Ana Velasco Molpeceres (Valladolid, 1991) es profesora de periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y experta en historia de la moda. Sobre este tema ha escrito varios libros. El último de ellos, publicado por la editorial Catarata, se titula La moda en el franquismo: Tul ilusión y arriba España.
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—Este es el cuarto libro que escribes sobre indumentaria. ¿Por qué te interesa tanto la ropa?
—Siempre me ha gustado, desde que era pequeña. Mi madre tenía muchas revistas de moda y me gustaban mucho. Y luego me encantaba la Barbie, con todos sus trajes. Durante mucho tiempo pensé en ser diseñadora de moda, pero a mí coser no me va. Entonces me bajé de eso y, como me iba interesando mucho la historia, surgió orgánicamente. Me parecía que yo podía aportar algo y, como el periodismo me gustaba, pensé que el periodismo de moda podía interesarme. Y eso hice.
—¿Y por qué has querido escribir un libro sobre la moda en el franquismo?
—Llevo unos diez años escribiendo este libro. En 2014, cuando me matriculé en el programa de doctorado, pensé hacerlo sobre la prensa de la moda o sobre la historia de la moda, y todo el mundo me decía que no lo hiciera sobre moda, que eso no era interesante y que no iba a haber cosas. Acabé haciéndolo de este mismo tema, pero lo que hice fue una historia de la prensa femenina, porque no encontraba la estructura para hacer este libro, que era lo que yo quería hacer en realidad. Pero lo único que conseguí articular era algo cronológico, sobre cómo circulaban las modas, porque tampoco quería hablar solamente de diseñadores o de prendas, porque las prendas son iguales en todas partes. Lo que se llevaba en España en 1965 no se diferenciaba en nada de lo que se llevaba en París o de lo que se llevaba en Nueva York. Pero no sabía cómo estructurarlo. Me ha llevado mucho tiempo encontrar la estructura y cosas que podían ser interesantes y hacer diferentes capítulos que son independientes pero que están relacionados. Este libro habla de las revistas de moda y de temas de los que ya trataba, pero encontrando el foco. Y eso me ha llevado mucho tiempo.
—¿Pero por qué te has enfocado en la época del franquismo?
—Porque me parece que es un periodo de transformación social. En los años 20, después de la Primera Guerra Mundial, ya tienes una mujer moderna, pero en los años 30 y en los años 40, después de la Segunda Guerra Mundial, llega la moda como nosotros la entendemos hoy, con todas las marcas que existían, como Dior, los grandes almacenes, el prêt-a-porter… Y la mujer moderna de verdad es la de los años 60 y 70, que es la que nosotros heredamos directamente, así que me parecía que ese periodo era el más interesante.
—Te has centrado esencialmente en la moda femenina. ¿La moda masculina es menos interesante?
—(Risas) A mí me interesa un poco menos, la verdad. Sí que pasan muchas cosas interesantes en los hombres en los años 60 y 70, donde hay mucha fantasía tipo Beatles, tipo oriental, con tacones y pantalones de campana y cosas así, pero me interesa menos. Y luego me parece que las mujeres a lo largo de los años 50, 60 y 70 sí que tienen una transformación que los hombres no tienen, porque el hombre es moderno desde finales del siglo XIX, o desde principios del siglo XX si piensas en las democracias. Entonces ya tiene una indumentaria democrática. Y la mujer, en cambio, aunque ya digo que hay unas mujeres modernas en los años 20 después de la Primera Guerra Mundial, realmente se incorpora a la sociedad en los años 60 y en los años 70, así que me parecía que ese periodo era más interesante para las mujeres.
—Un aspecto llamativo de este libro es que hay muchas fotos en las que aparece gente de tu familia. ¿Has querido rendirles un homenaje?
—Eso es porque me gustaban mucho las fotos de mi familia y me parecía que era una familia cualquiera, que retrataba bien lo que eran las familias cualquiera de aquellos años. Por ejemplo, el traje de boda de mi abuela siempre me ha gustado muchísimo. Mi abuela se casa de gris, y eso es una cosa que ella siente mucho, porque se murió su suegra y mi abuelo no quiso que se casase de blanco, y eso ella lo vive como un drama, porque quería casarse de blanco, como una novia de verdad. Me encanta esa foto porque es un vestido muy bonito del estilo de Dior —pero que no es de Dior, claro, es de modista—, y tiene una tela como de brocado. También he puesto alguna foto de algún amigo que me ha mandado de su padre, de comunión, o de sus abuelos cuando eran novios, porque creo que en una familia normal se ve bien la transformación de la sociedad. Por eso puse las fotos, y también porque las tenía, porque es muy difícil encontrar fotos libres de derechos o son muy caras. Pero mis fotos del álbum familiar eran gratis (risas).
