Hace unos meses me sucedió algo sorprendente y misterioso: conocí al protagonista de mi novela La memoria del hielo. Me lo dijo él mismo tras leer la obra, y su nombre real es Andrey Novikov. Yo no sabía que existía, porque el personaje había salido de mi imaginación, ni mucho menos que lo iba a encontrar en el prestigioso Teatro de Cámara de la ciudad de Vorónezh, en Rusia, tierra natal en la que se ambienta mi historia.
El Teatro de Cámara de Vorónezh, uno de más importantes de Rusia, abrió sus puertas en 1993. Es estatal, de repertorio. Su compañía cuenta ahora con 17 artistas. En una temporada tienen lugar unas 180 representaciones. Andrey Novikov se licenció en el Instituto Estatal de Arte de Vorónezh en 1996 y trabaja en el Teatro de Cámara desde el 2000. He querido invitar a Zenda a este artista para que nos relate cómo es la vida en ese lado del mundo y cómo se siente allí el arte, mientras permanece ese breve reducto de belleza y reposo del alma rusa, pues presiento que late en la grieta de una roca, contenida, esperando la hora en que quebrará el bloque y volará en mil pedazos a una Tierra sin fronteras, liberada de creencias que ya casi nadie cree. Vamos a viajar con Andrey a la Rusia de Pushkin, Chéjov, Solzhenitsyn, Armand, Tereshkova, Tolstói, Repin, Serebriakova, Tchaikovsky, Rachmanínov, Stanislavski, Pávlov, Mendeléiev o Gagarin. ¿Nos acompañan?
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—Muchas gracias por estar con nosotros, Andrey. ¿Cuál era tu sueño de infancia?
—Buenas tardes, Susana, buenas tardes, queridos lectores de Zenda. Gracias por la oportunidad de conocerte y charlar contigo. No puedo decir que tuviera un sueño definido. Más bien preveía un futuro interesante, la vida como un espacio bello, interminable e impredecible. Conocer el mundo y tener encuentros asombrosos: éste era el sentimiento que vivía en mí de niño. Quería convertirme pronto en adulto para dar el primer paso en la vida. En las tardes de verano, cuando mis compañeros se iban a sus casas, yo me quedaba en el crepúsculo mirando el cielo y las primeras estrellas. Y dentro de mí, en mi alma, todo se encogía dulcemente al sentir la grandeza del Universo ante un yo tan pequeño. Quería hacerme grande. Estaba seguro de que crecer era la libertad.
—¿Cómo descubriste este oficio de actor, qué te empujó a ello?
—Me vi “arrastrado por mi infancia”. Yo era como un “nieto de la Segunda Guerra Mundial”: vivía en una casa donde habitaban oficiales del ejército soviético, que lucharon y defendieron su patria de los nazis. En el contexto de su vida heroica, nuestros juegos infantiles eran ridículos e insignificantes, así que lo que buscábamos eran hazañas. Jugábamos a la guerra, a ser héroes… En el juego podíamos permitirnos cosas que faltaban en nuestra vida infantil. Y así crecimos con el trasfondo de héroes de guerra reales, literatura sobre héroes de guerra, películas sobre héroes de guerra… Por todas partes rodeaba la imagen del héroe, así que imagina esto: hay héroes alrededor, y tú eres pequeño y estás subordinado a los adultos… Lo que queda es jugar. Jugar a la vida. Eso es lo que hicimos, nos pusimos en el papel de héroes, como en la canción “Balada de la lucha” de Vladimir Vysotsky (un maravilloso compositor, poeta y actor ruso). Hay otra razón que me empujó a este oficio: el miedo a la muerte. Crecí en un país oficialmente ateo. En una familia atea. Existe una forma de muerte heroica que implica el propio sacrifico. Estoy pensando ahora en los referentes que tenemos de los antiguos mitos griegos. Se presenta de forma hermosa para los que quedan vivos, pero al mismo tiempo es un acontecimiento terrible. Cuando actúas puedes morir varias veces y seguir vivo, pero la realidad es distinta: cuando era niño, los que venían de la guerra y envejecían empezaron a morir. Como decía antes, yo convivía en una casa (y había casas similares cerca) con personas que habían luchado en la Segunda Guerra Mundial, y se produjo una “muerte masiva” por heridas, por enfermedad, por edad. Tradicionalmente, los oficiales eran enterrados al son de la orquesta. Esos sonidos cortantes de trompetas tocando la marcha fúnebre de Chopin… Y el tambor. Bum, bum, bum. Todo ello sobre un fondo de mujeres llorando. La procesión desfilaba por la calle. La gente pisaba las delicadas flores que arrojaban bajo sus pies. Al principio de la procesión portaban almohadillas con órdenes, tras ellas coronas con cintas, y finalmente, en un ataúd rojo, alguien con aspecto de terrible muñeco de cera, con uniforme militar. Imagínate. Niños en el patio jugando a algo ligero e interesante. El olor del ozono, del cielo azul, de las hojas de los árboles, el olor del asfalto polvoriento y de las ramas rotas del jazmín… La vida es bella e interminable. Y de repente se hace un extraño silencio y… vzzaaaaaa, estalla siempre falsa y ruidosamente el primer acorde de la marcha fúnebre, de trompetas de metal y trompas francesas… y ya está. El final. Todo el sentido del mundo magnífico e infinito se encoge hasta un punto. La muerte. Entierro. Todo el mundo muere. Recuerdo esa imagen y cómo corrí a casa y me puse una almohada en la cabeza. No sabía cómo salir de las húmedas garras de la muerte. Y entonces jugaba a mi muerte. Me acostaba y fingía estar muerto. La última y tercera razón de haber elegido esta profesión es que me gustaba complacer a los demás. Es reafirmante y gratificante. Susana, me siento como en la consulta de un psicólogo (nunca he estado en una, por cierto).
—Es que estamos en sesión de “Terapia Susanochka”. Puedes hablar en confianza.
