Pocas cosas sorprenden al periodista Antonio Caño. Cubrió las guerras del Golfo Pérsico, las Malvinas, el Chad y Centroamérica, también las revueltas contra Augusto Pinochet o la caída del sandinismo en Nicaragua. Dirigió y renovó El País entre 2014 y 2018, y también puso en marcha la edición latinoamericana de la cabecera para la que había trabajado durante casi cuarenta años. Ahora presenta una biografía sobre el político socialista Alfredo Pérez Rubalcaba.
Caño no elude preguntas. Sus respuestas son directas, claras y concisas. Da titulares, muchos titulares, todos irrigados por esa inteligencia de quienes saben leer el mundo que los rodea. Desde hace dos años vive en Washington, un lugar que conoce bien, y desde el que ha cubierto al menos cuatro elecciones presidenciales estadounidenses. En un tiempo en el que los relatos se imponen sobre el periodismo, Antonio Caño ha procurado escribir lo que él insiste en plantear como el retrato que ha hecho un amigo, no un biógrafo. Así lo explica con su estampa espartana y aspecto de marino, con esa piel curtida de los que han vivido unas cuantas batallas, se libren estas en las trincheras o los despachos.
Nada más publicarse, Rubalcaba: Un político de verdad ( Plaza & Janés) creó un sisma en la cosa pública nacional, no sólo por el perfil que ofrece de un hombre cuya desaparición prematura adelantó una orfandad, sino también por el peso de su ausencia en un tiempo incierto. Con el fantasma del populismo sacudiendo el más elemental debate global, Caño evoca en esta entrevista el tiempo en el que los políticos cultivaban la palabra como parte de su hacer y también el halo trágico de un líder como Rubalcaba.
Sobre el valor literario de la biografía como género, la supervivencia de la prensa en papel o la importancia de determinadas lecturas, conversa Antonio Caño con Zenda. Lo hace durante una fría mañana de diciembre, justo la víspera de su vuelta a Washington tras una ajetreada semana. En menos de ocho días, Caño reunió al socialismo previo al gobierno de coalición, a su manera propició una hecatombe política y dio a conocer un libro que recoge los testimonios de amigos y colaboradores de Alfredo Pérez Rubalcaba, un hombre cuyo pensamiento y alargada figura siguen vigentes a pesar de su muerte. De esos y otros asuntos habla en esta entrevista.
—En toda vida política hay algo de tragedia, y en el caso de Rubalcaba aún más: su muerte prematura, la falta de sucesores… ¿Qué versión del socialista ofrece usted en esta biografía?
—Es la vida de un hombre feliz, porque supo superar las dificultades, que fueron muchas, y porque consiguió sobreponerse a los muchos fracasos políticos que tuvo en la vida. Era un resistente y sabía sortear las dificultades: aunque perdió muchas veces, supo seguir adelante e intentarlo de nuevo. Hay un halo de tragedia en su vida, claro: perdió una batalla de la que todos podríamos salir derrotados, un ictus.
—Para disuadir a sus biógrafos, Raúl del Pozo dijo a Úbeda y Valdeón que las mejores biografías ya las había escrito Plutarco en siglo I. ¿Cómo se escribe una biografía en la era de Wikipedia?
—Eso la hace más necesaria que nunca. Nos faltan referentes, especialmente en España. Aquí no se hacen buenas biografías, porque no hemos respetado a nuestros héroes. No los tenemos, ni tampoco los hemos fabricado. Vivo en un país, Estados Unidos, en el que ocurre lo contrario: constantemente se construyen héroes, porque la sociedad ha decidido que los necesita para impulsarse hacia el futuro. Desde los padres fundadores siguen construyendo héroes. Hacen extraordinarias y maravillosas biografías.
—Por cierto, ¿qué le pareció Tierra prometida, de Obama?
—Me gustó. Él es un excelente escritor. Merece la pena leer sus libros. Todo lo que ha escrito es fantástico, en especial sus memorias. Las ha dividido en varias partes, aunque esta última no me parece la mejor de las tres que lleva, pero están muy bien.
—¿Los políticos ya no se toman en serio poner por escrito sus ideas, ni siquiera en sus discursos? ¿Hay un desaliño en el quehacer literario o intelectual de la política?
—Los políticos españoles no son intelectuales, ninguno ha intentado serlo. O casi ninguno. Hay un cierto desprecio por la intelectualidad en la clase política española, al menos en la España contemporánea. En el XIX había más aprecio, pero en la política del XX o el XXI se abandonó. No hay un gran respeto de los políticos por la intelectualidad, ni por la cultura en general. Ni siquiera cuidan el lenguaje. Muy pocos políticos han escrito, y el propio Rubalcaba no tenía intención de escribir sus memorias. Yo se lo propuse en más de una ocasión. Le parecía una estupidez, porque era muy modesto y no consideraba que su vida mereciera unas memorias.
—Churchill ganó la Segunda Guerra Mundial con sus discursos. Desplegó las palabras en el campo de batalla. ¿Está extinto un político con poso intelectual?
