El nombre de Antonio Gómez Rufo no está ligado a ningún best seller; sin embargo ha conseguido vivir de la literatura. Es autor de una treintena de obras, entre las que recordamos El secreto del rey cautivo, con la que obtuvo el premio Fernando Lara, Adiós a los hombres, o Madrid, la novela, una saga de varias generaciones, en donde se narra la vida de la ciudad desde su fundación. «Conmigo los editores no ha perdido dinero», señala este autor, ya con la serenidad que le da estar en la vuelta del camino, y cuya trayectoria está ligada a dos hombres a los que conoció bien: Luis García Berlanga y el alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván. Con los dos trabajó mano a mano y le marcaron profundamente.
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—Me llama la atención la diversidad de registros que abarcan sus libros. Usted va de la novela histórica a la criminal, pasando por la sentimental, la erótica o la de humor. ¿Tanto vaivén no es una manera de desorientar al lector?
—No, porque yo siempre escribo la misma novela, ya sea en la Roma de Julio César, en la Alemania de Bach, en la España de la Inquisición, en una abadía del siglo XIII, en el Madrid de 1938 o en la Barcelona que se asoma a nuestros días. Siempre escribo sobre la historia de un perdedor; la lucha del individuo contra el poder y contra la sociedad.
—No lo veo tan claro. En su última novela, Hugo Montalbán, su protagonista, no parece un perdedor precisamente. Es un famoso director escénico, admirado por la profesión y las mujeres, que tiene, incluso, un teatro propio, y que encuentra el amor, algo que no esperaba.
—Es que, paradójicamente, en Azul París al personaje también se le puede considerar un perdedor, porque va a morir. Sin embargo, algo le hace retenerse, prolongarse un poco más, y por eso no parece un perdedor. Lo que sucede es que su resurgimiento es falso: es cierto que va a prolongar su vida con una nueva ilusión, un nuevo amor, pero ya es en el crepúsculo, cuando ya no le queda tiempo.
—Eso es mejor que nada.
—Sí, pero al final todos estamos condenados. Cuando Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, colocó frases de escritores en los bordillos de los pasos de peatones, eligieron un texto mío que decía: «La vida es un oficio que siempre está mal pagado».
—¡Hmmm!… Hubiera quedado mejor: «La vida es un oficio del que siempre te despiden».
—Sí, también (risas). Digamos que el protagonista de mi novela tiene una segunda oportunidad, pero ya está jugando la prórroga y va a tirar los penaltis.
—O sea, el bonus track, esa canción que se incluía de regalo en algunos álbumes de los discos importantes.
—Exactamente.
—Su vida no ha sido, precisamente, la de un perdedor: se ha movido con solvencia en el mundo de la gestión cultural; también en el cine con Berlanga, en el teatro y en la literatura. De hecho, lleva años viviendo —y nada mal— de sus libros, algo que pueden decir muy pocos.
—Eso es cierto. No soy autor de grandes best sellers, como Pérez-Reverte, y creo que la crítica no me ha valorado ni me ha tenido en cuenta, pero conmigo los editores no han perdido dinero y yo he podido vivir dignamente. Dicho esto, te digo también que, al final, todos somos perdedores. Lo que pasa es que algunos creemos que podemos acabar ganando el partido.
—Claro, la muerte. En alguna ocasión confesó, o así lo leí, que el gran tema de sus novelas es el miedo a la muerte.
—No lo recuerdo, y… (duda), no, no, no lo creo. Cuando era joven tenía más miedo a la locura que a la muerte. Lo que me daba miedo es que se me fuera la cabeza, y me asustaban los locos. Con el tiempo te das cuenta de que lo mejor que te puede ocurrir es estar un poco loco; es decir, perder el sentido de la realidad.
—En Azul París los personajes parece que buscan algo o huyen de algo.
—La literatura es un poco eso: o buscar algo o huir de algo. Y eso mismo se dice en la novela.
—Lo he sacado de ahí.
—Hay una frase del protagonista (la busca). A ver: «Muchas veces he pensado si la vida, como las obras literarias, tiene igualmente como eje narrativo la búsqueda o la huida. Cada vez estoy más convencido de ello».
—Se huye de la muerte (o la locura, en su caso) y se busca… ¿qué? Supongo que la felicidad.
—Bueno, quizás sea un poco atrevido, pero yo… yo he buscado siempre el hedonismo, que es la felicidad inmediata y, una vez alcanzado, perpetuarme en él; pero el placer es un puñetero instante y ya está. La única manera que he encontrado de perpetuarlo es permanecer en la expectativa. El momento más emocionante de un encuentro sexual es cuando abres la puerta de la casa y…
—¿Está hablando de su vida?