—El franquismo se inicia tras una guerra civil. ¿Cómo afectó la guerra y el racionamiento a la moda en España?
—Si coges la contraportada de este libro, la primera frase dice: «El franquismo fue un periodo aciago marcado por la represión, la escasez y el atraso», porque quise dejar muy claro que no se puede idealizar la dictadura o pensar solo en los 60 con los bikinis y Benidorm. Pero, por otra parte, hay una visión de que España era muy atrasada, cuando había un montón de países muy atrasados y que tampoco eran democracias. En España no se vestía diferente de los otros países occidentales, porque el cine de Hollywood se veía igual, los grandes diseñadores se veían igual y la moda de París llegaba igual que podía llegar a Inglaterra, que era una democracia. Es un tiempo de miseria y represión, pero hay miseria en todas partes, porque los ingleses, que han ganado la guerra, están hasta los años 50 con racionamiento y tienen una cartilla de puntos para comprar carne. Entonces, realmente en España la Guerra Civil se nota, pero está a tono con lo que pasa en el entorno en esos años de la Segunda Guerra Mundial. Es terrible porque hay una dictadura y mucha represión, pero en lo que es la moda como tal no hay una gran diferencia.
—Dices en tu libro: «Para ir a la moda no era necesario comprar ropa. De hecho, quizá lo más importante que ocurrió en los años 40 para la moda femenina, afectada por la escasez de tela y el racionamiento, fue lo relativo al cabello».
—Es que el peinado era muy importante. Las señoras se encontraban en la peluquería, que era un espacio de socialización moderno. Porque había otros espacios de socialización femenina, como el lavadero, que era un espacio donde las mujeres lavaban. Pero la peluquería era un espacio moderno. Era un rato de ocio, no como ir a lavar, que es una cosa muy dura, sobre todo en invierno. Ir bien peinada era una cosa muy importante. A nosotros nos parece que las peluquerías son de la ciudad, pero en todos los pueblos había una peinadora, que era una señora que iba a domicilio y peinaba desde hace dos siglos o tres siglos. Para las mujeres en general, el pelo era muy importante. Era como para los hombres el sombrero, o como ir afeitado. Es una cosa casi de higiene, y se espera que tú vayas así. Si te fijas, desde 1920 a 1960, realmente la moda no cambia tanto en 40 años, y el pelo es con lo que se nota que van pasando las décadas. Ahí tienes a Veronica Lake, que es una estrella de cine que tiene el pelo largo. Pero en la Segunda Guerra Mundial la obligan a cortarse el pelo y a recogérselo, porque a las mujeres, cuando están cosiendo en las fábricas, se les engancha el pelo con las agujas de coser, y entonces le dicen que se lo tiene que cortar para dar ejemplo. Y se lo corta y se acaba su carrera. Luego va a llegar otra vez la prosperidad económica con la melena de Rita Hayworth en Gilda. El peinado es un termómetro de los cambios sociales. Si piensas en la Primera Guerra Mundial, ¿cuál era el icono de ser una mujer moderna? Llevar el pelo corto.
—Y el nombre del peinado que se pone de moda en los 40, “arriba España”, ¿de dónde venía?
—Era un nombre satírico. Si lo buscas en los periódicos, casi no sale porque era un nombre de coña. Es llevar un tupé alto, como el brazo en alto, es pelo de fascista. ¿Por qué estaba bien visto? Porque se consideraba que las melenas eran una cosa de miliciana, de roja, entonces la oposición era llevar el pelo recogido. Pero en realidad es una tendencia internacional. En la Segunda Guerra Mundial las mujeres se recogen el pelo porque tienen que ir a las fábricas, y en España, en vez de llamarlo “pelo de Segunda Guerra Mundial”, lo llaman “pelo de la victoria” y se queda como “arriba España”. Pero no se diferencia en nada lo que llevan las mujeres aquí de lo que llevan las estrellas de Hollywood o la gente de Estados Unidos.
—Has mencionado antes el sombrero, y en tu libro dices: «El racionamiento no afectó, o lo hizo en menor medida, a la adquisición de sombreros».