—Pues en resumen, a Novikov le gustaba que le alabasen, le gustaba caer bien a los demás (porque se sentía muy incómodo en el mundo), porque tenía mucha energía y había que hacer algo con esa energía. Le gustaba probar en sí mismo la imagen de un héroe (morir, pero después volver a la vida), le gustaba pegarse bigotes de algodón, ponerse ropa de adulto y transformarse en otras personas. Su poeta favorito era Vladimir Vysotsky (y Vysotsky era un héroe y un actor). El abuelo de Andrey era profesor de literatura de profesión (pero a causa de la guerra se hizo oficial), y Novikov solía hacer representaciones teatrales con su abuelo. Novikov estaba triste a menudo y se inventaba historias para sí mismo. Se aburría y tenía miedo de acabar como la mayoría de los soviéticos: nacido-escuela-instituto-trabajo-casado-hijos-trabajo-edad de jubilación-cementerio. “¡¿Por qué vivimos?!”, insistía el pequeño Andrey a los adultos, y éstos no podían responderle nada… Al no haber encontrado el sentido de la vida en la infancia, Novikov empezó a jugar a la vida y la muerte. Con tales componentes, Novikov sólo podía encontrarse a sí mismo en el ambiente teatral. Siempre estaba actuando. No tomemos en serio, señores, a un hombre así. Le encanta sufrir y reír, ¡pero siempre se está mirando a sí mismo! ¡Y a nosotros! ¡No es un ejemplo para nuestra sociedad! ¡Cortina! (aplausos, apagón)
—Novikov parece triste y alegre a la vez.
—“Triste y feliz a la vez”… Esta es una definición muy exacta… de mi mundo. La forma en que lo siento. ¿Conoces el signo taoísta del Yin-Yang? Todo es simultáneo. Y mutuamente excluyente y nutritivo. En la escuela rusa de teatro les gusta citar las palabras de Konstantin Stanislavski, el maestro de la escuela mundial de dirección e interpretación: “Cuando interpretes a un malvado, busca en qué es bueno. Al interpretar a un (héroe) fuerte, busca cuál es su punto débil. De lo contrario, tu personaje será plano y falso”. No es una cita exacta, pero tiene el significado correcto. Stanislavski era un gran director, pero utilizaba el teatro para buscar al hombre y su lugar en el mundo. Eso es un tema aparte. Ya hemos dicho que todos los artistas, los filósofos, todas las religiones (limpias del polvo de las pasiones y los miedos humanos), todos hablan de una cosa, intentan expresar una cosa en la que somos uno. Pero en lenguajes diferentes y de maneras diferentes. Por eso la tristeza y la alegría están en mí y yo en ellas…
—¿Qué es lo que más te gusta de tu profesión? ¿Y qué es lo menos gratificante?
—Lo principal es la gente con la que convives, con la que compones, con la que creas en el teatro. Todos somos tan sofisticados, tan nerviosos, tan… cada uno con nuestros propios demonios en el alma. Pero son gente de arte. Estamos en la misma longitud de onda. Eso es importante. Lo que tenemos en común es el deseo de tocar. Nos sentimos el uno al otro. Eso está muy bien. La gente del arte de todo el mundo se siente mutuamente. No importa si eres escritor, actor, director, payaso, pintor, compositor… estamos unidos por algunos conceptos muy importantes… como “no matarás”. O “la piedad por encima de la justicia”, o “el amor a la paz, más importante que la retribución”… Un código culturalmente importante. ¿Estás de acuerdo con eso?
—Completamente.
—La gente del arte es gente que conoce una verdad. Pero no pueden expresarla inequívocamente. Es como si recordaran esa verdad y, a través de su arte, intentaran expresarla. De diferentes maneras, pero todas sobre lo mismo. ¿Entiendes lo que quiero decir? No puedo responder a la segunda parte de la pregunta: lo menos gratificante, lo que no me gusta. Porque cuando algo no me gusta es un motivo para preguntarme por qué no me gusta, y resultará que el problema está en mí, no en las manifestaciones externas de alguien. Aprender a ver lo bello y lo bueno en una persona: así es como intento establecerme. Ver al niño que hay en todos. Hay un niño en todos.
—Define qué es para ti la armonía.
—La armonía es la belleza, lo que eleva a una persona, a lo que uno quiere volver, tocar con el alma. Vertical. La armonía conecta con la belleza del universo.
—¿Sientes que los actores estáis en cierto modo condicionados?
—El grado ideal de libertad para un actor es cuando el actor y el director “cocrean la historia”, la interpretación, el papel. Creatividad mutua. Entonces la libertad artística da lugar a algo inesperado e interesante, tanto para el actor como para el espectador. El arte es libertad. Hay otro matiz importante: según mis observaciones, cada actor “interpreta el tema de su vida”. Todo buen actor tiene su propia base vital, humana, que siempre se manifiesta en sus papeles… Esto se puede explicar con el ejemplo de los instrumentos musicales: se puede tocar una melodía de Gluck con una flauta o intentar interpretar una composición de Rammstein. Pero el oyente siempre sabrá que usted toca la flauta. Prueba a jugar: analiza y siente (¡es importante sentir!) cuál es el tema de la vida (la melodía de la vida) de cada uno de tus actores o actrices favoritos. Y luego intenta comprender cuál es el tema de tu vida.
—Pues tal vez la fugacidad del tiempo, el miedo de no vivir lo suficiente, supongo. ¿Y el tuyo?
—Ya está. Lo has definido. La existencia del actor.
—Trabajas en uno de los principales teatros de toda Rusia, y vuestra compañía actúa también en Moscú. ¿Hay ciudades teatrales y no teatrales?
—Por supuesto, hay ciudades “no teatrales” y ciudades donde la gente ama el teatro y el público tiene un fino sentido de los matices de la representación. Una representación es un intercambio mutuo de energía: actores-público-actores-espectadores. Dar-recibir-reforzar-recibir-reforzar-reforzar-reforzar. Es un juego. Me inspira una anécdota de la vida de la bella Pina Bausch: creó su teatro en Wuppertal e hizo famosa en todo el mundo a esta ciudad industrial de provincias. No era en absoluto una ciudad teatral. En el mundo del teatro esta ciudad es conocida sobre todo por Pina Bausch.
—¿Qué es una revolución cultural en tu opinión y qué hace falta para llevarla a cabo?
—Esta es una pregunta difícil para mí… La revolución, tal y como yo la entiendo, en el sentido general y moderno, es un cambio violento de la situación. Todo lo que implique violencia no me parece creíble. Una revolución cultural debe tener clientes y ejecutores, si estoy en lo cierto en mi razonamiento. Por ejemplo, hubo una “revolución cultural” en Rusia o en China. Si hablamos de Rusia, el resultado más positivo de la “revolución cultural” es que la mayoría de la gente sin educación del país (en aquella época eran campesinos y trabajadores de fábricas y plantas) aprendió a leer, contar y escribir, pero leían lo que el gobierno soviético necesitaba que leyeran. Había que formar una determinada ideología soviética. Si la gente empezaba a leer y escribir lo que era ideológicamente peligroso, el sistema político destruía a esas personas. Cada revolución tiene sus propios ideólogos. Persiguen sus objetivos. Y aquí llegamos a la pregunta: ¿es posible hacer feliz a la gente por la fuerza? ¿Tú que opinas?
