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Alfonso Goizueta: «El reto de la civilización del futuro reside en fabricar un líder democrático»

Alfonso Goizueta: «El reto de la civilización del futuro reside en fabricar un líder democrático»

La sangre del padre, finalista del premio Planeta 2023, es una historia que en principio podríamos entender como novela heroica y colosal sobre el hombre que quiso salvar a los pueblos de la tiranía en aras de la libertad. Sin embargo el joven Alfonso Goizueta, consciente de la materia literaria del personaje, así como de su peso histórico, no se ha conformado con repetir la épica del mismo, sino que, valiéndose de una audacia compleja de ávido lector, ha terminado apropiándose del personaje para narrar aquel viaje histórico de conquista y ambición, transformándolo en un viaje de metamorfosis interior. 

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—¿Qué nos puede enseñar Alejandro para comprender la política de hoy?

—¡Ajjj…! Bueno, tú que eres, como yo, historiadora de formación, sabes muy bien del peligro de las analogías. Yo creo que Alejandro como líder fue el ejemplo de otros líderes de la historia, como César o Napoleón. Pero mi Alejandro, el de La sangre del padre, tiene más capacidad de enseñar a nivel emocional que al de res publica. Yo concebí la novela como una forma de conocerme a mí mismo, de viajar con el personaje, de ahondar en el mundo interior, de escuchar las voces que muchas veces ignoras, como el propio Alejandro.

¿Pero qué crees tú que tenía Alejandro para llegar a ser un líder de esas dimensiones?

"Un exceso de seguridad implica, en el fondo, una gran debilidad"

—La confianza. Que no es lo mismo que seguridad. Ahí hago dos distinciones: Alejandro era una persona insegura, y en ese sentido tenía sus demonios, sus tensiones… pero también desarrolló una gran confianza en sí mismo, la confianza de que podía hacer frente a cualquier cosa. Y ese es el verdadero valor del liderazgo, porque estoy convencido de que un exceso de seguridad implica, en el fondo, una gran debilidad.

—¿La sociedad de hoy está preparada para generar líderes así?

—Absolutamente; estoy convencido de que sí. De lo que tengo dudas es de que seamos capaces de verlos. A veces tenemos líderes pujantes, pero no poseemos ya la capacidad de verlos. Igual es que no queremos o no necesitamos líderes como Alejandro, que fue también un tirano cruel capaz de ser líder porque nadie se atrevía a plantarle cara.

—Eso me recuerda a algún político actual. ¿Se puede ser líder en democracia?

"Si los únicos liderazgos que se pueden ejercer son a base de autoritarismo y crueldad, como en el siglo IV antes de Cristo, pues entonces hemos fracasado"

—No lo sé. Yo diría que sí, y en esa complejidad residiría precisamente la virtud del líder, en encontrar cómo puede gestionarse un liderazgo democrático en el tiempo nuevo. Porque si los únicos liderazgos que se pueden ejercer son a base de autoritarismo y crueldad, como en el siglo IV antes de Cristo, pues entonces hemos fracasado: esos los tenemos muy bien representados en este mismo siglo, y no son ni deseables ni adecuados. Creo en ese sentido que el reto de la civilización del futuro reside en fabricar un líder democrático.

Estarás cansado de hacer entrevistas a estas alturas de la promoción. ¿Qué es lo que no te han preguntado todavía?

—(Risas). No estoy cansado en absoluto. Al contrario, como todo es nuevo para mí, lo estoy disfrutando; me divierte. Mira, no me han preguntado todavía con qué se va a encontrar el lector en esta novela.

—¿Y con qué se va a encontrar el lector?

—Pues es una pregunta bonita porque es importante, gracias por hacerla (risas). El lector se va a encontrar en esta novela de Alejandro consigo mismo, porque la novela trata temas intemporales, y aunque sea una novela histórica del siglo IV aC, con unos personajes históricos que se mueven en un tiempo aparentemente lejano, yo he tratado de trenzarla con unos mimbres eternos. En este caso, el peso de mi Alejandro reside en la soledad de los veinte años, cuando no eres ya un niño, pero aún no terminas de verte adulto; el desarrollo de cómo son los primeros amores y como conducirte en ellos, cómo manejas tus expectativas en la vida y las decepciones para contigo mismo… Todo eso está enmarcado en esta vida del héroe, porque son temas que reverberan con una fuerza universal.

—¿Qué tiene de autobiográfica, siguiendo el principio de primera novela, La sangre del padre?

"El viaje que ha hecho Alejandro de alguna forma también lo he hecho yo"

—Yo creo que todas las novelas, hasta las últimas, son autobiográficas. En mi caso, tiene un poco de todo. Yo he escrito esta historia entre los 20 y los 23 años, que han sido para mí tres años definitivos, de mucho crecimiento, de madurar y terminar de convertirte en persona adulta, y el viaje que ha hecho Alejandro de alguna forma también lo he hecho yo. Me gusta que en la novela el viaje por la geografía tan áspera de Asia termine siendo una suerte de geografía interior, una metáfora del alma. Todos los personajes, en realidad, tienen un poco de mí.

—¿Lecturas que has manejado para escribir una novela histórica?

—Bueno, te diría que no sólo para escribir novela histórica. Yo me he decantado por la novela histórica no por el género, sino por el personaje. A mí la figura de Alejandro me fascinaba; dialogaba con él incluso antes de sentarme a escribir las primeras palabras. Pero los hilos que mueven las seducciones de cada lector son extrañísimos. Fíjate que te diría que la literatura que me hizo lector como tal; esa que motivó mi temprana vocación de escritor fue la de los autores del boom latinoamericano, en particular García Márquez.

