Foto de portada: Jesús Císcar
Solo hay una cosa que satisfaga más a un escritor que publicar un nuevo libro. Que pasado un tiempo, en vez de quedar descatalogado o arrumbado en la sección de oportunidades, ese título se reedite o se traduzca a otro idioma y se difunda en otra área cultural. Pero hay todavía un paso más, la suprema satisfacción del escritor: que uno de sus libros, ascendido al podio de los clásicos, se catapulte con honores de edición conmemorativa. Es la que sintió Alfons Cervera con la aparición de Maquis 25 años después de su irrupción en la palestra literaria, con un prólogo de George Tyras, Catedrático emérito de la Universidad de Grenoble Alpes, traductor al francés de las novelas del escritor valenciano. «Maquis, en definitiva, marca un hito fundamental en la historia de la literatura española mostrando que una novela de testimonio no lo es porque refiere, sino porque significa», concluye Tyras. «De ahí que, 25 años más tarde, la novela conserve su contundente validez».
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—¿Qué sentimientos y sensaciones te ha provocado esta edición conmemorativa de Maquis? ¿Te sientes más joven?
—Una sensación extraña, tal vez contradictoria. Era como robar espacio a una novela que sigue viva, que sigue estando en las librerías después de 25 años, que sigue leyéndose casi como entonces. Ahora hay dos novelas con el mismo título y del mismo autor “compitiendo“ entre ellas. Dicen que la juventud y la vejez son un estado de ánimo. Vaya tontería…
—¿Cómo surgió la idea de llevarla a cabo ?
—Ya pensamos en una edición conmemorativa cuando Maquis cumplió 20 años. Pero siempre ando escribiendo y lo que prevaleció fue publicar alguna novedad. Cinco años después la cosa se hacía inevitable. Un cuarto de siglo. Nada menos. Qué pasada. La satisfacción, pues que hoy casi nada dura nada. Y esa novela parece que sea la novela de la duración. Poco trabajo. Algunos párrafos suprimidos o cambiados. Algunas frases. Y algo que me gusta mucho: unas cuantas dedicatorias que no estaban en las anteriores ediciones…
—La hibridación de géneros está hoy a la orden del día pero en los 90 era algo raro. ¿Cuando escribiste Maquis eras consciente de acuñar una innovadora modalidad literaria entre la ficción y el testimonio?
—De alguna manera, el testimonio tiene bastante de ficción. Es imposible recordarlo todo y los vacíos los llenamos con lo que inventamos. En todo caso, no todo vale a la hora de inventar lo que contamos. La ficción no es un cajón sin fondo donde cabe todo. Hay quien echa mano de la ficción para inflarse a contar mentiras. ¿Sabes?, respecto a lo que dices sobre si lo que hice a mediados de los noventa fue innovador: antes siempre hubo algo, siempre hubo alguien que nos mostró cómo intentar hacer las cosas. Todo viene de algún sitio. El punto cero desde el que partimos no existe. Los dinosaurios no se extinguieron del todo: uno de los de su especie está a los pies de la cama que se inventó Monterroso.
—Maquis: ¿el título lo tuviste claro desde el principio?
—Sí. Es lo primero que tengo claro. Sin un título no puedo empezar a escribir una historia. Y Maquis no fue una excepción. Si no recuerdo mal —que a lo mejor sí—, creo que eso mismo se lo leí a Juan Marsé. Cuido mucho los títulos de mis libros. Posiblemente el mejor arranque de un libro sea el título… No sé. Mira por ejemplo Últimas tardes con Teresa o Si te dicen que caí…
—¿Las múltiples historias que aparecen las reuniste a base de pura memoria o previo trabajo documental grabadora en mano?
—Ni una línea de Maquis está documentada. No quise escribir un texto de historia. Todo en esa novela surge de un mismo sitio: la infancia en Gestalgar, mi pequeño pueblo de la montaña. Los relatos a la luz de la lumbre en los inviernos, las leyendas, el silencio… Lo único que yo sabía de la guerrilla antifascista era una frase que nos soltaban en plan amenaza a los críos de entonces: si no te portas bien, vendrá el hombre del saco o el maquis y se te llevará. Con eso, sólo con eso, escribí esa novela.
