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Andrea Levy: «Hay que reivindicar el tener contradicciones»

Andrea Levy: «Hay que reivindicar el tener contradicciones»

La política Andrea Levy cuenta en La utilidad de todo este dolor (La Esfera de los Libros) su durísima relación con la fibromialgia y cómo afrontó la convivencia entre esta enfermedad y su vida más allá de ella. Por ahí pasa la política, el procés, Nacho Vegas, su familia.

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—¿Cómo duele cuando te duele la fibromialgia?

—Es difícil de expresar, porque al ser un dolor generalizado diría que duele como si te hundieras, duele como si tuvieras una presión que te fuera tirando hacia abajo, sobre todo hacia la frustración, hacia el no poder. Lo que duele es todas las partes del cuerpo, como si la musculatura se cayese, te dejase de funcionar.

—¿La depresión es causa o consecuencia de la fibromialgia?

—La depresión es consecuencia del dolor, el dolor crónico, y ese dolor provoca una frustración, una impotencia. Entonces la depresión está ligada a la impotencia ante tener ese dolor y no encontrar respuesta, no encontrar solución y, sobre todo, a hacerse a la idea de que aparece en tu vida y que convives con ello. Todo crea una depresión derivada de ese estado de impotencia, de frustración, que era en mi caso. No estaba motivado por cuestiones, digamos, del alma, ni laboral o sentimental, sino que era por no saber lo que me sucedía en mi propio cuerpo y que me impedía darme una respuesta objetiva a lo que me sucedía.

—Yo la conozco durante una gran parte de los años que refleja en este libro y, como psicólogo de formación, me sorprende la cantidad de cosas que ha hecho estando deprimida. O sea, si fuese psicólogo y viese su caso como si fuese una película, por la cantidad de cosas que ha hecho no sabría si diagnosticarla como deprimida.

"El tratamiento para la fibromialgia es una combinación de antidepresivos, entre otras cosas, para dormir y para que el dolor no se convierta en un estado de ánimo triste o deprimido"

—Eso es lo curioso del asunto. Cuando iba a la consulta de los médicos y me recitaban antidepresivos me sentía una persona débil, porque no lo entendía. Me sentía como que «me están diagnosticando depresión, debo ser una persona deprimida», pero yo nunca me etiqueté como eso, aunque recibiese tratamiento antidepresivo. Yo estaba en un momento de vitalidad, de autorrealización, de felicidad por lo que estaba haciendo. Sí podía decir que, efectivamente, tenía mucha presión, tenía lo que llamamos estrés en mi vida laboral, pero nunca me sentía etiquetada en esa depresión. Sin embargo, farmacológicamente me comportaba como tal. Entonces, en ese aspecto me sentía como superviviente o me sentía rebelde, y no me dejaba vencer por esa etiqueta de la depresión. Me revolvía contra ella. Ahora bien, es verdad que esas pastillas a mí me daban una estabilidad. De hecho, el tratamiento para la fibromialgia es una combinación de antidepresivos, entre otras cosas, para dormir y para que el dolor no se convierta en un estado de ánimo triste o deprimido.

—Su posición con respecto a las drogas legales. En este caso, las benzodiacepinas y demás. Aparte de declararse adicta en determinado momento a este tipo de drogas, explíqueme un poco, porque a mí no me ha ocurrido nunca, cómo se instala en ellas y qué diría a alguien que no es que las necesite puntualmente sino que vive instalado en ellas.

—En primer lugar, yo nunca me consideré una adicta, porque para mí una adicción era otra cosa que no es lo que era yo. Adictos son las personas que no pueden llevar una vida normal o descontrolan su vida a causa del abuso que hacen de unas sustancias, legales o no. La reflexión que hace el libro, y lo va dejando en varios capítulos, es: en realidad muchas de las drogas que hoy en día son ilegales, en su momento fueron drogas farmacológicas o fueron recetadas como sustancias de farmacia. La cocaína y la heroína son ejemplos paradigmáticos, pero si nos vamos a lo que está sucediendo también en Estados Unidos le pasa lo mismo a la oxicodona o el fentanilo. En principio son drogas con un tratamiento farmacológico y dispensadas por médicos. En el caso de las benzodiacepinas, que en España hay una gran normalización de su consumo, no dejan de ser drogas que, como afectan a al estado de ánimo, también tienen una parte que pueden tener esa adicción que altera, digamos, la prescripción original. Y esto se está dando cuando ya una de las grandes causas de ingreso en adicciones son las benzodiacepinas. ¿Por qué nunca me consideré como una adicta? Porque yo las necesitaba para llevar mi vida normal. Y es que yo, para levantarme, para pasar el día y para irme a dormir, necesitaba o dependía de esas pastillas, que además me recetaban para ello. Entonces, nunca lo vi como que yo estaba haciendo algo malo, al contrario, sólo hacía lo que me decían que tenía que hacer para sobrevivir. Entonces, la experiencia de mi libro es clara: eso solo me hizo que malvivir, porque esas pastillas, como todas las drogas, hoy necesitas una cantidad y mañana el doble. ¿Qué les diría? Pues que, efectivamente, esas pastillas se necesitan para casos puntuales, que es para lo que están pensadas, como pensaríamos de cualquier otro medicamento, y que cuando uno lo cronifica, lo que quiere decir es que ese estado de alteración subsiste en el tiempo y que, por lo tanto, hay que atajar los síntomas desde otras técnicas, pero no desde la farmacología. La farmacología fracasa si se necesita cronificar.

