Uno de los motivos por los que será recordado el año 2017 es por el número de escándalos sexuales, algunos de hace décadas, que se han ido destapando en el mundo del cine: actores, directores, productores, guionistas, tanto heterosexuales como homosexuales, e incluso mujeres, aparecen cada día en los medios, acusados por sus víctimas de acosos, tocamientos, chantajes, vejaciones, procedimientos de casting inapropiados o incluso violaciones. Hasta ahora una ley del silencio había imperado, o como mucho había un runrún medio susurrado entre veras y bromas, que poco a poco se va descubriendo.
Sarah Polley, una de las afectadas por el primer y principal personaje en caer en desgracia, Harvey Weinstein, es la creadora y guionista de la miniserie Alias Grace. En 1996, cuando tenía solo 17 años y una naciente carrera como actriz infantil en su Canadá natal, Polley tuvo la osadía de escribir a la autora de la novela, su compatriota Margaret Atwood, pidiéndole los derechos fílmicos del libro que acababa de publicar. Atwood declinó, dada la juventud de la peticionaria, y dos años después, en 1998, Weinstein intentó con Polley uno de sus infames movimientos de acoso y derribo, sugiriendo que la carrera de ella mejoraría si los dos tuvieran una «relación cercana». Afortunadamente, ella pudo rechazar la propuesta y continuar con su trayectoria profesional, logrando por fin dos décadas más tarde hacer realidad aquel sueño adolescente de adaptar Alias Grace.
Solo unos meses antes, en abril de 2017, Atwood ya había vuelto a la atención internacional, dado el gran éxito de otra adaptación serializada de una obra suya, El cuento de la criada, que ganó el Emmy a mejor serie dramática del año. De ella se alabó su imagen distópica, de «ficción especulativa», que no ciencia ficción, como ella misma lo define, en un mundo futuro que, a pesar de haber sido creado a mediados de los 80, ofrecía cuatro décadas más tarde siniestros parecidos con el nuestro actual, en asuntos como la libertad de la mujer, la propaganda política, los abusos gubernamentales o el extremismo religioso. Y ahora, pocos meses después, los temas del acoso a las mujeres y la lucha de estas por salir adelante en un mundo dominado por los hombres vuelven a hacer descollar esta otra obra suya.
[Aviso de destripes con psicólogo en todo el texto]
Alias Grace es la historia novelada y ficcionalizada de un caso real, ocurrido en el siglo XIX. Grace Marks, nacida en Irlanda hacia 1828, emigró con sus padres y ocho hermanos a Canadá en 1840, cuando ella tenía 12 años y el país aún era colonia británica. La madre murió durante el trayecto y el padre era un maltratador alcohólico. Puesta por él a servir de criada, en 1843, a los 16 años, fue acusada de matar al dueño de la casa donde trabajaba, Thomas Kinnear, y a su amante y ama de llaves, Nancy Montgomery. Grace fue condenada a muerte junto al mozo de cuadras James McDermott, pero mientras que él fue ahorcado, ella fue internada primero en un psiquiátrico y luego en la penitenciaría de Kingston, Ontario. Treinta años después, Grace fue perdonada, que no absuelta, se mudó a Nueva York, y no se supo nada más de ella.
Con estos mimbres, Atwood escribió una novela en la que se mantienen los personajes reales citados hasta ahora (los asesinados, el mozo James, Grace y su familia irlandesa), pero a la que se añaden varios otros inventados, entre ellos el doctor Simon Jordan, que viene a investigar el caso, especialmente desde el punto de vista psicológico. En la novela, a Grace se le permite trabajar de criada en la casa del director de la prisión durante su encierro, y cuando ya lleva quince años así, su caso recibe la atención compasiva de un grupo de religiosos metodistas que intentan lograr que se perdone a la chica. Jordan entrevista a Grace varias veces, y en eso consiste buena parte de la serie: en ir viendo en imágenes lo que Grace le relata de su vida, de sus infortunios y de las muertes en la casa de Kinnear. Muy importante es también el personaje de Mary Whitney, otra criada en el primer empleo de Grace, hija de blanco e india. Ambas se hacen amigas y confidentes, mientras van entrando en la pubertad (recordemos que Grace empieza a servir a los 12 años de edad).
La vida de Grace resulta bastante dura, en gran parte debido a su sexo y estatus social. Su padre, que ya golpeaba a su madre, empieza a hacerlo también con ella cuando llegan a América. Libre por fin de su presencia a través del servicio en otras casas, sufre a cambio en ellas varios ejemplos de desdén, acoso y falta de privacidad, o ve sufrirlos a otras, aparte del extenuante trabajo en precarias condiciones. Cuando por fin acaba yendo a parar a casa de Kinnear, un elegante soltero escocés de barba cana, estricto y exigente, se encuentra con James, un mozo de cuadra bastante bruto, malhablado, colérico y pronto al insulto, sobre todo cuando no obtiene de Grace lo que quiere. No mucho mejor es Nancy, la ama de llaves (interpretada por Anna Paquin), que al llegar a casa la bonita Grace, con su cabello pelirrojo, sus ojos azules, su eficiencia y su modestia, considera amenazada su posición en el hogar. Las relaciones entre los cuatro se van agriando hasta que un día Kinnear y Nancy son asesinados. ¿Ha sido James? ¿Ha sido Grace? ¿Han sido los dos? ¿Ha sido alguien más? La historia nos ahorra el juicio, nos muestra las consecuencias (muerte para James, prisión para Grace) y enseguida nos traslada al momento, años más tarde, en el que aparece el doctor Jordan.
