Foto de portada: Pedro Anguila
Aloma Rodríguez es escritora y periodista cultural. Aparece por las mañanas en Radio 3, en el programa de Marta Echeverría, para recomendarnos lecturas. También es colaboradora de Letras libres. Su última publicación es Siempre quiero ser lo que no soy (editorial Milenio, 2021), un libro de relatos que, como dice Ignacio Martínez de Pisón, «se leen como una novela». Aloma viene de una familia —es hija del coordinador del suplemento «Artes & Letras» del Heraldo de Aragón, Antón Castro, y hermana del escritor Daniel Gascón— donde la literatura y la cultura son patrimonio.
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—¿En su familia durante la cena de Navidad hablan de Natalia Ginzburg y Pío Baroja, o se limitan a comer el pavo mientras ven el discurso del rey y escuchan a Raphael?
—(Risas) En realidad es un poco de todo mezclado. Somos una familia muy grande, en la cual no hay solo escritores. No copamos la conversación, pero hablamos bastante de libros. Mi padre y yo nos provocamos bastante: «este libro es una mierda», y cosas así. Pero no somos muy absorbentes. Y además en la cena de navidad lo que hay que hacer es emborracharse y después cantar un rato.
—¿Cómo es posible recomendar libros en España con 70.000 publicados al año, de los cuales 10.000 son de creación literaria?
—No lo sé, pero la verdad es que yo duermo bastante poco. A mí me genera mucha ansiedad la cantidad de libros que se publican y que no consigo leer. Además también quiero escribir… Al final estoy metida en una burbuja de la que no sé cómo salir. Cuando me planteo si se publican demasiados libros en España no pienso en los míos (risas), lo cual es un poco hipócrita también.
—¿Para qué sirven las listas de los mejores libros del año? ¿A favor o en contra de ellas?
—Buena pregunta. Depende. A veces a favor y otras no. Lo que me propuse hace tiempo fue anotar todos los libros que leo a lo largo del año para que la lista fuese más exacta. Y en 2021, que sí que los apunté, no la hice porque al tenerlos todos registrados me costó mucho elegir. Al final la memoria es el mejor filtro para esa selección. Las listas de los mejores libros están diseñadas para llenar las páginas de los periódicos. Son una herramienta más del mundo editorial, cuya función es que se vendan más libros en Navidad. El año que salieron los Diarios de Kafka —que son más de 5.000 páginas— inmediatamente estaban en los primeros puestos como uno de los mejores libros del año. Me extraña que les diera tiempo a los críticos a leer tan rápido esa obra. Al final es un marketing editorial que no sé si servirá de termómetro historiográfico en un futuro.
—¿Es bueno para el mundo editorial que Paz Padilla venda muchos libros?
—Es bueno para su editorial. Aunque el hecho de que venda muchos libros permita vender otros, eso degrada el sistema. Una obra como esa —que no es literatura— es un balón de oxígeno para la editorial, igual que ocurre con 50 sombras de Grey. Lo que estaría bien es que hiciesen luego apuestas arriesgadas por otros autores. Si vendes «comida basura» la parte de sensibilización lectora la estás perdiendo.
—Vamos con su libro. ¿Siempre quiero ser lo que no soy es un libro de cuentos o una novela fragmentada?
—Es un libro de cuentos, aunque existe la tentación de leerlo como una novela porque se intuye una protagonista. Pero hay cuentos en primera persona, otros en tercera, algunos son autobiográficos, otros no lo son para nada… Es muy gracioso, porque la gente piensa que hasta los que no son autobiográficos sí que lo son. (risas) Yo lo pensé como un libro de relatos, pero sí que es verdad que cubre un arco temporal que tiene que ver con la madurez y después con la maternidad, un momento en el que la amistad y la vida social dejan de ser el centro de tu existencia. Todo esto favorece que se lea como una novela.
—En su obra hace un homenaje al desaparecido escritor zaragozano Félix Romeo, y lo hace emulando los «Me acuerdo» de Georges Perec. ¿Cuánto echa de menos al autor de Dibujos animados?
