Parecerá al lector raro comenzar la reseña de un libro hablando del continente y no del contenido, pero en esta ocasión es irremediable hacerlo porque en seguida llama la atención la cuidada edición de esta novela gráfica. El final de todos los agostos es una pequeña joya editorial, un objeto mimado por el editor que —se nota— ha querido presentarlo con sus mejores galas.
La sobrecubierta transparente es ya toda una declaración de intenciones y una pista de por dónde va la historia que se cuenta en el interior. Un relato que desde el presente recorre lugares y personajes enfrentando los recuerdos del pasado con lo que el protagonista ve en el momento actual. Tal y como funciona la sobrecubierta con la portada. Un efecto que al principio pasa desapercibido, pero que se entiende —y aprecia— una vez comenzada la lectura del libro. También en su interior el editor ha optado por este efecto en varias ocasiones, con el uso de papel cebolla para superponer ilustraciones que representan el pasado y el presente narrados por el autor. Por eso merece la pena resaltar aquí el esfuerzo de la editorial por conseguir un libro de tanta belleza.
Tras el primer y grato contacto con esta novela gráfica, el lector sentirá impaciencia por recorrer sus páginas y conocer el relato que se encierra en ellas. En El final de todos los agostos el autor, Alfonso Casas, narra la historia del personaje principal, Dani, y de Pumuki, su amigo de la infancia, en el pueblo en el que el primero veraneó desde niño hasta su adolescencia. Sin embargo, como ya hemos dicho, no recurre a una narración cronológica, ya que el libro comienza en el presente, cuando un Dani adulto está preparando su equipaje para pasar unos pocos días en ese pueblo donde transcurrieron sus veranos durante tantos años y que le unió —hasta el presente— a Pumuki.
Desde el primer momento el autor maneja con ambigüedad texto y dibujo, manteniendo el suspense hasta el final sobre las verdaderas intenciones y sentimientos del protagonista. Tampoco sabemos cuál es la razón por la que Dani emprende ese viaje que le llevará a encontrarse con los fantasmas del pasado, con personas y lugares con los que hace ya algún tiempo perdió el contacto. Y esa falta de explicación provoca en el lector una necesidad imperiosa de continuar con la lectura para desvelar los silencios y los secretos con los que Casas arma esta historia de despertar sexual, identidad, amores juveniles y trenes que no se cogen. Dani se adentra en el pasado para abrirse camino en un presente en el que está a punto de dar un paso importante en su vida. Y lo hace enfrentándose a los ojos de Pumuki, el culpable de su desasosiego, pero quizás no con el valor suficiente.
Por si no fuera bastante con la pericia del autor en la forma de narrar y la cuidada edición del libro para atrapar al lector, Casas intercala páginas en blanco y negro con otras en color. Otro recurso más para trasladarnos del presente al futuro. Y lo hace además con una acertada paleta de colores que aportan vida a un relato existencial de unos años en los que niños y jóvenes todavía no saben muy bien quiénes son y tienen dificultades para descodificar los sentimientos que experimentan en carne propia. Un estado de confusión permanente que, como en el caso de Dani, puede alargarse en el futuro inmediato y que requiere de atención para conseguir superar y poder así continuar con la vida dejando atrás el pasado.
Alfonso Casas ha conseguido con esta novela gráfica casar perfectamente texto e ilustración aprovechándose de los recursos técnicos ya mencionados para ensalzar la historia y dotar al libro de una gran belleza y personalidad. El fin de todos los agostos es, simplemente, una maravilla.
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Autor: Alfonso Casas. Título: El final de todos los agostos. Editorial: Lunwerg Editores. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
Esta obra ha sido galardonada con el Mejor Guion Aragonés en los VII Premios del Cómic Aragonés 2017.
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