—Hay una imagen muy potente, para que nos entiendan: nadie diría que después de haber tenido la pierna rota, una vez curada, siguieses llevando la escayola. Entonces, ¿por qué se ha normalizado llevar esa escayola? ¿Por qué mucha gente no puede vivir sin esa escayola, es decir, las pastillas, cuando les explicas este ejemplo que te acabo de dar y lo ven clarísimo?

"La ansiedad es como una marca blanca, puede ser cualquier cosa, si no abordamos realmente lo que te está pasando"

—Primero, porque tienen buena fama, es decir, no tienen fama de que te estás convirtiendo en un adicto o en un dependiente de una cierta medicación. En segundo lugar, se dispensan con muchísima facilidad para atajar síntomas que en cierto modo son compañeros de vida y no deberían serlo. Es decir: «¿Estás un poco triste, venga, estás un poco ansiosa, porque claro, te pasan cosas? Pues Lexatin». Digamos que hemos normalizado esa convivencia con la ansiedad, pero le ponemos una etiqueta general. O sea, la ansiedad es como una marca blanca, puede ser cualquier cosa, si no abordamos realmente lo que te está pasando. Entonces, creo que resulta sencillo, resulta extremadamente barato, porque son medicaciones extremadamente baratas. Y luego se interpreta que hay mucha gente que mejor ayudarla con esto, y que eso es lo más rápido y eficaz, porque se piensa que hay personas que se abonan a la melancolía.

—Tiene también mucha centralidad su relación con Nacho Vegas, quizás es su pareja más cercana. Y visto desde fuera, como si yo no la conociese, esa relación parece un puzle irresoluble que creían ustedes que iban a resolver.

—Probablemente, desde la racionalidad, fuese así. Pero nosotros nos abonamos a un estado emocional de origen irracional, el amor. En el libro lo abordo desde el punto de vista de que esa vorágine la voy resolviendo de la misma manera, poniéndole parches con la medicación. Y no me di cuenta hasta qué punto estaba salvajemente desgarrada. Pero nunca lo aprecié, digamos, en el presente, en el momento. Ahora, cuando ves la la secuencia detenida en el tiempo, en el libro, puedes decir: «Es que todo eso era evidente». Yo no lo vi, porque en realidad, aparte del amor, había una parte que tenía mucho que ver con el papel de salvadora, con el papel de esa persona que ha asumido que más allá de una relación sentimental que tiene, y que le tiene que compensar, y que ambas partes se tienen que complementar, había un papel de dependencia mío con lo que le sucedía a Nacho. Entonces, eso pasaba por encima de cualquier otra cosa y, evidentemente, condicionaba la relación que yo tenía con él, más allá de pensar en mí. Yo tenía que estar ahí porque Nacho desaparecía tres días y había un problema. Y eso, al final, es una carga que me autoimpuse, seguramente sin pensarlo mucho, y que forma parte de esa espiral del dolor, que siempre es circular. Cuando avanzas, la felicidad, avanzas en ella, y es algo que te hace caminar. En cambio, cuando estás en una espiral de dolor como era ese, te vas reconcentrando y no sales de ahí. Creo que es un poco lo que al final me pasó.

—¿Cómo es protagonizar canciones de Nacho Vegas?

—Depende. A mí no me gustó mucho, pero vamos, nunca lo tomé como una venganza personal.

—¿Cómo vivió el cómo se vieron estas contradicciones? Porque realmente gran parte de su vida privada era pública.

