Según conté en Zenda el 28 de abril de 2016 el primer volumen de la novela gráfica La balada del norte es una historia que comienza en Madrid en 1933, en el momento en que Tristán Valdivia debe regresar a Asturias por motivos graves de salud. Aquí intentará comenzar de nuevo en el caserón familiar, propiedad de su padre, el marqués de Montecorvo, un anciano aristócrata dueño de la Compañía Minera del Noroeste, envuelto en el fragor de la II República. La evolución de Tristán al conocer a Ibáñez, un periodista de un diario obrero, y sobre todo a Flora, la joven carbonera que contratará como camarera y con la que empezará a surgir una hermosa atracción, serán dos piezas fundamentales inmersas en el conflicto latente de la Revolución de Asturias de 1934. El 5 de octubre de aquel año trabajaban en las cuencas mineras asturianas 90.000 mineros y en su levantamiento habían entrado en Oviedo, se habían apoderado de los fusiles de la Fábrica de Armas, cortando toda comunicación con el resto del país. Bien es verdad que las condiciones de los trabajadores de la mina, entonces, eran las más infames de toda Europa. El final de esta primera parte de La balada del Norte es épico porque es el comienzo de la revuelta minera, y deja al lector sin aliento a la espera del segundo volumen.
Alfonso Zapico (Premio Nacional de Cómic, 2012) ha regresado con la segunda entrega de su trilogía. Hemos mantenido con él esta entrevista vía correo electrónico entre Madrid y Angouleme, en donde reside.
Pregunta.- “Son muchas las opiniones que se sostienen en este mundo, y una buena mitad de ellas pertenecen a individuos que no se han encontrado nunca en situaciones difíciles”. Antón Chéjov.
Con esta frase del escritor ruso abres la segunda parte de tu espléndida historia, La balada del norte. Si pensamos en los protagonistas de la Revolución de Asturias de 1934 no creo que sea aconsejable haber pasado por una situación extrema para que se sostengan sus opiniones.
Respuesta.- Es verdad que no hace falta pasar por una experiencia así para tener conciencia de la realidad, pero creo que Chéjov se refiere al porcentaje contrario: al de la gente que opina alegremente sobre casi todo, esa gente que nunca pasa hambre y duerme del tirón. De la Revolución del 34 se ha dicho y escrito muchísimo, se ha afirmado que los obreros asturianos tenían buenos salarios, que su violencia no estaba justificada, que no tenían derecho a hacer lo que hicieron. Pero claro, todo se hace desde la lejanía geográfica, temporal o ideológica. Qué difícil es meterse en el pellejo del otro, sobre todo si el otro es tan miserable como lo eran los protagonistas de aquella revolución.
P.- Pero tus referencias a escritores rusos no solo se quedan en meros soportes para la historia que estás contando. ¿Los sientes también como influencias literarias? ¿Qué otros autores te han ayudado en tu formación intelectual?
R.- Yo he leído mucho a los rusos, que me han ayudado a construir mis guiones. El primer álbum que publiqué fue un cómic para Francia, se llamaba La guerre du professeur Bertenev y era la historia de un maestro de escuela ruso envuelto en la Guerra de Crimea (la del XIX). Tolstoi o Chéjov me han enseñado que la vida no es siempre como parece, sino también como se ve desde los ojos del otro. Pushkin me animó a viajar y a soñar, con Ajmátova y Esenin descubrí que incluso en lo trágico de la vida hay belleza y emoción. Hay algo en la literatura rusa que lo hace universal, que sirve para cualquier época y lugar del mundo, y por eso puedo permitirme incrustar trocitos de poemas rusos en una novela gráfica sobre el Octubre asturiano sin que parezca un disparate.
P.- La balada del norte es un trabajo monumental que ahora sale con una segunda entrega. Tus fieles seguidores, entre los que me cuento, estamos ya deseando que continúes la historia.
