Hace más de una década, Amor Towles nos trasladó al electrizante Nueva York de los 30, en Normas de cortesía vivimos las experiencias de dos jóvenes a la búsqueda del éxito: Katey Content y Eve Ross coincidieron una noche de fin de año con Tinker Gray, un joven de clase alta que descubrirá para ellas una sociedad que desconocen y bajo cuyas reglas de cortesía y educación vive el joven Gray cada uno de sus pasos. Fue un inmediato bestseller.
Tras este éxito, que colocó a Towles en el punto de mira de la literatura internacional, el escritor se aventuró con Un caballero en Moscú, una novela de lo más teatral —todo acontecía en un único escenario— en la que descubríamos la vida del conde Rostov, condenado por los bolcheviques a no abandonar el hotel Metropol de Moscú, donde vive bajo arresto domiciliario. Esta condena se convertirá, bajo la batuta de Towles, en un crisol de caracteres estrafalarios, antagónicos e inolvidables. Una novela que, publicada cinco años después de la primera, hacía alarde nuevamente del sofisticado ingenio que imprime Towles en todos sus diálogos.
Lo último de Amor Towles tiene el aroma de Huckleberry Finn. La autopista Lincoln (Salamandra, 2022) acaba de llegar a nuestras librerías, publicada por la editorial Salamandra. En esta aventura de cuatro jóvenes persiguiendo sus sueños a lo largo de Estados Unidos por la autopista Lincoln, los acompañaremos en su descubrimiento de la mentira, la traición, el racismo y viviremos, en primera persona, cómo la palabra amistad se van llenando de significado. La autopista Lincoln nos emplaza a unos áridos años 50 en los que dos hermanos huérfanos emprenderán un viaje de supervivencia y descubrimiento.
Nos reunimos con Towles durante su visita a Madrid, hablamos con él del éxito y de la polifonía de su nueva obra, descubrimos junto al escritor del momento cómo eran los niños que se adentraron, casi a ciegas, en esta autopista. Comenzamos.
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—Cuatro jóvenes recorren Estados Unidos en los 50. ¿Cómo son los protagonistas de La autopista Lincoln?
—Esta historia se centra en tres personajes, tres chicos de 18 años que proceden de diferentes ambientes —representan tres tipos diferentes de estadounidenses— y que coinciden en un reformatorio. El primero, Emmet Watson, se crio en una granja en el Medio Oeste, algo que le influye en el tipo de chico que es: es práctico, honesto, directo, no muy carismático; por otra parte, Dutchess y Woolly se han criado en diferentes zonas de Nueva York, Dutchess es de un barrio muy duro, complicado, una zona difícil, su padre fue un actor fracasado, además de un bebedor y estafador, un hombre de la farándula que se ha pasado la vida tratando de sobrevivir, buscándose la vida para conseguir dinero, eso es lo que lo define; en cambio Woolly procede de un Nueva York pudiente, de una zona privilegiada, opulenta, se crio en una familia con éxito y dinero. Eso en el fondo también representa una carga para él como persona. Son tres personajes distintos, con personalidades muy diferentes que reflejan distintas visiones del mundo y distintas éticas, que, en el fondo, son tres representaciones diferentes de lo que puede ser Estados Unidos.
—Esta es su novela más poliédrica, ¿por qué eligió narrarla con tantas voces?