—Sí, porque los sombreros no eran como la tela. Sobre todo al avanzar la guerra hubo mucho racionamiento de tela y de cuero, pero los adornos no entraban en ese racionamiento. Entonces la gente se podía hacer sombreros o turbantes con lo que tenía de tela sobrante y ponerse muchos adornos: flores, frutas, un trozo de encaje, un trozo de tul… Los sombreros de los años 40 son muy exagerados, llevan de todo. Los materiales que tienen son muy pobres, así que les meten muchos adornos porque ¿quién va a llevar unas frutas falsas a la guerra? Lo que está racionado es la tela porque se necesita para los ejércitos, o el cuero porque se necesita para los equipamientos, pero ¿las plumas? A nadie le importan las plumas.
—Hay un anuncio de los años 40 que decía: «Los rojos no usaban sombrero».
—Sí, era de una sombrerería de aquí de Madrid, en el año 40 o el 41. ¿Has oído hablar de las Sinsombrero? Hay una corriente ahora que recupera vidas de mujeres de la Edad de Plata, de los años 20 y de los años 30 hasta la guerra en España, y luego las exiliadas. Y el icono del momento lo ponen en este episodio, que va Federico García Lorca con algunas mujeres de la Residencia de Estudiantes a la Puerta del Sol y deciden quitarse el sombrero porque les está oprimiendo las ideas. Entonces los abuchean ahí. Es un episodio concreto, pero la autora, Tània Balló, que tiene dos libros y un documental, lo toma como ejemplo de la transformación social. No estoy muy de acuerdo, porque luego hay muchísimas fotos de ellas con sombrero y no es algo que realmente afectase, pero sí que es verdad que el sombrero es como una cosa de tiempos pasados porque, si te das cuenta, Kennedy llega en los años 60 y se quita el sombrero. O sea, ya se ve como una cosa antigua.
—¿Es Kennedy el que marca el final del sombrero?
—Sí, fundamentalmente es Kennedy. Porque si piensas en todos los galanes de cine de los años 30 o 40, llevan siempre sombrero. Humphrey Bogart lleva sombrero. Y está ese gesto, de James Stewart o de Gregory Peck, de quitarse el sombrero delante de las señoras. Pero Kennedy se da cuenta de que el sombrero es muy poco fotográfico y, a su vez, Jackie se hace famosa por esos sombreritos pequeños, como de pastillero, que son para que no le hagan sombras, porque para las mujeres estaba mal visto no llevar sombrero. En cambio, Kennedy ya no lleva sombrero nunca en las fotos porque saben que su fuerte es que son guapos, y gana las elecciones por la televisión y por la propaganda. Entonces, como la fotogenia de Kennedy es un elemento político de primer orden y el sombrero hace sombras en las fotos porque te cae sobre los ojos, él deja de llevar sombrero. Y como Kennedy es un icono absoluto de Estados Unidos, la gente los imita a él y a su mujer. Los dos tienen una campaña de marketing muy moderna que va a provocar el fin del sombrero.
—En el libro hablas mucho de la importancia del cine. ¿Cuáles serían las películas que tuvieron una mayor influencia en la moda de aquella época?
—Yo creo que Gilda es la película que más importancia tiene, y luego Marilyn Monroe, que puso de moda el ser rubia, porque estaba muy mal visto teñirse el pelo de ese estilo tan llamativo. También están las películas de Buñuel, que igual no son tanto para el gran público, pero sí que afectaron mucho a la moda porque tiene su alianza con Yves Saint-Laurent, que va a hacer la mujer moderna con Catherine Deneuve. Hay ya muchas estrellas que tienen su diseñador de cabecera, como Audrey Hepburn, que, desde Vacaciones en Roma y Sabrina, empieza a tener este estilo de mujer elegante con Givenchy. También está el look de Brigitte Bardot, que fue muy importante en los 60, con sus vestidos de cuadros y sus pantalones pirata. El cine francés tuvo mucha importancia en España, igual que el italiano, sobre todo en los años 60 y 70.
—Hay prendas que les deben su nombre a películas.
—Sí, yo creo que la más famosa es la rebeca, la chaqueta de punto que se pone de moda a partir del año 42, cuando se estrena Rebecca en España, porque hay censura y tarda bastante en llegar, pero luego se convierte en un éxito brutal. En ningún otro sitio se llama rebeca. En todas partes se llama cárdigan. Solamente en España se llama así.
