El 16 de junio de 1972 cinco hombres asaltaron las oficinas del Partido Demócrata en el complejo Watergate, en Washington. Unos auténticos «chapuzas», los cinco hombres (cuatro cubanos y un norteamericano) fueron detenidos. De esta forma se daba inicio al mayor escándalo político de la historia, y que dio lugar, poco más de dos años después, a la única dimisión en casi 250 años de historia de un presidente de los Estados Unidos: Richard M. Nixon. Esta historia ha quedado enclaustrada en el libro y la película Todos los hombres del presidente, de Bob Woodward y Carl Bernstein, los jóvenes periodistas de The Washington Post que desvelaron el escándalo. Ángel Montero Lama, autor, entre otros, de JFK: 50 años de mentiras, afirma que el Watergate fue mucho más que un burdo caso de espionaje político, sino un síntoma de una «mafia estatal» en la que tomaron parte la CIA, el FBI y gran parte del estado norteamericano, y que se remonta en el tiempo más de una década, con la fallida invasión de Bahía Cochinos, en Cuba, para derrocar a Fidel Castro… y el magnicidio de John Fitzgerald Kennedy.
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—Con el reciente volumen sobre el escándalo Watergate, usted lleva ya cuatro libros (uno sobre el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, otro sobre el de Robert Kennedy y un tercero sobre Alcatraz y sus misterios) sumergido en asuntos de indudable interés, y todos provenientes de EE.UU. ¿Hay alguna razón de elegir siempre el mismo país? ¿Su alma de periodista, quizá?
—Cuando estaba trabajando en el primero de ellos, JFK: 50 años de mentiras, me sorprendió que una serie de personajes aparecieran de forma repetitiva vinculados con la frustrada invasión de Bahía Cochinos, en el asesinato de Kennedy, en la vida de Robert Kennedy y finalmente con el escándalo del Watergate. Un periodo apasionante de poco más de diez años de la historia de los Estados Unidos, donde la Guerra de Vietnam, la revolución cubana y la lucha por los derechos civiles, desarrollaron una serie de personajes imprescindibles para entenderlo.
—Es evidente que el periodismo de hoy ya no derriba presidentes. ¿Se acabó el cuarto poder?
—Mientras que no lo desbanquen, ahí sigue. El problema es que ahora no está claro qué es periodismo y qué no. Y ese «no» a veces tiene más fuerza que el tradicional, principalmente porque se salta las reglas de la profesión y no garantiza ni independencia ni verosimilitud. Además, no informa, bombardea.
—¿Se puede investigar hoy, aunque la fuente sea la que utiliza a los periodistas, como en el caso Watergate, para sus propios fines?
—Las fuentes siempre han intentado utilizar a los periodistas. Y sin fuentes no hay investigación, por lo tanto se trata de una negociación en la que tiene mucho que ver la ética, la ambición y la experiencia del periodista. Hay quien vende a su padre por una primicia. En cualquier caso, siempre hay que dejar pelos en la gatera.
—Su libro tiene tanta información que abruma. ¿Qué parte del Watergate debe interesar más al lector?
—Creo que es precisamente esa información abrumadora la que debe hacer entender el escándalo Watergate. Por eso me empeñé en desmenuzar una serie de organizaciones, como el FBI o la CIA; procesos como la historia cubana, la presencia de la Mafia en la sociedad de la época, las consecuencias de la Guerra fría y la lucha contra el comunismo, los condenados del Watergate y finalmente las consecuencias que este escándalo provocó en la democracia norteamericana. De esta manera se puede entender finalmente por qué esos personajes a los que antes nos referíamos son ingrediente de todas las salsas.
—Llevamos ya cincuenta años hablando del Watergate, pero realmente ¿dónde empieza y dónde acaba este escándalo que ha instaurado el sufijo “gate” en la política del mundo?
