En multitud de ocasiones elegimos sin saber. Lo que pensamos adecuado puede, en realidad y más tarde, aun habiendo previsto u obviado las consecuencias, resultar nefasto, y por esa misma tardanza, seguramente sin remedio. De cuántos actos, palabras, inacciones, nos hemos podido arrepentir a lo largo de nuestro periplo vital. Una cifra incontable, ciertamente. Tenemos el consuelo de la literatura para demostrarnos que otro escenario es posible, como acicate para futuros momentos de flaqueza. Nada es seguro, conviene recordar. También las páginas que pensamos resistentes como cota de malla se desmigan por el solo roce de un filo silencioso.
También fuimos silencio tiene la engañosa apariencia de las novelas que su sello edita. Las cubiertas, el papel, lo que otros títulos hacen suponer de mirarse el catálogo, no alimentan sino los prejuicios, la mayoría de las veces sobradamente asentados y justificados, especialmente cuando uno se dispone a leer y se topa con lo evidente. Sería un tema de artículo aparte lo de la literatura comercial y su distinción de naderías y lo vergonzoso en su insistencia para con los lectores, haciéndoles creer que es literariamente válido o de calidad algo que no merece ni para entretener.
Regresando a lo importante, lo que nos concierne, el libro de López Galán engaña una vez nos adentramos en su historia porque, a pesar de la sencillez, que rápidamente trae el dilema anterior de lo mainstream, se aprecian los detalles por los que una novela ha de saber y debe avanzar. Lo atmosférico, lo agobiante de la situación —una gran parte sucede en una habitación de hospital— y cómo sus meandros narrativos nos sacan para respirar. Se agradecen esos descansos entre la sucesión de tropiezos y equívocos de las relaciones que se nos cuentan. En el centro, un manuscrito y un premio, una seguridad y un temblor; los platos de la balanza y la indecisión por resolver qué inclinarán, si la exposición o la preservación de una herida de tajo y dolor remotos. Más no debo añadir por si revelase demasiado.
También fuimos silencio es salvada de los juicios gruesos porque su tristeza es imperante. No es la elección idónea para quien la tome por una novelita de vacaciones, playa y relajación. Aquí sólo hay espacio para la conveniencia del secreto y la pesadumbre que suscita manejarlo. López Galán, de quien seguramente sigamos teniendo novedades literarias próximamente, ha iniciado su senda con una novela que busca la emoción y deposita la confianza en el lector. Pero sería apropiado señalar ciertas maneras de taller literario o de escritor primerizo —en las descripciones de lugares, la reivindicación que pediría menos recato, la superficialidad de algunas reflexiones que hubieran merecido más detenimiento—, todas ellas disculpables, que, de ser auténtica su vocación literaria y su intención consecuente en las demostraciones que reflejen los trabajos por venir, habrá de abandonar para seguir convenciendo, para que sus libros no se miren de pasada, igual que su protagonista huye hasta entender que no debe ser así, que ya no hay posibilidad de defensa cuando las palabras nos entierran. Seguir escribiendo entonces, a pesar de ello, para poder existir.
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Autor: Fran López Galán. Título: También fuimos silencio. Editorial: Grijalbo. Venta: Todos tus libros.
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