—¿La oralidad y la poesía que arropan la sucesión de dramas y tragedias surgieron de forma espontánea o como un intento de atemperar el sufrimiento de los personajes?
—En todas mis novelas hay una cierta dosis de lirismo. Empecé escribiendo poesía hace la tira de años. Luego supe que la poesía es imposible, aunque hoy levantas una piedra y sale un genio de la poesía. Dejé la poesía, o ella a mí, y algo de lo que me quedó de ella está en todo lo que escribo. Pero ojo, la literatura en general, y la poseía en particular, no evitan ningún sufrimiento. Ni siquiera sé si lo alivian. En Maquis hay secuencias que por mucho lirismo que le metas siguen siendo difíciles de soportar sin que te cagues en algo, aunque luego salgan los guardianes de la moral en el lenguaje y te lleven a los tribunales. Menuda gentuza.
—«Yo sé mucho del miedo. Soy un maestro del miedo». Así empieza el relato. La palabra «miedo» junto a las palabras «muerte» y «silencio» aparecen repetidamente como un estribillo, un hilo conductor. Parece que ese miedo que tú evocas en Maquis ha sido sustituido por otros temores difusos que nos inoculan los medios de comunicación. ¿Qué opinas de los nuevos miedos?
—Antes hablaba de cómo vivimos entonces —seguramente sin saberlo— una infancia amenazada. El miedo era algo que estaba en nuestra vida cotidiana. No sabíamos que eso era el miedo. Lo sabían los adultos. Tal vez por eso intentaban protegernos de ese miedo. El silencio se incrustó en las casas, en las familias, cuando aquella posguerra insoportable. Y a veces pienso que todavía dura ese silencio. Mejor no hablar de según qué cosas. Sí, todavía hoy se arrastran demasiadas cosas de aquella dictadura que a alguna gente le parece fascinante. Son los del odio y el culto legionario a la muerte. En Maquis está presente la muerte, claro que sí. Pero no tanto la muerte física cuanto la que suponía convivir a todas horas con el silencio y con el miedo. Y sí, hoy los miedos son esos y otros añadidos. Los miedos de ahora mismo. No hace falta que nos vayamos a la guerra de Ucrania o a cualquier otra a la que no le hacemos ningún caso. Mira la amenaza de que te echen de tu casa porque se la ha quedado un fondo buitre, mira cómo es posible que curres doce horas al día y no tengas para vivir decentemente, mira las personas que son agredidas constantemente porque han decidido salir a la calle y romper las puertas de todos los armarios, mira los informativos de la tele y la prensa en general y no dirás que no te entran ganas de esconderte como si fueras una criatura muerta de miedo… O de echarte al monte.
—«Y fueron ellas, mi madre, Rosario y tantas otras mujeres quienes hicieron de la intimidad de su dolor un frente inexpugnable a la barbarie de los fascistas». Hoy día la mujer es protagonista de pleno derecho pero no ocurría así antes. ¿Te consideras feminista avant la lettre?
—Esas mujeres están ahí porque son las que para mí fueron las auténticas protagonistas de lo que se cuenta en Maquis. En los pequeños pueblos, ellas dieron la cara contra el fascismo con las solas armas de la dignidad. Los hombres estaban en el monte y tenían armas. No sé si hay feminismo avant la lettre. Sé que hay muchos años de lucha feminista a nuestras espaldas. Y no pinta la cosa como para pensar en algún decaimiento en esa lucha.
—¿Por qué crees que el libro tuvo tanto impacto en Francia?