—Y de la tuya, y de la de todos.
—Conozco el color azul Francia, el azul persa, el azul de Prusia y hasta el azul Bilbao, pero no el azul París. ¿Cómo es?
—El azul París es un color cualquiera, el que deseas, aquel con el que sueñas, como sueñas con París antes de conocerlo. Es el color que tú te imaginas, el que te hace feliz…
—Se le ve ilusionado, dentro del escepticismo alcanzado por la edad, con la novela.
—Quizás porque sé que es la última novela, y…(reflexiona). He tenido siempre tanto respeto a la literatura que hasta este libro no me he atrevido a involucrar mi manera de pensar o de ser con la de mis personajes. Es cierto que sí incluía mis compromisos vitales o sociales, y puede que ahí, en algún momento, me haya excedido con cierta mochila de ideología que no tenía que haber utilizado en la literatura; pero nunca, hasta ahora, lo que me atañe muy íntimamente se lo he legado a mis personajes.
—Todo un desafío.
—En esta novela lo único que he pretendido es dejar claro que uno tiene que volcarse en lo que siente, independientemente de quién va a ser el receptor. Yo he intentado expresar el alma madrileña, extraer la parte más subterránea del protagonista, y me resultaba fácil porque era yo. (Aquí nos desviamos unos minutos para tratar de entenderlo mejor, y Gómez Rufo habla, y pone ejemplos, de autores europeos, como Thomas Mann o Heinrich Böll y sus Opiniones de un payaso, que dejaremos a un lado para no desviarnos). Me he desnudado como pocos escritores se han atrevido a hacerlo, y lo he hecho porque ha llegado el momento en que me importa muy poco lo que pueda opinar el lector y la crítica sobre mí.
—Entiendo. Llegamos a un punto en la vida en que todo eso es algo que carece de importancia…
—Por completo.
—Y lo verdaderamente válido son otras cosas, como la salud, los amigos, la familia, la estabilidad, la paz interior…
—Todo ello te tranquiliza mucho y te permite escribir una novela como esta, y que es, a mi modo de ver, como la que hubiera escrito Paul Auster sobre Nueva York. Creo que Azul París es muy La noche del oráculo.
—No la he leído. Incomprensiblemente, Paul Auster se me resiste. Cuéntenos.
—En la novela se narra la historia de un director del teatro, que ha escrito El regreso de la señora Lambert, un drama que intenta poner en pie con mucho interés, porque es con el que se va a retirar de la escena y del mundo, y quiere dejar una buena imagen de su vida. En la novela se puede leer no la obra de teatro, pero sí el argumento y cómo se plantea y se va desarrollando el montaje. Y así, como Hugo Montalbán, esta novela es, también, un poco mi testamento, donde se refleja mi manera de pensar: al final, en las mejores personas hay mezquindad, y en las peores hay algo de dignidad. Eso es. Quiero insistir en que todos tenemos una parte de bondad y de maldad.
—No es ninguna novedad. Está muy claro en Doctor Jekyll y Mister Hyde.
—Sí, pero no lo puedes decir en el siglo XXI, y en la España que vivimos, porque te acusan de fascista o de podemita. Ahora mismo algo que es una obviedad resulta completamente incorrecto políticamente.
—¡Malos tiempos estos en los que hay que estar recordando (o reivindicando) lo evidente!
—Esa es la idea sobre la que gira la obra de teatro que quiere montar mi protagonista: una familia comunista de la resistencia francesa se apodera de un gran piso de unos judíos que han sido deportados a campos de concentración. Cuando acaba la guerra, la madre y su hija adolescente han sobrevivido y regresan a París para volver a su casa tras tantas penalidades como han sufrido, y esos miembros de la Resistencia, los héroes en teoría, se niegan a entregársela y les hacen las mismas putadas que a ellos les hacían los alemanes. Sí, son héroes, y miembros del Partido Comunista, pero son unos nazis o se comportan como ellos. Eso hoy no se puede decir, y si lo dices eres un fascista. A mí, a estas alturas, me la suda. En esta obra de teatro se habla de la mezquindad del bueno.
—No creo que, a estas alturas de la Historia, pueda considerarse al comunista «el bueno».