—Es mucho peor que eso. Lo que ha surgido en los últimos años es la anti-intelectualidad. Pensemos en Trump o Boris Johnson. Su éxito, en parte, se debe a una posición anti-intelectual, y eso ha convertido su rechazo al intelectual en una posición política que, muy curiosamente, ha sido bien recibida por parte del público. Hay una gran parte de la sociedad que también se siente insultada por la intelectualidad, y quizá los intelectuales han hecho algo mal para que una parte de la sociedad se sienta rechazada por ellos. Eso es algo sobre lo que deberíamos reflexionar. ¿Qué ha pasado para que una parte de la sociedad vea a los intelectuales como rivales?
—Desde hace 20 años un fantasma recorre el mundo: el populismo, en sus distintas variantes, incluido el feminismo más beligerante. ¿Es el resentimiento el combustible de este tiempo?
—El populismo alimenta el rencor, lo estimula, porque es un arma política. Tanto el rencor como la división. En efecto, hay un feminismo, que en el fondo es antifeminista, que no defiende el papel de las mujeres, sino que alimenta rencores y odios. Eso ha ocurrido en otras facetas. Uno de los focos de ese populismo han sido los intelectuales. El populismo es un cáncer de nuestra sociedad en estos tiempos, pero para que haya triunfado tal y como lo ha hecho debe de haber encontrado alguna razón. Alguna verdad o alguna injusticia alimentan al populismo y, sin duda, múltiples errores que hemos cometido lo han alimentado. Estamos obligados a reflexionar como sociedad sobre estos asuntos. Para poder combatirlo debemos saber qué lo impulsa. Populismo ha habido siempre, con diferentes formas, y este también: porque existe, hay versiones de derechas y de izquierdas. De dónde procede, por qué ha crecido es lo que nos permitirá ir contra él.
—Biografiar a Rubalcaba es una forma de biografiar al Partido Socialista. ¿La historia del PSOE es crepuscular?
—Es complicado. El PSOE está en el alma de este país, sobre todo en el siglo XX y en el XXI. Hablar del PSOE es hablar de nosotros, de España. En realidad, muchos de los problemas que aquejan al PSOE son los que afectan a nuestra sociedad, porque es un reflejo muy claro de lo que hemos sido y hemos hecho. Cuando Felipe González funda el PSOE moderno, lo que ocurría era la refundación no sólo de un partido sino de España, y por eso la suerte del país ha estado unida a la del partido. Sería pretencioso que en una biografía sobre Rubalcaba yo quisiera plantear una biografía del PSOE, que sería una tarea mucho más ambiciosa. Leyendo la biografía de Rubalcaba se entienden y se conocen cosas del PSOE, pero este libro no es una biografía del PSOE. Me habría gustado escribir una biografía más larga, con todo lujo de detalles, pero es difícil, por las características editoriales del género.
—El periodismo aporta datos, la literatura formula preguntas, pero tienen en común el uso de las palabras. ¿El periodismo, como la literatura, son buenos en tanto incomoden al lector?
—Antes hablábamos de Churchill como alguien que supo usar las palabras. No fue el único. De Gaulle también las utilizó como arma política y escribió unas memorias fabulosas, porque sabía el poder que tenían. Rubalcaba también conocía el poder de la palabra, pero como era muy modesto no escribió. De Gaulle, en cambio, se consideraba a sí mismo una figura fundamental en la historia de Francia, y por eso escribió sus memorias. Rubalcaba no iba a hacer algo sí, pero la verdad es que era muy buen comunicador. Esa es una de las razones por las cuales le fue tan bien en política: por su uso de la palabra. La prueba de ello fue la descripción que hizo del actual gobierno de coalición: un gobierno Frankenstein. Lo dijo con una frase muy sencilla. Y como esa tuvo otras más, por ejemplo: la de que los españoles merecen un gobierno que les diga la verdad. Y sobre lo de incomodar… Bien, puede ser, pero me pregunto: ¿y cómo se incomoda al lector? Tú puedes incomodar siendo agresivo con el lenguaje o confrontándolo con su propio desconocimiento acerca de un tema. Es decir, lo estás sorprendiendo y colocándolo frente a su desconocimiento. Siento que la biografía de Rubalcaba que he hecho es la biografía que ha podido escribir un amigo de Rubalcaba. Lo confieso desde las primeras páginas, para no llamar al engaño, y si incomoda al lector es porque descubre a un personaje que muchos lectores cono conocían.
—Hablando de la ficción y la realidad, me gustaría preguntarle por Kapuściński, un periodista un tanto idolatrado. ¿A él se le daba mejor la ficción que la realidad?
—No me gusta descalificar a nadie. Conozco a Kapuściński por lo que he leído. Ha escrito cosas buenas, pero sí creo que está idolatrado. Es un buen periodista, pero desde luego para mí no es un ídolo. Respeto que lo sea para otros.
—El sector editorial vaticinó el fin del papel y mire: hasta ahora no ha ocurrido. ¿La prensa en papel podrá salvarse también?
