Quienes estuvieron cerca de él, como el maestro Adolfo Castañón, recuerdan que Álvaro Mutis siempre tenía a mano la navaja afilada, el verduguillo, el sentido del humor o la espada de la carcajada que, en su caso, era como un flujo incontenible, una cascada, un sentido del humor que de alguna manera aparece en su obra narrativa, donde hay gran inteligencia. Mutis (Colombia, 1923 – México, 2013) acabaría de cumplir, el pasado 25 de agosto, cien años, y en México, su hogar de adopción definitivo —adonde llegó desde Bogotá en 1956 buscando fortuna, con seis mil dólares en el bolsillo y dos cartas de recomendación, una para Luis Buñuel y otra para el productor Luis de Llano—, los merecidos homenajes se han ido sucediendo. Nadie olvida, por supuesto, la sombra de su paso por la cárcel de Lecumberri, a los tres años de su arribo al país, detenido por la Interpol acusado de fraude, hecho que cambiará definitivamente su vida, como confiesa en su Diario de Lecumberri, donde expone que esa experiencia carcelaria transformó por completo su visión del dolor y del sufrimiento humano: «Gracias a esa experiencia, tan profunda como real e incontrovertible, he logrado escribir siete novelas que reuní con el título de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero. Hasta entonces sólo habla intentado andar los caminos de la escritura narrativa con algunas historias reunidas bajo el titulo de La mansión de Araucaíma […]. En los treinta años anteriores había escrito sólo poesía. […] Jamás hubiera conseguido escribir una línea sobre las andanzas de Maqroll el Gaviero, que ya me había acompañado a trechos en mi poesía, de no haber vivido esos quince meses en el llamado, con singular acierto, El Palacio Negro». Como expone Castañón, Mutis conoció muy bien el desastre, la cárcel, la penuria, la enfermedad y el destierro, tuvo una vida intrigante, en cierto modo no fue un exiliado, pero podemos decir que sí fue una especie de emigrado permanente. «El sujeto poético de Álvaro Mutis», apunta Castañón, «es un ser solidario con las miserias y las enfermedades de la humanidad, como muestra en Maqroll el Gaviero”, un personaje que surge de una voz grave del poeta que ha sabido conocer la desgracia y que desprende, agrega Castañón, «una lágrima seca, la de la lucidez del que conoce la caída. Pero no lo lamenta, sino que muy dandy, muy elegante, estudia la forma en que se precipita, porque Mutis siempre vio las cosas desde otro punto de vista». Feliz centenario maestro Mutis, donde quiera que esté o no.
ADIÓS A UNO DE LOS CENTAUROS DE LA LITERATURA MEXICANA
Cuenta el escultor Sebastián que el escritor Ignacio Solares se despidió de la vida departiendo con amigos, recordando los viejos tiempos y hablando de cosas sencillas, su infancia, sus aventuras en Chihuahua, su larga trayectoria en la UNAM. «Estaba feliz, muy entusiasmado», recuerda el amigo, quien al abrazarlo al final de la velada era imposible que pensara que sería la última vez que lo vería, pues una semana después el novelista y dramaturgo chihuahuense sufrió una caída y tuvo que ser hospitalizado debido a un hematoma en la cabeza. Estuvo en cama un mes, y tras una intervención de la que no pudo recuperarse, al final el autor de obras como El hombre habitado, Columbus, Imagen de Julio Cortázar o Presencia de la invisible, falleció a la edad de 78 años. Es el penúltimo miembro en morir de un grupo al que llamaban Los Centauros del Norte de la cultura, y que integraban Carlos Montemayor, Víctor Hugo Rascón Banda, Gonzalo Martínez, Benjamín Domínguez, Sebastián y Solares. Su esposa, Myrna Ortega, reveló que con justicia poética, antes de partir, acompañado por su familia, le leyó un episodio de una de sus novelas que transcurre en la sierra Tarahumara, donde Solares se abrió a las cosmovisiones indígenas y descubrió la forma en que se percibe el tránsito entre la vida y la muerte. «Flotas en ese gran río liso y silencioso que fluye con tanta serenidad que podría pensarse que el agua está dormida. Un río dormido. Pero fluye irresistiblemente. La vida fluye silenciosa e irresistiblemente hacia una paz viviente, tanto más profunda, tanto más rica y fuerte cuanto que conoce sus dolores y desdichas, los conoce y los acoge y los convierte en una sola sustancia. Y hacia esa paz estás flotando ahora». Así sea.
EL GRAN ARCHIVO DE LOS ESPÍAS MEXICANOS
El Archivo General de la Nación (AGN) trabaja en la descripción y digitalización de hasta cuatro millones de documentos elaborados a lo largo de varias décadas por los informantes, soplones, funcionarios y espías que, bajo el rubro de «servicios de inteligencia», tuvieron a su disposición los distintos gobiernos mexicanos para saber, conocer y detectar toda clase de maniobras y personas que pudieran ser una amenaza a sus intereses. Como todo el mundo sabe en México, la Secretaría de Gobernación tenía un ejército de informantes que desde muchos frentes redactaban completos informes de toda clase de acontecimientos y situaciones, incluidas las asambleas estudiantiles, las tertulias de café y los chismorreos en cualquier lugar al que pudieran colarse, ya fuesen cocinas, salones familiares o dormitorios donde la intimidad permitía jugosas revelaciones que bien podrían valer alguna medalla ante sus superiores. Carlos Ruiz Abreu, director del AGN, institución que acaba de celebrar dos siglos de vida, detalló que el Centro Nacional de Inteligencia (Cisen) ya ha entregado toda esa documentación que permitirá conocer, entre muchas otras cosas, cómo se violaron los derechos humanos en México, cuáles eran los intereses de la distintos gobiernos o quiénes fueron foco de atención del espionaje mexicano. La tarea ahora pasa por digitalizar esas cuatro millones de fichas para subirlas a internet para que estén a disposición de cualquier persona que desee documentar su optimismo. Cabe recordar que este proyecto tuvo la venia presidencial en febrero de 2019, pero desde 2021 el AGN ha trabajado de forma coordinada con la comisión de la Verdad y Justicia, el mecanismo para la verdad y el esclarecimiento histórico, la Secretaría de Marina y la Defensa Nacional. Tras la primera horneada de documentos, el AGN aún tiene pendiente la digitalización del contenido de 306.209 cajas con documentos, uno de los mayores retos que haya enfrentado archivo alguno en todo el mundo. Por el momento, Ruiz Abreu explicó que se ha logrado la limpieza y desinfección de 2 millones 729 mil fojas, y se prevé aún que haya cerca de 12 millones de documentos que deben ser clasificados y digitalizados. Un hecho digno de encomio que solo despierta una duda: ¿se agregarán los informes de la actual administración que está a un año de concluir sus funciones? ¿O pretenden decir que hoy ya no hay espías en México?
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