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Algunos días, de Acoidán Méndez

Algunos días, de Acoidán Méndez

Acoidán Méndez es un escritor nacido en Las Palmas de Gran Canaria, España, en 1989. Es Graduado en Comunicación Audiovisual en la URJC y Máster de Guion en Cine y Series de TV en la misma universidad. Trabajó como guionista, especializado en no ficción y, más concretamente, en varios proyectos de true crime entre los que destaca Bajo Escucha: El acusado, de Isaki Lacuesta, producido por Bambú y pendiente de estreno. Reside en Madrid, trabaja como investigador y profesor en la Universidad Nebrija donde dirige el Máster de Series de Ficción. Compagina su vocación docente con la escritura y la coordinación de talleres de guion y de narrativa. Textos suyos han aparecido en la revista Casapaís. Presentamos una muestra de su primer libro, Algunos días, publicado por Plasson & Bartleboom, una novela que utiliza el formato del diario para abordar la vida de Telmo, un muchacho canario afincado en Madrid, que va tomando notas cada día con las que construye un cuaderno de bitácora sobre su vida: en él refleja la relación con su pareja, el trabajo de camarero y el cuidado del cachorro que Carlota y él rescatan una noche. El protagonista se pregunta por sus orígenes y se enfrenta a los fantasmas de una vocación literaria frustrada por la inseguridad y la prisa, mientras poco a poco las propias anotaciones, con un tinte levreriano, se convierten en la novela que Telmo no consigue escribir. Esta es una obra donde la ternura y la frustración se mezclan como lo hacen los restos de comida en un tupper dentro de la nevera. Donde las cosas más pequeñas, como lo globos de una fiesta de cumpleaños, se hinchan hasta convertirse en algo mucho más grande.

***

Domingo 8

El encargado me despertó de madrugada porque saltó la alarma del bar. Se ha colado un animal, me dijo. Hazme el favor, te lo pido, te doy un día libre, pero mira a ver qué pasa. Después me envió una foto medio borrosa de la cámara de vigilancia. Unos ojos centelleaban en medio de la oscuridad del almacén. En la negrura del espacio no cabe nada, pero esos brillos abren un hueco a la posibilidad o, por lo menos, a la duda. Un gato. Un gato negro entre los cascos de cerveza vacía. Desperté a Carlota. Parece una rata, me dijo ella. Sentí un poco de miedo y le pedí que me acompañara. No es que tenga miedo, me excusé, pero no sé, imagínate que se pone agresiva.

La indicación era que teníamos que esperar a la policía. El protocolo cuando hay animales es claro: los retira una unidad específica. Empecé a mover cajas y se me cayeron un par de botellas contra el suelo de hormigón. No se rompieron, pero tras el ruido del vidrio empezamos a escuchar una especie de quejido leve. Carlota fue intuitivamente siguiendo el sonido y llegó al cuartito de limpieza. Tras los botes de lejía y amoniaco, bajo las escobas, atrincherado en las bayetas: nada. Hasta que miró dentro del balde de la fregona y, agazapado bajo el escurridor, ahí estaba. Un perrito de pelaje negro, con una mancha blanca en la pata, aullaba a duras penas. Sonó el timbre del bar. Carlota me miró, agarró el cachorrito en brazos y me dijo: no vimos nada. Y se fue corriendo al baño.

Recibí a dos uniformados que no pararon de hacerme preguntas. Pensé que era un gato, les dije. El jefe me llamó y me envió esta foto, seguí explicándoles mientras les mostraba el móvil. Pero no vimos nada.

¿Entre esos cartones?

Nada.

¿Y debajo de las estanterías?

Un montón de polvo.

El polvo vamos a dejarlo, por el momento.

El policía no hizo ni una mueca. Su compañero continuó escrutando el almacén, lo convirtió en la escena del crimen.

¿Y esta zona? Volvió a preguntar.

Nada, ahí están los cubos, los trapos, los productos de limpieza.

Yo creo que habrá entrado y salido por el hueco de la puerta —se aventuró a decir el callado.

¿Ha pasado con anterioridad? —volvió a la carga el inquisitivo.

Que yo sepa no.

¿Hay algún desperfecto o alguna cuestión relevante para añadir a su declaración?

No.

Pues nuestro trabajo termina aquí… Si vuelve a ver al bicho puede ponerse en contacto llamando a este número.

Y me pasó una tarjeta. Policía Municipal. Unidad de Protección y Bienestar Animal. Les di las gracias y se fueron. Después me aseguré de cerrar bien con llave y fui a buscar a Carlota. Al darme la vuelta, la encontré justo detrás con la cría en brazos y di un brinco del susto.

¿No es precioso?

La mirada del cachorro era una postal.

***

Mediodía

El perro parece cómodo. Nos preocupa que trae una especie de ronquera, al respirar emite un silbido, como si estuviera resfriado. Le digo a Carlota que podríamos llamarle Negro, pero le parece manido. Y racista, dice.

Con algo de miedo lo coloco encima del sofá. Frida, la gata, se acerca curiosa y amago con quitar al perro. Carlota me advierte: si van a vivir juntos tendrán que conocerse. Ponlo otra vez, me dice. La gata empieza a olfatearlo, lo tienta, trata de entender qué es esa bola de pelos que apenas se mueve. Nunca había caído en la blancura y el tamaño de Frida, al lado del perro es gigantesca. Contra todo pronóstico, comienza a darle unos lametones en la cabeza. Carlota y yo nos miramos ilusionados. A los tres segundos, la gata se distancia y bufa amenazante.

No fui a yoga.  

***

Lunes 9

Le mando un mensaje a Flor. Cuando empezamos el taller el año pasado, pensamos que sus textos sobre perros eran pura ficción. Algo después, tras los encuentros semanales y el muestrario de cachorros que iban apareciendo junto a ella, supimos que su obsesión canina era autobiográfica. Flor pertenece a una ONG que se encarga del tránsito de los animales abandonados. Los rescatan de la calle y los cuidan hasta que les encuentran un hogar. Todo esto me lo explica en un audio donde también añade que, en Buenos Aires, cuando los animales aparecen en zonas donde no hay vacunación y mucha pobreza, como es el conurbano bonaerense, los cachorros pueden estar infectados de unas enfermedades medio feas: moquillo y parvovirus. Antes de entregarlos a nadie, el protocolo es esperar diez días, que es la ventana en la que podría manifestarse la enfermedad en el animal. En su explicación agrega que es una experiencia espantosa para cualquiera que se decida a adoptar: que le den un perro y que se le muera en diez días. Carlota, que escucha junto a mí, arquea las cejas y sale del salón. Al minuto vuelve y me dice: Ven, mira, seguro que nos ayudan. En mi mesa de noche descansan varias velas encendidas delante de una foto de mi abuela, San Esteban y San Rafael.

¿De dónde sacó esas estampas?

—————————————

Autor: Acoidán Méndez. Título: Algunos días. Editorial: Plasson & Bartleboom. Venta: Todos tus libros.

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