Creo que es la primera vez que escribo sobre una serie o película que no he terminado de ver. Para ser más precisos, apenas he visto un capítulo entero y partes sueltas de otros. El caso es que previamente había leído unas críticas impresionantes en diversos medios y me picó la curiosidad. Cierto es que también había comentarios no tan positivos en relación a la caracterización de los personajes, por parte, sobre todo, de algunos colectivos de policías y demás, pero, en cualquier caso, tenía buena pinta.
Entonces, ¿por qué no me enganché a Antidisturbios como habría de suponerse? Para ser más precisos, ¿por qué perdí el interés a los cinco minutos? Nos situamos en las primeras secuencias de la serie, un desahucio problemático en pleno centro de Madrid ejecutado por un grupo de antidisturbios. Grupos de personas se reúnen con el objeto de hacer presión y evitar el desalojo. Mi problema: parecía todo tan real que me costaba asimilar que lo que estaba viendo era una serie y no el programa Comando Actualidad.
Asumo que, en particular a raíz del éxito sorprendente de El proyecto de la Bruja de Blair (The Blair Witch Project) en 1999, escrita y dirigida por el tándem Daniel Myrick y Eduardo Sánchez y que fue filmada en 16 mm sin apenas filtros fotográficos, esta nueva forma de concebir el cine se abre paso. El objetivo en este caso era emular una grabación amateur con el propósito último de lograr una sensación de realismo absoluto. Y, desde luego, lo consiguieron. Fue tanto lo que se habló entonces de la película —terror psicológico como nunca se ha visto antes, decían— que con mucho interés alquilé el DVD. La decepción final fue casi tan grande como el entusiasmo inicial. Me recordó a la filmación de la boda que te obligan a ver los primos de Vitigudino —sí, las dos horas seguidas— cuando cometes el error imperdonable de ir a visitarles el segundo domingo de Pascua.
Rodrigo Sorogoyen es un director al que sigo y admiro. Me sorprendió muy gratamente con Stockholm (2013), si bien aquí el magnetismo de Aura Garrido influyó decisivamente. Su siguiente film, Que Dios nos perdone (2016), un thriller de lo más entretenido, ya destacó en la gala de los Goya. Avalada por un gran éxito comercial y arrasando en los Goya, dos años más tarde llega El reino, a mi juicio una muy buena cinta con una dosis superflua de moralina final.
Por supuesto no hay que olvidar su nominación a los Oscar en 2019 con su cortometraje Madre (2017), que dos años después inspiró su último largometraje hasta la fecha y que cuenta igualmente con muy buenas críticas. Eso sí, a cambio fingimos que nunca tuvo nada que ver con la serie Rabia (2015).
Al igual que en pintura prefiero el impresionismo al hiperrealismo, porque no acabo de ver el sentido en pintar con el objetivo último de lograr un cuadro que parezca una fotografía, dado que para eso es más rápido y eficiente hacer una simple foto, me ocurre lo mismo con el cine. El reflejo literal de la realidad te obliga a circunscribirte a unos parámetros muy estrictos en todos los sentidos. Sin embargo, jugar mezclando fantasía, imaginación y realidad permite una infinidad de escenarios y una auténtica explosión de creatividad. Para bien o para mal, vivimos constantemente en la realidad, somos esclavos de ella. ¿No es eso suficiente?
Sí, muy real todo, pero, ¿y la magia del cine?
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: