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Almendros blancos

Almendros blancos

Dirías en invierno que es un arbolucho seco clavado en el suelo, almendro, tú mismo lo dirías. No un árbol siquiera. Unas ramas en escuadra, un garabato de madera que se ofrece a ser arrancado de cuajo para alimentar la chimenea. Me recuerdas entonces a nuestros ancianos cuando son tan frágiles que van adelgazando hasta el límite, hasta que les queda apenas un resplandor recóndito en los ojos, habitados ya por la mirada del silencio que viene, y el esqueleto les empuja la piel desde dentro como deseando hacerse visible después de tantos años esperando dentro de la carne. Es entonces cuando más los amo.

También le ocurre a otros seres, parientes unos de otros. Por ejemplo, la perra negra que se afana en culminar el paseo de la tarde, apretados los huesos a la piel, la que cazaba ratones en la maleza y asomaba con un animalito dentro de la boca, la mirada de intensa inocencia. Ahora, con la misma expresión, ignora la llamada de la caza y camina su cansancio hasta el gran almendro que en estos días de febrero es un fuego blanco que anuncia la noche.

"Enero vino enojado con vosotros, no os dejó ni una sola hoja que avisara de que seguíais vivos en la lluvia"

Antes, unos pocos meses atrás, en el verano, esas ramas escuálidas estaban poblabas de hojas que celebraban los frutos como los pendones en las lanzas. Almendras apretadas en el doble ropaje de su cáscara y de otra capa de carne verde y velluda, que se fue abriendo hasta caer. Es entonces cuando ofrecisteis vuestro amargor de claridad condensada a fuerza de raíz, o la dulzura que durante meses espera el tueste y la sal, o el almirez que os fragmenta para el guiso.

Pues sois vosotros los que estáis en el plato, aromando la habitación después de una fritura a fuego tan lento que el aceite se podría tocar con la punta de los dedos. Es el ciclo que dejó atrás el solsticio que os mezcla con la miel en los turrones pensados para llevaros en las travesías y en los asedios, y único capricho del eremita.

Enero vino enojado con vosotros, no os dejó ni una sola hoja que avisara de que seguíais vivos en la lluvia. Más bien parecía lógico troncharos por un gesto accidental.

Por eso es insólito febrero. Y en mil años es mil veces insólito, cuando vuestras ramas desahuciadas, desérticas, se pueblan de millones de flores. Flores pequeñas y blancas, a veces subrayadas por un rosado color de aurora.

"Son solo unas pocas semanas en que os convertís en faros de vida desperdigados en las colinas y en el valle"

Amanecéis. Y esto es exacto. Porque durante el invierno es justo como si hubieseis desaparecido y ahora mostráis el esplendor de vuestro regreso. De idéntica manera un rebaño de luz salpica inesperado la oscuridad o una bahía abandonada se enciende con el regreso de los barcos.

Son solo unas pocas semanas en que os convertís en faros de vida desperdigados en las colinas y en el valle. Me acerco a cualquiera de vosotros, a ti, solo por el placer de hundir mi olfato en esa luz que me convierte en insecto —porque las abejas no llegarán hasta mayo—. Zumbo en la alquimia perfumada que viene de la muerte. La resurrección, me dices, solo sucede cuando se ve.

Y una vez que logro separarme de ti, me doy cuenta de que también echaré raíces. De que ya no podré alejarme de vuestro lado. Porque las flores durarán pocos días. Vendrá la hoja y vendrá el fruto. Luego todo caerá de mí. Apenas quedarán unas ramas de esqueleto. Y el sueño de un nuevo febrero blanco.

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Miguel Angel
Miguel Angel
1 mes hace

Bellísimo, y dulce como miel.

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