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André Malraux, la grandeur de un intelectual

André Malraux, la grandeur de un intelectual

André Malraux encarna el prototipo del intelectual de acción, de hombre comprometido con los azares y avatares de su tiempo, casi como si fuera un personaje hemingwayano, salido de una de sus novelas capitaneando la escuadrilla España; de hecho, forma parte destacada de ese exclusivo elenco de escritores y periodistas extranjeros que vinieron a combatir en la guerra civil española. Los fantasmas que ya amenazaban con asolar y desolar Europa, como Ernest Hemingway, Jay Allen, John Dos Passos, Martha Gellhorn, Antoine de Saint-Exupéry, Robert Cappa, Ilya Ehrenburg, Ksaveri Pruszynski, Louis Delapréem, George Orwell, Langston Hughes e Indro Montanelli.

Malraux también participó activamente en la guerra entre Francia y Alemania, enrolándose en el cuerpo de carros de combate. Después de una larga peripecia, en la que es capturado por la Wehrmacht, recaba en La Resistencia como aliado del general De Gaulle, «con el grado de coronel y adoptando el nombre de Berger», que volverá a utilizar, entre otros textos narrativos que jalonan su obra, en la última parte de La soga de los ratones, en la novela que inicialmente llevaba el título de Lázaro. El autor de La condición humana, tras caer herido en una emboscada, vuelve a ser capturado por los alemanes, «que le someten a un simulacro de fusilamiento». Sus numerosos servicios de guerra, en la que pierden la vida sus hermanos Roland y Clayde, fueron reconocidos por el general de De Lattre con una condecoración.

"En La soga y los ratones. El espejo del Limbo II, André Malraux reúne cuatro libros publicados anteriormente de forma independiente"

No resulta extraño, ante la secuencia de estos hechos biográficos, que Malraux se interesase por la vida y la obra de T. E. Lawrence, de quien quiso escribir una biografía. Pero, a pesar de estos datos característicos de un hombre de acción, el intelectual francés nunca abandonó sus intereses como escritor, desarrollando una significativa obra narrativa; así como tampoco descuidó su relación con la editorial Gallimard, con la que desde 1927 estuvo vinculado y en donde «publicará la mayor parte de su obra». Siendo sus dos grandes fidelidades, Gallimard y el general De Gaulle.

En La soga y los ratones. El espejo del Limbo II —publicado bajo el sello editorial de Penguin Randon House, con prólogo de Ignacio Echevarría y traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya Gallego García—, André Malraux reúne cuatro libros publicados anteriormente de forma independiente, pero en los que había advertido a sus lectores que estaban destinados a integrarse en un volumen que completaría sus Antimemorias. «Se trata de La hoguera de las encinas (1971), La cabeza de obsidiana (1974), Lázaro (1974) y Huéspedes de paso (1975)». El autor, para su publicación definitiva, no solo trastocó su orden cronológico, poniendo al frente a sus Huéspedes de paso, sino que eliminó el título de las diferentes narraciones, sustituyéndolos por números romanos, con lo que el lector se encuentra con un libro estructurado en seis partes yuxtapuestas (Huéspedes de paso tiene tres capítulos). El resultado de este eclecticismo agrupador resulta algo artificioso, si bien logra salvar su coherencia y unidad el trasfondo que subyace en cada una de sus partes, al abordarse en ellas con senequiana reflexión el sentido y significado de la vida, así como del paso del tiempo.

"No deja de resultar curioso, dado los antecedentes suicidas de su abuelo y de su padre, que Malraux mencione la soga en casa del ahorcado"

Llegado a la edad provecta, en donde el ser humano entra en una especie de limbo en la que solo ve reflejados sus espectros, Malraux se pregunta, no sin perplejidad, «¿qué es envejecer, [y] qué son esas huellas de cosas que ignoramos […], de la que está hecha la materia de la vida?». Este escritor de acción que en todo momento quiso ser «un anti-Proust», como le confesó a Enmanuelle d’Astier, parece acercarse a la memoria involuntaria del creador de la Recherche cuando señala «que a menudo las memorias son sentimientos resucitados», o cuando más adelante asevera que «[e]l mito político es un universo de emociones que echan raíces en las ideas como los cangrejos ermitaños en las conchas de los moluscos muertos». Malraux también busca en el arte, en la emoción de su experiencia estética, no solo un hilo conductor para ordenar su pasado, sino una vía de redención personal y también de trascendencia. Sus intenciones quedan claras en el magistral apólogo —digno del mejor Jean Cocteau— que salvaguarda el frontispicio de su libro:

«Entonces, el Emperador Inflexible mandó ahorcar al Gran Pintor. Solo podría apoyarse en los dedos pulgares de los pies. Cuando no pudiera más… Se apoyó en uno solo. Con el otro dibujó unos ratones en la arena. Los ratones estaban tan bien dibujados que le treparon por el cuerpo y le royeron la soga. Y, como el Emperador Inflexible había dicho que acudiría cuando el Gran Pintor se rindiera, se marchó de puntillas. Se llevó consigo los ratones».

No deja de resultar curioso, dado los antecedentes suicidas de su abuelo y de su padre, que Malraux mencione la soga en casa del ahorcado. La alegoría resulta bastante elocuente y, con ella, el autor de las Antimemorias explica abiertamente sus intenciones. La soga es el tiempo, gobernado por el Emperador Inflexible de nuestro destino, por lo que tal vez el único camino de expiación y fuga, de transcendencia en los otros, solo pueda encontrarse en el arte, en este caso en la escritura.

