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Alfred Jarry, tras su muerte, abre el camino al absurdo

Alfred Jarry, tras su muerte, abre el camino al absurdo

Otro primero de noviembre, el de 1907, hace hoy 116 años, en un hospital benéfico de París, la tuberculosis lleva al hoyo al más excéntrico de los poetas que bebieron la legendaria absenta de Montmartre. Su gran apócrifo, Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico (novela neo-ciéntifica) verá la luz cuatro años después, en 1911. Será, por tanto, una publicación póstuma en la que Alfred Jarry, el poeta que se fue comido por los excesos, la enfermedad y la miseria, un día tal que hoy, ha dejado descrita dicha Patafísica. Y ésta no es otra cosa que “la ciencia de lo que se añade a la metafísica, así sea en ella misma como fuera de ella, extendiéndose más allá de ésta tanto como ella misma se extiende más allá de la física. La Patafísica es la ciencia de las soluciones imaginarias, que acuerda simbólicamente a los lineamientos de los objetos las propiedades de éstos descritas por su virtualidad”.

Y merced a la Patafísica, el absurdo habrá de entrar en la crítica social. Así las cosas, esta neo-ciencia tendrá su equivalente a El Contrato social (Jean-Jacques Rousseau, 1762) en aquel de Una noche en la ópera (Sam Wood, 1935), que intentan firmar Groucho y Chico Marx: recuérdese aquello de “La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte”. El Colegio de Patafísica de París, a imitación del Collège de France, será fundado en 1948 (22 palotín del 76 según su propio calendario). Su dedicación a la salvaguarda de los saberes descritos por el Doctor Faustroll —quien, ni que decir tiene, no fue otro que el ya finado bajo su más célebre seudónimo—, no será óbice para que el colegio también se aplique en el estudio y la salvaguarda de todas las ciencias inútiles e imaginarias. Entre los presidentes de sus comisiones destacarán Boris Vian (Soluciones Imaginarias), Marcel Duchamp (Formas y Gracias) o Raymond Queneau (Epifanías e Itifanías).

"El caso es que los restos de Alfred Jarry debieron hallar sepultura en el cementerio Père Lachaise, donde duermen el sueño eterno los parisinos ilustres. Pero se le dará tierra como a un gran segundón"

Por el momento, los amigos que han asistido al último trance de Alfred Jarry, siguen dándole vueltas a un mondadientes, aquél al que se refirió el poeta cuando ellos le invitaron a que expresase su último deseo. Saben que, en vida, al difunto no había que tomarle muy en serio… Aunque, para algunos, el absurdo del más excéntrico de los poetas de las vanguardias es tan serio como el racionalismo de Descartes. Incluso Gillaume Apollinarie, el abanderado de aquellas estéticas que en la muerte de Jarry estaban haciendo historia, será su discípulo. Picasso no tardará en adquirir la pistola que el finado llevaba siempre en el cinto, con la que al bajar de Montmartre, ebrio de absenta, la emprendía a tiros. En efecto, la pistola de Alfred Jarry acabará siendo la célebre pistola del malagueño. Se dirá que fue el arma con la que intentó robar la Mona Lisa (Leonardo da Vinci, 1503-1519). Lástima que Picasso no esté aún en disposición de ser tan generoso con sus amigos como lo será con los años, cuando regale sus obras a los agobiados por la miseria para que la vendan y ganen lo suficiente para salir del paso con creces. El caso es que los restos de Alfred Jarry debieron hallar sepultura en el cementerio Père Lachaise, donde duermen el sueño eterno los parisinos ilustres. Pero se le dará tierra como a un gran segundón, un sublime mediocre, un fracasado eterno en el cementerio de Bagneux. Pese a que el poeta ha muerto con tan sólo 34 años, ya hace mucho tiempo que dilapidó la fortuna que le dejó su padre.

Aquellos fueron los tiempos en que la burguesía aún se escandalizaba, una edad dorada que, más de medio siglo después, ya ancianos y habiendo perdido los burgueses su antigua capacidad para el escándalo, habrán de añorar André Breton y don Luis Buñuel.

"El mayor discípulo del finado ha de ser el gran Boris Vian. La espuma de los días, además de una de las novelas más hermosas del siglo XX es, asimismo, una de las cimas de la ciencia Patafísica"

El París de las vanguardias artísticas y literarias fue un momento estelar de la humanidad porque la Ciudad de la Luz alumbró a la creación del mundo entero. Dentro de aquel esplendor parisino, la muerte de Alfred Jarry fue otro momento glorioso, con su propio brillo, dentro de un momento estelar porque abrió al pensamiento crítico un nuevo camino: el del sarcasmo. Los que entienden de teatro sostienen que Esperando a Godot (Samuel Beckett, 1952) es heredera del teatro de Jarry.

Por el camino que el Doctor Faustroll —o Jarry, como el lector guste— deja abierto tras su muerte, transitarán desde Jean Genet hasta Joan Miro, desde Max Ersnt hasta René Clair. Pero el mayor discípulo del finado ha de ser el gran Boris Vian. La espuma de los días (1947), además de una de las novelas más hermosas del siglo XX —de lectura preceptiva para los bachilleres franceses— es, asimismo, una de las cimas de la ciencia Patafísica.

"Quienes le conocieron tras el escándalo del estreno de Ubú rey, cuando empezó a hablar, y a comportarse en público como su personaje, le recordaron así, tras la noticia de su muerte hace hoy 116 años"

Y, para escándalo, el que provocó, el 10 de diciembre de 1896, el estreno en el Théâtre de L’Oeuvre de París de Ubú Rey. Tanto la poesía dramática como la puesta en escena vivieron ese día un antes y un después. Con anterioridad, en 1894, la pieza había conocido una representación privada en casa de Alfred y Rachilde Vallete. Fue Vallete el editor de Le Mercure de France, una de las más antiguas y prestigiosas revistas literarias de Francia. De modo que fue en el estreno cuando la historia del capitán del ejército polaco Ubú, exrey de Aragón y gran doctor en Patafísica —quien, instigado por su mujer, decide derrocar al rey de Polonia, Venceslao, con la ayuda del capitán Bordura y su ejército, instalando una terrible tiranía—, provocó los vítores de los vanguardistas y la indignación de todos los demás, quienes se sintieron ofendidos por cuanto concierne a Ubú rey.

Ese día, ese muchacho que fue Jarry, que recién llegado de Bretaña —nació en Laval en 1873— se ganó al París del simbolismo, pictórico y poético, fue vampirizado por papá Ubú. Quienes le conocieron tras el escándalo del estreno de Ubú rey, cuando empezó a hablar, y a comportarse en público como su personaje, le recordaron así, tras la noticia de su muerte hace hoy 116 años. Y así se escribe la historia. ¿Por qué no?

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