—Cuando empecé a escribir la novela la diseñé, pasé años planificando cómo sería el libro, qué pasaría… cuando empecé a escribirlo iba a narrarlo desde dos perspectivas, desde la de Emmett y la de Dutchess, cada día, e iba a ir hacia adelante y hacia detrás. Justo como es el primer capítulo y el inicio del segundo. Cuando llevaba un tercio del libro escrito me di cuenta de que necesitaba añadir nuevas voces porque yo sabía la vida interior de Woolly, sabía la vida interior de Sally, de Billy… y pensé que el lector necesitaba escuchar esas voces para que la historia pudiera estar completa. Si solo escuchaba a Dutchess y a Emmett tendría una idea muy ligera acerca de Woolly o de Billy. Solo cuando se introduce en sus cabezas, conoce lo que piensan, lo que sienten, cómo ven el mundo. Así que una vez que me di cuenta de que tenía que darle más perspectivas a la historia, tuve que repensar todo el libro. Me ayudó mucho decidir quién era el mejor personaje para contar cada escena individual. Al final de la historia, en la escena de los trenes, están en el skyline de Manhattan en Nueva York. Woolly es quien cuenta lo que pasó allí aquella noche. Él es la persona idónea para contárnoslo. Es más complejo para mí crear ocho voces, pero pienso que esta visión coral es una experiencia lectora más gratificante para los lectores. Permite tanto al lector como a mí tener una idea más global y compleja de la historia, del mundo, de la época… porque cada uno de los personajes observa el mundo desde una perspectiva diferente. Todas esas perspectivas unidas nos dan una idea de la época, es más enriquecedor que si sólo tuviéramos dos perspectivas. Otro ejemplo es Sally, una chica joven que es vecina de Emmett. Tiene una personalidad muy fuerte, potente, divertida. Ella nunca habría aceptado que ningún otro personaje contase su historia. Tiene un carácter muy fuerte, un deseo de decir lo que ella quiere en la vida.
—¿Cómo llegó esta historia a usted?
—Llevo escribiendo desde que era niño. A lo largo de mi vida he tenido muchas ideas para escribir novelas. Algunas de esas ideas logré escribirlas. Otras veces lo que tengo son frases, otras una idea me atrapa y no puedo dejar de pensar en ella hasta el punto de llenar cuadernos sobre ella. La idea de La autopista Lincoln la tuve hace unos quince o veinte años. La historia de un chico regresando a casa desde prisión, pensando en un nuevo comienzo mientras se da cuenta de que hay dos presos, que se han escapado, escondidos en el maletero de la camioneta. Así empezó y no tengo idea de dónde vino la idea o por qué llegó a mí. Pero por alguna razón esta idea se aferró a mí y, durante años, he pensado mucho en aquellos tres chicos y qué habría pasado con ellos.
—Este libro ha sido considerado el mejor libro del año por Amazon, ha sido recomendado por Obama… sus anteriores novelas también han tenido un éxito considerable. ¿Siente presión al encarar un nuevo proyecto?
—(Risas) No siento presión. Me siento muy afortunado por hacer lo que hago y porque mis libros gocen de esta buena recepción por parte de los lectores. Cada uno de mis libros es muy diferente. Trato de escribir historias siempre diferentes. Un caballero en Moscú es muy distinta de La autopista Lincoln respecto a la trama, la manera en que está narrada, cómo está artísticamente construida… Esto lo hace muy excitante para mí y espero que también para el lector. Que personas como Obama o Bill Gates eligiesen La autopista Lincoln y Un caballero en Moscú como los libros del año fue muy satisfactorio para mí. Me dio la confianza de que mi narrativa podía llegar a personas muy diversas. Como escritor estoy interesado en crear universos que lleguen a muchos lectores. No me interesa escribir libros con un mensaje determinado para gente muy concreta. Por el contrario, deseo escribir historias lo suficientemente abiertas, amplias, universales… para que gente de distintas procedencias, géneros o clases sociales se sientan interpeladas, las encuentren entretenidas y extraigan de ellas diferentes ideas y emociones. Esto es lo que ha convertido en memorables los libros que admiramos. Fíjate en Shakespeare. Seguimos leyéndolo porque sus historias son tan ricas y universales que gente de cualquier procedencia sigue leyendo y extrae, de esas lecturas, conclusiones o ideas muy diversas. Por eso no hemos dejado de revisitar Hamlet. No es que me esté comparando con Shakespeare, pero creo que nuestro deber como escritores es crear ese tipo de libro, una obra que tenga esa cualidad. El saber que tengo dos lectores tan diferentes (aunque no sean personas conocidas) es muy satisfactorio porque es mi meta artística. Ayer estuve en la Fundación Telefónica. En la cola de firmas lo más gratificante fue encontrar a un matrimonio que habían leído juntos Un caballero en Moscú. Otra mujer había recibido, como regalo de su suegra, La autopista Lincoln. Otra mujer me pidió que se lo firmase a su hijo porque pensó que le gustaría. Eso es lo satisfactorio: llegar al lector y que el lector sienta que la novela podría ser disfrutada por un familiar, o un amigo, de otra generación o procedencia. De algún modo, esto es mucho más satisfactorio que el hecho de que Obama recomiende mis libros. (Risas).
