Le he buscado durante mucho tiempo. En los ecos de sus poemas he creído encontrar la dicción de usted. He dibujado, en una decena de años, un rostro hiperrealista a través de una voz que desconozco. Un pelo así, como en guerra contra el tiempo; ojos severamente honestos, en voluntad de pérdida; una sonrisa de hueco frágil. ¿Es así?
Sostengo en mis manos El jazmín y la noche, su poesía reunida, publicada en 2012 por Visor. Leo, en la contracubierta, a Luis Alberto de Cuenca: «Almudena Guzmán es una de las poetas más sugestivas, sorprendentes y originales de las últimas décadas». Asiento para confirmar mi propia lectura: la frescura de una poesía ágil, cercana, directa, alejada de la retórica y lo barroco, está en cada una de las páginas. Huelen estos versos a deseo, amor, ironía, sonrisa pícara mutando a carcajada, lecturas, espejo. Así es en Poemas de Lida Sal, en La playa del olvido, en Usted o en Zonas comunes, los libros que releo estos días —el sol como si fuera verano y en la playa el placer de estar solos— para sentir, de nuevo, ese pinchazo adolescente. Y crecerme de nuevo en sus poemas, con usted, doblarle la edad a la mano que escribió los primeros poemas de ese libro inicial, donde DESNUDO EN SOMBRA, me reconozco.
Volverse a enamorar.
Besar una piel que sabe distinto,
no encontrar puntos de referencia
que indiquen el momento justo,
la caricia perfecta,
la mano compañera.
Retornar a un cuerpo nuevo
sin los huecos del anterior,
no poder palpar una nuca excitada,
una espalda con escalofríos conocidos.
Qué pobre se queda el intento de amar igual a la primera vez.
Cómo pesa la boca tan sabida,
tan llena de humo compartido
ante la desconocida tan poco explorada, tan miedosa.
Cuánto cuesta abandonarte, lavarme de tu olor,
quitarme las huellas de tu peso,
desdoblarme en otra Almudena
y comenzar a hacer mía una figura
de la calle que me asusta y que ¿quiero?
Poseer, pero.. tú, ahí estás tú,
traspasando con tu desnudo mi sombra,
tu sonrisa y tu cigarrillo,
ese brazo moreno rodeando mi cintura
y llevándome a un lecho desordenado…
y tus manos de violinista
volando y enredándose en mis senos.
CREER QUE SOLO ERA USTED CUANDO USTED NO LO ERA TODO
Muchos crecimos escuchando el mito de Usted, ese poemario íntimamente violento en el que la voz poética se pliega y ronronea —no sin toda una carga de ironía— en el regazo de un señor sin rostro; pero también una colección de poemas en las que la escritora exhibe un particular poder sobre sí misma: valiente, decidida, profundamente en guerra contra todo, la mujer que protagoniza los poemas abría un camino diferente. Es un libro en el que la joven que era esta autora, hoy con cuarenta años de poesía a sus espaldas, ofrecía una confesión única por inesperada: era la voz empoderada de la joven que conoce su cuerpo y decide liberar sus pasiones, que lanza reproches y se indigna, que retoza, toma la iniciativa, ama, se enfada y exige lo que le corresponde como mujer, como joven que ama y es amada, que vive consciente de su propio momento.
En el usted de Usted, en ese señor al que le habla, Almudena cuelga una diana a la que lanza dardos distintos. Porque nada es tan importante, y sin embargo. Porque una mirada lo tiene todo, «pero tampoco conviene dramatizar / las cosas».
Hay en este libro, editado por primera vez en Hiperión en 1986, poemas que siguen apuntando a una voz poética directa y sin alardes, inclinada hacia la ironía muy bien construida. Y otros que son pura belleza sugerente. Como este:
Veladamente,
descorriendo pestillos,
ha llegado hasta mi cuarto
una pantera translúcida como la piel de diamante
que me morderá la nuca cuando menos lo espere.
Es el deseo.
Por su osadía y originalidad, Usted se convirtió en un fenómeno dentro de la poesía contemporánea de los ochenta en España, quiera decir esto lo que quiera decir. Lo recuerda Luis García Montero en el prólogo de la poesía reunida en Visor: «La publicación de Usted supuso un éxito literario, no sólo por el eco alcanzado entre los lectores y el reconocimiento crítico del libro, sino porque en este poemario maduraron las características de ese mundo personal y poético que se llama Almudena Guzmán».
