Foto de portada: Fondation Jan Michalski © Wiktoria Bosc
La paternidad para la mayoría de los hombres hasta hace bien poco era una consecuencia del matrimonio o de la vida en pareja. Una consecuencia más o menos satisfactoria y gratificante, siempre que no existieran dudas sobre el origen del espermatozoide fecundante. Durante el embarazo y primera fase de la crianza, el varón se mantenía en un segundo plano en actitud protectora y vigilante cediendo protagonismo a la mujer. Los padres del siglo XXI, sin embargo, se implican cada vez más en el proceso superando el clásico rechazo al cambio de pañales y asumiendo una paternidad responsable y participativa, consecuencia de la rápida evolución de los roles de género. Pocos de esos nuevos padres puede vanagloriarse de haber creado un cordón umbilical de naturaleza poética que lo vincula con su vástago, un mérito del escritor argentino afincado en Granada (España) Andrés Neuman, que tras consagrarse con una serie de espléndidas novelas entona en Umbilical (Alfaguara, 2022) un canto de amor a la literatura en nombre del hijo: su hijo Telmo. Un centenar de páginas divididas en dos partes —El imaginado y El aparecido— que documentan poéticamente, con un lenguaje pletórico de belleza, sensibilidad y ternura, la gestación, el parto y los primeros días de su bebé, que en las últimas páginas toma la palabra en un monólogo que es un inusitado ejercicio literario. En sus diálogos con el nasciturum primero, y luego con el recién nacido, Neuman ofrece una profunda reflexión sobre un concepto de paternidad que rompe moldes y alumbra una nueva forma de relación entre el hombre y su descendencia. Una relación más libre, más afectiva y sobre todo más gozosa. «Estoy muy lejos de vanagloriarme por este libro, sólo quería hacerle un regalo de bienvenida a mi hijo», afirma.
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—¿Crees en la existencia del instinto paternal?
—No soy muy de la mística del instinto, aunque supongo que nuestra parte animal o instintiva siempre jugará cierto papel en nuestra conducta. El problema de insistir demasiado en esa línea de pensamiento es que, tradicionalmente, ha servido de pretexto para justificar modelos y roles que luego los avances sociales y la lucha por los derechos han ido transformando. Por eso, más allá del marco biológico, considero esencial pensar en las bases de nuestra formación afectiva, en toda esa maraña de principios que solemos dar por sentados. Me fascinaba preguntarme hasta qué punto los padres podemos ir construyendo otro tipo de cordón umbilical, hecho de voluntad, introspección y cuidados. Creo que, si trabajamos desde la cercanía diaria y la militancia en la ternura (que para mí es una emoción revolucionaria, porque modifica las interrelaciones personales y colectivas), puede forjarse un vínculo amoroso casi artesanal. Eso incluye, por supuesto, aprender a poner el cuerpo en ello. Justo eso cuenta el libro: cómo, cuando te manchas las manos por alguien, tus limitaciones, miedos o torpezas se transforman en emoción.
—¿Cómo te ha cambiado el hecho de ser padre?
—Solemos prestar atención a todo lo que en efecto cambia, pero tendemos a olvidar cómo todo vuelve: vuelven nuestros vínculos anteriores, nuestra infancia, conflictos que creíamos haber dejado atrás. Siento que cada nacimiento abre un futuro vertiginoso y a la vez relee radicalmente el pasado. Te conecta además de una forma voraz con el presente, que es el tiempo absoluto de la primera infancia. La paternidad me intimidaba, me hacía dudar y me parecía —por eso mismo— un aprendizaje muy deseable. En ese sentido soy un padre que se siente discípulo de su hijo. Aparte de la historia familiar de cada cual, creo que en ese miedo que muchos hombres tenemos influye la conciencia de estar rodeados de relatos tóxicos o ausentes sobre la paternidad, que son los que han configurado nuestro imaginario. Por eso pienso que si entre todos logramos verbalizar más los gozos, emociones y aprendizajes de la crianza el punto de partida de nuestras paternidades será otro.
—¿También puede influir la paternidad en tu relación con la literatura?
—Sin duda. Ya está influyendo. En lo que escribo y en lo que leo, desde mi hijo o para él. Por supuesto, las condiciones materiales de la escritura también cambian. Umbilical es un libro breve y de escritura minúscula, a escala bebé, y no es ninguna casualidad: para escribir 1001 páginas discursivas sobre tu criatura, haría falta no ocuparse jamás de ella. Y, viceversa, involucrarse a fondo en la crianza pone en marcha una introspección para la que es difícil encontrar tiempo, espacio y lenguaje. Muchas compañeras escritoras conocen mejor que nadie estas contradicciones y llevan décadas trabajando con ellas. Quizá sea el momento de que, siempre en diálogo con las escrituras de las nuevas maternidades, las autodenominadas malas madres y por supuesto también las no-maternidades, los hombres trabajemos nuestra parte. En el terreno doméstico, en el de la política y en el de las emociones, que están en permanente correlación.