—Ya, pero en este caso sí, porque estamos hablando de la Resistencia, los que defendieran a Francia contra el nazismo y el fascismo. Los ganadores. Son los buenos de la Historia, y esos buenos, cuando tienen que demostrarlo, también son unos hijos de puta y se comportan del mismo modo que a los que combaten.
—Esto me recuerda Mauthausen, la voz de mi abuelo, un monólogo escrito por Pilar Almansa sobre el testimonio real de un andaluz que estuvo prisionero en ese campo de concentración, interpretado por su nieta, Inma González. El protagonista evoca sus vivencias y cuenta que había guardianes alemanes que se apiadaban de ellos y les ayudaban, mientras que los peores eran sus propios compañeros de prisión.
—Ahí está. Y sin embargo, algunos les siguen considerando los buenos, pase lo que pase. Hay gente que nace con unas ideas previas y ya no…
—Un ideología, más exactamente.
—Claro, claro. Son como esos hinchas de fútbol, siempre fieles a su equipo, pase lo que pase y haga lo que haga. Mira ahora, con lo del caso Negreira, que es muy grave. ¿Tú crees que alguien se va a dar de baja del Barça por eso?… Lo disculpan todo, lo aguantan todo. Son como hooligans.
—Los hinchas de fútbol y los hinchas políticos.
—Sí.
—He visto que ha escrito una biografía de Carlos Marx.
—Bah, eso fue un encargo cuando yo tenía veintipocos años. Todos los libros publicados antes de La leyenda del falso traidor, en 1994, son experimentos o ensayos para llegar a ser escritor. En esos años hice libros alimenticios u ocasionales: te ofrecen un premio y tú lo aceptas y escribes algo. Para mí era como un juego y no me tomaba en serio mi carrera de escritor; además, yo en aquel momento estaba en otras cosas.
—Eso lo veremos luego. De todas sus novelas, ¿cuál destacaría?
—Ninguna de mis novelas —como pasa con cualquier libro o película— es perfecta. Tienen partes buenas y partes más flojas. Hay un poco de todo, pero yo creo que las 50 primeras páginas de Adiós a los hombres son lo mejor que yo he leído.
—¿Suyo?
—No, que yo he leído; mío o de cualquier otro autor en España. Esas páginas me parecen sublimes, de una brillantez total, y tal como te digo esto, también digo que son sobrantes unas 200 páginas de La camarera de Bach, por ejemplo.
—No es poco arriesgado proclamarlo.
—Intento ser honesto con lo que sé que he escrito. Y te podría decir tranquilamente que nadie, en la España del siglo XXI, ha publicado una novela tan divertida como El señor de Cheshire.
—Tampoco hay tanta competencia. Aquí, a pesar de Cervantes y Quevedo, no prolifera la novela de humor (y Eduardo Mendoza no me sirve). La más divertida que recuerdo, con diferencia, es La mano armada, de Carlos Pérez Merinero, aunque es de los años ochenta, una novela negra que…
—Para que te guste la mía (viene con un ejemplar y me lo regala) te tiene que gustar el humor inglés.
—Me gusta: Wodehouse, Tom Sharpe, Evelyn Waugh, Jerome K. Jerome, Kingsley Amis, David Lodge…
—¿Y Lewis Carroll?
—Por supuesto.
—Pues esta es la historia del sobrino de Lewis Carroll, al que lo encarcelan y pide que le lleven a la celda una muñeca hinchable.
—Muy berlanguiano el asunto. Usted ha estado muy cerca de Berlanga y ha trabajado en el mundo del cine. ¿No se ha llevado ninguna de sus novelas a la pantalla?
—Me compraron los derechos de El carnaval perpetuo y de Natalia y se escribieron los guiones, pero al final no llegaron a producirse. Y hubo un millonario norteamericano que se encaprichó de La noche del tamarindo, una novela que es puro cine, y quería hacer una gran producción internacional; vino aquí, estuvimos comiendo juntos y hablamos sobre aquel grandioso proyecto, pero se murió antes de que hubiésemos firmado y todo se vino abajo. Una lástima, porque pensé que aquel tipo iba a hacerme millonario.
—Antes hablaba, muy elogiosamente, de Adiós a los hombres, que precisamente trata sobre un trío.
—Más bien es la historia de un hombre totalmente deprimido que tiene una amante y una mujer a la que aborrece, y se supone que la joven le alegra la vida, pero… (trata de explicarse) Creo que Adiós a los hombres hay que leerla para entenderlo. Tiene una carga de profundidad tan existencialista que… (prosigue en la duda) Trato de imaginarme qué me pasaría entonces para escribirla. He pensado mucho sobre ello y creo que coincide con el momento en que yo me divorcié.
