Un viento fuerte, un torbellino que todo lo trastoca, lo descoloca y posa de nuevo en su lugar, pero ya transformado en algo diferente, en algo mejor. Este es el gran don de Ana la de Tejas Verdes, un personaje que desde su aparición en escena llama la atención por su extraña forma de actuar: “Estaba allí sentada… y, ya que sentarse y esperar era lo único que podía hacer, se había puesto a hacerlo con todos sus sentidos. ¿Cómo se sienta uno poniendo todos sus sentidos en ello?».
Dice el ilustrador, Antonio Lorente, autor del maravilloso trabajo gráfico de esta nueva versión que ha publicado Edelvives, que en su primera lectura Ana le maravilló (en su proceso de creación, el ilustrador hace tres lecturas diferentes de la obra). Su energía, su personalidad, su inteligencia… Y le pareció hermosa la gran historia de amor tejida con sutileza que, en su opinión, encierra el libro.
Lucy Maud Montgomery, autora del texto, escribió muchas historias de amor en una sola: amor paterno-filial, amor entre amigas, amor por la naturaleza, amor propio… Este último es una lección que la joven Ana reconoce al final del libro, cuando ha asumido que ya no sufre tanto por el color de su pelo o sus pecas, uno de los aspectos en los que Ana cambiará gracias a la evolución personal que se desarrolla a lo largo de la historia.
Cuenta Lorente una bonita historia relacionada con el colorido pelo de la protagonista. Al autor le gusta revestir de autenticidad a sus personajes, y por eso busca entre sus allegados el rostro que les dé vida —es el caso, por ejemplo, de su anterior libro, en el que se inspiró en sus sobrinos para crear la imagen de Peter Pan y Wendy—. Sin embargo, encontrar una niña de unos once años con el pelo rojo fuego no es tarea fácil. Relata que un día, asomado a la ventana de su casa, vio a su Ana que paseaba por la calle con su madre. Cuando salió en su búsqueda, ya no la encontró. Pero esa anécdota le sirvió de inspiración para, a base de recuerdos e imaginación, representar en su cabeza a la Ana que quería dibujar y convertirla así en la dulce pero alocada niña de rojos cabellos que encontramos entre las páginas de este libro.
Afirma el ilustrador que el personaje de Marilla es, probablemente, el que más le ha cautivado. Este personaje supuso un reto y una dificultad para él, debido a la evolución física y emocional que sufre el personaje. Montgomery presenta, al principio, a Marilla como una mujer dura y fría, aunque con un fondo bueno. A lo largo de la historia, esta mujer —posiblemente ya en la cincuentena— va recuperando la humanidad que durante años se había ido apagando en lo profundo de su corazón. La magia de Ana, su alocada cabeza, su desbordante imaginación, la torpeza cómica de sus actos, pero también su generosidad y sincero corazón, van cavando hondo en Marilla hasta confesarle a la joven su profundo amor “como si fueras sangre de mi sangre, y has sido mi alegría y consuelo desde que llegaste a Tejas Verdes”. Nada ni nadie hubiera sido capaz de obrar tal milagro en esta mujer cuyos sentimientos parecían estar abocados a una muerte en vida.
El artista almeriense, sin embargo, ha sabido superar las dificultades que este personaje presentaba y, al igual que en el texto de la autora, sus ilustraciones permiten atisbar los cambios en su rictus. También esos cambios físicos son notorios en el resto de los personajes y, de nuevo, Lorente logra representarlos en sus ilustraciones con verosimilitud a pesar de que, como dice, era la primera vez que afrontaba la caracterización de unos personajes que sufrían cambios físicos por el trascurso de los años.
No hay duda de que Antonio Lorente se encuentra a gusto con las figuras. Basta con ver el detalle que alcanzan los danzarines cabellos que pinta, los expresivos ojos, las perfiladas bocas capaces tanto de mostrar la mayor de las felicidades como de representar la más profunda de las tristezas. La belleza de los rostros que pinta este artista es tan conmovedora que el lector se quedará hipnotizado, esperando algún pequeño gesto o mueca que corroboren sus sospechas: están vivos. En la página 79, por ejemplo, cualquiera podría esperar que las lágrimas derramadas por Ana terminen por caer y mojen el papel arrastrando la tinta a su paso, emborronando así la página. Tal es el grado de realismo alcanzado por este artista.
