Hasta que empieza a brillar (Alfaguara, 2025) cuenta la historia íntima de María Moliner, partiendo de una atractiva premisa literaria: narrar de cuerpo entero a la protagonista a través de su vínculo con la lengua. Esta es la vida novelada de una figura apasionante, retratada desde una infancia difícil hasta un final insospechado, pasando por su extraordinaria labor como bibliotecaria en la República o su polémica candidatura a la Real Academia. Entre la investigación y la imaginación, combinando la comedia, el drama familiar y la tragedia colectiva, se abre paso la historia de una resistencia secreta. Un acto de justicia con el legado de una mujer que vivió a contracorriente y exploró las palabras hasta que empezaron a brillar.
Charlamos con su autor, Andrés Neuman.
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—¿Cómo se consigue hacer de algo tan frío como un diccionario una novela con un tono tan lírico como ésta?
—Pues lo primero es poniendo en duda si un diccionario es algo tan frío como lo pintan. Y especialmente un diccionario tan hospitalario, brillante y emocional como el de María Moliner. Hay que decir que yo tengo cierta deformación y hasta vicio profesional: estudié filología y soy un apasionado lingüista. Nunca noté esas bajas temperaturas en los diccionarios (Risas). Pero en el caso particular del Maria Moliner, a quien adoro desde mis tiempos de estudiante, hay que decir que había un enigma en su vida: por qué a los 50 años, después de haber criado a sus cuatro años y habiendo perdido a su hija, habiendo sido represaliada y degradada profesionalmente por el régimen, y a una edad en la que, sobre todo en esa época lo que te toca es cuidar de tus nietos y poco más, ella tiene la idea quijotesca (nunca mejor dicho, pues escribió mayormente en la madrileña calle Don Quijote), de acometer un diccionario entero sola y ejecutarlo con tanta brillantez y semejante genio.
—¿Cómo te planteas esta historia?
—Me intrigaba algo en concreto, y ese fue el motivo de mi novela: qué hubo o qué carencias tuvo en su vida que la condujeron hasta un diccionario. Esa pregunta; ese enigma me llevó a leer su diccionario como si de una novela se tratara. Se ve que en esa época tenía yo más tiempo libre (Risas).
—¿Qué encontraste?
—Buscaba de la A a la Z, palabras importantes en la vida de María Moliner. Y para mi sorpresa, descubrí que era un diccionario sigilosa y sutilmente autobiográfico.
—Explica eso, por favor.
—En los ejemplos de uso y también en la definición de las palabras, el uso propio del lenguaje remitía con mucha frecuencia a su propia vida, es decir, había unos pasadizos secretos que conducían su biografía silenciada hasta esa ingente obra. Y el camino era de ida y vuelta: El diccionario de María Moliner nos permitía, y ahí está el tema de mi novela, descifrar la propia vida de María. Esta idea de diccionario como género literario o como mapa, me fascina. María Moliner es el ejemplo más colosal del juego en los límites de un diccionario.
—Esta novela coincide, además, con los 125 años del nacimiento de María Moliner.
—Sí, pero mi devoción por ella se remonta a mi juventud como estudiante de filología. La idea de esta novela lleva en mi cabeza casi diez años. Estuvo madurando ahí hasta que le agregué un eje divertido: me hice con una edición original del diccionario de María y encontré, además la 18º edición del año 56 del DRAE que ella consultaba en su casa de la calle Don Quijote mientras trabajaba en el suyo propio. Entonces me puse a leerlos en paralelo. Aquello fue para mí la asistencia a un festín privado de inteligencia y de ironía. Se trataba de una esgrima que María Moliner mantuvo con el Diccionario Académico. No hay palabra del DRAE en la que María no introduzca una enmienda, una rectificación, o directamente, deshaga la decisión académica para rehacerla ella por completo.
—Hay un ejemplo de eso que dices al inicio de tu novela.
—Exacto. Se trata del sentido “desobediente” del verbo “Contestar”. No estaba recogido por la Academia. “No hacer lo que te mandan”, Sostiene María en su diccionario. Y eso es exactamente lo que hace ella durante los quince años de trabajo en su casa de la calle Don Quijote.