"El diálogo con el general de Gaulle —en La hoguera de las encinas— resulta de mucho más calado e interés histórico"

Buena parte de estas memorias noveladas, recreadas, llenas de aforísticas reflexiones, se centran en la sacudida estudiantil del Mayo del 68, así como en sus consecuencias y derivadas políticas y sociales, a través de dos crepusculares conversaciones mantenidas con un personaje de ficción —Max Torres, una síntesis entre Max Aub y José Bergamín— y con el general De Gaulle, sobre el poder, el sentido de la vida y la grandeur.

En Huéspedes de paso nuclea su tercera parte simultaneando las revueltas callejeras de Mayo del 68 con la visita de su amigo Max Torres, representante extraoficial de un mundo periclitado, con quien trata de dilucidar los males incomprensibles que aquejan a la juventud de un tiempo que estaba dejando de ser el suyo: «¿Te has fijado? Para los jóvenes la meta de la revolución ya no es una conquista, sino que es algo así como el 14 de julio y las Saturnales, ¿todo revuelto?».

El diálogo con el general de Gaulle —en La hoguera de las encinas— resulta de mucho más calado e interés histórico. Escrito a partir del último encuentro que Malraux tuvo con De Gaulle en su retiro de Colombey. Todavía sobrepasados por los últimos acontecimientos, los dos políticos realizan una serena, pero amarga reflexión sobre «la irracional Francia» y, en general, sobre el propio destino. El gaullismo habría que entenderlo, según Malraux, como «una técnica de salvamento, una respuesta a la puesta en entredicho de Francia, que nada tiene que ver con ningún sistema», por lo que «su misión primordial era crear y mantener el estado que mejor sirviese a Francia». La política, le dice a su visitante el general De Gaulle, «es el arte de colocar cada quimera en el sitio que corresponde». El general entiende «que el drama de los estudiantes no era en absoluto un drama universitario, sino la crisis de una civilización». Tesis que le sirve a Malraux para formular la siguiente hipótesis: «quizá se produjo un fenómeno similar al final del Imperio romano. Ninguna civilización puede vivir sin un valor supremo. Ni posiblemente carecer de transcendencia…» En fin, son muchas la cuestiones que pueden entreverarse en esta larga conversación crepuscular con el general De Gaulle, algunas de ellas salpimentadas por un fino sentido del humor, como cuando en una recepción en el Elíseo Brigitte Bardot se presentó «luciendo un conjunto de pantalón y chaqueta con alamares», ante lo que el general le dijo: «¡Qué feliz casualidad, señora! ¡Usted va de uniforme y yo de paisano!». Otras, en cambio, pretenden ser más solemnes, como cuando el general da su personal visión de la grandeur: «ser grande significa abrazar una gran causa […]. La grandeza es el camino hacia algo que desconocemos».

"André Malraux vuelve a subirse en su avión, desde el que contempló con agónico dolor los campos y tierras de España"

La quinta parte del libro corresponde a La cabeza de obsidiana, donde el intelectual francés recrea el mundo picassiano. La viuda del pintor, Jacqueline, se pone en contacto con él desde Mougins, solicitándole asesoramiento para «donar al Estado su colección de cuadros antiguos». La relación de Picasso con Malraux debió de ser bastante fría y circunstancial, al desconfiar el malagueño del posicionamiento ideológico del intelectual francés. Esta falta de empatía se nota en la enfatuada redacción, un tanto embarullada, de La cabeza de obsidiana. No obstante, como siempre sucede con Malraux, pueden entresacarse algunas apreciaciones interesantes sobre el impacto que le produce la obra del pintor español: «Que nadie piense que un cuadro es un objeto artístico —decía Picasso—. ¡Es todo lo contrario!». Y también alguna curiosa descripción, como la de la Sagrada Familia de Barcelona «(la única iglesia diabólica del mundo), que se retuerce en llamas, una enfermera me dijo tímidamente: “Es la tumba de Don Quijote…”». Aunque tal vez la anécdota más sorprendente y emocionante, si bien un tanto novelada, sea la de las cucarachas del Guernica:

«Aquel día, mientras charlábamos con José Bergamín, Picasso iba quitando las lágrimas de fino metal rojo que había puesto en los ojos, a título de prueba, a la mujer desmelenada, al caballo del Apocalipsis y al toro. Quería recuperar la monocromía casi absoluta del cuadro. Las lágrimas color granate iban cayendo una a una en la estrecha moldura que había en la parte debajo de la gigantesca composición, semejante a la moldura para la tiza de las pizarras de la escuela. Al despedirnos, hizo con ellas un brillante montoncito y se lo tendió a Bergamín cuchicheando con ese tono tan suyo, peculiar mezcla de ironía y compasión: “Para ti, son las lágrimas de España”».

El sexto volumen es un auténtico Tiempo recobrado», donde el intelectual francés nos cuenta su inveterada costumbre, con vistas a estas Antimemorias, «de abrir los brazos a imágenes de antaño y fijarlas. Las que ahora me van pasando por la cabeza se llaman a veces entre sí, al reconocerse, formando una biografía tan falsa como cualquier otra». Quizá porque para este «agnóstico, con ribetes de budismo» solo tengamos «biografía para los demás».

André Malraux vuelve a subirse en su avión, desde el que contempló con agónico dolor los campos y tierras de España, para escaparse de nuevo de sus páginas. Solo nos deja sus compasivos ratones.

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Autor: André Malraux. Título: La soga y los ratones. El espejo del Limbo II. Editorial: DeBolsillo. Venta: Todostuslibros.

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