones en el futuro. También he comenzado una obra de teatro, algo muy complicado, como estoy descubriendo. Pero vaya, quiero responder a esa diosa griega: sí, pese a todo, elijo los libros.
Es inevitable relacionar el argumento de este este libro con el de El último problema, de Pérez-Reverte. Me llamó la atención que Daniel Arjona no le haya preguntado sobre ese aspecto.