—Bastante. Casi todos los días de mi vida me acuerdo de él. Pienso en él y me gustaría que estuviera aquí para ir a pasear, ir al cine, preguntarle, para pelearme con él, para comer un helado. Su ausencia es muy grande y no tiene sustituto. Su hueco es muy grande para sus amigos y también para gente que no lo conocía personalmente, pero le seguía por ser un activista cultural, sobre todo aquí en Zaragoza. Yo acabo de volver a esta ciudad, llevaba 10 años sin vivir aquí, y noto que es un lugar menos divertido sin Félix.
—Además de Félix Romeo, en su libro también aparecen otros dos personajes destacados de la cultura española de las últimas décadas también fallecidos, los músicos Sergio Algora y Rafael Berrio. Todos ellos vivieron y desarrollaron su obra en un espacio minoritario —a excepción de las canciones que Berrio firmó para Mikel Erentxun—. ¿Hay espacio en el actual panorama cultural de nuestro país para talentos como los suyos?
—Sí. Yo creo que sí. De hecho, ahora hay todavía más. Lo que no sé es si hay espacio en el mercado para que autores como ellos puedan subsistir. Hay ventanas, pero el problema es cómo hacer de eso un modo de vida. Berrio escribía para otros y tenía una vida muy austera, pero no sé si conseguía vivir de su propia música. A Sergio Algora le fue mejor con El niño gusano —él siempre decía «casi lo petamos» cuando salieron a la vez que Los Planetas—, aunque él vivía del bar que montó en Zaragoza. Lo difícil no es hacerte un hueco, sino cómo ganarte la vida sin entregarte al mercado. Hay que poder y hay que saber hacerlo. Público hay, pero cada vez tienes más trabajo. Ahora no es solo lo que quieres decir, también la manera de la cual quieres hacerlo, y además tienes que comunicarlo, difundirlo. Al final es un rollo. Cada vez entiendo más a gente como Mercedes Soriano, que se fue al Cabo de Gata y desapareció del mundo cultural.
—Sus cuentos se centran en las cosas que parecen pequeñas, y que al final se descubren como las más grandes. Recuerdan mucho a Carver —especialmente el de Rebeca, la camarera—: algo aparentemente simple se convierte de repente en perturbador. ¿Es una influencia para usted, como escritora de relatos? ¿Qué cuentistas le han marcado como lectora?
—Carver es una influencia para cualquiera que escriba cuentos. Carver es como la varicela: todos pasamos por él. Hace tiempo que no lo leo, pero todos empezamos a escribir cuentos con Carver. No sé qué cuentistas me han marcado, pero te puedo decir unos cuantos que me gustan mucho: Cristina Grandes, Joy Williams, Carmen Martín Gaite —hace unos veranos leí sus cuentos completos y me impresionaron mucho—, Natalia Ginzburg, los primeros relatos de Pisón… Me gusta esa atención, como comentabas, a los pequeños detalles que luego se revelan como grandes.
—Sus historias recuerdan también a A. M. Homes. ¿Es una referencia para usted?
—Sí. Totalmente. Me gusta muchísimo.
—»Las mujeres nacemos con el dolor incrustado dentro, es nuestro destino físico: dolores de regla, de pechos, dar a luz, ya sabes… Lo llevamos dentro durante toda nuestra vida, y los hombres no». ¿Se identifica con esta conversación de Kristin Scott Thomas con Phoebe Waller-Bridge —que suele aparecer en el programa de Radio 3 en el que usted colaborará— de la serie Fleabag?
—Hay una parte de verdad, pero no sé lo que les toca a los hombres, y no me atrevo a decir eso. Lo que me gusta mucho de esa conversación es la parte en la que el personaje que interpreta Kristin Scott Thomas le dice a Fleabag que los premios a la «mejor *lo que sea* mujer» son una mierda, que en realidad te están colocando en la mesa de los niños.
—¿Qué opina de la reivindicación de la maternidad que se está viviendo en nuestro país con casos como el de Rigoberta Bandini y su tema para Eurovisión?