—Yo creo que no, que no es ese el método.
—Exacto.
—¿Qué crees que se debería renovar ahora mismo en el teatro ruso?
—Un teatro de verdad se renueva. Como un río. Es curioso: los cambios en el repertorio de los teatros se producen espontáneamente. Como un virus. De repente, en muchos teatros del país, del mundo, los directores empiezan a poner en escena obras de los mismos autores. Creo que este Zeitgeist (espíritu del tiempo) se manifiesta a través del teatro en estas o aquellas obras. Veamos… En nuestro teatro, por ejemplo, Anton Fyodorov, un joven maravilloso, con talento, muy conocido en la Rusia teatral, ha empezado a ensayar la obra de Chéjov El jardín de los cerezos. Habiendo predeterminado el tema, “la gente no puede salir de sus sentimientos del pasado, porque tiene miedo de vivir conscientemente, aquí y ahora”, algunas obras “pre-COVID” empiezan a parecerme anacrónicas… A mucha gente le parece que hay otra frontera en la historia de la humanidad: antes del coronavirus y todo lo que ocurre después. La muerte se ha convertido en algo muy cercano y tangible para millones de personas en todos los países al mismo tiempo. El tema de la vida es tabú. ¿Es pertinente la pregunta sobre el sentido de la vida y de la muerte? ¿Hay tiempo para responderla?
—Vamos con una pregunta compleja. ¿Cómo definirías el sentir ruso, en general?
—Susana… una pregunta muy, muy interesante y difícil. Una pregunta para un trabajo científico serio, para un libro o varios libros. Los mejores escritores y filósofos rusos, políticos y artistas han reflexionado sobre estas preguntas. ¿Quién soy yo, al lado de estos grandes hombres? ¿Tengo derecho a hablar? Imagino un campo, estoy ante el pueblo de España. Los españoles me miran y esperan una respuesta. Y detrás de mí están los rusos. Y ellos también esperan: ¿qué les va a decir? Responder en nombre de toda Rusia delante de España sería una locura. Así que les hablaré de mí. Yo también soy una pequeña parte de Rusia. Recordemos que mi historia es subjetiva. Debo confesarle, aunque sea estúpido, que no puedo formular en absoluto la esencia del pueblo ruso. Es inasible. Diga lo que diga sobre los rusos, tengo que aclararlo. Parece que la mentalidad rusa es como Rusia. El territorio es enorme. El clima oscila entre las terribles heladas de Chukotka y el calor del Cáucaso… Una paradoja. Se podría decir que el hombre ruso es un mito. Un país enorme con una historia centenaria. Aquí viven y vivieron diferentes nacionalidades. ¿Se imagina cómo se mezclan en nosotros los genes de distintas naciones? Los zares rusos se casaron con princesas europeas. Rusia vivió bajo el yugo tártaro-mongol durante tres siglos. ¿Crees que los tártaros y los mongoles eran célibes? ¿Quiénes somos por nacionalidad? Permítanme no hablar de todos los rusos, sino hablarles de mí, de mis sentimientos, de lo que he visto.
—De acuerdo, adelante.
—He vivido en el centro de Rusia durante 52 años. Nací en la Unión Soviética. Así se llamaba Rusia entonces. “Nieto de la guerra”, todos mis abuelos lucharon en la Segunda Guerra Mundial. Mi infancia transcurrió bajo el signo del pasado heroico del país: la victoria sobre el fascismo. Historias, películas, libros. El país es un vencedor. Crecí sabiendo que los rusos son los salvadores del mundo. Nosotros (el país, el pueblo) estamos por la Verdad y el Bien. Somos una nación heroica. Nos decían: “Somos respetados y amados por toda la gente buena del mundo. Sólo los enemigos no nos quieren ni nos respetan”. Nuestra educación siempre ha incluido la imagen del enemigo. Un enemigo exterior y un enemigo dentro del país. Este era un componente muy importante de la percepción que el soviético tenía del mundo. Y por desgracia, todavía vive en nuestra mentalidad rusa moderna: la vida es mala porque los enemigos tienen la culpa. Así es como nos enseñaron a pensar. Esto es importante: la Unión Soviética era un país ateo y existía una poderosa propaganda antirreligiosa. “Sólo las viejas creen en Dios. ¡Porque son estúpidas!”. El sentido de la vida, nos explicaban, era ser útil a la Patria y a la sociedad. Desarrollar el país. Parecía que la idea era maravillosa… Se daba a entender que construiríamos un Futuro Brillante Comunista, ya pronto… Empezando por nosotros mismos, luego por el mundo entero, y entonces habría una vida feliz y larga. Los médicos descubrirán el secreto de la inmortalidad y la humanidad empezará a explorar el espacio. Por eso “¡lo público es más importante que lo personal!” era el eslogan que nos rodeaba. Por desgracia, los principales métodos educativos eran el miedo y la culpa. Se inculcaba a nivel subconsciente: “miedo a hacer algo mal”. “¡Qué vergüenza si descubren que lo hiciste!”. “¡Que la persona que lo hizo se levante y confiese!”, solían decir los profesores en la escuela. Al mismo tiempo, la gente era de una gran pureza moral. Había carteles de propaganda por todas partes: “¡El Partido Comunista es nuestra mente, honor y conciencia!”. Retratos de Lenin en todas las aulas, en las fachadas de las casas, en las organizaciones. Había artistas que sólo sabían hacer una cosa: dibujar un retrato de Lenin. La demanda de retratos del líder era grande y las ganancias de esos artistas eran buenas. “¡El pueblo y el partido son uno!” («pero comemos diferente», bromeaba la gente en voz baja).
—Observo alguna contradicción.
—El periodo soviético 1970-1985 creó una “psicología de doble rasero” entre los rusos. Hablar oficialmente de una cosa, pero pensar que no era verdad. Era la manera de preservar la propia vida y los pocos bienes materiales que tenía la gente. “¡El modo de vida occidental es malo!”, decían los funcionarios del gobierno. “¡Estamos de acuerdo!”, respondió el pueblo. Pero al mismo tiempo, tanto los funcionarios como la gente corriente valoraban las cosas traídas “de fuera” (de Europa y América). Una persona que podía visitar Europa o América era percibida como un hombre afortunado. Nota importante: en Rusia las ideologías de los “occidentales” y los “eslavófilos” siempre han competido. Los primeros decían que el país sería capaz de desarrollar todo su potencial si empezaba a desarrollarse siguiendo las pautas europeas. Los segundos sostenían que Rusia es un país autosuficiente. Es necesario buscar su propio camino e ideología. La vida demuestra que la verdad está en el término medio. Susana, deliberadamente no estoy hablando ahora de la ciencia, el arte, los deportes rusos… este es un tema aparte. Aunque parezca extraño, durante la Unión Soviética la ciencia, el arte, los deportes y la cosmonáutica rusos estaban al más alto nivel. De nuevo una paradoja. Pero volvamos a la vida de la gente corriente. Así, el sentido oficial de la vida de varias generaciones de rusos era servir a la sociedad de su propia especie, construir el futuro del comunismo. Éramos como material de construcción para la felicidad de las generaciones futuras. En el caso individual, si se piensa en ello, el sentido de la vida de una persona ateo-socialista era recibir los placeres posibles desde el nacimiento hasta la muerte. La muerte se percibía como el punto final más trágico de la vida.
