No resulta fácil tratar la historia “inglesa” entre principios del siglo V, cuando las tropas romanas evacúan Britania, y 1066, cuando Guillermo el Bastardo —después el Conquistador— de Normandía vence en Hastings y se hace con una “Inglaterra” que de por sí ya tuvo un complejo año: la muerte de un rey, Eduardo el Confesor, sin dejar un heredero claro, un conato de invasión por parte de los escandinavos contra otro rey, Haroldo II, que apenas acababa de instalarse en el trono, y que inmediatamente después, y exhausto, tuvo que hacer frente a una invasión foránea que sí triunfó. Pero la historia de esos seis siglos no se reduce al abandono de una provincia romana y al establecimiento de una dinastía extranjera, los normandos, cuya consolidación costaría unas cuantas décadas en producirse. No se pasa de unos que se van y otros que llegan, sin más, y en medio la llamada “Heptarquía”, los siete reinos de anglos y sajones que ocuparon el lugar que abandonaran los romanos —Kent, Sussex, Wessex, Essex, Anglia Oriental, Mercia y Northumbria—, y que, a modo de juego de tronos, pugnaron entre sí para que, casi de un modo predestinado, Wessex se erigiera en la base de un reino anglosajón, “inglés”, que a la postre cayó ante el embate de los normandos. Para empezar, el concepto de la Heptarquía hace muchas décadas que no se utiliza en los estudios académicos y resulta engañoso, pues fueron muchos los “reinos” que anglos, jutos y sajones crearon, con mayor o menor grado de extensión y permanencia, en la isla de Gran Bretaña durante tres siglos. La lucha de pequeños y grandes fue constante, a ella se añadieron los raids de los “vikingos”, que afectaron especialmente a monasterios y conventos, desde finales del siglo VIII, y que continuaría de manera periódica hasta la formación del Danelaw, tan informe como elástico en su desarrollo. Marc Morris tiene claro que es imposible “reducir” una historia compleja de seis libros en un solo volumen y con voluntad de llegar a un público amplio. Por ello, en este libro se centra en algunos de los diversos procesos: no solo el abandono y la(s) posterior(es) invasión(es) y conquista(s) allende el canal de la Mancha —o por el mar de Irlanda—, los dos canales —el English y el Irish en el idioma inglés—, sino también la ardua (re)cristianización, la vida económica y social y la formación de una serie de “reinos” entre los que destacaron, en dos siglos diferentes, la Mercia de Offa y el Wessex de Alfredo el Grande y sus sucesores. Pero no solo ellos, pues hubo una dura competencia con Anglia Oriental y Northumbria, por ejemplo, y durante un tiempo no quedó del todo claro qué reino prevalecería; no lo hizo Mercia con los sucesores de Offa y le costó lo suyo a un Wessex (“sajones occidentales”) que, hasta Atelstán y los años 924-927 no daría lugar a un “reino de Inglaterra” formalizado con su coronación como Rex Angul-saxonum (“rey de los anglosajones”), culminando así autoproclamaciones previas —como las de Offa en la década de 770 y Alfredo el Grande en la de 870—, para llegar a ser el rex Anglorum (“rey de los ingleses”). La cosa no fue todo lo sólida que se esperaba, pues a la muerte de Atelstán hubo sucesores efímeros y con Etelredo II el Indeciso llegó una nueva invasión nórdica, con Canuto I de Dinamarca y sus hijos, creó un —más bien efímero— “imperio del mar del Norte” en el que daneses, noruegos e ingleses estuvieron bajo soberanos escandinavos, para luego regresar a la dinastía autóctona —con Eduardo el Confesor—… y la conquista normanda en 1066. Pero no solo va de reyes, como Offa en el capítulo cuarto, Alfredo en el sexto —no casualmente titulado “Resurrección”— y el citado Atelstán en el séptimo, entre otros; o de señores de la guerra y “dadores de anillos”, como se detalla en los capítulos segundo y tercero. A lo largo del libro Morris pone especial hincapié en la cuestión religiosa, la (re)cristianización de la isla casi partiendo de cero, y en sendos capítulos (tercero y octavo) trata figuras tan importantes como los santos Wilfrido, obispo de York (siglo VII), y Dunstán (siglo X), abad de Glastonbury, obispo de Worcester y arzobispo de Canterbury; uno para impulsar la evangelización cristiana entre los “paganos” y el otro para consolidar una Iglesia “inglesa” fuerte y que ungiría al rey Edgar, poniendo el reino “bajo la tutela de Dios”. Los dos últimos capítulos marcan un punto de inflexión con Etelredo II, el rey “mal aconsejado”, las paulatinas debacles en Maldon (991) y Assandun (1016), frente a los escandinavos, el dominio del danés Canuto y sus hijos, y el ¿débil? reinado de Eduardo el Confesor. “Esperando a los normandos”, casi se podría decir del décimo y último capítulo, pero las cosas no fueron tan “predestinadas”, y el efímero reinado de Haroldo II Godwinsson enmascara, en su aparente caos, que pudo haber alternativa. Las inmediatas consecuencias de la invasión normanda de 1066, especialmente en las propiedades agrarias de los anglosajones, ya son otra historia.
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Autor: Marc Morris. Título: Anglosajones: La primera Inglaterra. Traductor: Yeyo Balbás. Editor: Desperta Ferro. Venta: Todos tus libros.
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