La autora también considera este libro parte importante de su trayectoria: «Es mi niño bonito», escribe, «nació con un pan debajo del brazo en forma de críticas excelentes, grandes ventas y, lo más satisfactorio de todo, del amor entusiasta de la gente».
Pero todo ‘gran éxito’ tiene su cara b. Y muchos de los lectores que conocen a Almudena Guzmán como suele ser habitual, a través de Usted, se convierten, sin quererlo, en cómplices de este escenario. Dice la autora: «el que Usted sea mi niño bonito no significa que sea mi hijo más amado […]. Me explico: si para los lectores no ha pasado el tiempo por Usted, para su autora sí, y cada vez que lo leo en público me invade una agridulce sensación de extrañeza muy parecida a la que siento cuando me veo en fotos antiguas».
Y hay más. Este lector devoto de Usted durante mucho tiempo —y es una realidad compartida por otros y por otras— no ha querido salir de ese «escenario» creado por la autora. Como si no pasase el tiempo. Como si el tiempo mismo fuese la nada.
Pero la Almudena que escribió esos versos con veintidós años no es la misma que publicó Zonas Comunes, que vio la luz en 2011. Aunque la segunda contenga a la primera, y en su escritura continúen esos rasgos que la convierten en una poeta tan singular. Por eso, quedarse en Usted es comprar la anécdota y pervertir su obra: es un poemario en el que Almudena Guzmán está por entero, pero su voz poética ha ido adquiriendo matices con el paso del tiempo.
Lo demuestra el hecho de que sus últimos libros, El Príncipe Rojo y Zonas comunes, hayan conseguido premios tan importantes como el Internacional de Poesía Claudio Rodríguez y el Tiflos de Poesía, respectivamente. Son libros donde la autora aborda temas más sociales a través de la fusión de imágenes históricas, imaginería cristiana y construcciones surrealistas emplastadas en ese característico lenguaje cotidiano que democratiza la complejo y lo hace comprensible. Como una nueva voz que lo estrena todo al mirar al mundo injusto al que denuncia.
Hasta entonces
nadie me había escuchado.
Todos venían a mí
con sacos y sacos
de palabras
y ahí me quedaba yo
y ahí me dejaban ellos
como un burro
al borde del precipicio,
deslomada por el peso ajeno
y sin poder aligerar
ni un solo gramo
de mis propias alforjas.
Ahora,
mientras hablan y hablan,
pienso en lo que me ha dicho
el príncipe rojo
y sonrío.
No los perdones
porque saben lo que hacen.
ENTRAR EN TI, SABER QUE LA POESÍA…
Entrar en su obra, saber que la poesía no nos es ajena, sino que nace de nosotros. Como los de otros —Luis Alberto, Gil de Biedma, Rossetti—, los versos de Almudena Guzmán tienden la mano al lector joven, lo separan de los ecos antiguos de los libros de texto y les muestran otra poesía, más cercana y directa.
Un primer escalón con Poemas de Lida Sal; otro con La playa del olvido; uno más de la mano de Usted, El libro de Tamar o Calendario. Y ya de pronto estar allí, ante la puerta de la poesía, que te abraza para siempre, a quien perteneces antes de saberlo. Llamas al telefonillo, entras y no regresas nunca.
Y qué decir de la poesía
de la que eras grumete,
timonel y capitán a la vez,
siempre avanzando cara al sol
o contra el viento,
siempre izadas en medio de la lluvia
o trepando por la primavera de los mástiles
las velas de nieve en su corazón,
las rojas azaleas de su bandera.
Entonces el tiempo pasaba rápido como una bandada
de delfines
limpiando la cubierta de inútiles aparejos,
sorteando los escollos de falso coral,
evitando el transitado cabotaje.
De los piratas amabas la magia
de convertir el propio oro en ajeno,
de los marinos oficiales odiabas el engaño
de trocarlo en galonada baratija de nadie.
Y al atardecer,
subida al palo mayor catalejo en mano,
sentías que todo aquello que no era tierra a la vista
era tuyo.
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