—Tú has vivido en la era de Gorbachov y en la de Yeltsin. Cuéntanos.
—Mi juventud transcurrió durante Gorbachov y su perestroika (cambio de poder y de sistema político, colapso de la Unión Soviética, desestabilización de la economía). A la gente se le decía: «Vosotros sois los dueños de vuestro país y de vuestro destino, pero tenéis que ser pacientes, ¡y el futuro brillante llegará!» Oh, este lema maldito. “¡Tenéis que tener paciencia, ahora va mal, pero luego irá bien para todos!”. Este mantra de los gobernantes rusos persigue a mi país a lo largo de su historia, en todo momento. Siempre vivimos a la espera de “nuestro brillante futuro”. El pueblo ruso es crédulo. La costumbre de confiar en las autoridades está viva en el pueblo ruso desde la época de los zares. Es costumbre justificar al zar: “Los servidores del zar (ministros, funcionarios) cometen iniquidades, ¡pero el zar-padre no se entera!”. Porque si el zar es un canalla, entonces ¿quién es bueno? ¿Quién protegerá y juzgará? ¿En quién confiar? Después, los años de la “democracia” de Yeltsin: “¡Libertad! ¡Democracia!”. Pero todo se convirtió en el hundimiento de la economía y el florecimiento del bandidaje. Se abrieron las fronteras con Europa y América, pero los primeros en entrar por las “puertas abiertas” fueron los productos baratos y la inmoralidad. Tiempos oscuros. Paro, prostitución. Heroína. Borrachera. Las empresas estatales dejaron de existir. Empobrecimiento de la gente corriente y fuerte enriquecimiento de gánsteres y delincuentes financieros. Aparecieron los oligarcas. Entre ellos había antiguos dirigentes del partido comunista (antiguo partido gobernante) del país o sus hijos. Todos los días se contaban historias de trifulcas entre gánsteres: asesinatos, pornografía, alcohol técnico barato (Royal Prima feinsprit) que se vendía en puestos por un precio mínimo. Se lo bebían y morían. La tasa de natalidad bajó, la de mortalidad subió. Todos los que podían intentaban hacerse con una porción de los placeres de la vida. Nadie creía que las cosas fueran a mejorar. Una época cínica. Florecieron sectas religiosas satánicas. Los pagos por trabajar en empresas estatales se retrasaban seis meses. Y la mayoría de la gente trabajaba en empresas estatales. No había dinero. Mis padres iban a trabajar a una empresa pública durante el día, y por la noche mi padre reparaba pisos (¡un ingeniero con título universitario!) o trabajaba de portero en el guardarropa de un bar nocturno donde se reunían gánsteres o nuevos ricos. Eso le daba unos pequeños ingresos. Comíamos patatas y cereales. Todo se desmoronaba. Llegó la guerra con Chechenia…Volaban edificios de varios pisos y decían que lo hacían terroristas chechenos. Miedo y desesperanza. Y, por supuesto, las autoridades oficiales decían que “todo se arreglará pronto, pero hay que tener paciencia”. El periodo de Yeltsin terminó inesperadamente para la mayoría de la gente con la llegada al poder del actual presidente, y… más allá ya saben.
—Sí, ya sabemos. No parece haber muchas treguas.
—He visto a mis compatriotas en condiciones diferentes. Mi generación se formó en situaciones diferentes. Nuestro país nunca ha sido tranquilo y estable. Lean la historia de Rusia: ¡nunca! Los rusos siempre estaban rehaciendo sus vidas o luchando con otros países o reconstruyendo el país después de la guerra. “Un país de hazañas crónicas” es como los rusos bromean sobre sí mismos. Le contaré un secreto: en las conversaciones solemos reñirnos a nosotros mismos o bromear amargamente sobre nuestra situación. Pero, por supuesto, un ruso no permitirá que se reprenda a su país delante de él. El concepto de patria en los rusos se expresa también en el hecho de que ellos mismos pueden maldecir al país o al gobierno, pero a los extranjeros no se les permite hacerlo. La costumbre de superar algo, la incertidumbre en el futuro, y la falta de estabilidad en la vida han influido en el carácter del hombre ruso. La gente está acostumbrada a vivir en tensión. En previsión de acontecimientos imprevisibles. “Cree en lo mejor, pero prepárate para lo malo”. Pero el pueblo ruso en el fondo de su corazón siempre ha sido amable. He aquí el rasgo principal: en una persona rusa, como un retoño vivo bajo una capa de asfalto, vive la bondad y una visión humana del mundo. Los rusos nunca han sido sanguinarios. Y otro rasgo importante del hombre ruso es el concepto de conciencia. “Un ruso comete malas acciones pero siempre, en el fondo de su corazón, sabe que es malo”.
—Amplíanos esto un poco más, por favor.