Es aquí donde la serie coge vuelo de verdad, con una variación sobre el motivo del narrador no fiable que se convierte en una auténtica filigrana, barroca en sus revueltas y gótica en su desarrollo. A lo que asistimos es a lo que Grace le cuenta a Jordan, pero a menudo Grace interrumpe la entrevista con su propio monólogo interior, hablando de sus impresiones sobre el doctor, o de lo que le contaría en realidad si no tuviera que contenerse. Tan frecuentes son estas inserciones, de hecho, que el espectador ha de estar muy atento para deslindar hechos probados de lo que serían meramente opiniones, o puntos de vista alternativos, o contradicciones en cada frase. A su vez, el doctor menciona continuamente declaraciones anteriores de Grace, o de James, o de otros testigos entrevistados, que a veces coinciden con lo que cuenta ella y otras no. Grace, además, también admite que parte de lo que dice o ha dicho está expresado de la manera más ventajosa posible para su caso, por consejo de su abogado, que hasta ahora al menos ha conseguido evitar su ejecución. A medida que progresan las entrevistas, veremos también que aparecen otros factores que hacen dudar aún más de las palabras de Grace: sus ganas de romper la monotonía de su cautiverio alargando sus encuentros con Jordan, su posible intento de seducir al doctor con su relato, e incluso los extraños sueños, supersticiones, alucinaciones y olvidos que Grace dice haber experimentado en algún momento. Otro elemento más que tener en cuenta son los años ya pasados en un asilo de castigos inhumanos y de privaciones al borde de la muerte, que le alterarían la percepción a cualquiera. Para acabar de complicarlo todo, aparecerá en escena un antiguo buhonero, a quien Grace conocía de antes, convertido ahora en hipnotizador de feria, obteniendo nuevos testimonios que resultan aún más dudosos, por la manera en que han sido conseguidos.
En resumen, se llega un punto en que al espectador se le acaba dejando con una duda irresoluble sobre qué pasó exactamente, y también sobre qué pasa con Grace. ¿Posesión? ¿Esquizofrenia? ¿Locura? ¿Inteligencia por debajo de lo normal? ¿Todo lo contrario? ¿Estrés postraumático? ¿Desequilibrios mentales tras años de maltratos a manos de las personas con poder sobre su vida? ¿O es todo una compleja y meditada venganza contra todo y contra todos, cosida panel a panel por una mujer con demostrada paciencia para hacer colchas de patchwork? Poniéndonos en un nivel alegórico, los esfuerzos del doctor Jordan incluso podrían verse como una metáfora sobre lo mucho que les puede costar a algunos hombres entender a las mujeres, sobre todo cuando estas pasan por situaciones humillantes.
Alias Grace, además de ser una serie sobre una mujer, está hecha por mujeres: escrita por una, adaptada y guionizada por otra, dirigida en su totalidad por otra más (Mary Harron), e incluso incluye en la trama a otro importante personaje femenino. Dura cuatro horas, consta de seis episodios, y cada uno de ellos comienza con una cita literaria de Emily Dickinson, Edgar Allan Poe o Nathaniel Hawthorne. La canadiense Sarah Gadon resulta magnética en pantalla, incluso con su acento irlandés impostado, aguantando la cámara fija sobre ella durante gran parte del metraje (aunque es cierto que no da el pego en las partes en que se supone que es una niña de 12 años), y su compatriota Rebecca Liddiard inyecta vivacidad y remango a su personaje de Mary, la otra criada. La propia Canadá es, de hecho, otro elemento de importancia en la serie, ya que la autora, la productora, las actrices, el caso escogido y hasta las referencias históricas a varios héroes rebeldes en la lucha (violenta) por la independencia son canadienses, como también lo es la cadena realizadora, a pesar de su distribución internacional por Netflix. Incluso aparece David Cronenberg en un papel secundario y la propia Atwood en un rápido cameo de unos segundos.
Aparte de su punto en común en cuanto a los personajes femeninos sometidos y maltratados por la sociedad en la que viven, El cuento de la criada y Alias Grace no tienen mucho más que las una, pero tras haber sido escritas ya hace décadas, ambas nos muestran cómo de cuestionable puede ser el progreso que creemos haber hecho en los últimos tiempos cuando dos de las novelas más relevantes que podemos leer para entender la actualidad fueron escritas en 1985 y 1996.
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