Hay quien se para ante los escaparates de las pastelerías y no puede evitar la tentación de cruzar la puerta y comprarse algo. Otros sienten atracción fatal por las tiendas de ropa o accesorios. Y otros no pueden resistir la tentación cuando ven una librería cerca. Yo soy de estas. Me gusta recorrer las mesas de novedades, me alegra cuando veo el libro de un amigo bien colocado ―muchas veces hago foto y se la mando― y casi siempre pico, aunque me freno para evitar que la pila de pendientes me sepulte. Si voy con idea de comprar, lo hago siempre en las librerías de amigos. Ahora, en la pandemia, con más razón. Me gusta que me cuenten cómo les va, saber si recomiendan algún libro en particular, anécdotas. También saben que pueden contar conmigo para lo que necesiten, creo que nunca he dicho que no a un librero cuando me ha propuesto colaborar en algo. No solo eso, además lo agradezco.
Cuento todo esto porque amo a las librerías, tengo claro que hay que apoyarlas, pero siempre hay un pero. Cuando la alcaldesa de París aconsejó hace unas semanas no comprar libros en Amazon para salvarlas y se generó un tsunami de apoyo a esta iniciativa, que coincidió en el tiempo con la difusión de la plataforma Todostuslibros.com, dependiente de CEGAL, la primera reacción fue adherirme a la marea. Era el complemento perfecto, porque daba la opción de seguir comprando en las librerías, pero desde casa; una ayuda para pasar este bache, casi precipicio, que están viviendo los libreros. La panacea: no compres en Amazon, compra en Todostuslibros.com.
Como suele pasar con estas cosas, se produjo una reacción en cadena de mensajes de apoyo a la que yo misma contribuí. Pero un nanosegundo después de darle al like y al RT y a todas esas cosas que hacemos de forma casi inconsciente en las redes sociales para mostrar nuestro beneplácito, me dio un pequeño bajón, una sensación de tristeza. La iniciativa es de esas que, a priori, todos vemos bien y además es políticamente correcta, porque Amazon es malo, caca, el ogro abusón, el matón del patio. Se está comiendo a mucho comercio pequeño incapaz de competir con los medios y los precios de este gigante a quien el Coronavirus no solo no ha frenado, sino que le ha dado gasolina. Incluso aquellos que eran reacios a la compra online, durante el confinamiento se han aficionado.
En general, el grande siempre está mal visto en cualquier ámbito; en el económico, se come a muchos pequeños y deja un desierto plagado de cadáveres, salvo que le echen mucha imaginación y esfuerzo. Pero, como digo, después de aplaudir estas palabras y de recibir por wasap una avalancha de correos para comprar en Todostuslibros.com y yo compartirlos a mi vez, mi corazoncito de escritora kamikaze se removió. En mi situación actual, sin respaldo editorial, esta afirmación implica casi pedir a los lectores que no me lean. Ni a mí ni a otros muchos. Cada David tiene su Goliat y hay muchos factores que la afirmación bienintencionada de la alcaldesa de París y muchos de los que la han aplaudido ignoran. Los best sellers, las últimas novedades editoriales, los autores premiados respaldados por campañas de publicidad inagotables, los vas a encontrar en todas las librerías. Aún no has terminado de teclear el título de la última novedad en Todostuslibros y ya tienes varias opciones de formatos para elegir y cientos de librerías donde encontrar justo ese libro que buscas y no otro. Un par de clics y para casa.
Pero para muchos otros libros se necesitan altas dosis de paciencia y muchas ganas de comprarlo para encontrarlo, si es que se consigue. Se puede hacer la prueba: si se teclea Yo, que tanto te quiero ―la última novela de mi saga familiar― salen más de 2000 títulos. No me he molestado en ver en qué página aparece el mío, pero sé que solo está en tres librerías. Si me voy al más reciente, El infiltrado, solo aparece en una y, si al poner el título no añades mi nombre, ni aparece. Pongo el ejemplo de libros míos porque sé en qué situación están y puedo servir de referencia: ni soy una completa desconocida que acaba de publicar ni una autora consagrada. Estoy ahí, en tierra de nadie.
El gigante de la distribución tiene muchas cosas malas, pero yo no estaría aquí hoy, escribiendo, de no ser por él. Más de un premio Planeta, aunque no lo reconozca, tal vez no habría llegado a serlo de no haberse abierto camino a través de la abarrotada selva de Amazon cuando lanzó su plataforma de autopublicación, KDP. Mi periplo por las editoriales «convencionales» lo he contado en Zenda y quien lo ha leído me ha preguntado si eso es posible: hasta la última coma. Los orígenes se olvidan pronto, pero yo los tengo muy presentes, tal vez porque cada día hay algo que me los recuerda. Fueron duros, y Amazon está en ellos, para bien y para mal.