—También están las sabrinas, por la película de Audrey Hepburn.
—Sí, claro, los zapatitos que llevaba.
—¿Ha perdido el cine ese poder que tenía sobre la moda?
—Yo creo que sí. ¿Qué estrellas de cine hay? ¿Quién es hoy una estrella de cine como se era antes? Yo creo que quizá las últimas estrellas son Brad Pitt y Tom Cruise, pero a nivel indumentario no tienen ningún impacto.
—Brad Pitt no sé, pero hay una gala a la que fue Angelina Jolie, precisamente con Brad Pitt, y ella lleva un esmoquin con pajarita desanudada que es alucinante.
—Es que Angelina Jolie es maravillosa. ¿Pero cuáles son esas estrellas a las que la gente ve familiares? Porque las películas más vistas son las de superhéroes. ¿Eso a quién le importa? El actor mejor pagado del mundo será uno de estos de las franquicias de superhéroes, pero a mí no me parece que eso sea un cine influyente. Es un cine que gana dinero. Hay muchas cosas que ganan dinero, pero no son influyentes solo porque sean masivas. La influencia de algo que sea pop y que sea muy popular muchas veces no consigue sobrevivir a esa generación. Eso es lo que pasa en el cine hoy. A mí me cuesta pensar en una estrella de cine. Por mucho que sean todos imagen de marca de perfumes o de vestidos, ¿quién te da a ti un prestigio como una leyenda como Marilyn Monroe o como Audrey Hepburn?
—¿Nicole Kidman? Es una mujer que viste maravillosamente.
—Sí, pero ¿Nicole Kidman es una estrella que tú sientes familiar?
—Familiar no, pero es la actriz más elegante del mundo.
—A mí me gustaba mucho Nicole Kidman antes, cuando estaba con Tom Cruise, que iba vestida muchas veces de John Galliano para Dior y me parecía maravillosa. ¿Pero cuál es la influencia de Nicole Kidman en la moda? No sé. Igual dentro de un tiempo lo vemos diferente.
—Citas un artículo de ABC de 1952 donde el arzobispo de Zaragoza da «la voz de alarma contra el lujo desmedido y creciente que se observa en las primeras comuniones». Ya en esa época sucedía lo que hoy en día, que la gente se gasta cantidades obscenas de dinero en bodas y comuniones.
—No es que haya un franquismo sociológico, porque los que tendrán nostalgia del franquismo serán cuatro gatos, pero sí que hay culturalmente una relación muy grande con la España de los años 50 y de los años 60, cuando se acaba el racionamiento y empieza a llegar la sociedad de consumo. Si te das cuenta, casi todos los temas de los que se habla son más o menos los mismos. En Instagram es fingir, la aspiración social de viajar, consumir, la ropa, salir a cenar… Creo que hay temas que siguen pendientes en la sociedad española. Tú ves las películas de los años 60, las satíricas o las de crítica social, y los temas son los mismos: el feminismo, la vivienda, la inmigración, el consumismo. Lo de las comuniones es porque seguimos siendo esa gente que quiere ser europea y moderna y que piensa que consumir es lo bonito, porque vivimos en este mundo contemporáneo que es así. Yo no estoy en contra del capitalismo. Si yo pudiese cambiarme por alguien en la historia, no me cambiaría por nadie, porque no creo que se haya vivido, al menos nosotros, mejor que en esta época ni con más justicia social. Pero creo que los temas de fondo siguen siendo los mismos. Y por eso, cuando ves a la gente de esa época, que era humilde pero quería que sus niños hiciesen la comunión como los niños de ciudad y los niños de los grandes almacenes, somos nosotros mirando Instagram y pensando que cómo no va a tener mi niño lo que ha tenido el otro niño, por loco que sea. Yo no me he casado nunca, pero fíjate en las bodas. ¿Quién tiene dinero para gastarse 60.000 euros en una boda, que puede ser el presupuesto medio? Yo creo que la mayor parte de gente que se casa no lo tiene. Pero está la afición a sorprender y a que todas las bodas tienen que ser unas fiestas de ensueño. Ese no es tu nivel de vida, quieres fingirlo. Que a mí me parece genial que cada uno haga lo que quiera, pero creo que los temas y los complejos siguen siendo los mismos.
—¿Tú, si te casaras, cómo irías vestida?
—Pues no sé. Sencilla, yo creo.
—¿De blanco?