—¿Y no es autobiográfica?
—No.
—Esa novela se reeditó después con otras dos en un solo volumen, que tiene un amplio estudio crítico, titulado El manantial de los silencios. Algo curioso, porque las tres son muy distintas: Las lágrimas de Henan trata sobre la adopción en China, El alma de los peces del nacimiento del nazismo, y esta…
—En el fondo es la misma historia con un elemento común esencial: el silencio. En Adiós a los hombres es más importante lo que no se dice que lo que se dice. Y pasa lo mismo en las otras novelas: el silencio como aquello en que todos entendemos lo que está pasando pero no nos atrevemos a verbalizar y nos deja paralizados. El silencio como forma expresiva tiene un potencial enorme.
—Una de sus novelas más celebradas y vendidas es Madrid, un volumen de casi mil páginas. Resulta sorprendente que nadie se hubiese atrevido a abordar la novela sobre la gran capital, como ya existe la novela de Londres, París o Nueva York. ¿Por qué se decidió a escribirla?
—Ese gran relato sobre la ciudad estaba ahí, y era necesario que se contara. Estuve esperando años a que alguien lo hiciera, pero nadie se animó. Pensé que Luis Antonio de Villena…
—¿Villena?… No lo veo en este tipo de novela, quizás Trapiello…
—Andrés Trapiello ha escrito mucho sobre Madrid y su historia, pero no esa gran novela que se necesitaba. En mi libro se cuenta desde el origen de la ciudad, en 1565, hasta la matanza de Atocha. Es el transcurrir de casi quinientos años mediante las andanzas de tres familias y sus descendientes, que van trenzando los tres grandes itinerarios de la ciudad: el comercial, el político-administrativo y el cultural. Eso no existía. Hay muchos libros sobre Madrid, pero ninguna novela que abarcara la totalidad de su historia.
—Todos recordamos el Madrid de Tierno, que se ha convertido en legendario, y por ahí andaba Gómez Rufo. Su trayectoria está ligada a Tierno Galván y a Luis Berlanga. Háblenos de ellos.
—En realidad hay tres hombres muy importantes en mi vida: mi padre, quien me trasmitió muchas de las cosas que luego no hice; Tierno, que me enseñó la ética y la moral que me han marcado, el cómo hay que comportarse para ser una persona honesta, y Luis, que me mostró la parte lúdica de la vida. Por muy serio que te tomes las cosas hay una parte divertida, placentera, que nunca debes desaprovechar.
—Que es juerga, sexo, comida…
—No. No tiene que ver con los placeres mundanos, sino con cómo afrontar la vida. Y hay que hacerlo desde la alegría, desde el optimismo, desde la aspiración a la felicidad, mantener la expectativas… Mira, Luis era un enemigo mortal de la eutanasia. Decía: «Aunque yo esté moribundo, no reconozca a nadie ni sepa quién soy, nunca desconectéis el aparato, porque quién sabe si en ese momento estoy soñando con dos señoritas estupendas en un jacuzzi». Algo típico berlanguiano. En la vida, por muy mal que vayan las cosas, siempre te puedes encontrar sorpresas maravillosas a la vuelta de la esquina.
—Es lo que le pasa a Hugo Montalbán en Azul París, que descubre a Silvia, a quien siempre tuvo al lado, por cierto.
—Sí, pero no solo la encuentra, sino que encuentra lo que le da Silvia, que no podemos desvelar, y que es lo que jamás imaginó que le podrían dar. Es como en la caverna de Platón cuando el individuo se da cuenta de que la vida real no son esas sombras que está viendo reflejadas al fondo y que a su lado hay seres reales. Ese descubrimiento es maravilloso.
—Yo no estaría muy seguro, y soy optimista. Espero que la eutanasia se normalice para evitar tanto sufrimiento inútil.
—Yo también soy un defensor de ella.
—Decía al principio que las emociones y los pensamientos del protagonista de Azul París son los mismos que las suyos. También se reflexiona sobre la realidad y la ficción. ¿Por qué no eligió un escritor en vez de un hombre de teatro para contar la historia?
—Hubiera sido demasiado obvio. Además, el teatro forma parte de mi vida. Siempre me ha fascinado. He sido gestor, director, escritor de teatro, productor y sobre todo espectador.
—Ah, sí. Recuerdo que estuvo al frente del Centro Cultural de la Villa, el actual Teatro Fernán Gómez.
