Se acerca el verano y las aulas un año más van perdiendo el olor a goma de borrar, papel acumulado, libros manoseados y humedad de lluvia tras los cristales para volverse lugares en penumbra con un prometedor aire festivo. Los últimos exámenes se escriben ya en marga corta y los proyectos de los padres por cambiar el marco cotidiano del invierno urbano salpican las conversaciones de los chicos en el patio del recreo, que estos meses de verano renunciarán a la compañía de aquellos amigos que fueron durante tantos días casi más que familia, pues fueron casi todo: incipientes amores, camaradas de juegos, compañeros de grupos de trabajo, enemigos de corrillo de patio, confidentes, traidores eventuales o leales amigos de ese mundo cerrado ajeno a los padres, que es la escuela. Esa escuela que, no podemos olvidar, es en Occidente y casi desde época romana el lugar de formación física e intelectual del hombre; un espacio definitivo de aprendizaje de vida, pues es en esta maqueta a escala del mundo donde el ser humano se enfrenta por primera vez y cara a cara con su propia complejidad: autoridad, ternura, traición, lealtad, sexo, valentía, llanto, cobardía, felicidad, responsabilidad, amistad, crueldad, poder, injusticia, fracaso, éxito, esfuerzo, desprecio, amor.
Y en este micromundo escolar desempeñan el más importante de los papeles los amigos, cuyos nombres jamás se olvidan porque a fuerza de escucharlos diariamente en el monótono listado inaugural de cada clase van anclándose en la memoria con la misma fuerza de una nana. Ningún niño puede saberlo, claro, pero con los años, la memoria de esos nombres y apellidos de los compañeros de colegio repetidos en riguroso y sonoro orden alfabético se convertirá en la canción de infancia más dulce que seamos capaces de evocar en la edad adulta.
Los meses estivales lucen llenos de oportunidades nuevas pero traen consigo también el vacío de esos nombres cotidianos, y es precisamente en este interminable tiempo de ocio donde los libros, más que nunca, juegan un papel fundamental. Acercar esos otros nombres hechos de imaginación, papel y vida de manera natural a los jóvenes lectores es la tarea más apasionante y compleja que todo adulto con biblioteca y jovencitos correteando por ella ha de afrontar.
Nuestros chicos deben saber que decenas de miles de nombres nuevos les esperan entre los estantes; que cada libro esconde la promesa de un nuevo amigo en el que reconocerse, de una belleza por la que morir o matar, o de un malvado con el que medirse e incluso llegar a respetar. Habrá también, como en la escuela y como en la vida, amistades truncadas, amores pasajeros, malvados que no den la talla o libros inacabados que ya no contengan la fuerza descodificadora como para soportar una lectura actual, pero no importa. También forma parte del aprendizaje de vida la elección entre marchar o morir dejando amores y amigos al borde del camino.
Lo vital es que se acerquen; que abran los libros, que poco a poco vayan formando su propio listado de nombres, porque afortunadamente estos camaradas viven esperando a que un chico les convoque de nuevo, por primera vez, a la aventura:
Ulises, Tintín y el Capitán Haddock, Hernández y Fernández, Alatriste, Alicia y el Gato de Cheshire; Ana Karenina; Mortadelo y Filemón, Aragorn; Athos, D’Artagnan, Porthos, y Aramis, Milady y Richelieu, Auguste Dupin, Bagheera, Kaa y Baloo, Calibán, Calisto y Melibea, el Capitán Ahab, Ishmael y Queequeg, Lucas Corso; el Capitán Garfio, Peter Pan, Wendy y los Niños Descarriados, el Capitán Nemo, La Cenicienta, Charlie Brown; David Copperfield, Desdémona, Sherlock Holmes, Moriarty y el Doctor Watson, Doña Inés y Don Juan; Sancho Panza y Don Quijote; Dorian Gray, el Fantasma de Canterville; el Principe Valiente, el Dr. Moreau, Frankenstein y Drácula, Dulcinea del Toboso ,Ebenezer Scrooge, Edmundo Dantés, el Hombre Invisible; el Principito; Escarlata O’Hara, Esmeralda y Quasimodo, Falstaff; Mister Darcy; los Cinco, Frodo Bolsón y Gandalf, Fu Manchú; Gregorio Samsa; Guillermo de Baskerville; Hamlet; Harry Potter; Miss Marple; Hércules Poirot; Huckleberry Finn; James Bond; Jane Eyre; Grenouille; Phileas Fogg y Passepartout; Jim Hawkins; Long John Silver; Julieta y su Romeo; Lady Macbeth; el Lazarillo de Tormes; Gulliver; Lolita; Macbeth; Madame Bovary; Max Estrella; Miguel Strogoff; Mr. Hyde; Otelo; Percy Jackson; Philip Marlowe; Puck el de la colina Pook; Harúm y el mar de las historias; Momo; Robinson Crusoe; Sandokán; Greg, Mowgli y Shere Khan; Irene Adler; Sherezade; Tarzán; Tom Sawyer; Vito Corleone, Willy Wonka; y tantos y tantos otros…
Todos esos camaradas literarios, con suerte, entrarán a formar parte de la vida del lector y ya nunca más quedarán separados del resto de los nombres. Serán incorporados a la lista cantarina del recuerdo y muchos de ellos sobrevivirán en la memoria con más fuerza y presencia que aquellos otros amigos de carne, hueso y colegio. Y a lo mejor algunos de aquellos chicos que correteaban por la biblioteca manoseando los libros, transcurridos los años y ya ancianos, cerrando los ojos un momento sean capaces de entonar sin apenas dificultad aquella vieja, querida, presente canción de la felicidad plagada de nombres donde la literatura y los amigos se mezclan ya sin solución de continuidad.
Uno intuye que si esto ocurre, el mundo conseguirá mantenerse a salvo.
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