En tiempos dominados por la cultura del Photoshop y el canon de belleza impuesto por las grandes empresas de cosmética, el escritor argentino Andrés Neuman propone una estética desmitificadora del cuerpo y reivindica sus imperfecciones en el libro Anatomía sensible, una treintena de piezas cortas escritas desde la perplejidad y el asombro que produce el cuerpo propio y ajeno, e impregnadas todas ellas de humor y de ironía, sin duda armas excelentes para “combatir la lógica perversa de la perfección física”.
“Tengo la sensación de que cuanto más Photoshop hay en nuestra vida, más se convierte el trabajo artístico en un mecanismo de combate contra eso”, afirma Neuman (Buenos Aires, 1977) en una entrevista con Zenda con motivo de la publicación de su nuevo libro, fruto de años de reflexión sobre cómo, en la era del Photoshop y de la perfección audiovisual, “se podían representar literariamente los cuerpos, el sexo, y cómo hace la literatura para escapar de la reproducción de esos paradigmas de belleza”.
Publicado por Páginas de Espuma, Anatomía sensible podría haber sido escrito en tono de “denuncia, sacando el dedito moral”, pero eso hubiera sido “poco interesante y, en el fondo, poco inteligente”, opina el autor, que ha preferido “poetizar ciertas partes o estados indeseables del cuerpo” y tratar de generar “un elogio a la contra, una celebración de la cana, un elogio de los kilos de más, un aplauso de la pata de gallo o una fascinación por la estría”, comenta el escritor, que vive en Granada desde los catorce años.
Para comprobar hasta qué punto la estética está sometida actualmente a la cosmética, Neuman tecleó a principios de 2018 la palabra “belleza” en Google para ver las imágenes que había al respecto. De los cien primeros resultados, 98 correspondían a mujeres jóvenes, de etnia mayoritariamente blanca, y había que esperar al resultado 181 para hallar a un modelo de sexo masculino. Quien efectúe ahora esa búsqueda comprobará que todo sigue casi igual, aunque David Beckham se cuela hacia el número cuarenta en esa lista.
Algunos breves fragmentos de Anatomía sensible ilustran a la perfección el tono “de sátira permanente” en el que está escrito este libro:
– “El cabello conoce dos temibles enemigos: la alopecia y la poesía. Una lo va debilitando; la otra lo remata. Por cada verso que se comete acerca de una cabellera dorada como el sol, un pelo se arroja al vacío en señal de protesta”, escribe en el capítulo Revoluciones del cabello.
– El pene sin atributos: “Junto a la gravedad y la rueda, probablemente el coito sea una de las obviedades más extrañas de las que tenemos noticia. Los forcejeos arrancan en su gramática. ¿El miembro ejerce de sujeto, objeto o circunstancial? (…) Ebrio de propiedad, el diccionario delira que penetrar equivale a poseer. Acaso penetrar, como ser penetrado, signifique transformarse en el otro”.
– Patrimonio del tobillo: “Defender su patrimonio es tarea colectiva. Esos políticos que se empeñan en ocultarlo jamás obtendrán nuestra confianza. Aceptamos la austeridad en la gestión del pie, ya que su uso indebido causa conflictos de orden público. Pero encubrir el tobillo así, sin más, eso es intolerable”.
– Autosabotajes de la espalda: “Acaso la sabiduría de la espalda radique en su insobornable discreción: intuye y calla casi todo. Acierta a interrumpirse justo antes de otras zonas más evidentes. Quién pudiera manejar ese estilo. Y su final”.
Poeta, novelista, cuentista, traductor, bloguero y articulista, Neuman ha merecido premios como el de la Crítica, el Alfaguara, el Hiperión o el Firecracker Award. Es autor de las novelas Bariloche, El viajero del siglo, Hablar solos y Fractura, entre otras. Ha publicado poemarios como El jugador de billar, Mística abajo y Vivir de oído, y los libros de cuentos El que espera, Alumbramiento, El último minuto y Hacerse el muerto, además de Barbarismos, un singular diccionario satírico.
El escritor charla con Zenda, en un céntrico hotel de Madrid, sobre esa celebración del cuerpo que es su nuevo libro, cuyo trasfondo “es serio y muy político”.
—Anatomía sensible es un libro sorprendente e inclasificable, y en el que derrochas imaginación.
—Celebro que encontrases sorprendente el libro, en el sentido más inmediato, que tiene que ver con el asombro, porque cuando nos miramos al espejo con cierto detenimiento se genera esa sensación de no reconocer aquello que dábamos por sentado. Entonces, me parecía que para hablar de la extrañeza, de lo evidente y, por lo tanto, para hablar de la perplejidad que nos produce el cuerpo propio y ajeno hacía falta buscar algún tipo de maniobra estética que tuviese que ver con la rareza; un libro que fuese difícil de identificar a primera vista, del mismo modo que, observados con atención, todos los cuerpos son asombrosos.