—No lo creo. Es algo muy diferente. El libro se ha salvado, pero el declive del periódico de papel no se ha contenido. Ha sido constante y ya prácticamente no existen los periódicos de papel. Despiertan el interés en una minoría. Venden muy pocos ejemplares. Apenas están en la calle. No forman parte del paisaje. Ya no hay ni quioscos. En el lugar en el que estamos no hay una sola persona con un periódico en la mano. Otra cosa son las noticias, que están por todos lados.
—Ha cubierto las Malvinas, las crisis en Centroamérica, la salida de Pinochet, la caída del sandinismo y cuatro elecciones presidenciales en EEUU. ¿En este mundo le sorprende algo?
—(risas) Sí, muchas cosas. Me sorprendió la victoria de Trump. Me pareció una cosa de tal calibre… Pero hay muchas otras que me sorprenden. El Brexit, por ejemplo. Soy un pésimo pronosticador, por eso me llevo sorpresas constantemente. La capacidad que tiene el mundo de asombrar es ilimitada. Por muchas experiencias que haya tenido en el periodismo y la política, soy muy malo con los pronósticos.
—Para ser mal pronosticador se le dio muy bien el periodismo y dirigir un periódico. ¿No cree?
—Eso depende de quién lo diga. Hay gente que no está muy de acuerdo. Yo hice lo mejor que pude, y de todo corazón. Una vez que pones todo tu esfuerzo honesto en algo, has cumplido. Yo lo hice.
—Como lector de información, ¿cuál es su pulsión: la anglófila y la europea?
—Como lector de periódico, indiscutiblemente, Estados Unidos e Inglaterra son líderes, y suponen la referencia absoluta. A veces da la impresión de que el periodismo fue inventado para hacerse en inglés. La capacidad de síntesis del idioma para un titular es maravillosa, y parece que todo lo demás que hacemos, ya sea en italiano, español o francés, son traducciones. El periodismo está hecho el inglés. Se pueden escribir buenas historias en todos los idiomas, pero el periodismo como oficio es en inglés.
—¿Y como lector, alguna debilidad al respecto?
—Ahí no hay limite para la brillantez. El idioma no es un límite para el talento, siempre que se conozca bien. Esa es la clave: el conocimiento del idioma. Por eso son tan peligrosos los planes de educación controvertidos al respecto. Que España haya tenido ocho leyes de educación en 40 años de democracia, es decir, una cada cinco años, es el peor dato de todos los que este país puede ofrecer al mundo.
—¿Cuál es su primer recuerdo lector?
—Algunas cosas tremendas, como La cabaña del tío Tom. Una de las primeras historias que leí y que influyó mucho en que fuese periodista fue Scoop. Estuve buscándolo hace poco y no lo encontré. Lo guardo en la memoria de cuando leía tebeos y aventuras.
—¿Cómo era la biblioteca de su casa?
—Muy escasa. Mi familia era humilde e hizo lo que pudo para nuestra formación con enciclopedias, que es el primer recuerdo que tengo de la biblioteca de casa , y que entonces se vendían por tomos y se pagaban poco a poco. Mis primeras bibliotecas las hice yo mismo, fui construyéndolas poco a poco y abandonándolas paulatinamente, porque me he movido mucho. Donde más tiempo he pasado seguido ha sido en los Estados Unidos.
—Se atribuye a Capote o Talese tal cosa como el nuevo periodismo, pero en la España de los años 30 Chaves Nogales ya lo había hecho. ¿Qué piensa?
—En España se ha hecho buen periodismo, incluso en una dictadura, a través del humor o la lectura oblicua. Hay una gran tradición periodística en España. Ahora es diferente. Ni siquiera sé si es posible hacer un periodismo como el de Chaves Nogales. El problema no es la falta de escuela, sino la falta de honestidad. Este es un oficio que tiene más poder del que mucha gente sabe administrar. El ejemplo de Chaves Nogales no es su prosa, ni su estilo, sino su honestidad. Eso es lo que perdura, y ese debe ser el modelo.
—El totalitarismo se encarga de simplificar la realidad a través del lenguaje: encapsularla en una frase y repetirla, una y otra vez.
—Se llama propaganda, intoxicación, manipulación. Se ha escrito y se sigue escribiendo mucho sobre eso, afortunadamente. Cuando una democracia está bajo asedio, la primera víctima es la verdad. Su muerte es el primer paso hacia el totalitarismo: sin conocer la verdad de los hechos, los ciudadanos no tienen con qué defenderse y están expuestos ante cualquier amenaza.
—¿La columna de opinión es en España lo que la crónica en América?
—Hay un género periodístico, en estos últimos treinta o cuarenta años, el news analysis, que ni quisiera tiene una traducción exacta en español, porque no forma parte de nuestro periodismo. Se ha acudido al columnismo porque no hemos dado con ese formato intermedio entre la noticia y la opinión. Con demasiada frecuencia se camufla la opinión como información: se desvirtúa el género informativo y se hace un flaco servicio al lector y al periodismo.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: