La obra magna de José María Álvarez ha concluido. Más de cinco décadas ha dedicado el poeta a la construcción de su Museo de cera, un libro total que este 2023 ha aparecido en su versión definitiva, publicada por el sello Balduque.
Museo de cera ha estado, desde siempre, en la cabeza del autor. Tras una primera publicación —El libro de las nuevas herramientas— con la que no ha logrado reconciliarse, Álvarez ya imaginó este proyecto ingente. Como el palazzo de don Fabrizio, Donnafugata, el proyecto del novísimo es una estructura arquitectónica inmensa: llena de habitaciones apenas habitadas, pequeños rincones perdidos en el recuerdo, bellísimos salones que otrora fueron engalanados para bailes de máscaras, despachos donde se diluyen volutas de humo y aromas de alcohol… Todo ello en forma de poemas entre los que destacan magníficas composiciones como el ‘Elogio del tabaco’, ‘Desolada grandeza’ o ‘El oro de los tigres’.
La primera vez que se concretó en papel, Museo de cera apareció bajo el nombre de 87 poemas. En el cuerpo de ese libro ya se hacía mención a un «proyecto elefantíasico» mayor, más ambicioso y complejo. Y, como el propio escritor reconoció hace unos meses en la presentación de la edición final en Murcia, los poemas de primer libro eran una selección de algo mayor, que no pudo entrar a imprenta por la tesitura del momento, pero que ya habían inaugurado las primeras salas de su museo.
Desde ese momento, varias han sido las ediciones que han aparecido, en distintas editoriales, del Museo de Cera (una en la Gaya Ciencia, otra en Hiperión, dos en la Editora Regional de Murcia, una en Visor, dos más en Renacimiento y, por último, la definitiva en Balduque). Todas y cada una de ellas iban incluyendo nuevos versos con los que poeta ha ido ampliando, composición a composición, el proyecto lírico.
¿Mientras tanto? Consciente de que no podía obligar al lector apasionado por su obra a comprar cada nueva actualización de Museo de cera, Álvarez ha ido entregando a las editoriales —sobre todo a Renacimiento— pequeños cuadernos de poemas cuyo destino final sería el gran libro.
Así milagros poéticos como Los obscuros leopardos de la luna, Seek to know no more o sobre la delicadeza de gusto y pasión, que han sido recibidos por la legión de seguidores del cartagenero como regalos que tranquilizaban el deseo de recorrer los pasillos que, con la minuciosidad del orfebre, estaba erigiendo.
Una obra viva
Museo de cera no es una colección de obras completas, sino un libro en sí mismo, que ha ido mutando en cada nueva edición. De esa manera, el lector que tome en sus manos esta publicación no se encontrará con una suma de poemarios reproducidos en orden cronológico, porque esta no es, en ningún caso, la propuesta.
Cada nuevo poema que el escritor ha ido dando por finalizados encontraba, de manera orgánica, su lugar en alguna de las secciones de Museo de cera. Estos, en ocasiones, aparecen en el libro tal y como llegaron antes a los lectores en los poemarios más breves; en otros casos, el vate los adapta a su versión más depurada, que conviven de manera más armónica con el resto de la obra. Y dialogan, caminan o se enfrentan a textos de otros tiempos.
Por eso Museo de cera es casi un objeto místico para los amantes de la propuesta estética y vital de Álvarez: una oportunidad para profundizar en una catedral —en sus propias palabras— en la que disfrutar del sonido del órgano, del modo en el que la luz se cuela por las vidrieras, de la emoción tallada en los ojos de una estatua…
Escribe en uno de sus textos, que en esta última edición han estado al cuidado de Noelia Illán y Ricardo Serrano, que «la Poesía es un destino en carne viva». Y así lo ha demostrado. El testamento vital de Álvarez está en este Museo de cera más que en cualquier otra de sus publicaciones. Es, en esta poesía culta, combativa, hedonista, erótica, irónica… donde la voz del poeta de Cartagena se reconoce verdadera.
No sabe Álvarez qué vendrá ahora. Sí asume es que los nuevos poemas que salgan de sus manos ya no encontrarán su lugar en su particular museo. No queda espacio: las paredes ya están llenas, la obra ha concluido. Ante los lectores, la oportunidad de pasear —las manos detrás de la espalda, los ojos atentos a cada fogonazo— por el laberinto interminable de su vida, su imaginación y su memoria, tal y como se concibió hace más de cincuenta años.
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