—En Francia interesa mucho la escritura de la memoria. Tienen su historia y no ha sido fácil llegar a aclarar lo que el relato de esa historia tenía de mito a la hora de contarlo. La resistencia frente al nazismo estuvo ahí. Y Maquis no les resultaba un paisaje político, moral y emocional desconocido. Estar dos años en el programa de oposiciones a Cátedra de Enseñanza Secundaria fue el espaldarazo definitivo. Y ahí jugó un papel decisivo para lo que llamas «impacto», una parte muy numerosa del profesorado que a partir sobre todo de las universidades de Grenoble, Montpellier y Nanterre se dedicó a promover la novela por toda Francia. En relación con esa novela muchos nombres, pero los primeros he de sacarlos siempre: Jean Vila, Georges Tyras, Marie-Claude Chaput, Jean-François Carcelen… Y otros que no tardaron en sumarse con sus excelentes trabajos académicos.
—Te propongo comentar algunas frases que aparecen en el libro. «Pero cuando se acaba una guerra hay más muerte que vida», replica Sebas al maestro Pastor.
—Lo peor de las guerras es lo que viene luego. En Las bicicletas son para el verano habla un personaje en el Madrid de la derrota republicana: lo que viene ahora no es la paz, es la victoria. Pues eso.
—«Es que yo creo que no nos dejan ni recordar, Nicasio, que no nos dejan ni eso», comenta Rosario a su marido al regreso de su luna de miel en Valencia.
—Lo primero que hacen las tiranías es robar las palabras. Y aquí ese robo fue clamoroso en los 40 años que duró la dictadura franquista. Y luego, bueno, pues tampoco es para echar cohetes.
—¿La recuperación de la memoria histórica es un tema definitivamente zanjado o quedan flecos pendientes?
—¡¿Zanjado?! La Ley de 2007 estaba llena de huecos. La de 2022 ha mejorado la anterior, pero habrá que esperar a una próxima Ley para ver lo que nos vamos dejando para la siguiente… Esto es el cuento de nunca acabar.
—¿Qué debería haber hecho el primer Gobierno español de la democracia al respecto?
—Sé lo que no hizo aquel gobierno de la UCD del hoy estrella de la democracia Adolfo Suárez. Pero sé más todavía lo que no hicieron los sucesivos gobiernos de Felipe González y Alfonso Guerra a partir de 1982 y hasta 1996. De lo que hicieron Aznar y Rajoy en sus mandatos me muerdo la lengua para que no me metan una querella los de siempre… Este país sigue teniéndole un miedo grande a su pasado más cercano. Y el miedo no es precisamente el mejor compañero de viaje a la hora de construir una historia que no nos avergüence.
—Maquis fue pionera en la literatura de la memoria histórica. ¿Qué función han cumplido los narradores que siguieron tus pasos?
—Bueno, antes de Maquis y hablando de esa resistencia armada estuvieron al menos dos novelas que yo recuerde: Luna de lobos, de Julio Llamazares, y La agonía del Búho Chico, de Justo Vila. Seguramente fue Maquis la que, por el momento histórico en que se publicó, tuvo mayor repercusión. Estamos en 1997, el PP ha ganado las elecciones generales y empieza en ese tiempo una mirada más ampliamente crítica hacia los silencios de la Transición…
—¿Qué sentido tiene seguir escribiendo cuando cada vez se lee menos?
—Lo que me parece preocupante no es la poca o mucha gente que lee. Creo que es más importante una pregunta que me hago desde hace muchos años: ¿por qué lee lo que lee la gente que lee? Y ahí lo dejo.
—¿Algún proyecto en marcha o toca descansar?
—Una nueva novela que quiere ser como el lugar de encuentro de todas mis novelas anteriores que hablan de la memoria. Como te decía al principio, hay título definitivo desde que tuve la idea de su escritura: El boxeador. Siempre a hostias con el olvido en este país al que se le cae la baba cuando escucha o lee la palabra desmemoria.
No voy a entrar en que los maquis eran todos miembros del PCE alineado con Stalin, y por tanto, luchaban por un régimen más represor y verdaderamente totalitario. Tampoco entro en que no hallaron ningún apoyo de la población rural. Sólo diré que si «ni una linea de maquis está documentada» es que es pura fantasía, no memoria y mucho menos historia. Así que no se a qué viene que los novelistas tengan que dictar a los historiadores cómo fue la historia. Cada cual en su campo y tengamos la fiesta en paz.