—Hombre, sí. ¿Cómo no voy a ir de blanco si me caso?
—Es que a mí me parece que el blanco es un color que favorece poco a la mujer. No sé por qué las novias se casan de blanco.
—Porque tiene muchas connotaciones simbólicas.
—Ya, pero no me parece que sea el color más bonito.
—A mí me gusta más el rojo. Me parece más favorecedor.
—O el azul.
—El azul no es el que mejor me queda a mí. El que me queda mejor es el rojo y los rosas. Y los colores beige, lo que pasa es que yo soy muy blanca. A ver, yo antes pensaba que eran muy feos los trajes de novia, porque es como meterte en un disfraz, y estoy un poco en contra de los disfraces, pero entiendo por qué la gente se casa con un disfraz, porque es como tu sueño de ser princesa un día. Pero claro que me casaría de blanco. ¿Cómo no?
—¿Y el novio?
—Eso ya que escoja él. Soy una persona muy tolerante.
—¿De chaqué?
—Que yo soy muy tolerante. Cada uno que haga lo que quiera.
—¿Tú sabes que mi madre se casó con minifalda?
—¿En serio?
—En el año 74, en un pueblo de Alicante. La gente pensaba que llevaba un vestido largo y, después de la ceremonia religiosa, se quitó la falda larga y llevaba un vestido con minifalda y botas por encima de la rodilla.
—¡Qué dices! ¡Me encanta! Yo no me casaría así, pero me encanta. Las novias de los años 70 y de los años 60 son brutales. ¿Has visto el traje de novia de Marisol?
—No, a Marisol la he visto desnuda en Interviú.
—Y el de Concha Velasco, que lleva como una capucha. Son unos trajes increíbles los de los años 60 y 70. Ya te digo que los trajes de novia no me parecen especialmente bonitos, pero entiendo para qué están hechos. Y si te das cuenta, todos son iguales, porque la gente quiere ser Grace Kelly en 1950, y no pasa nada, hay que ser tolerante con eso. De todas formas, pienso que lo más importante, aunque suene cursi, es que la boda tiene que ser de verdad, un compromiso auténtico, y que la indumentaria sea un símbolo de ese compromiso auténtico, que tú sepas que este es un momento especial en tu vida y que la indumentaria te tiene que acompañar. Ya luego creo que cada uno debería usar un poco lo que le parezca.
—¿Y te pondrías un velo de tul ilusión, al que le dedicas el primer capítulo de tu libro?
—Yo creo que me vería muy rara con velo, porque es una cosa muy antigua y trasnochada. Pero cuando estás en ello te vas de cabeza (risas). O sea, creo que las novias llegan a la tienda y dicen “quiero algo sencillo, algo normal” y luego acabas envuelta en una tarta de tul, porque es así. Yo seguramente también picaría.
—Hablas de la alta costura y dices: «Para la dictadura, la alta moda no dejó de ser una forma de propaganda». ¿A qué te refieres?
—A que era una forma de decir: “Somos modernos”. Los diseñadores de la alta costura, sobre todo española, vendían a Estados Unidos. En España no se compraba prácticamente nada porque no había mercado, pero ni en España ni en Francia. Los franceses también vendían a los estadounidenses, a los grandes almacenes, porque antes funcionaba diferente. Había un sistema de licencias, que era que tú pagabas por replicar el modelo. Simplemente comprabas el derecho a hacer un número de copias, y los grandes compradores eran estadounidenses, porque Estados Unidos es un país muy grande y con gente con mucho dinero. La alta costura era una forma de vida de esa época, y Francia era el icono de la moda de la alta costura desde finales del siglo XIX. Pero en Italia también va a haber un montón de marcas como Gucci, Emilio Pucci, Armani, Valentino, Versace, que son muy reputadas, aunque no tengan la misma fama que los franceses, pero que van a hacer mucho dinero. Y en España se intenta imitar eso y se crea la Cooperativa de Alta Costura en el año 40. El Sindicato Nacional del Textil también fomenta eso y se hacen muchos eventos de promoción, sobre todo en la Embajada de Estados Unidos, porque es una forma de decir: “Somos modernos. Tenemos lo mismo que tienen los franceses. Nuestro país es exactamente lo mismo que Francia. Y esto no es una dictadura, esto es otra cosa”.
—¿Para ti cuál fue el mayor diseñador de alta costura de aquella época?
—Me siento obligada a decir Balenciaga. No puedes no decir Balenciaga.