A muchos autores les encantaría ser aceptados por una editorial, ver su libro publicado en papel y encontrarlo, al menos, en las librerías de su barrio. Esto cada día es más inalcanzable y deja las posibilidades muy mermadas para los noveles o para los autores que todavía no son muy conocidos. Sobre la autopublicación también he escrito bastante y si estáis interesados podéis leerlo aquí. Hasta que se creó KDP, la única posibilidad era buscar una imprenta, llevar los libros bajo el brazo y convencer al librero de que lo diera de alta y le hiciera un hueco entre todos esos títulos conocidos y demandados que le dan de comer. Cuando Amazon creó su plataforma de publicación, esto cambió. Los autores con las puertas editoriales cerradas vieron el cielo abierto ―aunque cada uno de ellos fuera una gota de agua en la corriente― y, desde entonces, son miles los que suben sus obras al único lugar donde pueden encontrar lectores aunque sea un milagro hacerse ver. Son los pequeñísimos David frente a los Goliat de las grandes editoriales. Escritores que lo mismo han dado al like de no comprar en Amazon porque, como buenos pequeñines, son empáticos y quieren apoyar a las librerías, aunque eso implique que los lectores no los lean, incluso que no lleguen a saber que existen. Aunque las librerías ni los miren ni se puedan encontrar sus libros en Todostuslibros.com salvo milagro.
Yo misma terminé contrato en 2017 y desde entonces me busco la vida por libre. Hace un año tuve la posibilidad de reeditar la saga de los Lamarc con una editorial de un grupo potente. Me empujó a firmar la ilusión, precisamente, de llegar de nuevo a las librerías con una trilogía a la que tengo mucho cariño y a la que creo que todavía le queda mucha vida a pesar del tiempo que tiene. Un año después, el acuerdo ha quedado en nada. Sonará romántico o poco profesional, pero las obras merecen un respeto, un cariño y los lectores también, y si no lo van a tener es mejor no seguir adelante. Y sin editorial, el único camino viable es Amazon.
No me quejo, me considero una privilegiada. La mayoría de autores independientes no puede aspirar a un anaquel en una librería, ni mucho menos en una gran superficie, y yo he llegado ahí, con mucho esfuerzo y gracias al apoyo de los lectores y la confianza de la distribuidora y algunos libreros. Pero, a pesar de tener ya un camino recorrido y muchos libros vendidos a cuestas, probablemente mi última obra, El infiltrado, no tendrá acceso a distribución y Amazon sea la única opción.
Si no se distribuye, yo solo alcanzo a las cuatro librerías con las que tengo una relación personal y puedo suministrar los libros directamente. Puedo insistir a los lectores para que no compren en Amazon, genial, pero entonces la probabilidad de que compren un libro mío se queda en una mera anécdota.
Me comentaba una amiga escritora ―ella publica y ha publicado en editoriales buenas, vende mucho en Amazon, pero no encontrarás reseñas de su obra en los suplementos culturales, por lo que tampoco es muy conocida, salvo para sus muchos lectores― que hay librerías en las que, año tras año, su libro es de los más vendidos porque suele participar en muchas actividades con ellos ―tiempo que podría dedicar a otras cosas―, pero para sus novelas nunca hay sitio en el escaparate, dedicado en exclusiva a superventas, cuando en realidad son los que menos lo necesitan. Los mismos superventas que ven fatal que Amazon cercene el futuro de las librerías. Y con razón. Una de tantas librerías que considera anatema comprar en Amazon pero que no pondrá un libro en su escaparate que no sea un bombazo.
El literario es un ecosistema complicado, endogámico, dónde es muy difícil entrar y hacerse un hueco. El espacio lo copan los Goliat y pocos se acuerdan de los David. En el mundo del libro hay muchas ligas, y a los jugadores de regional, por muy bien que jueguen, les es difícil sacar cabeza frente a los equipos de primera. Como ocurre con Amazon y las librerías. Y aquí, David no tiene honda con la que arrojar una piedra.
No sé si hay una solución, un equilibrio que dé cabida a todos: plataformas online, librerías, autores consagrados, noveles, autores modestos pero con recorrido, grandes superficies… Tal vez recomendar que se compren los best sellers, la venta fácil, en las librerías de barrio, y que no se deje de cotillear en las listas de Amazon en busca de autores poco conocidos, donde muchos esperan allí la oportunidad que el sector ―desde las editoriales hasta las distribuidoras y libreros― les niega. Tal vez que los libreros apoyen a esos otros autores y les den visibilidad: quién sabe si se convertirán en un éxito y el día de mañana le llenará la librería de nuevos lectores. Tal vez todo tenga una razón de ser y no sea tan simple como esas afirmaciones absolutas que marcan un único camino como el correcto a seguir.
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