—Estoy a favor de todo y me parece todo bien, pero lo que sí que me agota un poco es el adanismo. Yo me pregunto: «¿Pero no lo veíais antes?». No entiendo que haya mucha gente que tenga que experimentar en sus carnes la maternidad para que sea importante. Me parece un poco triste. Muestras poca capacidad de observación. No es el caso de Rigoberta Bandini, que además escribió la canción antes de ser madre. Me aburre un poco la reivindicación de la maternidad convertida en argumento de venta. Sí que es cierto que es un momento vital muy literario. Y yo me siento un poco hipócrita, porque aparece en mis cuentos pero no quería enfatizarlo. Para ti es muy importante la maternidad cuando la vives, como lo fue la primera vez que hiciste el amor, pero debes ser consciente de que no eres la primera persona que tiene hijos. No se puede estar descubriendo la pólvora cada cinco minutos. A mí me gusta mucho cómo lo trata Valérie Mréjen en su libro Tercera persona. Decía Carmen Gaite que «la literatura es el terreno de lo íntimo, pero no de lo privado«.
—En uno de sus relatos aparece la siguiente frase de Joan Didion: «Los escritores siempre están vendiendo a alguien. Escribir es un acto agresivo, incluso hostil, la táctica de un maltratador secreto». ¿Está de acuerdo con esta afirmación?
—A veces sí. Con estas frases tan lapidarias durante cinco minutos estás de acuerdo y en desacuerdo cinco más tarde. Como escritor tienes la sensación de que eres un vampiro de tu vida y de la de los demás. Pero ese nivel de vampirismo hay que controlarlo.
—»Sus ojos me llamaban pidiendo mis caricias. Su cuerpo me rogaba que le diera vida«. En la banda sonora de su libro suenan Sandro Giacobe y Pablo Abraira. ¿No tienen esas canciones un concepto demasiado machista del amor?
—Sí. La de Giacobe totalmente. La gracia es que uno de los personajes se pone a cantarla en el funeral de un padre. La de Abraira no sé si es machista, pero sí incomprensible, muy arrebatada. Esas canciones se crearon en un contexto determinado, son material de ficción. El incluir un material machista no quiere decir que tú te sientes identificado con ellos, no quieres que la vida sea así. Esos temas son un punto de fuga en la narración.
—A Luis Buñuel no le gustaban nada los besos en sus películas, y hay autores que prefieren evitar el sexo en sus libros. Por otro lado, Mario Vargas Llosa afirma que sin erotismo no hay gran literatura. ¿Es usted del equipo Buñuel o del de Vargas Llosa?
—Creo que no son excluyentes. A Buñuel no le gustaban los besos, pero hay mucho erotismo en sus películas. Escribir de sexo es muy complicado, Sally Rooney lo hace muy bien, aunque no me guste en particular. De hecho no llegué a terminar su último libro porque no me gustó. El sexo y el erotismo me parecen elementos fundamentales de la vida. No hay nada más extremo que el sexo. También me gusta mucho cómo lo trata Annie Ernaux. Si tengo que elegir me quedo con el equipo Vargas Llosa.
—En el último cuento sale el virus. Al principio lo hemos obviado como a un invitado grosero del que preferimos no hablar, a ver si se marcha sin decir nada, pero ya empiezan a aparecer obras que tratan la pandemia, como las de Santiago Díaz y Lorenzo Silva junto a Noemí Trujillo. ¿Cuál va a ser el papel de la Covid en la literatura?
—Está por ver. La fantasía apocalíptica ya estaba entre nosotros antes del Covid. Creo que dependerá de cómo evolucione la pandemia. Está por ver cómo afecta a nuestras costumbres sociales y la forma de relacionarnos. Cuando la hostelería estaba cerrada yo recordaba todos esos libros en los cuales la gente se enamoraba en los bares.
—En su libro afirma —en realidad lo hacía Félix Romeo— que el pulpo se cocina sin agua en una olla con una patata. Permítame que terminemos la entrevista en desacuerdo.
—(Risas) ¿Cómo lo haces tú?
—Con mucha agua.
—En realidad es una receta de Arguiñano. Se puede hacer sin agua pero sabe muy intenso. Ya no lo hago así. Como mi padre es gallego ahora lo cocino de la forma tradicional.
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