—Si hay que acotar un periodo de tiempo, habría que ceñirse a la versión oficial, que tiene su inicio en la madrugada del 17 de junio de 1972, con el allanamiento de la sede demócrata, para finalizar el 9 de agosto de 1974 con la dimisión de Richard Nixon. Visto así estamos hablando del libro de Woodward y Bernstein y la homónima película Todos los hombres del presidente. Pero desde mi punto de vista el Watergate comienza el día en que Nixon jura su cargo como presidente. Desde ese momento se empieza a edificar un escándalo que, con el soporte de la CIA y el silencio del FBI, abarca desde la manipulación de documentos hasta allanamientos y robos, pasando por el secuestro, la venta de embajadas en el extranjero o la manipulación del precio de alimentos básicos como la leche, a cambio de dinero para la reelección, sin olvidarse de la creación de una trama de blanqueo de capitales para poder canalizar estos ingresos. Nixon hundió la carrera de oponentes políticos y difundió libelos. Luego, desde el 17 de junio de 1972, empieza el encubrimiento, que es donde aparecen los periodistas del Washington Post y el famoso Garganta Profunda.
—El escándalo del Watergate, contando desde el allanamiento al Comité Nacional del Partido Demócrata hasta el abandono de Nixon, ¿desvirtúa la democracia americana? ¿Qué supuso su dimisión para EE.UU. y para el resto del mundo?
—La democracia americana salió fortalecida del Watergate porque tanto el poder judicial como la Cámara de Representantes y el Senado pusieron en valor sus mecanismos para neutralizar la loca ambición de un presidente dispuesto a todo para acabar con sus enemigos, políticos y no políticos. La dimisión de Nixon provocó que los EE.UU. recortasen poder a sus futuros presidentes y el poder legislativo, a través diversos comités, desvelara las atrocidades que tanto la CIA como el FBI habían cometido en su propio territorio y a lo ancho de todo el mundo, en nombre de la seguridad nacional y el anticomunismo, que iban desde allanamientos hasta golpes de Estado, pasando por asesinatos de líderes extranjeros y en algún caso aliándose con la mismísima Mafia.
—¿Qué tienen de coincidencia y de divergencia Nixon y Trump, los dos presidentes republicanos en su momento?
—Los dos han sido personajes manipuladores y truculentos, pero mientras Nixon se encontró con una CIA y un FBI donde los respectivos directores eran pesos pesados, Richard Helms y Edgar Hoover, a los que había que pedir favores e intentar controlar, Trump se encontró con funcionarios a su servicio. Mientras Nixon tuvo que gobernar con dos cámaras donde los demócratas eran mayoría, Trump ha jugado con la ventaja de que los republicanos podían impedir —y de hecho lo hicieron— un impeachment que le hubiera puesto en la calle. Los dos eran anticomunistas y ejercieron, pero uno cuando había dos colosos, como la URSS y China, que contribuían a meter el miedo en el cuerpo del pueblo americano, mientras que el otro, desde su perspectiva de extrema derecha, estuvo cazando «rojos» donde solo había fantasmas. Junto a Nixon había otros elementos del partido republicano, como Ronald Reagan o George Bush, y tuvo colaboradores de la talla de Henry Kissinger o Alexander Haig. Trump, por su parte, era el personalismo absoluto, lo que parece por otra parte que fascinaba a su «grey».
—A Trump, que puede volver a ser presidente, para desgracia de medio mundo, ¿lo echaría un Watergate?
—Solo en el caso de que las cámaras legislativas fueran de mayoría demócrata. Como antes comentábamos, la figura del impeachment, recogida en las constituciones de regímenes presidencialistas, requiere de un verdadero juicio, donde una cámara ejerce de acusación y otra de jurado.
—Para finalizar, ¿por qué el subtítulo de Nixon, «la última víctima de Bahía Cochinos»?
—Nixon estaba obsesionado con Bahía Cochinos, donde él tuvo un papel importante en la preparación de la invasión, como vicepresidente de Eisenhower. En varias ocasiones pidió toda la documentación a la CIA y ante la negativa de Richard Helms llegó a amenazarle. En mi opinión, en aquel entorno debió de acaecer un suceso grave que, en caso de hacerse público, hubiera podido perjudicar la imagen de Nixon. Y es posible que estemos hablando de un asesinato. Nixon se rodeó de cubanos que tuvieron un papel destacado en Bahía Cochinos y del propio Howard Hunt, que parece que también era partícipe de ese secreto. Quizás por esa razón tras realizarse el allanamiento a la sede demócrata Nixon aceptó el continuo chantaje al que le sometían Hunt y los cubanos. En la famosa cinta llamada “el arma humeante” se puede oír a Nixon decirle a Bob Haldeman que “Hunt puede destapar lo de Bahía Cochinos, y eso sería muy malo para todos”.
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