—Qué curioso. Esa literatura de realidad mágica no tiene nada que ver con tu forma de escribir.

—Es cierto, no tiene nada que ver, pero el mundo en el que lo mágico y lo real conviven es precisamente el que aparece en mi novela, donde la mitología está a ras de suelo y los propios personajes creen y viven en la magia que ellos mismos producen y reproducen. Los escritores del boom me enseñaron precisamente eso, que la convivencia entre maravilla y realidad en una novela no es sólo posible, sino también verosímil.

—¿Tu formación inglesa ha influido en tu escritura?

"Para mí la literatura inglesa es una fuente de inspiración y construcción en cuanto a la trama y los argumentos"

—Efectivamente, yo me considero muy anglófilo; vengo además de una familia muy anglófila. Para mí la literatura inglesa es una fuente de inspiración y construcción en cuanto a la trama y los argumentos. La literatura que más he trillado ha sido la del XIX inglés: las Brontë, pero sobre todo Stevenson. De hecho, El extraño caso del Dr Jekyll y Mr Hyde fue el primer libro “adulto”, por decirlo así, que leí y que sigo releyendo. Es una novela muy cortita, pero de una profundidad tal que no te explicas cómo pudo sacar de un personaje, y en tan poco espacio, el desarrollo de tantos estratos, el dibujo sencillo de tantas capas de compleja hondura. Es una novela que considero, en ese sentido, infinita, pues el escritor que acude a ella para aprender a dibujar personajes literarios, encuentra la riqueza de las múltiples interpretaciones psicológicas, como un juego de espejos sin fin.

—¿Qué tiene Alejandro Magno de literario?

—¡Puf! Todo. Pero a mí me interesó por encima de todo la historia de superación: la infancia singular, la familia rota y esa idea del viaje a Asia como un viaje de autoconocimiento, de libertad. Cuando yo leía a Alejandro en Plutarco o en Flavio Arriano, lo hacía en esa clave. Y no sé si es imaginaria o real, pero desde luego es mi interpretación. De alguna manera, la novela me ha permitido apropiarme del personaje y narrar aquel viaje histórico como conquista y ambición, un viaje de transformación interior.

—Y de alguna manera, el personaje te permite construir la perspectiva de un amor singular.

"Quería contar un amor llevado al siguiente nivel, que es cuando te encuentras en el otro"

—Sí. En un personaje tan complejo como Alejandro Magno los sentimientos no podían ser menos. De ahí que en la novela pusiese énfasis en el personaje de Hefestión, que es la otra mitad de Alejandro, y que yo quería extraer del mero amor homosexual y elevarlo; tratar de contar un amor llevado al siguiente nivel, que es cuando te encuentras en el otro, cuando te ves reflejado en el otro. El amor que trasciende lo físico pero que a la vez tiene una dimensión física muy importante. Creo que uno de los ejes de la novela es, precisamente, esa relación de amor, que es la que va marcando los cambios conforme Alejandro se orientaliza: en Grecia viven un amor entre hombres libres, iguales, y según va conquistando los reinos del este se va convirtiendo en un amor esclavo, en el que Hefestión, desesperado, cede a esa exigencia de esclavitud simplemente por estar junto Alejandro, aunque le mate estar junto a él. Y lo hace hasta sus últimas consecuencias.

—Las mujeres también juegan un papel fundamental.

—Son mujeres inteligentísimas, de las que poseemos pocas fuentes históricas, pero podemos entender su trascendencia por la importancia que le daban los hombres: que Alejandro, por ejemplo, adoptase a la madre de Darío, Sisigami, no era solamente parte de toda la psique de su complejo de Edipo, sino que sobre todo se trataba de un reconocimiento de la importancia que tenía la reina de Persia. Estas grandes matriarcas que hicieron de su maternidad una forma de poder tejiendo la influencia a través de sus hijos son los personajes que más he disfrutado, precisamente por la exigencia y la complejidad a la hora de construirlos.

—Entre ellas Roxana.

"Todo aquel mundo de fuerzas contrarias y luchas descarnadas sigue siendo, aunque a priori no lo parezca, muy actual"

—Efectivamente, entre ellas la figura de Roxana, la esposa de Alejandro, con ese crecimiento acelerado que he tratado de contar en la novela, cuando la arrancan de su Bactria natal y la meten en una corte extranjera, absolutamente hostil, donde al principio se encuentra desorientada, hasta que se da cuenta de qué va el juego y ejerce su poder como madre del heredero de los macedonios, el pueblo que la desprecia pero que va a terminar aprendiendo, a fuerza de percibir su inteligencia, crueldad y superstición, a respetarla. Todo aquel mundo de fuerzas contrarias y luchas descarnadas sigue siendo, aunque a priori no lo parezca, muy actual.

—Un final clásico de Zenda: recomendación de algunas de tus lecturas favoritas

—No quiero parecer pedante, pero la Eneida es uno de mis libros de referencia.

—¿Eres más virgiliano que homérico? Nos vamos a entender muy mal (risas).

—Absolutamente virgiliano y, consecuentemente, también muy dantesco. Mira, si el Quijote tiene contenidas todas las novelas de la modernidad, para mí la Eneida es el contenedor sublimado de la literatura occidental. Y además, ¡vaya personaje para hacer una novela!: el perfeccionista máximo, el patológico. Y el libro IV de la Eneida, que es una joya dentro de la joya, lo tiene, literariamente hablando, absolutamente todo. Todo. Pero por no quedarme en el pasado, querría recomendar un libro actual, un estudio virgiliano que se llama El arte de resistir, de Andrea Marcolongo. Este libro me ha hecho reflexionar sobre lo importante que ha sido la Eneida en general pero, sobre todo, lo fundamental que ha sido en mi vida.

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