—Ha comentado que ha tardado más de cuatro años en escribir este libro. Cuéntenos cómo ha sido el proceso de escritura y si es cierto que escribe sus libros a mano.
—Empiezo con una idea y, como he dicho antes, si la idea me fascina comienzo a pensar sobre ella, me comprometo con esa idea y realizo una planificación. Esta parte me lleva 4 o 5 años: escribo en cuadernos, a mano, todo lo que imagino sobre esa historia: los personajes, sus circunstancias, la trama, el punto de vista, los escenarios, la época… reflexionando sobre todo ello a lo largo de tanto tiempo y anotándolo todo a mano: muchas notas que luego utilizaré, párrafos, sensaciones… lleno 3, 4, 5 cuadernos. En un determinado momento me digo: ya tengo la historia, la conozco, estoy preparado. En ese punto es cuando comienzo a escribir la historia en detalle. Una vez que he comenzado a escribir me lleva unos tres años hasta la finalización de la novela. Así que en realidad puedo estar conviviendo con una novela unos diez años. Pero no de manera exclusiva, pues mientras estoy con la planificación de una novela puedo estar escribiendo otra. De hecho, estaba escribiendo Un caballero en Moscú mientras planificaba La autopista Lincoln. Una vez que he escrito el primer borrador suelo volver al inicio y reviso el texto completo dos o tres veces. Una cosa muy interesante de este proceso es que tengo un esquema muy detallado, me gusta tenerlo porque me dice todo y esto realmente me libera a la hora de escribir, la parte artística y creativa se pone en funcionamiento. Si no tuviera ese esquema de la novela, mientras estuviese escribiendo un capítulo estaría pensando todo el rato en qué va a pasar, cómo es la habitación en la que están los personajes… estaría todo el tiempo centrado en resolver todos los problemas que se me fueran presentando; pero si tengo todo esto controlado puedo liberar mi mente, mi imaginación es la que toma el control de la situación.
—En sus anteriores novelas muchas veces los personajes encontraban respuestas a los enigmas de la vida abriendo libros al azar y leyendo lo que encontraban allí. ¿Qué va a encontrar el lector si abre La autopista Lincoln al azar?
—(Risas). Ha sido una pregunta interesante. Veamos. Trato de escribir de tal modo que los lectores no se sientan decepcionados al abrir el libro al azar. Espero que si alguien lee cualquier capítulo al azar encuentre la poesía, la riqueza de detalles, pueda leerlo como si fuera una pequeña historia, un cuento corto digamos, y encuentre información y detalles sobre la condición humana que le hagan sentir que ha valido la pena ese fragmento. Que no sienta que son sólo unas páginas más que hay que escribir como de relleno. Intento que La autopista Lincoln sea, en cada página, una experiencia, una pequeña joyita muy bien tallada y que todo el mundo pueda disfrutarla. Eso es lo que espero.
—Su caso es un poco peculiar. Si bien muchas personas están deseando convertirse en escritores en su caso fue al revés, fue la literatura la que le persiguió durante años hasta que usted se dejó atrapar. Cuéntenos: ¿Cuándo se dio cuenta de que tenía que dejarse atrapar?