La obra de Lucy Maud es vitalista, apasionada, atractiva, ecologista incluso, porque pone en valor todo ese paisaje que rodea la vida de la pequeña Ana: los árboles, riachuelos, plantas, flores, animales… Toda esta naturaleza surge como un nuevo personaje al que Lorente ha querido dar también el protagonismo que merece. El viento, de hecho, —en palabras del autor— es un hilo conductor que transita todo el libro, comenzando desde las guardas iniciales, donde sopla con fuerza arrastrando hojas y removiéndolo todo hasta mostrarse apacible en las guardas finales. Un poco como Ana, esa niña inquieta, inteligente, llena de energía que todo lo remueve y descoloca, ese remolino interior de Ana trasladado al viento y que, como Ana, también sufre una evolución, llegando al final de la historia en un estado más tranquilo, maduro y pausado. Esa analogía entre Ana y el viento ha sido otro de los grandes retos a los que el autor se ha enfrentado a la hora de ilustrar esta historia, pero ha sabido representarla con mucho acierto.
En este libro, las ilustraciones guardan muchos detalles en los que fijarse y con los que Lorente ha querido subrayar aspectos del texto que a él le parecían interesantes. Por ejemplo, los pajarillos rojos revoloteando alrededor de las llaves que Marilla sujeta en la mano (ilustración de la página 35) representan a una Ana deseosa de ser acogida en el hogar de los hermanos Cuthbert. Por el contrario, Marilla muestra aún su reticencia a “dar las llaves” de su casa a esa joven desconocida, aferrándolas en su mano con determinación. Incluso en su mirada de soslayo, Marilla muestra su recelo, mientras que su hermano Matthew, de frente al espectador, con una mirada limpia y franca, expresa ya desde ese momento su deseo de que Ana entre a formar parte de esta peculiar familia.
Pajarillos, vegetación, viento… Todo alrededor de los personajes cobra protagonismo en esta obra en la que el autor de las ilustraciones ha querido dar identidad propia a la omnipresente naturaleza también a través de las escenas en exteriores y de las pequeñas ilustraciones que decoran el comienzo de cada capítulo.
Ana la de Tejas Verdes es una lectura embriagadora, llena de vida. Es un libro que retiene al lector pegado a sus páginas con el deseo de descubrir qué nuevo y sorprendente suceso ocurrirá en la vida de esta pequeña huérfana que poco a poco se gana el corazón de sus “padres adoptivos”. La luminosidad de las ilustraciones de Antonio Lorente, sus recursos gráficos, los detalles que salpican las páginas a lo largo de toda la obra, su empeño en conceptualizar ideas… aportan un valor extra de gran calidad al texto de Montgomery.
Es un trabajo en el que el ilustrador almeriense confiesa haber salido de su zona de confort para romper con su línea de trabajo habitual y ofrecer cosas diferentes a los lectores. Un reto que, afirma con convencimiento, seguirá imponiéndose en su próximo trabajo para escapar de la monotonía y en el que de nuevo pondrá tanto amor y pasión —no concibe trabajar de otra manera— como ha puesto en esta Ana la de Tejas Verdes. Y bien que se nota.
A todo lo dicho se suma el mimo y cuidado que la editorial ha puesto en esta bella edición, como siempre acostumbra. La ocasión lo merece, ya que no cabe duda de que será un libro que los lectores abrirán repetidamente.
Y recuerden, si ven pajarillos rojos revoloteando a su alrededor, será una señal clara de que Ana la de Tejas Verdes les estará implorando, con sus grandes ojos grises —o verdes—, que le abran la puerta de sus casas. Para abrir la puerta de sus corazones, Ana ya tiene la llave maestra.
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Autores: Lucy Maud Montgomery y Antonio Lorente. Título: Ana la de Tejas Verdes. Editorial: Edelvives. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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