—En la época de Tierno viajé por España y Europa contratando las mejores producciones que había y que cabían en el escenario del Fernán Gómez, que tiene muy poca altura. Yo me inventé Madrid en Danza… Salvo actor, he hecho de todo. Así que, con esa trayectoria tan personal, tenía que hacer necesariamente un homenaje al teatro, algo que conozco muy bien desde todos los aspectos, y lo he hecho con la última novela de mi vida.
—Se le relaciona más con el cine que con el teatro.
—Quizás por mi amistad y trabajo con Berlanga, con quien escribí los guiones de la serie Blasco Ibáñez, de París-Tombuctú y le ayudé con el de Todos a la cárcel, y también fui director de la Filmoteca Nacional, pero la verdad es que tengo más complicidad y dedicación al teatro, aunque nadie me vincule con él.
—Además de sus obras teatrales, sé que hizo un corto y publicó un libro de fotografías. La cultura, en general, siempre le ha interesado.
—Siempre. Y lo he intentado todo. Lo único que no he escrito es poesía, y eso que el primer libro que me compré fue Las mil mejores poesías de la lengua española.
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La conversación continúa y nos extendemos en un tema que le pone de los nervios, al igual que a la mayoría de los autores, y es el régimen fiscal que se implantó a partir del Gobierno de Zapatero, y por el que un autor debía renunciar a su pensión si quería cobrar los derechos de autor. Antonio Gómez Rufo, que fue vicepresidente la Asociación Colegial de Escritores Españoles, ha estado luchando por ello; comenta casos de escritores que han tenido que vender sus cosas para hacer frente a esas deudas con el Estado, y recuerda la persecución de Hacienda a tantos compañeros, como Javier Reverte, Ángeles Caso o Luis Landero. Tras la reciente aprobación del Estatuto del Artista se ha conseguido que si un autor cobra por derechos una cantidad mayor al sueldo mínimo puede hacerse una especie de autónomo transitorio y cobrar también la mitad de su pensión. «¡Con este régimen fiscal, José Luis Sampedro no hubiera podido escribir sus obras!», afirma Gómez Rufo. Todos sabemos, pero lo recordamos por si acaso, que el viejo profesor de Economía empezó a ser un superventas a los 64 años con Octubre Octubre, a la que seguirían otros cinco títulos de éxito, además de las recuperaciones del pasado, lo que le convirtió en uno de los autores más vendidos de su tiempo.
En un momento de la charla aparece Sonia, su joven mujer, a quien está dedicado Azul Madrid. Conozco la historia, que me recuerda un poco a lo que le sucedió a Salinger. El huraño autor de El guardián entre el centeno vivía recluido en su casa, alejado del mundo. Un día fue a visitarle una admiradora, que conocía muy bien sus libros, y ya se quedó a vivir con él. Esa escena siempre me pareció el sueño del escritor, una especie de seguro de vida (mejor que la jubilación), un regalo de la vida que, de pronto, te brinda la literatura. La historia, en este caso, no es muy distinta: Sonia era una joven lectora que había leído y admiraba la obra de Gómez Rufo; así que un día, en una conferencia, se acercó para que le dedicase un libro y… hasta hoy. No sé si viven felices, pero lo parece. Así que, conociendo esta anécdota, me despido de Gómez Rufo, que pasa sus días entre su casa del barrio de Salamanca y la de San Antonio de Valencia, y ya acabada la entrevista vuelvo al tuteo:
—Lo que no entiendo, Antonio, es como no escribes un libro de poemas de amor a Sonia. A ti, como al protagonista de tu novela, también te ha llegado una nueva oportunidad, y no precisamente, en la prórroga; digamos que bien entrada la segunda parte, algo así como cuando Carlo Ancelotti saca a Asensio y Ceballos en el Real Madrid. Ya ves, todavía hay partido.
Me gusta su estilo, su forma de escribir, sus libros de los que he leído algunos. Original. Diferente.
Y recuerdo haberlo visto, hace ahora muchos, muchos años, alojados en un hotel precioso, en uno de los enclaves màs bonitos de Andalucía y de España: Baeza, el Hotel Puerta de la Luna, en el precioso patio, sentado frente a un libro. No me atreví a saludarle. Verguenza y no querer molestar. Me gusta analizar rostros y ne pareció discreto, equilibrado, con cierto interés en pasar desapercibido y con cierta distinciòn en el gesto. Quien busca espacios tan bellos, para escribir o no, quien sabe apreciarlos, tiene que ser buen escritor por fuerza.
Habrá que leer también esta obra.