—Los rusos se caracterizan por una amplia gama emocional. De ello dan buena cuenta las novelas de Fiódor Dostoievski. De la santidad a las tendencias sádicas. De la autocompasión al sacrificio por la felicidad de los demás. En una misma persona “luchan el diablo y Dios, y el campo de batalla: el corazón de la gente”. El hombre ruso necesita fe. Fe en algún Ideal. Si no existe tal cosa, un ruso se convierte fácilmente en un bandido. No podemos “ganar dinero estúpidamente”. Y ahorrar para el futuro… Nuestro futuro cambia cada día. Y rara vez para mejor. Los rusos son muy trabajadores, pero creen que con un trabajo honrado “no se gana un palacio”, y que el éxito y la buena suerte sólo van a parar a los aventureros. “Quien no arriesga no bebe champán”. Probablemente por eso los rusos se caracterizan por un alegre existencialismo. Una ironía sobre sí mismos. Esto lo simboliza la palabra rusa avos. Esta palabra puede traducirse como: “nada hace presagiar un resultado positivo del caso, pero esperemos que todo se resuelva para bien. Esperemos”. Los rusos son aficionados a los estados emocionales fuertes. Es lo que la vida les ha enseñado a hacer. Están acostumbrados a ello. Los platos y las bebidas deben tener un sabor brillante y punzante. Si un ruso siente simpatía por ti, pídele lo que quieras, dará su última camisa a un invitado, le alimentará con su último dinero (“¡Una vez vivimos!”). Te contará todo sobre sí mismo e incluso aquello sobre lo que es mejor guardar silencio. Alma abierta y generosidad. Pero los rusos son peligrosos en el odio y la agresión: no valoran su propia vida y tampoco la de los demás. Nos han enseñado que nuestras vidas no valen nada. Un ruso puede ser muy confiado y muy desconfiado. Muy interesado en todo lo extranjero, pero al mismo tiempo tratará a los extranjeros con condescendencia: “Vivís mejor que nosotros, porque tenéis un país más pequeño, es más fácil de manejar”. Un ruso puede ser muy tímido o muy arrogante. Muy trabajador o un perezoso borracho. O lo uno o lo otro. “No somos nosotros, es la vida”. Un problema nacional desde hace miles de años: el robo y la corrupción. Se refleja en la literatura rusa. Los rusos creen que el dinero rara vez conduce a la felicidad. A los rusos les gusta compadecerse sinceramente de los demás (y de sí mismos). El rasgo principal de las mujeres rusas es compadecerse de un hombre. Puedo decir que uno de los principales valores de Rusia son las mujeres rusas sencillas. Trabajan y crían a sus hijos y soportan todas las dificultades, y también se compadecen… de sus maridos y del mundo entero. Estamos orgullosos del pasado, pero no sentimos el futuro, como en un pantano, empantanados en el presente. Es como si estuviéramos atrapados en el tiempo. Parece que nada depende de nosotros y que es imposible cambiar nada. Rara vez apreciamos el “aquí y ahora”. Queremos disfrutar de la vida, pero no hay manera de empezar… Y eso es una pena… A veces pienso que Rusia puede imaginarse como un laboratorio experimental planetario. En él se funden diferentes nacionalidades humanas, caracteres, pasiones, ideales, filosofías, credos. Y el mundo está observando cuál será el resultado de la experiencia. Por eso nos vemos arrojados de un extremo a otro. Este gigantesco territorio es Eurasia. Ni Europa ni Asia. Y eso da forma a la mentalidad. “Palabras europeas y acciones asiáticas”. Pero la mentalidad del pueblo ruso está cambiando visiblemente. Los jóvenes, las nuevas generaciones, son diferentes a nosotros. Me parece que los jóvenes son internamente más libres. Piensan sin miedo a la persecución. Y si mi generación y la anterior se formaron bajo la influencia del miedo y la culpa (¡es muy importante entenderlo!), la generación actual, como espero, no está aprisionada por semejante mordaza. Esto ha ocurrido gracias a la comunicación de los jóvenes con personas de otros países, gracias a internet, curiosamente. Sé que los jóvenes rusos están realizando importantes avances en la ciencia mundial. Espero que la “esclavitud interna”, sobre la que escribió Antón Chéjov, no oprima a la actual conciencia joven de Rusia. Para concluir, citaré las palabras del cosmonauta ruso Alexéi Leónov, el primer hombre que viajó al espacio exterior: “Cuando miras la Tierra desde el espacio sientes que no hay países, nacionalidades ni razones para las disputas y la enemistad”. Porque la Tierra es nuestro hogar común. Un hogar para el Hombre. Estoy seguro de que lo que más desea un ruso es tranquilidad y la oportunidad de vivir, no de sobrevivir. Reconocerse a sí mismo y al mundo. Pero este deseo es común a todos los pueblos del mundo. ¿Me equivoco?
—¿Qué opinas de nuestro país, España?
—¿Vamos a hablar de la España moderna? Para ser más preciso, sobre mi idea de España, ya que, por desgracia, nunca he estado en este maravilloso país. Me gustaría venir no como turista en un hotel, sino conducir, caminar por el país sin prisas, sentir España, sentir su sol, su viento, su olor. Sentir a la gente. No sé por qué ha sido así, quizá por el cine español, por vuestros actores, gente del arte, escritores, directores. Me fascina vuestro país. El sonido de la lengua española. Las palabras españolas contienen energía y sol, son agradables de decir. Me gusta mucho uno de los estilos de la literatura española: el realismo místico. Sé que ahora atravesáis problemas, pero ¿quién no los tiene? Como dice nuestro amigo Javier Sánchez-Monge, filósofo viajero, escritor y humanista: «Los acontecimientos del mundo exterior no deben perturbar tu paz interior». Puedo decirle que mis compatriotas que han estado en vuestro hermoso país hablan exclusivamente de impresiones positivas. Déjame que te haga yo una pregunta respecto a los ricos rusos que van a vuestro país: ¿causan estragos?
—Hay una inversión fuerte de capital ruso en zonas costeras, y es un turismo de lujo, pero ya que me lo preguntas, en alguna ocasión, no siempre, han protagonizado episodios tranquilos. ¿Conoces esta faceta?
—Es un rasgo de la grosería rusa. El dinero y la falta de educación se combinan para producir tales fenómenos. Mijail Bulgákov, escritor ruso (autor de El maestro y Margarita) tiene una novela titulada Corazón de perro. Transcurre en la Rusia posrevolucionaria. Un profesor de medicina realiza una operación singular: trasplanta al perro Sharik la glándula pituitaria del músico y alcohólico Klim Chugunkin, asesinado en una cervecería. Como resultado, de un perro simpático pasa a ser un animal grosero, agresivo e insolente. Con el apellido “Sharikov”. Ahora es un nombre familiar cuando hablan de gente santurrona, arrogante e inculta. Lamento ver “Sharikovs” ricos en la bonita España.
—¿Sufrís también en Rusia el revisionismo cultural que está censurando las creaciones literarias en Europa o Estados Unidos?
—Afortunadamente, no existe tal cosa en Rusia. En Rusia tratan con mucho cuidado la literatura y el cine clásicos. No conozco ninguna manifestación de este tipo. En algún momento algunas editoriales empezaron a sacar libros de autores clásicos en forma de “resumen” explicando que era demasiado difícil para los adolescentes en la escuela entender las sutilezas del autor y un volumen demasiado grande. En cierto modo volvían a contar la trama básica, creyendo que eso era todo lo que los escolares modernos necesitaban saber. Durante la Unión Soviética, la educación clásica era de alto nivel. Desgraciadamente, el nivel de la educación escolar está ahora en mal estado.