—¿Obligada por qué? ¿No te gusta?
—A ver, sí, pero no mucho (risas).
—¿Pero entonces por qué te sientes obligada?
—Pues porque Balenciaga es todo un icono, y es verdad que define la silueta y la moda de los años 40, 50 y 60. De hecho, Christian Dior lo que tiene es una visión de negocio que no tiene Balenciaga, pero Dior copia los modelos de Balenciaga. Las líneas que lanza Dior y que le hacen famoso son líneas que ha sacado Balenciaga dos o tres años antes. Lo que pasa es que Balenciaga es muy rarito y tiene una visión de todo muy particular. Por ejemplo, Balenciaga no vendía los trajes si pensaba que los compradores no los iban a replicar como a él le gustaban. Y las licencias de Balenciaga costaban el triple de lo que costaban las de los demás porque no les daba el patrón, sino el traje terminado y un montón de explicaciones. Y si le parecía que iban a sacarlo en una tela barata o que no iba a quedar bien, no lo vendía. Pues con eso te arruinas. De hecho, Balenciaga cierra su casa en el 68 porque no la puede mantener. A mí las cosas que hace Balenciaga me encantan. Son muy bonitas, pero si yo fuera una señora de la época no me vestiría de Balenciaga, porque es de señora mayor.
—¿De quién te vestirías?
—No sé. Pues de Chanel, seguramente. No es que me encante Chanel. Como persona sí que me encanta, pero los diseños del traje este de Chanel también me parecen un poco de señorona. Es que todo lo de esa época es un poco de señorona. Perdóname, pero yo, con esta visión de señora burguesa no me siento muy identificada. Me va un poco más la fantasía juvenil, quizás.
—¿Pero ese collar que llevas no es un poco de señorona?
—Un poco, pero con su toque, ¿no? Es elegante. A la gente las perlas le parecen de vieja, pero a mí me gustan.
—Bueno, las señoronas también tienen su…
—Tienen su punto, sí. Pero yo no me veo vestida de Balenciaga con un traje de esos. Son como armaduras, como esos trajes de señora de boda de pueblo un poco tornasolados. Son trajes para señora mayor un poco gorda. A Balenciaga es que le gustaban un poco las modelos así gordas de la época. No me van mucho esos trajes tan armados, la verdad. No me veo yo con ese estilo tan de señora que va a una cena con un moño y un tocado.
—En tu libro hablas también de Mariquita Pérez.
—La muñeca fascista pero elegante (risas).
—¿Por qué era fascista?
—Porque la diseñaron en el bando nacional. La crea Leonor Coello de Portugal y copia una muñeca francesa que se llama Bleuette, que la hacen a principios del siglo XX, cuando se instaura en Francia el laicismo, para que las niñas aprendan a ser niñas mamás. Entonces Mariquita coge exactamente la misma idea. Incluso se parece. Es la misma muñeca y la misma idea del guardarropa para que aprendas a vestirte para cada situación y a comportarte bien. Mariquita va a un colegio de monjas, es una niña responsable, saca buenas notas, cuida del hermanito… Se nota mucho la ideología de Mariquita. De hecho, cuando Mariquita triunfa loquísimamente le inventan la biografía, y Mariquita tiene un padre que es militar de África en la reserva y es una niña bien del barrio de Salamanca que hace todas estas cosas en plan niña fascista ideal.
—Mariquita tiene un éxito brutal que va más allá de la propia muñeca.
—Mucho más, porque la muñeca se la podían comprar tres niñas y media de España. Era carísima. Pero todas las niñas de España sueñan con tener una Mariquita porque hacen una campaña de propaganda brutal. En las cabalgatas de Reyes salen incluso carrozas de Mariquitas. Es un fenómeno social. Tener una Mariquita es como el sueño cumplido de triunfo y de éxito social, y eso se ve desde el 40 hasta el 70 más o menos, que cuando las chicas ya van creciendo y Mariquita se hace más barata porque sube el nivel de vida, quieren comprarle una Mariquita a las hijas para cumplir ellas su sueño de tener una Mariquita cuando no se podía. Y Mariquita sale por la radio, tiene un periódico, tiene libros… Es una locura.
—Mariquita fue destronada por la Nancy. ¿Qué tenía Nancy que no tuviese Mariquita?