—La maternidad se ha debatido mucho y muy a fondo estos últimos años. Sin embargo, la paternidad parece un complemento prescindible, a la vista de que cada vez más mujeres optan por criar solas a sus hijos. ¿Qué opinas al respecto?
—Me parece maravilloso que cada persona decida qué tipo de familia quiere crear y elija sus modelos de crianza. Las paternidades, igual que las maternidades, son muy diversas. De eso se trata: de explorar con franqueza esa diversidad. Ahora bien, igual que el canon clásico suele reproducir tres arquetipos femeninos (la bruja, la puta, la santa…), pasa algo similar con los modelos paternos. Está el padre bíblico, castigador, con el que tarde o temprano se ajustan cuentas. Abunda también el padre ausente, fantasmagórico, al que se sale a buscar o investigar. Y está el padre heroico, que a Hollywood le encanta y a mí me parece pesadísimo, que se pone a salvar a su familia, a su gobierno, a su país, al planeta entero. Ese padre heroico es incapaz de reconocer sus vulnerabilidades, y por lo tanto vive secretamente aterrado de defraudar a sus hijos, que tarde o temprano conocerán su verdadera identidad, temerosa y falible como todas. La pregunta sería cómo salir de esos modelos opresivos y transgredir sus límites. Así que, en vez de un problema, tenemos más bien dos: por un lado nuestros hábitos, nuestra manera tóxica de crear vínculos; y por otro la manera en que los narramos y representamos. Porque el imaginario no se limita a reflejar costumbres, también las condiciona.
—Mientras la maternidad se desmitifica con las aportaciones de las autodenominadas «malas madres» y afines, tu libro propone una visión idealizada de la paternidad. ¿Te las tendrás que ver con algunos sectores del feminismo?
—Sinceramente, lo que me he encontrado ha sido mucha escucha, curiosidad e intercambios emocionantes con la gente que está leyendo el libro. No veo necesidad de pasarnos el día esperando, fomentando o incluso presumiendo de hostilidades. Ese es un tic muy de nuestra época, que tiene su parte de realidad y su parte de narcisismo. En cuanto a las espléndidas escrituras contemporáneas sobre nuevas, «malas» y/o no-maternidades, en realidad se trata de fenómenos totalmente complementarios: lo que comparten con la incipiente escritura sobre nuevas paternidades o masculinidades es la resistencia ante los mandatos tradicionales. Tienen en común la desobediencia emocional. Yo mismo tuve una madre bastante heterodoxa, así que siempre me he sentido cercano a las mujeres que cuestionan los roles impuestos. Dicho lo cual, en Umbilical no hay ninguna visión idealizada de la paternidad: también se abordan explícitamente miedos, dudas, extenuaciones, traumas, duelos, conflictos del pasado. Lo que pasa es que se celebran sin complejos los placeres, aprendizajes y emociones. Pero estamos tan acostumbrados a las paternidades tóxicas que cuando alguien intenta gozar de la experiencia, cuidar lo mejor posible e implicarse emocionalmente, ya parece una utopía. ¿No es una pena? De hecho, durante bastante tiempo tuve miedo de ser padre precisamente por el tipo de figuras paternas con las que nos hemos educado en la vida y el arte. Me aterraba que mi patriarcado interior lastrase el vínculo con mi hijo. Afortunadamente no está siendo así, y eso no tiene que ver con ningún idealismo, sino con la conciencia y la autocrítica.
—Los personajes infantiles no abundan en la literatura para adultos, y los bebés brillan por su ausencia. Tú has dado voz a un recién nacido en un monólogo mínimo. ¿Sientes el orgullo propio del pionero?
—Jamás se me ocurriría considerarme pionero de nada, porque el imaginario es siempre un trabajo colectivo. Es cierto que tenemos muy escasa literatura escrita por hombres que cuente y repiense nuestros vínculos con los bebés. No nos han enseñado a vivir ese período tan valioso, delicado y revelador que va desde la gestación hasta la primera crianza. Por eso quería explorar qué puede sentir un hombre antes, durante y después del nacimiento, cómo nos vamos resituando los padres en un período de metamorfosis que es también una oportunidad para el vínculo, para otras formas de cercanía de las que aún se habla poco. De ahí el epígrafe de la poeta estadounidense Anne Waldman, que me parece hermoso: «Que los hombres detengan su alboroto / frente a la maravilla del bebé».
Todos los padres y madres somos discípulos de nuestros hijos y aprendices de padres y madres… solamente, mientras crecen, hay que mantener los ojos y oídos abiertos y… aprender.