—¿Y qué literatura española e hispanoamericana se lee en Rusia, qué autores gustan más? ¿Y en otras manifestaciones artísticas?
—El Quijote de Miguel de Cervantes todo el mundo lo conoce. Es literatura obligatoria en todos los institutos de humanidades. Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Lope de Vega, Pedro Calderón, Federico García Lorca ¡son clásicos! Esos son los más populares. Me resulta difícil hablar de artistas, tendría que enumerar muchos nombres. Diego Velázquez, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Francisco Goya, Joaquín Sorolla, Francisco Zurbarán, Bartolomé Murillo, El Greco… Esto es sólo el principio… El arte español es muy apreciado en el ambiente cultural de Rusia. Pero, lo siento, ya es arte mundial. Películas y actores… Se me ocurre una larga lista de actores, actrices y directores. Javier Bardem y Penélope Cruz, Antonio Banderas y Victoria Abril abrirían una larga lista de actores populares de España. La lista de directores empezaría con Buñuel, Almodóvar, Julio Medem…
—¿Conoces la obra de Arturo Pérez-Reverte? Él cofundó Zenda…
—¿El autor de El club Dumas? Claro que lo conozco ¡Estoy impresionado!
—Prosigamos. Vivimos en un tiempo de “fast food intelectual”, y tú eres profesor de teatro. ¿Cómo intentas cambiar esta tendencia en tus alumnos?
—Tengo poca experiencia docente. Sin embargo, mis cuatro hijos son como una pequeña clase de escuela en casa. La comida rápida intelectual es un signo de degradación de la sociedad. En todo el mundo. Prohibir o burlarse de este fenómeno no tiene sentido. Se puede bloquear Tik-Tok, quitar los aparatos, apagar Internet… pero no servirá de nada. Nuestro trabajo es hacer que los niños sientan que hay otro mundo, intelectual y espiritual, ahí fuera. Un mundo que les haga sentirse guapos e inteligentes. Nadie chapoteará en un charco de bazofia cuando hay un hermoso mar a tiro de piedra. Nuestro trabajo es mostrarles que el mar está cerca. Por eso la autoridad de un profesor es importante. Si los alumnos te tratan con interés, se interesarán por lo que lees, escuchas, ves… e involuntariamente empezarán a imitarte, a prestar cada vez más atención a los libros, las películas, las imágenes, la música… Recuerdo a aquellas personas que me formaron como persona: eran personas interesantes para mí. Por ejemplo, las matemáticas hasta séptimo curso (entonces llevábamos diez años en el colegio) eran un horror para mí. Odiaba las matemáticas en la escuela, a los profesores de matemáticas les molestaba mi estupidez. Si obtenía un 3 por respuesta (teníamos un sistema de calificación de cinco puntos; 5 era la mejor nota), era un día de fiesta para mí. Cada lección era estresante y una tortura. Pero llegó un nuevo profesor. Era una persona interesante y polifacética. Le gustaba el teatro. Los deportes. Contaba historias fascinantes sobre la vida de los científicos. Mitos y leyendas. Era un profesor interesante e inusual. Y fue gracias a él que me convertí en un estudiante con honores en cuestión de meses. Durante el resto de mis años escolares, supe matemáticas mejor que nadie en mi clase.
—Cuéntanos qué se siente al identificarse con Serguéi Bogdánov (el protagonista de mi novela La memoria del hielo).
—Es un momento místico. Igual que en tu novela. No puedo describir esas sensaciones con claridad, Susana. Los actores interpretan muchos papeles a lo largo de su vida en el teatro. Pero sucede, es un fenómeno raro cuando lees sobre tu héroe y de repente sientes, comprendes, sientes todo lo que está escrito. Es como si recordaras tu vida pasada. Déjà vu. Es muy emocionante. Es la misma sensación que tuve cuando leí tu libro. Era como si hubiera visto la película La memoria del hielo: yo era un actor de esa película y al mismo tiempo era un personaje vivo de esa película. Memoricé citas de su libro, pensando: «Esto es lo que me gustaría decir». A veces necesitas fe. ¿Por qué? Para tener menos preguntas. Cuando leía sentía la poética de esta novela, y a veces me desesperaba por no poder disfrutar de tu poesía del texto (descripciones de la vida circundante, sentimientos de los personajes), por culpa de la traducción. Yo quería hacerte preguntas sobre los personajes, pero… es muy extraño… no te escribí porque entonces la multidimensionalidad de mi percepción podría ser limitada por tu respuesta concreta y unívoca… Yo estaba en un cuerpo vivo de acontecimientos… yo… ¿cómo expresar?… no podía preguntarte, como autor de mi vida, lo que significan estos o aquellos acontecimientos… ¿Entiendes lo que digo? Me fascina este estilo, realismo místico… Me parece que la literatura española ha dominado este estilo a la perfección técnica. Me fascinó esa última parte de tu novela. Estaba leyendo y pensando: «Aquí está el final… El autor está claramente poniendo un punto». Pero me estabas engañando. La acción, impredeciblemente, comenzó a desarrollarse más, un nuevo matiz y… una vez más, acontecimientos hipnotizantes. Tuve la completa sensación de estar tendido en la nieve, con sangre y esperanza fluyendo de un pequeño agujero en mi cuerpo. Estaba de pie en un frío edificio de hormigón en ruinas (¿conoces el olor del hormigón en el frío?) y tocaba las teclas heladas de un piano intentando terminar una frase musical de una melodía para mi hija… y así comprender que no hay “vida repentinamente truncada cuando entiendes en tu corazón que no hay poemas inacabados”. No hay vuelo interrumpido, no hay amor interrumpido. La plenitud de la belleza también puede expresarse en la subestimación. Cuando aceptas esto, tu alma es libre. Y la carga del resentimiento y la melancolía no congela el alma, sino que la aprieta contra el suelo. Uno se disuelve en la vida, despega. Solo describo sensaciones (¡pero esta es la punta del iceberg!) después de leer tu libro… Es como si me hubiera leído a mí mismo.
—¿Quién o quiénes te inspiran para hacer tu trabajo? ¿Hay algún actor o cineasta al que veneres?