—Supongo que no te habrá sido fácil encontrar el tono adecuado para escribir una obra que está a caballo entre la poesía, el ensayo, la narrativa breve, y en la que hay tanto humor e ironía.
—Al escribir este libro me parecía que hacía falta mucho sentido del humor. Si hay algo de reivindicación de las imperfecciones y de la construcción de cierto paradigma alternativo de la belleza física, eso necesitaba ir acompañado de sentido del humor y de cierto reconocimiento de las vulnerabilidades físicas de cada cual. Entonces, he procurado también que hubiera un tono de sátira permanente. Y precisamente porque el trasfondo es serio, y te diría que hasta muy político, me interesaba utilizar el sentido del humor, porque a mí las denuncias en tono indignado me producen de entrada —no sé si es un problema personal— desconfianza y hastío. Entonces, lo único que sabía desde el principio es que no quería un libro que dijera: “Qué barbaridad, ¿qué nos estáis haciendo?”. No quería escandalizarme, sino jugar a otra cosa.
—Se diría que has escrito este libro contra la tiranía del Photoshop.
—Sin duda. Me parece que el problema del Photoshop no tiene que ver con el software y la fotografía, sino con una lógica cultural. A mí lo que me causa mucho rechazo y mucho hartazgo es la opresión estética que produce el Photoshop y nuestra incapacidad de generar una iconografía alternativa a eso. O sea, la pregunta que me interesaba hacerme, más allá de este libro, es cómo esas herramientas audiovisuales afectan a nuestra incapacidad de imaginar, en este caso, el cuerpo. Y esa especie de retoque compulsivo y pose digital permanente en la que empieza a convertirse nuestra vida cotidiana, al menos la de muchas personas, creo que tiene consecuencias preocupantes en, como mínimo, dos planos: uno que va más allá de lo literario o artístico y que tiene que ver con la intensificación de conflictos como la anorexia, la incapacidad de aceptación del propio cuerpo, la ansiedad respecto del peso o la dictadura de lo llamado saludable, pero también tiene consecuencias narrativas y artísticas. Entonces, yo estoy bastante harto de historias de amor en el cine que tengan que ver siempre con gente bellísima, joven y fotogénica. Estoy un poco harto de la fotogenia como punto de partida de la imaginación o, mejor dicho, como obstáculo para la imaginación. Es como cuando no sabemos resolver una situación imaginaria y empezamos a “photoshopearla”.
—¿Cómo has tratado de combatir esa lógica perversa de la perfección física?
—Para combatir esa lógica perversa no basta, me planteaba yo, con quejarse o con denunciarlo sacando el dedito moral. Eso es poco interesante, poco efectivo y, en el fondo, poco inteligente. Entonces, la reacción para mí más interesante tiene que ver con la poetización de esas partes o estados indeseables del cuerpo, o sea, no tanto tirarse de los pelos por la objetualización de los cuerpos perfectos y la demanda de que nos pleguemos lo más posible a esos paradigmas, sino la creación de un espacio donde entren otros cuerpos y se dignifiquen poéticamente. Y tratar de ir argumentando todo eso con razones teóricas y, de algún modo, con metáforas reivindicativas que vayan generando, por así decirlo, una poética rebelde y un espacio literario para los cuerpos otros. Es decir, tener una iconografía literaria a la que acogerse. Podemos ir incluso a los símiles y metáforas escolares con que, sin querer, nos educan. Si pensamos en la escuela, el primer símil que cualquier antigua maestra de Literatura nos enseñaba, nos vendría a la cabeza el de “dientes como perlas”. Recuerdo que yo tenía una profesora que ponía ese ejemplo. Hay una serie de metáforas mecánicas que van construyendo un canon. Digamos que somos metafóricamente maleducados incluso antes de saber lo que es una metáfora y de cómo trabajarla. Entonces, el libro trata de combatir esa lógica desde dentro de ese aparato metafórico.
—¿Cómo clasificarías este libro? No es ficción, pero algo hay de ella; no es ensayo propiamente dicho; no es poesía, aunque está muy presente en algunas reflexiones; hay aforismos también.
—A mí me interesaba trasladar también al estilo los apetitos del cuerpo. Igual que el cuerpo se alimenta un poco de todo, me parecía que podía ser interesante que este libro fuese una especie de gran estómago, que tomase una cierta estructura articulada de la novela, porque es un libro, digamos, con un planteamiento general muy claro que atraviesa toda la obra. Tiene, sin embargo, una división por pequeños capítulos que podrían entenderse como más propio de la narrativa breve y, además, a la hora de trabajar la prosa, hay elementos muy fuertes que tienen que ver con la poesía y una argumentación más cercana al ensayo. Entonces, yo he tratado de que el estilo metabolizase todos los géneros posibles y los reuniera en un cuerpo.
