Acompañada de su marido y su hijo, Vera embarca en el velero de su padre, que acaba de fallecer, para cumplir su última voluntad —esparcir sus cenizas cerca del parque marítimo de la isla de Cabrera situada al sur de Mallorca—, cuando una tormenta imprevista hace naufragar la embarcación. Así comienza Mareas de aceite (Algaida, 2024) el debú literario de Angélica Yuste (Valencia, 1994) que mereció el 29º Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla, un relato que combina trepidantes aventuras de supervivencia, a la vez que fabula sobre uno de los fenómenos más dramáticos de nuestro tiempo. «La marea de personas que surcan a diario el mar en pateras y acaban feneciendo como aceite en sus aguas: almas suspendidas en el tiempo e incapaces de mezclarse, que no pertenecen a ellas y jamás debieron morir allí», explica Yuste el significado del título.
Angélica Yuste ha sabido aprovechar sus 30 años de vida. Se graduó en Derecho por la Universitat de València mientras desarrollaba su faceta artística como actriz de teatro musical en la Compañía T-Teatre bajo las órdenes del ganador de un premio Max, Miguel Ferrando Rocher. Al terminar la carrera cursó el máster de Abogacía, superando con éxito el examen estatal para dedicarse al ejercicio en el bufete familiar, pero aparcó las leyes y se trasladó dos años a Salamanca para formarse como guionista, concluyendo el máster de Guion de Ficción para Cine y Televisión en la Universidad Pontificia de Salamanca, con especial mención a su visión para proyectos de largometraje como En sus manos, Mare Nostrum y el cortometraje Luces, ambos de corte social. Mientras oposita, sigue trabajando en su segunda novela.
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—¿Por qué elegiste un tema tan duro y complejo como la migración ilegal para tu primera novela?
—Quería hablar sobre una problemática social que nos envuelve a diario pero no cala como debiera, en vista de las soluciones adoptadas por Europa y los distintos países de origen, y se me ocurrió hacerlo desde la perspectiva de una española que termina en la cubierta de un pesquero argelino por accidente y se descubre envuelta en toda una trama migratoria. Creo que experimentar las cosas de primera mano y ponerles nombre hace que les perdamos el miedo y ganemos en perspectiva.
—La protagonista es una mujer de color, nacionalidad española y buena posición, que en principio no empatiza con los inmigrantes. ¿Pensabas que ese perfil te convendría para contar mejor la historia?
—Así es. Por un lado, su situación como nacional del país hace que el lector se reconozca en ella e identifique comportamientos que podrían replicar de vivir una odisea de tal calibre. Y por el otro, que sea negra nos aproxima a su realidad más personal y desvela otro tipo de problema subyacente en España: un racismo cuya pervivencia tantos niegan.
—La identidad del narrador es un enigma hasta el final, impregnando el relato de cierto suspense. ¿Cómo se te ocurrió utilizar esa voz?
—Al ser mi primera novela necesitaba un aliado, alguien que emergiera de vez en cuando para recordar al lector que todo lo narrado venía de la investigación, y que el horror que experimentan los personajes —y por ende, las personas que me inspiraron— se queda corto, sobre todo para una escritora novel que jamás ha enfrentado algo así. Su presencia cierra un círculo y arroja algo de esperanza a toda esta historia.
—El mar es protagonista de la novela, pero no el luminoso y azul del Mediterráneo, sino una versión lúgubre y peligrosa. ¿Qué significa para ti el mar como ingrediente esencial de tu paisaje?
—Como valenciana, he tenido la fortuna de que el Mediterráneo sea un regalo de la vida, del que disfruto con frecuencia, pero para aquellos que lo surcan por necesidad se trata de otro escollo más en su camino, uno que termina transformándose con peligrosa frecuencia en una tumba. En la novela quise plasmar su carácter caprichoso y mortífero, esa pugna entre las olas de Sorolla y Kanagawa que retrata lo indómito de la naturaleza y la ingenuidad de quienes vivimos sin desafiarla.
—¿Cómo te documentaste para dar una base realista a la trama?
—Pasé meses investigando sobre toda esta problemática, desde recortes de prensa, leyes o ensayos, hasta documentales y podcasts, como un pescador escudriñando las redes, e intenté poner en valor el testimonio de los supervivientes cuando cerré esta primera etapa tan enriquecedora. Hay verdades sobrecogedoras ahí fuera, y si Mareas de aceite sirvió para darles espacio, puedo darme por satisfecha.
—¿Qué autores te han influido y cuáles son los que más admiras?
—Admiro la trayectoria de Laura Gallego o Carlos Ruiz Zafón, capaces de crecer junto a sus lectores y hacerles conservar esa ilusión por lo fantástico que uno va perdiendo con los años. Y me han marcado Espido Freire, Isabel Allende o Pilar Pedraza, cuya forma de escribir evoca tanto a la poesía… Leerlas es recibir un abrazo. Aprovecho para destacar también a otros autores imperdibles: Lucía Asué Mbomio, Desirée Bela-Lobedde, Adriana Boho, Ousman Umar… Sus voces son esclarecedoras.
—Ante las diversas opciones profesionales que se te presentan —Derecho, teatro, guiones y literatura—, ¿sabes ya cuál vas a elegir?
—De momento estoy opositando para conseguir una estabilidad y un horario que me permitan dedicarle tiempo de calidad a lo que amo. Ser capaz de compaginarlo todo me haría muy feliz, y espero que suceda más pronto que tarde. También estoy trabajando en otra novela de ficción social a la que espero dar los últimos retoques a principios de año para poder centrarme nuevamente en mis estudios.
—¿Aparte de la migración, qué otros temas de actualidad te preocupan?
—Sigo con la cabeza y el corazón puestos en los vecinos a los que la dana del 29 de octubre destrozó la vida, y me preocupan la gestión de esos municipios y la reconstrucción de sus hogares y negocios. Ya veníamos arrastrando una crisis de vivienda que solo ha hecho que agravarse para ellos. Ahora dependerá de la agilidad del Estado para darle cauce a las ayudas de la forma más efectiva, pero no podemos olvidarnos de continuar siendo solidarios.
—¿Como imaginas el futuro a cincuenta años vista?
—A nivel global, nos veo capaces de haber colonizado Marte, curado el cáncer y revertido el envejecimiento, pero también somos lo bastante estúpidos como para minar el planeta a fin de lograrlo, por lo que el porvenir de la Tierra sigue siendo una incógnita emocionante y temible a la vez. Respecto a mí, espero haber cumplido los ochenta y supongo que mediré unos cuantos centímetros menos, pero me cuesta imaginar el resto. Solo espero —como dijiste tú misma en una entrevista para la revista digital Verlanga— «morir dándole a la tecla y en el mejor estado físico y mental posible».
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