Es curiosa la vida. Hace algunos meses anduve de hospitales, fallecimientos anunciados y milagros. Fueron esas semanas las peores de mi vida. Esto toma cierta entidad si asumimos que ya antes había visto agonizar y morir a un hermano.
El tipo lleva algunos años dándome cera desde su cuenta de Twitter. Yo no suelo criticar a nadie con un tuit, porque el tuit se pierde en la marejada de tuits y queda en nada. Además, no lo cobras. Yo prefiero hacer un artículo. Algo que quede para siempre.
Vamos, como éste que ustedes amablemente me leen.
Gonzalo Torné, entonces.
Es un escritor de trayectoria interesante. Los libros se los publica una amiga y le gustan mucho a sus amigos, cuyos libros le gustan mucho a Torné. Su reducida fama tiene todo el sentido, pues no sabe escribir. “Habían coches”, decía una novela suya, por suerte en las primeras páginas, de modo que pudieras bajarte ahí mismo. Es uno de los prosistas más patéticos de mi generación. Esto lo digo no porque me haya insultado: realmente su prosa me ha producido siempre una absoluta repugnancia.
Con todo, es inteligente, culto; solemne. Es decir, un coñazo de tío. Empezó no sé dónde, con unos cuentos. El primero que me habló de él fue Bob Pop, cuando yo era amigo de Bob Pop. Luego entró en Mondadori (ahora Random House), ganando el premio Jaén de novela con una obra maestra ilegible. Seguro que ganó por méritos cristalinos.
Su amigo Ignacio Echevarría dijo eso mismo, que era una obra maestra. Lo ponía en una faja. Luego los periodistas que le entrevistaban sacaban a colación la opinión de “la crítica”, y Torné se esponjaba con esa opinión exuberante de “la crítica”. Era su amigo Ignacio, toda la crítica. A nadie más le importaba tres cojones su novela.
Mientras estuvo en Random, escribió uno detrás de otro libros ilegibles, analfabetos y masturbatorios. No sé qué familia catalana que hacía no sé qué y se mandaba cartas y salía otra vez en la siguiente novela. Una cosa cuya sola lectura volvería música caerse por las escaleras.
Entre 2011 y 2016 (lo estoy mirando ahora mismo), Torné y yo cruzamos algunos emails. El primero me lo envió él, y se titulaba “Un envío”. Adivinen: era para mandarme su obra maestra. Decía en un párrafo: “Llevo siguiendo el blog [mi blog de reseñas Lector Mal-herido] desde hace tres años, como quien dice post a post, desde que lo descubrí a través del Lector Ileso. Me he reído, he disentido, me he enfurecido (cómo no le puede gustar Bellow), he aprendido, he coincidido, he descubierto autores, y me he divertido (y otras cosas) con los comentarios increíbles de sus increíbles comentaristas. He recomendado la lectura a amigos, y me hizo una ilusión infantil que se publicase tu antología en Melusina.”
Ya ven. El amor se acaba. Justo en 2016, cuando yo me volví columnista.
Con todo, nunca le engañé. Le dije sobre su obra maestra: “Siento mucho no poder escribirte en medio de la euforia y decirte que tu novela me volvió loco. La verdad es que no he conseguido entrar en su discurso, y se me ha atragantado un poco. Es una pena, porque desde su porte a tu actitud autoral, la cosa tenía muy buena pinta”.
Luego me invitó a la presentación de su siguiente título, y fui. Seguía en Random House, así que su nueva novela era ilegible.
Hola, @gonzalotorne. Le he dado un pantallazo a este tuit donde me insultas por si luego lo borras y no recuerdas los numerosos motivos por los que eres un pobre hombre. pic.twitter.com/TqHucmGy1P
— Alberto Olmos (@alb_olmos) November 28, 2022
Cuando fuera, me enteré de que se marchaba a Anagrama. Pregunté. Claudio López de LaMadrid me dijo que le habían hecho una oferta muy elevada, y añadió: “Además, la novela les gusta más a ellos que a mí”. Un amigo me habló de 25.000 euros, aunque otro me cotilleó que eran 15.000.