—Una labor ingente de una mujer poco conocida y menos reconocida.
—Efectivamente. Muy poco conocida en el imaginario colectivo. Es como si el diccionario hubiese devorado a su autora. Ella sin duda contribuyó a esto, pues en el fugaz periodo en el que tuvo una cierta notoriedad pública desde que se publica el diccionario hasta que la nominan fallidamente para la Real Academia, concede unas pocas entrevistas que son sus únicas intervenciones públicas. En ellas se encarga de borrar las huellas de su pasado como un acto de autoprotección, porque ese pasado remitía a su labor en las misiones pedagógicas de la República. Y resulta cuanto menos curioso, porque es como si todo el mundo nos hubiéramos convencido de que no había nada demasiado interesante en su vida. Lo cual no es cierto. Más bien al contrario, pues se trata de una vida realmente ejemplar; yo diría que, hasta útil por inspiradora.
—¿Y cuándo retomas la escritura de la novela?
—Pues cuando fui padre. Los primeros meses, e incluso el primer año fui incapaz de escribir otra cosa que no fueran breves apuntes referidos a mi experiencia como “padre en pañales” (risas). Pero todo cambió en mí cuando nuestro hijo empezó a hablar. Asistir a la construcción del mundo en palabras de mi hijo me remitió de nuevo y con mayor fuerza a este proyecto aparcado en un cajón. Me sentí de nuevo emocionalmente ligado a la idea de la escritura de biografía lingüística de María Moliner. Casualmente, cuando lo estaba terminando, los editores y yo caímos en que estábamos próximos a este aniversario de María Moliner. Pero fue puro azar.
—Dámaso Alonso, académico de la lengua y director de la RAE durante tantos años, es amigo de María Moliner y, además, personaje en esta novela.
—Sí. Dámaso juega un papel muy importante en la vida de María Moliner. Él, recordemos, huye a Valencia en el 36, pues al igual que María no había sido neutral. Sin embargo, ninguno de los dos eran sectarios ni apegados de manera fanática a una doctrina. Su identificación con la República tenía más de afinidad cultural y de pedagogía en el caso de María, especialmente enfocada a la alfabetización de las mujeres. Ella bien lo sabía por su madre, que era una excepción para esa generación porque de manera afortunada y excepcional, sí sabía leer y escribir.
—¿La Guerra Civil fracturó aquella amistad?
—La Guerra Civil primero y la dictadura después destrozaron por completo sus vínculos afectivos, sus amistades y sus recuerdos. Sin embargo, Dámaso alcanzó un gran predicamento y poder durante el régimen viviendo relativamente cómodo en ese difícil periodo y despertando el recelo de muchos exiliados. Dámaso Alonso nunca hizo declaraciones demasiado incómodas, pero sí escribió “Hijos de la ira”, donde hay un dolor supurándose todo el tiempo.
—¿Por qué no fue elegida académica Doña María Moliner?
—Mira, hay cosas que son difíciles de explicar, pero lo que yo pretendo contar en mi novela es la relación de unas personalidades complejas en un mundo difícil, protagonistas de una situación histórica, social y política muy delicada; con numerosas aristas. Dámaso era un personaje complicado y esa complejidad y ambigüedad como ciudadano de posguerra está en su relación con María Moliner. Él es un viejo amigo de María de la época de Valencia con lo cual, para cuando se produce la polémica votación que rechaza a María Moliner como miembro de la RAE, ellos ya se conocen desde hace casi cuarenta años. Y él no es sólo amigo, sino también el editor del diccionario de María. Es decir, tenía un enorme compromiso con la obra de María Moliner, pero a la vez dirigía la RAE. Esos equilibrios que todo el tiempo tiene que hacer Dámaso a expensas de una especie de alcoholismo melancólico que ejerció toda su vida, lo hicieron ser un personaje de lo más interesante a la sombra de una mujer fascinante. Lejos de ser un estereotipo, se revela como un conflicto narrativo-novelesco. Y eso es lo que un escritor, al menos el tipo de escritor que yo soy, es lo que debe contar en su novela.
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