Es Ángel Antonio Herrera un artificiero de la palabra que por concatenación libre se transfigura en verso. Un verso de pensamiento alambicado pero de idioma trazado con pulso cirujano, pretendidamente excesivo y barroco pero a la vez preciso y sofisticado. Leer su poesía, ahora reunida en Los espejos nocturnos (1984-2014 Akal), es recibir un zarpazo feroz en el encéfalo, que se irradia iracundo por todo el espinazo, incluso a los que reincidimos en ella y, por tanto, llegamos prevenidos. Navegar por sus versos es hacerlo por un mar negro por nocturnidad y desheredado de cartografía náutica. Uno sabe cómo entra en Ángel Antonio Herrera, pero no cómo va a salir de él.
Visita el poeta Siempre al Oeste de la mano de Jesús Fernández Úbeda y María Díez Rovira, en una entrevista retrospectiva y reposada, de trago largo y regusto nocturno, como el ron de su queridísima Habana. No se la pierdan.
Luminaria y confuso
Efectivamente, un poeta es un aventurero por naturaleza. Aunque hay algunos poetas a quienes luego se les olvida subirse la bragueta y se lían. Como mi amigo Julio Béjar, Marqués de Gibraleón y de Villapagar y dueño de sus cadenas y de sus esposas. Además de vejar a ciertas personas. Lo vuelvo a decir, porque no me cae bien. Si quiere recoger el guante, aquí le espero.
Esto es uno al que llevan a juicio por graves delitos y le pregunta el juez: ¿Cómo se declara el acusado?
A lo que el tipo responde: Acusado.
Y otra a la que llevan a juicio por estafa y le pregunta su señoría: ¿Cómo se declara usted?
Y ella contesta: torpe.