—Que era como una mujercita. Nancy es como la amiguita de las niñas, y Mariquita es como su hija. Es una adulta, digamos. Nancy al principio la venden como una muñequita de una niña pequeña, pero luego enseguida la venden como “Nancy, la chica moderna que trabaja”. Y eso no era Mariquita. Mariquita era una niña que jugaba, iba al cole y ya está. Y en cambio Nancy es una chica moderna. Es como Barbie. Barbie es astronauta, es patinadora, es médica.
—¿Y entre Barbie y Nancy hay alguna diferencia?
—Hombre, Barbie es un poco más explosiva que Nancy.
—A mí la Barbie nunca me ha gustado.
—¿Cómo que no?
—La he odiado toda mi vida.
—¿Pero qué dices? Yo es que tenía una obsesión muy preocupante con Barbie (risas).
—¿Cuántas tienes?
—Bastantes.
—¿Más de 100?
—Más.
—¡Qué dices!
—(Risas) Y tengo algunas de colección. Además, yo jugaba con Barbie siendo mayor. Igual guardé las muñecas cuando tenía 14 o 15 años. No jugaba mucho con ellas, pero las tenía en mi casa expuestas porque me flipaba la Barbie.
—Te las tendrías que haber traído todas para que salieran en las fotos.
—No, porque las tengo guardadas en cajas. Tendría que sacarlas.
—Hablas en tu libro de las chicas Topolino y dices: «En 1940 no todas las chicas eran buenas. Ni aspiraban —al menos no únicamente— a casarse y criar hijos». ¿Cómo era una chica moderna en los años 40?
—Las chicas modernas eran las que llevaban zapatos de coja, que eran zapatos de plataforma porque no había cuero para hacer el zapato armado fino. Entonces llevaban unos zapatos que en España eran de esparto, pero fuera eran de corcho, porque no son una peculiaridad española. Se llevan en todas partes por la Segunda Guerra Mundial. Y son zapatos de cuña corrida, que son más prácticos, y que luego se van elevando. La otra particularidad de estas chicas era que llevaban las faldas un poco más cortas. Llevaban el pelo largo, teñido de rubio o de rojo, tipo Hollywood. Llevan gafas de sol, que hasta los años 70 no van a ser muy populares. Empiezan a popularizarse sobre todo con la Segunda Guerra Mundial con los aviadores, que las necesitan para pilotar. Y llevan también rebeca, de angorina o de lanitas, al estilo del cine. Beben y fuman, lo cual está muy mal visto. Eran chicas muy jóvenes, de 17 o 19 años, y todavía no se habían casado. Pero tampoco estaban pensando automáticamente en casarse, sino que pensaban en divertirse. Tenían muy mala fama en la época. Las acusaban de vagas, de ir mucho al cine, de beber, de fumar y de hablar a la extranjera, con frases de películas.
—¿Era un movimiento de clase alta?
—Al principio sí, pero luego no. Al principio sí porque eran las chicas que tenían un Topolino, que era un coche italiano pequeñito que se empieza a vender en España un poco antes de la Guerra Civil. Y claro, eran chicas ricas. Pero luego ya llaman Topolino a todas las son que son pavas. Como son tontillas, pues las llaman así. De hecho, en todos los pueblos hay una chica de estas, que se hace llamar Keti o Kati, pero en realidad se llama Eleuteria.
—Y al final a esos zapatos que llevaban los llaman topolinos.
—Sí, a los zapatos de coja.
—Dedicas un capítulo a la puesta de largo, que también se llamaba “vestir las galas de mujer”. ¿El que se haya perdido el ritual de paso a la edad adulta, que suponía vestirse de largo para la mujer y ponerse pantalón largo para el hombre, es lo que explica que hoy en día tanta gente adulta vaya vestida de adolescente?
—(Risas) No, yo creo que lo que explica que tanta gente adulta vaya vestida de adolescente es que vivimos en una cultura en la que la juventud es un valor. Ser joven es una cosa importante, y antes ser adulto era el momento de realización personal, porque tenías tu vida independiente, tu mujer, tus hijos, que iban a tener una vida mejor que tú gracias a ti. En torno a los 40 o 45 años, tu vida tenía un sentido y daba sus frutos. Estabas en un periodo de esplendor personal, eras joven todavía, pero ya habías hecho la labor de tu vida e ibas a recibir todos los frutos y todas las alegrías de haber hecho todo lo que se esperaba. En cambio, ahora ese no es el valor. El valor es ser joven, divertirse. Hasta la época contemporánea, el ocio no era un valor que se tenía en mente. La gente se ha divertido siempre, claro. Pero divertirse no era tan importante.