—Puede sonar a tópico, pero la creatividad es una respuesta a las impresiones de la vida. Nunca puedes adivinar lo que te inspira… Cuando me contabas cómo nació tu deseo de escribir la novela La memoria del hielo… ¡es una historia increíble! Pero, ¿quién iba a imaginar que verías esta foto de Norilsk en una revista… Por cierto, ¿conocen los lectores esta increíble historia? En cuanto a un ídolo de actores… no. Te explicaré por qué: de niño y en mi juventud me fascinaba e inspiraba la personalidad del actor y bardo Vladimir Vysotsky. Carisma de alto voltaje. Su popularidad en Rusia era prohibitiva. Pero cuando empecé a trabajar en el teatro, sentí un desastre profesional: no me encontraba a mí mismo. Los papeles no los interpretaba Andrei Novikov, sino Vladimir Vysotsky a través de mi cuerpo. Sin darme cuenta, intenté copiarle. Y me costó mucho tiempo y esfuerzo llegar a ser yo mismo. Así que… “no te conviertas en un ídolo”. En cuanto al cine… voy a ser sincero, me encantaría hacer directores españoles. Estoy enamorado de su cine y de sus actores… Siento que son buenos amigos míos.
—¿Qué autores te han inspirado más?
—Si hablamos de creatividad, de la relación de una persona creativa con el mundo, el poeta ruso Alexander Pushkin siempre ha sido muy importante para mí. Para Rusia, es el Mozart de la poesía. Murió en un duelo en 1836, defendiendo el honor de su esposa. Pushkin tenía 36 años. Pero su biografía, su obra (poesía, prosa), sus cartas, borradores… siguen siendo objeto de estudio y de nuevos descubrimientos científicos y literarios. Sus poemas son ligeros y multidimensionales al mismo tiempo. Son muy agradables de leer en voz alta. También puedo nombrar a los escritores Hesse, John Fowles, Márquez, Dostoievski, Mijail Bulgákov y muchos otros… Tengo una buena biblioteca en casa. Estos autores han forjado mi gusto artístico. Aunque cuando releo sus obras, descubro nuevos temas de reflexión, comparándolos con mi propia experiencia vital.
—Dijo Slava Polunin que “todos los payasos somos filósofos que quieren ser amados”. ¿Estás de acuerdo?
—¿Puedo darle una respuesta breve? Estoy seguro de que todo el mundo quiere ser amado. Y debido a la falta de amor suceden todos los acontecimientos desagradables en este planeta. Y es muy difícil amar a los que no nos aman. Pero es la única manera. La gente ha estado luchando y matándose durante siglos. Para ser felices. Pero nunca han sido felices. Es un callejón sin salida. Aprende a amar. Es el único camino. ¿Quién no está de acuerdo conmigo?
—¿Qué queda tras una gran interpretación? ¿Algo cambia dentro de uno? ¿Y qué me dices de la conexión con el público, cómo la percibís los artistas?
—Te contaré un secreto. La fórmula del teatro. Y de cualquier acción escénica. ¿Quieres ser un director de éxito? ¿Un showman? Entonces recuerda: el teatro es “concentración de la atención del público y además el desarrollo de la impresión artística”. Eso es. Si haces eso, el público y los actores están contentos. Toda acción teatral en la que los actores actúan sobre el escenario es un intercambio mutuo de energía con el público. La energía tiene que estar concentrada, organizada, captar la atención del espectador desde los primeros segundos y… empieza la magia. La magia. El espectador experimenta emociones y las transmite a los actores. Los actores recogen esta energía, aumentan su tensión y la transmiten al espectador. Y así hasta el final de la obra. Una buena representación. Como dijo un actor, al final de una buena representación el público se aplaude a sí mismo. Sin público los actores no tienen nada que hacer en el escenario. Alegría mutua. Eso es lo que queda. Aunque la obra sea trágica.
—¿Qué papel te ha gustado más representar, y cuál te gustaría interpretar algún día? ¿A qué te dedicarías si no fueras actor?
—Es una situación extraña: me tocan papeles diferentes en función de mis reflexiones y de los acontecimientos de mi vida. Por ejemplo, en 2016 tuve serias dudas sobre el sentido ulterior de mi trabajo en el teatro. Me pregunté: «Andrey, ¿qué te gustaría hacer ahora?» Y me respondí: «Irme al bosque, vivir en una casa, solo. Escuchar el silencio, sentir la naturaleza». Y al mismo tiempo en el teatro empezaron los ensayos para la obra de Chéjov Tío Vania. Me dieron el papel del doctor Astrov. Es un hombre que vive solo, trata a la gente, salva los bosques de la destrucción, bebe vodka, ve cómo la gente destruye la naturaleza y piensa: «¿Cuál es el sentido de mi vida, cuál es el sentido de la vida en este planeta?». Como comprenderás, estos pensamientos eran idénticos a mis sentimientos personales en aquel momento. Todo lo que tenía que hacer era aprender el texto… Como ves, la vida misma me da los papeles que necesito (esta frase suena patética y ampulosa, pero es verdad). ¿Hay algo que me gustaría hacer aparte del teatro? El teatro muestra e intenta hacer sentir al público cómo y por qué sufre una persona. En este sentido, el teatro es eterno y limitado. Siempre “habla” de lo mismo, pero de distintas maneras. Es una narración eterna: la queja de una persona sobre lo mal que vive y por qué. Si al teatro se le quita el elemento de la queja y el sufrimiento, deja de ser teatro. Pero, ¿tiene eso algún sentido? Para ser sincero, algún día quiero dejar de quejarme y sufrir en el escenario y en la vida. Preferiblemente antes de morir físicamente. Pero ¡basta de hablar! ¡Es hora de animarme! ¡Aplazar la lectura! Ejercicios prácticos: “Cambia tu vida”. ¡Escucha y recuerda! Nuestra vida es un juego. ¿Tienes dudas? Bien. Haz este ejercicio de actuación (esto va para todos los lectores): en cuanto sientas rabia, resentimiento, irritación, cualquier emoción fuerte, pregúntate: ¿qué papel estoy representando ahora, para qué y ante quién? Por ejemplo: eres periodista, presentas un artículo al director y éste te dice: “Esto está muy mal, no sabes trabajar”. Tu primera emoción es la rabia. Puedes pensar: “¡Llevo toda la noche escribiendo este artículo, idiota!” Pero (¡presta atención!), inspira y espira. Y pregúntate (¿quizá en voz alta?): «¿Qué papel estoy desempeñando en este momento?». La respuesta sería, por ejemplo: «El papel de un periodista cansado pero con talento, al que regaña un editor despótico». Muy bien. Has interpretado el papel a la perfección (tus emociones eran reales). Extrañamente, sentirás que la situación no es trágica y, al ver cómo se sonrojaba tu editor por gritar, encontrarás el componente cómico de lo que está ocurriendo. Apláudete mentalmente (o visiblemente) a ti mismo y a tu editor: él también ha interpretado a la perfección el papel del jefe enfadado, ¡el episodio está jugado! Ahora sal del despacho del jefe, llama, por ejemplo, a tu pareja y… ¡presta atención! Al hablar con ella/él, date cuenta de que ahora estás interpretando el papel de alguien infeliz que se queja a su marido/mujer de la injusticia del jefe. ¿Cómo te sientes? ¿Tu autocompasión empieza a disolverse? Cuando vuelves a casa, empiezas a representar el papel de un padre o madre (si tienes hijos), si te abandona un amigo, date cuenta (cuando te encuentres con él en un café) que interpretas el papel de una chica ofendida, y… así ad infinitum. Si rastreas tales manifestaciones en ti mismo —“¿qué papel estoy representando ahora?”— disolverás toda la negatividad y seriedad de la situación y te convertirás en un excelente actor (actriz), y las emociones destructivas no envenenarán tu psique: ¡al fin y al cabo las situaciones son sólo un juego! Te aseguro que tu vida se volverá más interesante. ¿Empezamos? Y cuando te aburras, hazte una pregunta: ¿quién soy realmente?