La novela vendió 1000 ejemplares, según pudo saberse aquí. Entonces Anagrama perdió unos 13.000 euros con este autor. No pasaba nada. Era un amigo.
Torné (recuerdo algún tuit sobre ello) reconocía deportivamente las bajas ventas de su libro, dando una nueva capa de pintura a su solemnidad literaria. ¿A quién le importaba vender libros, si la calidad permanecía? No decía que era uno de los pocos autores que, no vendiendo, sigue siendo publicado en Anagrama, ni hablaba, claro, del buen dinero que se llevaba por no vender, siendo que le publicaba una amiga. Detalles sin importancia.
Lo bueno de los libros de Torné en Anagrama es que, gracias a Dios, alguien allí sí se los corrige. Angelicales expertas hacen creer a la gente que este señor sabe escribir por sí mismo una frase de más de diez palabras con algún sentido en el planeta Tierra.
Yo dejé de leerlo en algún momento, cosa nada reprochable. A casi todos los autores los dejas de leer. Pero nunca he dejado de divertirme con Torné.
Lo vi en un vídeo con su amigo Luis Magrinyà, por ejemplo. Estaban en una caseta de la feria de Madrid. Les pedían que recomendaran cada uno un libro. Torné recomendó un libro de Magrinyà y Magrinyà un libro de Torné. Pensé en Oliver y Hardy. O en Faemino y Cansado. Yo creo que a Pantomima Full no se le ocurre un sketch tan gracioso como este. “Recomiéndame un libro de tu amigo mientras tu amigo me recomienda tu libro”, podría titularse.
Luego un día leí un tuit suyo donde decía que una revista o periódico muy prestigioso de Estados Unidos había elegido su obra maestra entre las diez mejores novelas españolas del siglo XXI. Pensé «qué suerte, qué envidia». Había un link, pero no pinché.
Días después, quedé con una amiga escritora. Me había mandado un email para preguntarme si tenía alguna novela publicada en inglés, y yo le había dicho que no y, ya que estábamos, ¿qué tal un café? En nuestro encuentro, me explicó que le habían pedido desde tal revista o periódico americano una lista de sus diez novelas favoritas del siglo XXI, y que iba a poner una mía, pero sólo podía citar libros que contaran con traducción al inglés, así que no fue posible. Ya ven lo cerca que me quedé de la gloria.
Así, “las diez mejores novelas españolas del siglo XXI según tal revista importantísima”, el enunciado de Torné, se transformaba en: “las diez mejores novelas españolas del siglo XXI traducidas al inglés según una amiga de Torné”. No sonaba igual.
En un tuit hace meses me llamó “peluchín” (complejo vituperio) y parece que el otro día me ha llamado “facha”. Yo lo veo un poco inconsistente, peluchín/facha, como que no sabe a qué carta quedarse.
“Facha”, en fin, sabemos lo que es: alguien que no hace la pelota a Torné ni a su panda de amigos fracasados. Peluchín, sin embargo, usted no sabe lo que es. Yo se lo explico.
Como yo tengo un escribir amotinado, la gente al conocerme se sorprende por mi suavidad y timidez. Esto le pasó a Luna Miguel, que dijo de mí: “En persona es como un oso de peluche”. De ahí, en la portentosa creatividad de un genio del idioma como Torné, lo de “peluchín”.
No crean, a mí me llevó días entenderlo.
El caso es que desde las alturas del dolor y del éxito, Torné no es para mí nada más que esto: algo ridículo con lo que poder hacer un artículo, como lo hice sobre el ayuno intermitente o sobre las hamburguesas vegetarianas.
Me limito a convertir la tontería en dinero.
Hay un pintor muy bueno del mismo nombre https://masdearte.com/artistas/torne-gonzalo/
Lo del ayuno intermitente parece muy facha. Aunque no admita comparación con lo de ka tercera España. Sí, ya sé que estoy mezclando, es mi forma de arramblar.
Qué forma tan elegante de tomarse la revancha, y encima, lucrativa. Chapó.
Anda rebotado Alberto Olmos. Y el otro también aparece en Zendalibros, así que aquí no vale aquello de que entre bueyes no hay cornadas.
El rencor te hace perder talento. Abandona esas tonterías.