—¿Qué escritores te han servido de guía para Anatomía sensible?
—No pensaba en escritores concretos o, mejor dicho, fui leyendo y releyendo a muchos autores y autoras conforme iba trabajando el libro. La cita inicial del libro es de Cynthia Ozick, que es una de mis escritoras favoritas, y que dice: “Nadie está por encima de la ropa sucia”. Me parece una declaración de principios, aparentemente juguetona y sin pretensiones, que tiene, sin embargo, una enorme potencia ética y estética. Por un lado, habla de la importancia de lo de todos los días, de cuál es el orden de prioridades y las tareas que nos corresponden, pero por otro lado también habla de la imposibilidad de la pureza, de la suciedad como parte de nuestra identidad y casi de nuestra piel. Podríamos decir: «Todo cuerpo impecable esconde un cesto de ropa sucia». Bien, pues hablemos de ese cesto de la ropa sucia, ¿no? Me interesaba mucho también todo lo que tiene que ver con la aplicación de la teoría feminista, no en su variante divulgativa o más explícitamente activista, sino en las consecuencias que tiene esa teoría a la hora de replantearnos estéticamente nuestros principios. Y ahí entran desde feministas clásicas como Judith Butler, que también cito al principio, hasta la teoría queer. También he tenido en cuenta el caso de Paul B. Preciado, que se está replanteando su propio género mientras escribe sobre el género. No ya su identidad sexual, sino replantearse el propio género, es decir, cómo la escritura es en sí misma un fenómeno trans. En mi libro hay un guiño al Manifiesto contrasexual y a otros ensayos de Preciado. Entonces, pensando yo sobre todo esto, me decía que en el fondo hay algo profundamente trans, en un sentido no ortodoxo, en la escritura literaria y en la ficción misma que tiene que ver con esto, con plantearse ¿de verdad soy lo que soy? Todas esas cuestiones están muy presentes en el libro y también, por supuesto, el diálogo con toda la tradición de la narrativa latinoamericana.
—En el capítulo dedicado al tobillo afirmas: “Esos políticos que se empeñan en ocultarlo jamás obtendrán nuestra confianza”. ¿Qué tienes contra los políticos que ocultan los tobillos?
—No pretendía decirlo en sentido literal. Si los políticos nos tienen cansados ya, sus tobillos me importan muy poco, pero sí me importaba que cuando la gente que se dedica a la política se sienta a hablar y tú ves lo bien que se han ajustado la corbata, lo planchadita que está la camisa, que rara vez se habrán planchado ellos mismos, yo no puedo evitar ante todo eso verles los calcetines, el lugar de vulnerabilidad del cuerpo en esa escenificación del político impecable. Hay un momento de atención a esa pequeña vulnerabilidad física que es de las pocas maneras que tengo de empatizar con ellos cuando los oigo repetir lo que su entrenador de coaching les acaba de decir. Pero sin querer, también nosotros repetimos un discurso político acerca del cuerpo, y me interesaba pensar en cómo, hasta cierto punto, todos nos convertimos en centrales repetidoras de discursos públicos. Cada cual hace sin querer una campaña por algún tipo de principio que no tiene que ver con el bien común, sino con el lucro o el consumo, en este caso relacionado con la cosmética o con una idea un poco barata de lo erótico.
—Anatomía sensible termina con un capítulo dedicado al alma. ¿Qué hace el alma en un libro sobre el cuerpo?
—Yo me preguntaba cómo se podía terminar un libro que repasaba exhaustivamente cada rincón del cuerpo, y dado que la tradición filosófica, y yo te diría que casi nuestros principios, hasta el día de hoy están muy condicionados por esta separación entre el alma y el cuerpo, me interesaba unir esos dos conceptos y pensar que el alma podía no necesariamente manifestarse en esos lugares de privilegio que la literatura le ha atribuido. Hemos dicho siempre que los ojos son el espejo del alma… Y yo pensaba: «Bueno, si yo fuese el alma y tratase de sobrevivir, me manifestaría más bien en los lugares donde nadie me espera, para no ser cazada fácilmente». Entonces, ¿por qué el alma no va a estar en una rodilla o en un codo áspero y no tanto en la voz o en los ojos? También es una forma de, si a lo largo del libro se trata de dignificar y enaltecer lugares aparentemente bastardos del cuerpo como el talón o la muela, al final del mismo hay un intento complementario de encarnar el alma y de buscarle el costado físico y hasta sucio al alma, para volver, como decía Cynthia Ozick, a la ropa sucia. Si nadie está por encima de la ropa sucia, entonces el alma tampoco.
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