—Sé que la meditación es un camino importante en tu vida. ¿A dónde crees que puede llevarte esta práctica?
“La meditación son unas vacaciones para la mente” decía en broma y en serio nuestro común amigo Javier Sánchez-Monge. La vida se ha convertido en tanta información innecesaria, emocional, energética… Mira, los niños infelices son tan nerviosos, con una psique inestable… ¿y la generación adulta? Tensión constante, irritación nerviosa, y todo el tiempo tenemos que ir deprisa a alguna parte, no tenemos tiempo para algo… La falta de calma de pensamientos y sentimientos. Cuando vengo a casa de mis padres en el pueblo y decido apagar el teléfono, no ver las noticias, nada de Internet, sólo caminar, escuchar el bosque, el río, ver animales y pájaros (estos son lugares de reservas protegidas) en tres días hay paz. Por dentro. Así es como me sentía yo mismo cuando era niño: hay un mundo y estoy yo, como parte del mundo. Y me gusta mucho este estado. Es un estado de meditación: detener la reacción interior a la rabieta exterior del mundo.
—Te he escuchado alguna vez decir que “hay que dejar reposar a las palabras”. ¿A qué te refieres?
—Las palabras han perdido su poder y, muy a menudo, su significado original. En la lengua rusa hay palabras que, hace muchos siglos, tenían el significado contrario. Pero no es sólo eso. El mundo de las personas llena de palabras el silencio del Mundo. Televisión, radio, Internet y en todas partes dicen, dicen, dicen… La era del postmodernismo juega, hace malabarismos con las palabras y los significados. Decimos una cosa, queremos decir otra, pero pensamos una tercera… Bla, bla, bla… Hagamos un experimento: ¡Día Mundial del Silencio! ¡Un Día del Silencio! Intenta también un ejercicio de interpretación: entra en una habitación. Después de ti, deja que entre un amigo o una amiga tuya. No te apresures a abrir la boca y decir la primera palabra. Escucha cómo te sientes. Escucha el silencio. Siente la atmósfera psicológica de la habitación. Intenta (es fácil) sentir cuál es el estado de ánimo de tu amigo en este momento, cuál es su sentimiento, qué quiere decirte. ¿O no quiere entablar un diálogo contigo? Vuelve a escucharte: ¿tienes ganas de entablar un diálogo? Y di el primer sonido, la primera palabra, sólo cuando sientas una necesidad mutua de hacerlo. Si no sientes esa necesidad, sal de la habitación en silencio. Te aseguro que te sorprenderá el tamaño de la pausa de silencio y su intensidad.
—¿Qué es para ti la verdadera libertad?
—La libertad es la ausencia de sufrimiento con la abrumadora sensación de que el mundo es hermoso y nosotros formamos parte de él.
—¿Cuál te gustaría que fuera tu legado?
—Mi hijo mayor, cuando era pequeño, pronunció esta frase: “He venido a este mundo para amar y complacer”. Quería hacer que alguien se sintiera mejor o más feliz con mi vida. Si alguien se alegra de que yo viva, significa que no he venido a este mundo para nada.
—¿En qué consideras que nos estamos equivocando como especie? ¿Hacia dónde crees que va la Humanidad?
—Como especie, cometimos un error cuando decidimos que todos los caminos son buenos para alcanzar la felicidad. Cuando decidimos que el hombre es el amo de la Tierra y puede hacer lo que quiera. El resultado es un derramamiento de sangre sin fin y un desastre ecológico. No finjamos que el final está lejos. Las acusaciones mutuas no han conducido a la paz en miles de años de historia humana… “Sálvate a ti mismo, y miles se salvarán a tu alrededor”: esto lo dijo un santo cristiano ruso, Serafín de Sárov. Sin embargo, he leído estas palabras en los libros de sabios chinos e indios. Fíjate en la vida del Dalai Lama. No pide justicia ni castigo para los criminales políticos, sino paz y comprensión. Aunque no puede volver a su patria y ver lo que el gobierno chino está haciendo con el Tíbet. Antes no entendía esta postura. Mahatma Gandhi o el Dalai Lama… pensaba que eran débiles. “¡Deberían luchar!”. Pero ahora me doy cuenta de que “matar al dragón” es imposible. Quien mata al dragón se convierte él mismo en dragón. Tenemos que empezar por nosotros mismos: vernos con todos nuestros resentimientos, pasiones y los lados oscuros de nuestra alma. Darnos cuenta de que nuestros pensamientos y sentimientos dan forma al mundo. Es algo muy difícil de hacer. Quizá sea lo más difícil de la vida verse a uno mismo desde fuera. Pero si lo hacemos, entonces veremos no sólo la oscuridad que hay dentro de nosotros, sino la luz que hay dentro de nosotros. No son sólo palabras bonitas. Es la ciencia de descubrir esa luz. Abrir el manantial que late en la piedra de nuestros prejuicios, dogmas, ofensas y reclamaciones mutuas, traumas psicológicos de la infancia y complejos de inferioridad impuestos por los demás. Un manantial de bondad y compasión. Yo mismo me deshago a diario en agresividad, cólera, irritación… Me obligo a limpiar este manantial de mi corazón. Es difícil no ahogar ese manantial. Pero hay esperanza de que nuestros brillantes manantiales se unan en ríos, en océanos de bondad, compasión y comprensión. Y aunque tú, al leer estas líneas ahora, pienses que sólo son frases bonitas, no importa. Entonces simplemente mira a tu alrededor (ahora mismo), encuentra a una persona a la que quieras abrazar y… sonríele y abrázala. Y hazlo todos los días. Encuentra a alguien a quien quieras abrazar. Y mira lo que pasa.
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