Andros Lozano es valenciano de 1984 y tiene 15 años de experiencia profesional en Andalucía. Trabaja en el suplemento Crónica de El Mundo, escuela de reporteros desde finales de los noventa. Lozano acaba de publicar en Libros del K.O. una de las grandes obras de no ficción del año. Se llama Costo: Las leyes del Estrecho y relata la ruta del narcotráfico en Andalucía y el norte de África, un sorprendente viaje del periodista que mejor conoce las redes de narcotráfico en el sur de España.
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—¿Cómo ha evolucionado el narco en Andalucía desde los años 80?
—Cuando empezó todo era más rudimentario. Lo empezaron a desarrollar los propios pescadores, corrompidos por los grandes señores de la droga de Marruecos, que en ese momento ya tenían problemas con su faena por las cotas de la Unión Europea. Hoy en día el negocio ha cambiado: es un sector industrializado y casi profesionalizado con oficios dentro del narco, y eso a su vez tiene diferentes reglas a las de hace tres décadas. Antes era mucho más fácil abandonar el negocio que ahora. Si sabes o has visto demasiadas cosas, tienes dos formas para no seguir: o la muerte o el exilio muy, muy lejano.
—La situación no parece que vaya a mejorar, sin duda. ¿No hay fin para el narcotráfico en el sur de España?
—Pensar en un final del narco en Andalucía es un poco de ilusos. Lo que tiene es un futuro incluso mayor, porque los clanes del narcotráfico de hachís están muy organizados o son grandes estructuras que incluso tejen alianzas entre sí en función del territorio. Es decir, cuando hay mucha presión policial en el Campo de Gibraltar se pueden desplazar hacia el río Guadalquivir y allí esos narcos establecen contactos con otras organizaciones. Si a eso se le añade que el puerto de Algeciras va ganando año tras año en volumen de pasajeros y de mercancías y es una de las principales vías de cocaína en Europa, nos hace pensar que el narcotráfico va a seguir incrementándose. Si hace unos años era una leyenda que no se podía constatar que los carteles de la cocaína estaban estableciendo estructuras a través de las vías de los narcos andaluces, ya se ha comprobado que es así.
—¿Hacia dónde va el negocio?
—Será más negativo para la sociedad. Los grandes clanes se van a reestructurar y no se van a poder atajar, por mucho que las fuerzas policiales y la justicia actúen. El dinero que mueve indica que no se va a reducir: el crecimiento será mayor.
—Un ejemplo que relata es el liderazgo de Marbella como hub mundial de los clanes de la droga.
—Toda banda internacional relacionada con el crimen organizado que quiera hacer algo en el negocio mundial, no ya europeo, tiene que tener presencia en la Costa del Sol. Es una zona muy cosmopolita y más abierta al mundo que el Campo de Gibraltar, pero está a 30 minutos del punto más lejano de la comarca vecina. Por el Campo de Gibraltar se canaliza la mayor parte del negocio de hachís, y luego el puerto de Algeciras, como ya he comentado, es la gran vía de entrada de la cocaína. Lo que antes sonaba como algo esporádico, algún tiroteo en la Costa del Sol, ahora lo más seguro es que tenga relación con algo que sucede en La Línea o Los Barrios. En Costo cuento el testimonio de un padre cuyo hijo fue asesinado porque se dedicaba a robar a otros narcotraficantes. Eso cada vez se va a dar con más frecuencia. Hace un mes también vimos en muchos medios de comunicación las crónicas de un juicio en la Audiencia Provincial de Málaga en el que se juzgaba a unos sicarios llamados «El clan de los suecos» (dos hermanos suecos y daneses) porque mataron a unos narcos a plena luz del día, cuando salían de la Primera Comunión de su hijo, en mayo y agosto de 2018. Esto evidencia que no podemos abordar el fenómeno como si no pasara nada o con un cierto tono romántico. Al contrario, tenemos que abordarlo como un tema muy serio y muy complejo que conlleva muchísima violencia.
—¿Tanto está aumentando la inseguridad?
—Hace unos meses llamé a uno de los grandes abogados de la Costa del Sol y me dijo que había estado con unos agentes de Policía extranjeros y le regalaron un chaleco antibalas. Les pregunté la razón y me dijo que tenían alguna información que les hacía pensar que corría algún tipo de peligro. No pensaba ponérselo, pensaba que no era para tanto. Ya me estuvo explicando que a determinados clubes de playa o restaurantes de Marbella ya ha dejado de ir. Antes frecuentaba esos sitios pudientes donde se codeaba con los famosos de medio mundo y ahora cree que te puedes encontrar con tiroteos entre clanes que son de pura mafia.
—Volvemos al libro y a su origen. ¿ Cómo surgió la idea de publicar en Libros del K.O.?
—Emilio Sánchez Mediavilla, el editor, me llamó en 2018, en el momento de mayor violencia de los últimos años en la zona. Fariña ya se había publicado y se había convertido en un fenómeno social cómo aborda Nacho Carretero el narcotráfico en Galicia. “¿Consideras que en torno al narco en Andalucía hay una historia que transcienda la actualidad?”, me preguntó Emilio. Le dije que sí, pero que para mí era un reto mayúsculo. Lo podía haber enfocado de mil formas: estudiando causas judiciales, o hablando con fuentes, pero lo que propongo en Costo es ir un poco más allá: hago un recorrido geográfico e histórico que explique bien cómo ha variado el negocio en las últimas cuatro décadas y cómo han ido incidiendo determinadas causas en determinados sitios. En Barbate, Ceuta, Sanlúcar de Barrameda y la importancia que tienen los ríos como el Guadarranque. Termino con los grandes narcos y lo que se ha hecho en el Campo de Gibraltar para acabar con ellos.