—¿A ti qué te parece la época actual en términos de indumentaria?
—Bien, estoy bien. Mejor en esta que en otra (risas).
—¿Sí?
—Claro. ¿Te gustaría vivir en el siglo XIX?
—A mí, claro. Me encantaría.
—¿En serio?
—Por supuesto, es mi siglo favorito. Para el hombre, la mejor época es el siglo XIX, la segunda mitad. O la primera incluso, cuando Beau Brummell crea el traje masculino. Es maravillosa toda esa ropa tan entallada.
—Pero eso es porque tú piensas en ser un potentado, un lord.
—Hombre, claro, no voy a pensar en ser un campesino.
—(Risas) Hay que pensar en la probabilidad estadística, y que es que serías un campesino.
—Sí, es verdad.
—Y yo también sería una campesina de una zona verde de un pueblo. Pues no lo veo bien. Me gusta más esta época, la verdad. Y pienso que la indumentaria es muy democrática. Tampoco es que el estilo de pantalones cortos, sandalias y camiseta de tirantes me entusiasme. El chándal no es mi meta estética, pero entiendo de dónde sale y pienso que tiene más ventajas que inconvenientes. Pero no me gusta ver a la gente en chándal ni con la camiseta de un equipo de fútbol. Entiendo que eso es para ir al estadio, pero no para ir por la calle o ir a trabajar. En ese sentido, pienso que quizá deberíamos mejorar algunas cosas. Pero estoy bien. Tampoco tengo tanta queja.
—Y si fueses aristócrata, ¿en qué época te habría gustado vivir?
—En esta también. Me gusta no morir envenenada de plomo ni de arsénico y no tener tisis.
—De toda la época del franquismo, ¿cuáles son las prendas que te gustaría que volvieran?
—Me gustaría mucho que volviese la diversión al estilo alta sociedad o media sociedad, esta de ir vestido de noche a una sala de fiestas de la Gran Vía. Sería una ilusión de mi vida, porque las discotecas y yo no estamos en sintonía.
—Te gusta aquel ambiente de guateques.
—Yo me estoy yendo más atrás, a los años 45, 46. ¿No te gustaría ir con tu novia a bailar? A bailar de verdad, no a bailar de discoteca. Mi fallo es que no sé bailar. Mis abuelos, por ejemplo, creo que lo hacen bien. No son bailarines ni nada, pero bailan decentemente, como una pareja bonita.
—Mi madre siempre me dice que tengo que aprender a bailar.
—Claro, te pega mucho. Además, es muy bonito, muy romántico.
—Pero aparte de esas fiestas, ¿hay alguna prenda que te gustaría que volviera?
—Las ligas me parecen bonitas, pero no voy a ir en ligas todos los días. ¿Has visto las pelis de los años 60 en que ellas se levantan y llevan camisones con una bata fabulosa y zapatillas de marabú? Eso me flipa, pero ya no se puede llevar.
—Pues llévalo en tu casa, que no te ve nadie.
—No tengo público para eso. Qué desgracia, qué desperdicio (risas). Pero es que esa vida íntima está muy desaprovechada. Habrá gente que lleve corsé y batas de plumas y cosas así, pero no es mi caso. Pero eso me gusta, cuando se levantaban y era maravilloso, con esos camisones bordados y con la bata a juego. Ahora vas a una tienda de ropa interior o de pijamas y son cosas de Mickey Mouse. Esto sí que no lo entiendo. ¿Por qué hay que vestirse de Mickey Mouse en tu casa? ¿Tú lo entiendes?
—No.
—¿A que no? Pues yo tampoco. Esto sí que me parece una pérdida absoluta. La época contemporánea ha matado el erotismo. Ahora ya solo puedes llevar bragas de Minnie. No lo veo bien (risas).
—¿Y hay prendas de aquella época que te parecen detestables?
—Las mañanitas y estas cosas de peinarse.
—¿Qué son las mañanitas?
—Una batita que te ponen para peinarte en casa, como una capita pequeña para que no caigan pelos. Como la que te ponen en la peluquería, pero pequeña. Yo eso lo veo raro, como de ama de casa franquista que está obsesionada con la limpieza y con tener la casa brillante como los chorros del oro, que era la máxima aspiración de una señora. Pues no es una aspiración de mi vida. No lo veo muy allá.
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