Llevo siguiendo la trayectoria de la poeta madrileña Alicia Aza Campos casi una década. De su obra me interesa especialmente su compromiso humanista y ético (la patria es el mundo en toda su extensión y el dolor de los otros es un dolor compartido que hay que nombrar) imbricado en la naturaleza, su versatilidad rítmica en la construcción versal, la fusión de artes (plástica, literaria y musical) y esa evolución hacia una mayor introspección, ahondando en una profundidad reflexiva de corte intimista, que son —a mi parecer— rasgos primordiales de su poética. Todo ello se constata en sus cinco obras publicadas: El libro de los árboles (2010), El viaje del invierno (Premio Rosalía de Castro 2011), Las huellas fértiles (2014), Arquitectura del silencio (2017) y en la recientísima Al final del paisaje.
Resultan muy significativas esas dos citas iniciáticas de Cesare Pavese (“Si sonara la voz también el latido corto / del silencio que dura, se haría dolor”) y Claudio Rodríguez (“la belleza anterior a toda forma / nos va haciendo a su misma semejanza”) que evidencian una declaración de intenciones rotunda manifestada en las seis partes que componen Al final del paisaje: “La suerte no viene de fuera de mí”, “Despertar en esta época del año”, “Cada objeto cambia según la perspectiva”, la elegía “No sé en qué lugar nos perdimos”, “Amanecer y darte cuenta de que apenas has dormido” y ese cierre luminoso que supone “Fui madre junto al río Yangtsé”.
Cada parte la componen siete poemas (salvo la primera, “La suerte no viene de fuera de mí”, organizada en diez composiciones, y la cuarta, “No sé en qué lugar nos perdimos”, que, como avanzábamos, es una elegía). Pero lo nuevo, lo que supone una aportación altamente significativa en la trayectoria de la madrileña, es la forma en que, en cada sección, la autora ha sabido componer, en el sentido musical del término, un esplendente texto en prosa poética que ejerce a modo de introducción y que está pleno de aseveraciones como fogonazos que entroncan con el surrealismo casi pictórico de Magritte —ut pictura poesis, que diría el clásico—, con una potencia y una precisión lírica absolutas capaces de reforzar la estructura temática que los sucede.
Y, de fondo, llama mucho la atención esa omnipresencia del silencio, ese silencio cómplice del recuerdo que es capaz de resonar como un eco de la voz porque es remembranza, palabra viva y abrazo: “me basta mi silencio / para hacer del olvido mi palabra” (p. 53) escribe en «Elegía», o, más tarde, “El silencio nutre mis labios” (p. 80) afirma en «Pájaros», el poema final de la obra.
De esta manera, como una pintura cargada de matices, Al final del paisaje va a sorprender a los lectores habituales de Alicia Aza porque, desde una musicalidad distinta (se perciben las influencias de sus lecturas de Herta Müller, Unica Zürn, Virginia Woolf, Byung-Chul Han, Mario Satz o Siri Hustvedt, entre otros), con un perfume diferente que huele a espuma de mar, a sombra, a cieno y a sueño bretoniano, se ha arriesgado a desarrollar una modernidad infrecuente en la lírica española y ha salido victoriosa —conste que esto es más infrecuente aún— porque ha tenido la capacidad de construir un universo polifónico en el que se imbrican un verso y una prosa intensamente reveladores de la realidad ambivalente que habitamos y de la condición humana en esta época de penumbra donde todo se percibe desde un desolado retiro vital que nos aletarga a ratos, pero que no resta lucidez en los momentos clave (“El tiempo pasará / y cuando ya no estés, / o yo me haya ido / sólo la música que hicimos nuestra / será memoria de la arena”, p. 20).
Y así la poeta, que es consciente de que el mundo lo hace habitable sólo la buena literatura (“La poesía es un volcán y el poema es una lava solidificada en la palabra”, p. 14), de que la palabra precisa es la que nos salva, nos lleva ahora al final del paisaje para hacernos notar en cada instante ese mismo temblor inexplicable que es capaz de entrelazar los versos de Alda Merini con los de Claudio Rodríguez, esa emoción que sólo se alcanza con quien ha aprendido que la poesía debe ser cultivada con idéntico esmero al de quien roza, despaciosamente, los pétalos de una flor erguida en soledad al borde de un precipicio.
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Autor: Alicia Aza. Título: Al final del paisaje. Editorial: Valparaíso. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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