En realidad ya debería estar terminado, esta historia la imaginé en dos libros, y este segundo tomo tendría que haber sido el desenlace. Pero como en 1934, nada salió según lo previsto, la información me ha desbordado y para contar todo lo que quería y hacerlo bien necesitaré un tercer libro. No me gustan mucho las trilogías, pero creo que el lector lo agradecerá, aunque ahora tenga que esperar… un par de años más.
P.- Los asturianos conocemos los avatares históricos sufridos por los mineros. Tú, que has nacido en Blimea, Asturias, en plena Cuenca del Nalón, tendrás más acusado ese sentimiento. ¿Se hablaba de ello en tu familia, en tu entorno?, o la decisión de abordar los años de la revuelta pertenecen más a tus inquietudes intelectuales.
R.- Yo vengo de un pueblo minero típico, pero en mi casa nunca se ha hablado de política ni de nada parecido. No tenemos memoria propia porque siempre ha primado el silencio. Cuando uno crece en un ambiente tan especial ni siquiera le presta atención, las minas forman parte del paisaje. La inquietud por el tema surge muchos años después, cuando me fui de la Cuenca (y del país) y empecé a hacerme preguntas sobre la propia identidad y la conciencia de clase. Estas cuestiones llegan en el peor momento, justo cuando todo se desmorona, así que quizá es el momento de dibujar esta historia. En el fondo es la historia de una sociedad que desaparece, pero que deja una marca muy profunda en Asturias.
P.- Si aún vivías en Asturias en los primeros 90 recordarás las manifestaciones producidas a raíz de la reconversión impuesta por la Unión Europea.
R.- Para mi generación no tenía el mismo significado que para los protagonistas del momento: cuando era adolescente estaba feliz si los mineros hacían huelga, porque el instituto estaba a diez kilómetros de mi casa y los piquetes me liberaban de ir a clase. Subía con mis amigos a las escombreras de carbón y veía el humo a lo lejos. Éramos como observadores de la OSCE, pero no teníamos ni idea de lo que estaba sucediendo en realidad. Ahora ya lo entiendo todo, ahora sé que nos estábamos muriendo poquito a poco, que con cada huelga nos moríamos (o mejor nos mataban) un poco. Pero en fin, ya es demasiado tarde.
P.- ¿Tienes pensado continuar la historia asturiana con la Guerra Civil, los maquis, las huelgas mineras del 62…, o con la Comuna das por terminado un episodio que pudiera representar una épica de nuestra cultura reciente?
R.- La verdad es que no lo sé. Antes de la Revolución asturiana había tocado temas muy variopintos en mis libros (la Guerra de Crimea, el conflicto árabe-israelí, la vida del novelista James Joyce…). No sé qué palo tocaré después, aunque no me importaría volver a intervenir en un escenario local. Todo pertenece a una historia única y lineal: en octubre del 34 afloraron las frustraciones de las huelgas anteriores, estalló la Guerra civil, luego la posguerra, las huelgas del 62, los destierros en Castilla… Cada familia la ha vivido a su manera. Hay tanta materia vital para compartir… Lo que sí es cierto es que me ha costado mucho más dibujar la Cuenca de los años 30 que el Dublín de finales del XIX. Justo lo contrario de lo que imaginaba.
P.- Un ingeniero de minas inglés que había inspeccionado en los años 30 las condiciones de las minas europeas, incluso las de Rusia, dijo que nunca había visto condiciones más infames que las de los mineros asturianos. La República había rebajado los horarios y aumentado los salarios, pero los mineros encendieron la llama revolucionaria para impedir que la CEDA participara en el Gobierno, lo que se veía como la implantación del fascismo. No calibraron las consecuencias, no solo de la represión posterior sino la posibilidad de abocar al sistema a una guerra inminente.
