Enfrascado como estaba en la gestación de una de las obras cumbre de la literatura universal del siglo XX, Miguel Delibes no visualizó hasta muy al final el calado e influjo de su esposa, Ángeles de Castro, protagonista de una muestra inaugurada en Valladolid el día en que se cumplen 50 años de su muerte.
Ambos fragmentos son principio y final de la exposición Ángeles: El equilibrio de Miguel Delibes, un itinerario vital y sentimental que de forma cronológica evoca el protagonismo de su esposa, sombra permanente y alargada del hombre y el escritor, madre de siete hijos, a los que ha convocado ahora medio siglo después de su desaparición. «Si algo nos obsesiona a los hijos es que quede muy claro que esta exposición no es un homenaje a nuestra madre, sino el último homenaje, póstumo, de su esposo a ella», a través de textos literarios entresacados de sus obras e ilustrados con imágenes, ha explicado Germán Delibes, el tercero de los siete.
Ángeles de Castro (1922-1974) fue la primera y más crítica lectora de la obra de Delibes, «transmitió alegría, optimismo y luz al final del túnel cuando (la persona y el escritor) se volvía más taciturno», antídoto de melancolías y estímulo vital, ha resumido Fernando Zamácola, director-gerente de la Fundación Miguel Delibes. Se regalaban y dedicaban libros. «A mi periodista», le escribió en uno de ellos Ángeles en 1943, recién ingresado él en El Norte de Castilla, cuando ni tan siquiera soñaba con ser el escritor que nació en 1948 con la obtención del Premio Nadal (La sombra del ciprés es alargada) y que ella insinuó años más tarde en otra letrilla. «A mi querido Miguel en el día de Reyes 1949 con la misma ilusión que puse en 1940 cuando te regalé el Kempis. Abrazos. Ángeles», rotuló ella un año después de la concesión del Nadal, el mismo en que publicaría su segundo libro (Aún es de día, 1949) y el anterior a su explosión creativa (El camino, 1950).
Es en cierto modo un recorrido por la vida y obra de Miguel Delibes desde una perspectiva inédita: sus avatares vitales y profesionales al compás de las publicaciones de sus libros, del crecimiento, formación y educación de sus hijos, donde Ángeles de Castro fue clave de bóveda. Resultó ser una piedra angular, intuida pero no tan explícita para el lector como lo es ahora a través de este peregrinaje documental donde no faltan objetos esenciales como un código de comercio, un pintalabios, las agujas de tejer y la máquina de escribir que le regaló ella como agasajo de pedida.
En el tiempo de descuento, Miguel Delibes (1920-2010) dedicó a Ángeles Señora de rojo sobre fondo gris (1991), su antepenúltimo libro, la novela que nunca la contuvo de forma explícita, ella como protagonista durante sus últimos días. Saldó sus cuentas afectivas a tiempo, en la prórroga del partido, como se aprecia en esta exposición donde el escritor se empequeñece ante la gigantesca sombra de quien fue bastante más que su equilibrio o la mejor mitad de sí mismo, como también dijo; Ángeles le multiplicó y mejoró: no hubiera sido el mismo.
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