—No es un libro escrito con rapidez ni con brocha gorda. Tiene poso y profundidad.
—Quería que respiraran algunas historias que en aquel instante estaban sucediendo. El Ministerio del Interior había tomado la decisión de implantar el plan de seguridad del Campo de Gibraltar, que se ha extendido al resto de Andalucía. En la última parte del libro era necesario tranquilizarse y que pasaran los años. Quería ir a los sitios, como a Barbate, y contarlo de una manera diferente. Aquellos primeros pescadores que se bajaban de sus barcos para empezar a traficar con hachís no iban a hacer grandes fortunas. Muchos de ellos ya habían caído en la cocaína y en la heroína, y lo que veían en el hachís era tener un medio para seguir consumiendo ese tipo de drogas. Y en Barbate, con esos primeros pateristas, como se les denominaba, pongo nombre y rostro a uno de ellos. Y a la hija de este narco la entrevisto 30 años después y me explica cómo olían a sal los marroquíes que trabajaban con su padre. También viajo al barrio de El Príncipe de Ceuta solo para contar que allí, durante años, hubo un cruce de balas entre determinados grandes narcotraficantes que provocaron varias muertes al mes.
—El factor humano sobresale en la historia.
—No sé si lo he conseguido o no, pero ese era el objetivo, no quedarme en la mera nota policial. La idea era transformar una crónica de sucesos en un libro largo, que el lector comprendiera cómo ha variado el negocio y viera el rostro de una viuda en una mansión de la Costa. Y explicar las razones de esa niña que 30 años después es una mujer que sufre, tiene pecas, es un manojo de nervios y se sienta delante de un café que compartimos.
—Dinero, mujeres, coches de alta gama… ¿Qué les seduce más de la vida de narcotraficante?
—Hay a quienes les atrae conducir un coche de alta gama y asistir a fiestas exclusivas o ir con una mujer bella, pero el que se introduce en el mundo de la droga evidencia una pasión enfermiza por el dinero fácil. El alarde de esas riquezas es consustancial al propio narco. Aunque Cádiz tuviera un 1% de paro habría gente que seguiría traficando: el dinero fácil es muy goloso. En La Línea de la Concepción, por ejemplo, hay una ínfima minoría de la ciudad que se dedica al narco.
—¿Las películas y series reflejan bien la situación o la exageran?
—No sé si la exageran o la distorsionan. Hay películas como El Niño que toma parte de historias vitales que no tienen nada que ver con la historia de Iván Odero, el verdadero Niño de Sanlúcar. También es muy sencillo que un periodista no especializado vea una operación espectacular y diga: “Voy a hacer un reportaje de esto”. Hay que esforzarse, y leer una causa, y este tipo de inmediatez en los medios y las redes sociales generan una idealización que no se corresponde con la realidad.
—Me acuerdo de una serie de reportajes que publiqué en El Confidencial sobre el narco en el Campo de Gibraltar. Uno de ellos lo titulé con los niños que decían: “En la cárcel tampoco se está tan mal: hay piscina, cama y comida”. ¿Qué se puede hacer con frases así? Y ojo, los educadores inculcan a los menores para que no sean cantera de narcos.
—El estigma lo crean los propios narcos. Nosotros no nos inventamos nada y por no hablar de ellos no se va a eliminar el problema. Es muy difícil asumir que se normalice cuando en la tarta de la celebración de la Comunión de un niño en vez de una con la imagen de Spiderman se reproduzca una persecución de hachís por un helicóptero de Vigilancia Aduanera. No se puede normalizar lo que no es normal.
—El final tiene mucho impacto y procede de un reportaje en primera persona publicado en El Español con 2.400 kilos de hachís a bordo.
—Tuve dudas hasta la última relectura si ponerlo al inicio para enganchar al lector o ponerlo al final como colofón. Me gusta más como ha quedado, porque era un buen resumen del asunto. Y como reportero me monté en una lancha y era una de las pocas cosas que me quedaban por hacer.
—El libro ha tenido un impacto comercial inmediato: la primera edición se agotó en preventa.
—Me sorprendió una barbaridad. No esperaba esta repercusión tan a corto plazo y la editorial se quedó incluso sin libros para vender. El narco atrae y se lee muy bien.
—¿Algún podcast o documental a la vista?
—Hay acercamientos. Una productora ya nos ha preguntado por los derechos. Sí, estoy elaborando un podcast de dos miembros del clan de los Castaña para una plataforma.
—¿Costo es el Fariña andaluz?
—Las comparaciones son inevitables: es el mismo tema y la misma editorial. También soy amigo de Nacho Carretero. Hablamos, no de manera recurrente, pero sí mantenemos contacto; y que se compare es un orgullo y a su vez una responsabilidad. Fariña se ha publicado en varios idiomas y con más de 125.000 copias, se convirtió en serie de televisión y también en obra de teatro. Pero el territorio de Costo es diferente y se da en una época también distinta.
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