Pero por suerte siempre nos quedará esa salida, que no es París. Por suerte siempre nos quedará el plan B, si se nos pone jodido, jodido desesperante, excesivamente idiota el contexto, siempre nos quedará ese balcón desde donde arrojarnos al vacío, o el tren infalible, o la caja de pastillas para dormir, que juntas son el pasaje indoloro hacia el más allá del bien y del mal, y de la ignorancia, y de la mediocridad o, como supo afirmar el protagonista de Americanos lastimados, hacia el más allá del horror multifacético de la humanidad con la que nos toca vivir. Por suerte hasta ahora siempre que llovió paró. Y a dios gracias todavía nos queda, en medio de tanto ruido y perrería, entre tanta guarrada e indelicadeza, algún ejemplar interesante, como el autor de esta novela de cuasi ficción: así define él a este trabajo tremebundo en el cual describe de manera descarnada lo que les tocó vivir a esos americanos lastimados, allá por los años setenta, en medio de una guerra interminable que, según él, no fue fría.
Y debo admitir que me embaucó, además de conmoverme hasta el tuétano, porque yo creí que todo era cierto, el loco, el enfermero español, las compañeras del loco, los diarios, pero resulta que no, nada era real, o al menos no real del todo. El autor lo fue elaborando así para contar las vivencias tortuosas de estas generaciones desangradas, humilladas, deshumanizadas, basándose en relatos de allegados. Elige esta suerte de formato para no caer en una especie de texto panfletario. Y me costó creerle, que no fuera cierto. Cuando me lo dijo tuve que volver a leerla, y quedé pasmada, por lo bien escrita, porque Goldschmidt nació en Argentina pero vive en Europa desde hace cuarenta años. Los modismos, el lenguaje, la sensibilidad a la hora de hacer hablar al muchacho argentino expatriado, al enfermero español, que haciendo una residencia en la clínica psiquiátrica francesa es que se liga los cuadernos, una señora de la limpieza se los da para que localice al dueño, cosa que nunca sucede, y tanto le conmueven que se los termina llevando a un editor para que los publique.
Y ahí está todo. El martirio de un pueblo, de un continente entero. La incoherencia humana. Goldschmidt se mete con lo que no hay que meterse porque es pecado, al menos en Argentina. Meterse con Perón no es joda, o con el Che, o con el santo Sartre. “Pienso en mis viejos, en todos los míos, y me enfurece darme cuenta de que los tomaron por tarados, porque los aumentos de sueldo que les regalaba el gobierno caían justo antes de las elecciones, y en periodo inflacionario se les evaporaba todo. Con la mayoría absoluta y con confianza ciega gobernaron, pero no hubo cloacas, ni agua corriente, ni obra social para todos”. En pocas palabras define al cáncer del populismo. Denuncia la doble cara de los “militantes del bien”, sus compañeros de facultad, esos “representantes estudiantiles, ávidos lectores de textos europeos y chinos que sumados a los exabruptos del médico rosarino fueron defensores incondicionales del partido político que metía presos a los opositores o a los librepensadores en cárceles heladas de Siberia”. “Bastaba leer algunos textos (del Che) para convencerse de que su intolerancia podía superponerse a los peores dogmas fascistas”.
Nos cuenta cómo fue que tuvo que exiliarse a Europa, siendo un muchachito de apenas quince o dieciséis años. Yendo a visitar a su abuelo internado en el hospital del Palomar se arma una reyerta y, al asomarse a la ventana, es fotografiado por todos los medios habidos y por haber. Luego es un vecino “amigo de la fuerza” quien le advierte que al día siguiente tienen orden de ir por él. Toma unos pocos ahorros, no dice nada a nadie y huye en el baúl de un coche hacia el norte, así es que logra finalmente cruzar el charco. O cuando lo detienen en una estación de tren por llevar un libro de psicología. A los monos con navaja en manos de quienes estaban la ley y el orden eso les sonaba subversivo, y casi casi que lo hacen boleta. Lo despojan de todo lo que llevaba encima delante de todo el mundo, la gente pasaba y sólo miraban, como si nada. Y se salva de una manera bien singular, pero así era: salir de casa y volver vivo, una lotería, un azar, casi un milagro, más si tenías gustos esotéricos tales como leer o estudiar. “Con todas mis pertenencias, entre medio de sabuesos nacionales, populares, semianalfabetos y armados, ya había dejado de temblar. Observaba tímidamente esos elementos armados, imaginando que, si un día corríamos peligros reales, serían incapaces de defendernos”.
Lo que sobrevuela la novela es la denuncia a la contradicción, a la limitación de nuestra especie, y una pregunta crucial: ¿por qué nacen humanos guiados por el mal? ¿Ignorancia? ¿Falta de lucidez para defenderse de los malos? ¿Hay que denunciarlos, eliminarlos, combatirlos o ponerles la otra mejilla? “No puedo olvidar que aunque haya sido adoptado por millones de compatriotas… ese militar argentino se codeó con los asesinos extremistas de los Einsatzsgruppen nazis, los peores criminales que produjo la especie humana. Sin embargo, en la cocina de casa estaban colgadas fotos del teniente general y de su esposa fallecida”. “Ya en 1973 había reportados cerca de mil paraderos desconocidos, en documentos difundidos por la desaparición de personas”. “Nueve meses después de asumir, el teniente general comunicó que había ordenado reventar veinticinco unidades básicas en las que militaban sus propios hijos políticos, y agregó que había hecho eliminar a doce militantes que adherían a la tendencia Perónmarxista”. “Ni en la antigua Grecia circularon mitos con un padre que, elegido para conducir, ordenó asesinar a su prole si le parecía que no eran de su agrado”. “Yo soy el internado, y recordando a esos compañeros me pregunto adónde está la locura o qué es volverse loco”. Se refiere a quienes arengados por Perón salían a poner bombas en cualquier lado, incluso en trenes en los que viajaban obreros.
Y al final el enfermero gallego se llega hasta a Buenos Aires, necesitado de conocer esa tierra maltratada, a esos americanos maltratados. Allí se hace amigo de una mujer, en un bar en el que desayuna todas las mañanas, siguiendo la costumbre local, mirando el noticiero, leyendo el diario. Y esta mujer es la que lo llevará a la fiesta de “compañeros” en la que se va a dar de jeta con una de las peores revelaciones de su vida; lo más temible se le apersona delante, las cicatrices de Caín, que me dejaron con la amargura atragantada. Sin habla. Por un rato largo. Y con más preguntas que respuestas.
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Autor: Pablo Goldschmidt. Título: Americanos lastimados (Cuadernos abandonados). Editorial: SB. Venta: Todos tus libros y Amazon.
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