—Empecé a escribir de chico. He escrito ficción la mayor parte de mi vida. Pero tienes razón, era mi sueño desde niño. Escribir novelas era mi sueño. Cuando tenía veinte años necesitaba un trabajo y entré en el mundo de la banca de inversiones y me quedé allí durante más de dos décadas. Durante diez años prácticamente no escribí: desde los 25 a los 35 años. Cuando estaba en la universidad, en Yale, Peter Matthiesen, un escritor al que respeto, vino a impartir un seminario al que me apunté. Tenías que escribir para que te dieran plaza en él. Tenía entonces 23 años, quería escribir toda mi vida y pensaba que podría hacerlo. Con esa edad piensas que es posible, que lo puedes lograr, pero también piensas que puedes fracasar. Peter un día me sacó de clase y me dijo: “He leído lo que has escrito. No tengo idea de quién eres ni qué quieres hacer con tu vida, pero pienso que tienes un don para escribir. Espero que te tomes este tiempo conmigo muy en serio, porque yo voy a invertir en ti y a tomar mi tiempo contigo muy seriamente”. Así empezó una relación que ha durado muchos años, que ha sido muy significativa en mi vida. Se convirtió en mi mentor, y además fue muy importante porque fue la primera vez en que un escritor talentoso al que yo respetaba me decía que podía conseguirlo. Justo lo contrario que mi madre. Cuando una madre dice que eres bueno en algo no significa que lo seas. Cuando entré a trabajar en la banca de inversiones, Peter se puso furioso. Se sentía muy decepcionado. Entonces me dijo: “Amor, a lo largo de mi vida he visto muchos artistas —escritores, pintores, artistas de todo tipo— que se han ido a Wall Street, porque es un sitio interesante, atractivo, pagan bien. Ninguno de ellos volvió jamás. Doy por hecho que tu vida como escritor se ha terminado”. Me preocupó muchísimo que la persona que me estaba haciendo de mentor me dijera una cosa así. Empecé a pensar que sí, que quizá podía ser escritor, pero por un lado me daba mucho miedo intentarlo, tenía miedo de que si fracasaba en ello me convertiría en un miserable y se me aparecería el fantasma de diciendo: “¡Te lo dije!”. Así que cuando llegué a los 30, a la vez que estaba trabajando, decidí volver a escribir. Estuve siete años escribiendo un libro que no me gustó y lo aparqué. Después escribí Normas de cortesía, conseguí un contrato y, cuando se convirtió en un bestseller, dejé mi trabajo y decidí dedicarme por completo a la escritura. Ha sido un viaje muy largo.
—Por lo visto tiene un club de lectura con el que lleva unos veinte años. ¿Qué influencia tiene este club de lectura en su escritura, en sus novelas?
—Somos cuatro que hemos estado leyendo durante 18 años. Nos reunimos para cenar una vez al mes y discutimos una novela. Tenemos proyectos, así que leemos un autor durante varios meses: analizamos seis libros de manera cronológica. Por ejemplo, un año comenzamos leyendo Don Quijote de Cervantes, después leímos la obra de Borges, tras ella vinieron seis libros de Gabriel García Márquez y concluimos esa temporada con cuatro o cinco libros de Bolaño. A estas alturas hemos ya emprendido unos quince proyectos de lectura de esa envergadura: hemos leído juntos a más de 30 escritores. Por supuesto que me ha influido a la hora de escribir. Durante año y medio leímos quince novelas y antologías de relatos de escritores rusos que habían sido traducidos por el mismo traductor. Ha tenido una gran influencia en Un caballero en Moscú. Es la experiencia intelectual más gratificante que he tenido nunca y la recomiendo encarecidamente: un pequeño club de lectura. Cuando el grupo es pequeño, cuando son sólo 4 personas, no es posible esconderse, ¡tienes que leer el libro!
—¿Qué próxima obra tiene entre manos?
—Mi próxima novela arranca en El Cairo tras la Segunda Guerra Mundial y termina en Nueva York en 1999. Y eso es todo lo que puedo contar.
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Autor: Amor Towles. Título: La autopista Lincoln. Editorial: Salamandra. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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