"No expulsas de tu vida al que no piensa como tú. No, al revés, hay esa parte de querer colaborar y de querer seducirle con la palabra o con tus ideas"

—Nunca le presté demasiada atención. Que a alguien le surgiesen contradicciones con mi vida privada me daba igual, no estaba en mi dormitorio. No pido que en eso se comprenda. De todas maneras, creo que hay una cosa que es verdad, que en política lo personal es político, pero otra cosa es la intimidad y lo privado, y creo que esas son cosas diferentes. Otra cosa es que la persona que estaba conmigo, como pueden ser otros amigos, no compartiesen esas ideas de mi vida política. Pero yo creo que eso, al final, es parte del conjunto de las normas que nos damos en democracia y que es lo mismo que en el Parlamento. Es decir, no expulsas de tu vida al que no piensa como tú. No, al revés, hay esa parte de querer colaborar y de querer seducirle con la palabra o con tus ideas. Entonces, para mí eso era absolutamente normal y nunca me causó ningún problema.

—Tanto a usted como a mí nos ha pasado una cosa muy tonta. Que se publique una foto con alguien que no piensa como tú o que piensa muy diferente y que personas anónimas te increpen desde tu ideología o desde la de tu compañero o compañera de foto y te increpen por esta relación. Y muchas veces pienso que si mirásemos las relaciones de esa persona anónima, ¿cuántos seres cercanos no tendrá que no piensan como él o ella?

—Hay que reivindicar el tener contradicciones, incluso con uno mismo. Y sin embargo, parece ser que hoy en día cualquier matización, incluso cualquier cambio de opinión que podría ser incluso normal dentro de la reflexión y dentro de que a lo mejor uno mismo va teniendo etapas y va viendo igual las cosas diferentes e igual te hace añadir matices… Yo creo que hay que reivindicar más el tener matices que el ser vehemente. A mí una persona que está completamente segura y que es tan vehemente me crea ese rechazo. Cuando veo a alguien que es como un muro para convencerle, esa persona creo que está aislada: la democracia es esa permeabilidad entre todos.

—Se juntaron en un momento vital suyo una bomba casera, la de su vida privada, con una bomba atómica, que fue el procés.

"Para mí ha sido la sensación más desagradable que he tenido nunca. Yo tardé mucho tiempo en volver a Barcelona y poner un pie y no tener miedo alrededor"

—Se supone que los políticos son absolutamente monolíticos y de granito, y ni sienten ni padecen… Pues no. Barcelona era mi ciudad, parte de mi infancia. Y de repente todo el mundo se convierte en enemigo. Y cómo ese dolor del entorno también te causa una herida. Y yo creo que el procés fue justamente una inflamación emocional, por lo tanto irracional, que llevó a un desgarro en las pasiones más bajas. Por eso hubo tanta crueldad como que en un programa de radio te digan: «No te perdonaré ni cuando te mueras y estés en la tumba». Un grado de ejercer ese dolor emocional contra el otro por pensar diferente en una cuestión que claramente ni tan siquiera era política ni económica, ya era una inflamación sentimental desbordada. Hubo deshumanización: incluso en una manifestación con las víctimas recién asesinadas en las Ramblas, te increpaban, gritaban y te hacían sentir extraño en tu casa. Para mí ha sido la sensación más desagradable que he tenido nunca. Yo tardé mucho tiempo en volver a Barcelona y poner un pie y no tener miedo alrededor. No un miedo físico, como si estuvieses en Caracas, pero sí por las miradas de la gente… Que eso pasara en Barcelona en 2017. No sé, ahora lo pienso y digo «pero, madre mía, ¿cómo puedo pasar todo eso?».

—¿Cuál ha sido la utilidad de este libro para usted?

—Para mí, el ejercicio de descarga de recordar. Porque sobre todo esos años, que yo quizá los viví muy rápido y me pasaron cosas que fueron importantes, no los había valorado justamente. La recuperación de la memoria me ha servido para pacificar cosas como una relación con mis padres más distante porque no me daba para sentarme y decir todo lo que estaba sintiendo o todo lo que estaba padeciendo. Me sirve también para saber no frustrarme ante ambiciones en lo sentimental, en lo personal, no conseguidas. Y creo que a lo largo del libro, el trazado que hago sobre mi generación política. Me dio la sensación de que fue una generación que se le exigió o que se exigió a sí misma mucho presente, mucho presentismo. Se le dijo que eran jóvenes y que todas las esperanzas estaban puestas en ellos y que si no lo conseguían a la primera ya estaban descartados, porque era ese éxito que tenía que llegar a la primera. Y esa generación ha desaparecido toda, lo cual para mí también es un hecho triste, porque hablo de Rivera, hablo de Arrimadas, de Pablo Casado, gente muy conocida políticamente que sin embargo ya no están. Entonces, a mí todo esto me ha enseñado a que uno debe templarse ante las frustraciones y que el dolor puede servir para justamente hacerte ver que algo pasa y que tienes que salir de esa espiral para seguir avanzando. Porque es verdad que en todo proceso de dolor, si no le sacas un aprendizaje, es una carga que sigues llevando.

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