R.- Una de las cosas más difíciles para alguien que entra en aquel mundo industrial de la Asturias de los años 30 es intentar separar lo ideológico de lo humano: historiadores y periodistas discuten mucho sobre la CEDA, las elecciones de 1933, Largocaballerismo y Besteirismo, golpe de estado o revolución… Pero todo son cálculos de laboratorio; habría que imaginar unos valles donde los ríos eran negros y el cielo gris, los pueblos crecían desordenados e insalubres, cada vez llegaban más trabajadores, cada vez había más hambre, más miedo al futuro. Creo que aquella gente no pensó seriamente lo que iba a hacer ni las consecuencias que tendría, simplemente explotó. La mitad de su existencia viviendo en la oscuridad de los pozos; y la otra mitad en aquellos pueblos miserables, oyendo hablar del fascismo y escuchando peroratas en las que se los trataba de alimañas.
P.- Las dos entregas de La balada del norte tienen un tono que abarca la fidelidad a los hechos y las historias personales. El lector, a través de unos personajes entrañables -Isolina, Apolonio, Sandalio-, se siente identificado con ellos.
R.- He querido hacer más una historia en la Revolución del 34 que una historia de la Revolución del 34. Le doy al lector el contexto histórico a través de las portadas del periódico minero que aparecen a doble página, pero como de verdad quiero atraparlo es a través de las conversaciones entre los personajes, esas conversaciones en los chigres o en los balcones. Son diálogos que duran un cigarrillo, no hay tiempo para mucho. Pero como gran parte de lo que se cuenta es real, mis protagonistas también son reales, de alguna forma.
P.- En este segundo tomo reflejas con valentía y honradez el sufrimiento de los que han salido a defender sus derechos sin tener en cuenta otros condicionantes. Me gustan mucho los detalles tiernos de los días que la familia de republicanos se instala, fusiles en mano, con los burgueses en Oviedo: Elvira regalando el vestido a Isolina; Apolonio llevando comida del colmado, o cuando le dice a Pompilio que no le cuente a su madre que los revolucionarios intentaron volar la catedral porque había francotiradores en la torre.
R.- En el primer libro surgió una relación imposible entre Tristán e Isolina que me permitió hacer chocar frontalmente esos dos mundos antagónicos: el de la aristocracia industrial y el de los obreros de las minas. En esta segunda parte, donde todo sucede más rápido y de una forma más brutal, las habitaciones interiores de la casa en la que se atrincheran los protagonistas son la mejor explicación al por qué de la revolución: porque la familia Piñón y los mineros viven en planetas diferentes, en universos diferentes, sin saber unos apenas nada de la existencia de los otros, en ese equilibrio frágil de las sociedades polarizadas.
P.- Tristán es un personaje clave: culto, educado, demócrata…
R.- También tiene sus sombras: es caprichoso y egoísta, tiene un puntito de soberbia, le gusta sermonear a los demás con consejos que no se aplica a sí mismo y se ampara en su delicada salud para no comprometerse con nada ni nadie. Tristán es muy contradictorio, no es como Apolonio, que parece hecho de una pieza. Pero es el verdadero protagonista del libro, me encanta este personaje, no puedo renunciar a él.
P.- El padre de Tristán, el marqués de Montecorvo, el patrón, se vuelve humano cuando ve a su hijo cruzar la línea de fuego montado en un caballo.
R.- El marqués también es un personaje muy complicado: es paternalista y tiránico, y su forma de pensar y de actuar resulta anticuada incluso para los pasados años 30. Dirige su compañía con mano de hierro, pero no es capaz de gestionar la relación con su propio hijo. El marqués es un tipo solitario que vive con una continua pesadumbre, no sabemos muy bien por qué. No es el villano de la historia, porque a pesar de ser una historia muy negra tiene muchos grises.
P.- La guerra y el amor. O el amor en tiempos de guerra: dos polos opuestos.
R.- Siempre han ido de la mano, en la vida y en la literatura. A veces el amor es una excusa para hablar de la guerra, a veces es justo lo contrario. No hay historia tan negra, ni siquiera ésta de la Asturias negra de los valles carboneros, en la que no aparezcan estos pequeños destellos de luz.
Foto de Zapico: Asís G. Ayerbe
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Autor: Alfonso Zapico. Título: La balada del norte. (Novela gráfica). Editorial: Astiberri. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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