Azabache, betún, carbón, ébano, grafito… El negro tiene muchos más matices de los que el ojo percibe, una gama de tonalidades que se proyecta en el noir, género en auge que en virtud de la hibridación tan en boga permite combinaciones con todas las franjas del arco iris. Con el rojo sangre especialmente. En su prolífica obra, Alicia Giménez Bartlett enlaza las tramas de intriga y crítica social con un toque muy personal de humor, cuyo color asociado, tal vez entre el azul y el verde, habría que etiquetar. Una fina ironía que plasma sobre todo en la relación de la inspectora Petra Delicado con su fiel subalterno Fermín Garzón. En su última novela, La presidenta (Negra Alfaguara, 2022), aparca provisionalmente estos personajes para fabular sobre hechos recientes que conmovieron a la opinión pública, pero sin renunciar a lo que es su seña de identidad, el humor. La corrupción del PP en la Comunidad Valenciana y la muerte repentina de una de sus máximas dirigentes en un hotel madrileño inspiran la historia. No se trata es una novela en clave, pues hasta el lector más desinformado reconocerá en las primeras páginas que la política difunta es trasunto de la famosa alcaldesa del collar de perlas, adicta a la tortilla de patatas y al JB. Hasta su nombre, Vita Castellá, posee la misma fonética.
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—La presidenta es un retrato diáfano de un personaje famoso. ¿No temes reacciones adversas por parte del «bunker barraqueta»?
—La novela, ya lo sabemos, es ficción. Algunos personajes están basados en figuras reales, otros no. En cualquier caso, lo que se cuenta en el libro es una aventura ficticia enmarcada en una realidad: la corrupción en el PP de la época. No creo que ningún búnker, por muy barraqueta que sea, vaya a defender la corrupción, sería chocante.
—¿Cómo construiste los perfiles de las hermanas Miralles, con su fuerte contraste de caracteres?
—Me gustan los dúos literarios, dan muchas posibilidades narrativas. Las Miralles, al ser hermanas, se conocen muy bien. Viven juntas, lo que multiplica las opciones divertidas y de diálogo. Luego, como sucede en muchas familias, su modo de ser es muy distinto. Me interesaba que fueran jóvenes, que no se mostraran tan teorizantes como las mujeres de mi generación. No necesitan coartadas ideológicas para ser como son.
—Berta, seria y algo amargada; y Marta, vital y con ganas de comerse el mundo. ¿Con cuál de ellas te identificas más?
—Estoy entre las dos. Por un lado soy pesimista en cuanto a la vida, reconcentrada a veces, y me gusta la soledad. Por otro bromeo mucho, me río, creo tener sentido del humor de tipo irónico y lo aplico continuamente a las situaciones cotidianas. No me tomo demasiado en serio a mí misma. ¿Tengo una doble personalidad? Quizá, aunque lo llevo bastante bien.
—Ofreces una imagen amable de la capital del Turia, de los arroces y cervezas junto al mar, aunque criticas el «gigantismo» de alguna zona, como la Ciudad de las Artes y las Ciencias. ¿Has residido allí o la has conocido por otros medios?
—Estudié cinco años en la Universidad de Valencia. He vivido allí ocho años en total. Fui feliz en esa ciudad. Comprendí que el modo de vida desenfadado de los valencianos no es frivolidad, sino toda una filosofía vital que prioriza el presente, el placer, la amistad. He regresado muchas veces a Valencia, todavía tengo amigos allí. Para localizaciones de la novela conté con la ayuda de Salva Alemany, escritor y técnico cultural del Ayuntamiento. Le escribía: «Salva, necesito que encuentren un muerto en un descampado. ¿Dónde lo pongo?». Y el me ofrecía siempre una excelente solución. Es un crack.
—La corrupción del PP late en la historia. ¿Cómo te documentaste? ¿Con tu libro intentas que no se olvide aquella vergüenza?
—Recordaba muchas cosas por la prensa de la época y me documenté en los periódicos y en libros periodísticos. Sí, la novela explora aquellos años de corrupción descarada y generalizada que no debería repetirse jamás.
—Tratas la figura de Vita/Rita con respeto. ¿Cuál es tu opinión de Barberá y de cómo la trataron los suyos?
—Aun estando en las antípodas ideológicas, la alcaldesa me parecía un personaje fascinante: políticamente incorrecta, malhablada, fumadora… Como mujer me gustaba que tuviera tanto poder y que lo ejerciera con energía. Lástima que permitiera tantas irregularidades a su alrededor. Me impactó cómo la abandonaron sus correligionarios. La fotografía tras los visillos de su casa, triste y desmejorada, su muerte en soledad… Debe de ser marca de la casa: han hecho algo parecido con Pablo Casado hace bien poco, a otra escala, pero igual.
—Ni el ministro ni los altos mandos de la policía salen bien parados. ¿Es verosímil que un par de novatas pongan en jaque a las fuerzas del orden?
—La verosimilitud debe juzgarse en el interior del texto. Independientemente de que pueda ser creíble en la realidad, si dentro del relato te lo crees es verosímil. Aparte de que siempre se cuenta con la complicidad del lector, que te permite algunas licencias.
—Las escapadas de las Miralles a su pueblo te sirven para subrayar las diferencias entre la vida rural y la urbana. ¿Esta dualidad entre una España vaciada y otra demasiado llena es una de las muchas que tensionan la realidad?
—La Comunidad Valenciana sigue teniendo una herencia agrícola. La retranca, el pensamiento realista del valenciano, la aceptación del mundo, vienen de ahí. En mi opinión, el esprit de la gente es todavía rural. Desde hace un tiempo vivo en el campo, en el término de Vinaròs, y muchas de las cosas que oigo entre la gente mayor me parecen pura sabiduría vital. Ojalá nunca se pierda el antiguo sabor de l’horta. Suena a tópico, pero muchos tópicos son verdad.
—¿Con el personaje del huraño juez personificas la visión negativa que todavía mantienen algunos hombres sobre las mujeres?
—(Risas) Bueno, el juez es un hombre mayor que no se acostumbra a la presencia femenina en todos los ámbitos. Pero atención: en el libro todas sus opiniones las piensa, nunca las dice, porque no se atreve. Creo que hay más varones de todas las edades que piensan como él, aunque se declaren feministas avant la lettre.
—El humor en los diálogos entre las hermanas es un soplo de aire fresco que se echa a faltar en la literatura contemporánea. ¿No te parece que los escritores de hoy día se lo toman todo demasiado en serio?
—El humor había sido un componente casi necesario en las novelas clásicas del género. Sin embargo, parece que ha pasado de moda. Ahora están más en boga, venden más, las historias con desmembramientos de cadáveres, torturas de las víctimas… lo que en catalán se denomina sang i fetge. Al final, me resulta de una morbosidad gratuita. Nunca me encontrarán ahí.
—He leído opiniones tuyas bastante críticas sobre la novela negra española según la cual los asesinos en serie proliferan por todos los rincones de la geografía peninsular dejando rastros de cadáveres. ¿Hacia dónde crees que evolucionará el género?
—No tengo ni idea. Ahora parece que todo el mundo escribe novela negra. Evolucione como evolucione, espero de verdad que el lector exija calidad literaria. Negra o verde, es lo mínimo que puede pedírsele a una novela.
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Autor: Alicia Giménez Bartlett. Título: La presidenta. Editorial: Alfaguara. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Ahora resulta que Rita Barberá suscita respeto. Será después de muerta, porque la mataron entre todos, aunque nunca se pudo demostrar nada. Eso sí fue un crimen, pero el juicio será en otra instancia. No lo duden.