El jurado del Premio Biblioteca Breve 2017 destacó de A cielo abierto “la cuidada recreación de la figura de Saint-Exupéry y el tratamiento narrativo de la épica de los primeros años de la aviación civil francesa en una novela de arriesgadas aventuras con un fiel trasfondo histórico”. Para Antonio Iturbe, esta concesión ha sido un regalo porque en 600 páginas ha recreado su mayor referencia literaria, la que le acompaña desde la infancia.
Desde que leyó El Principito, a los 11 años de edad, Antonio Iturbe no se ha despegado de la creación literaria de Antoine-Saint Exupéry; si tuviera que salvar un libro de un incendio sería, seguro, Tierra de hombres. Su admiración queda plasmada en A cielo abierto, una novela que nos relata la vida de tres pilotos: Saint-Exupéry, Mermoz y Guillaumet que se jugaban la vida a diario por realizar un servicio a los demás. En un tiempo en el que la comunicación casi en exclusiva era vía postal, hubo hombres intrépidos que, en los principios de la aeronáutica, vencían sus miedos por hacer posibles las comunicaciones. Se caían y volvían a levantarse, rendirse no era nunca una opción.
Esta perseverancia es la que aplica Iturbe en su vida, periodista de profesión, escritor por vocación, en esta entrevista nos cuenta que la vida del periodista y escritor no es tan fácil, que camina constantemente en una cuerda floja con cientos de preocupaciones apiladas en cada mano. Es lo que toca en el siglo XXI, vivir como un pluriempleado de los años 60.
-En A cielo abierto se recrea una biografía novelada del autor de El Principito, Antoine de Saint-Exupéry, en su faceta de aviador, pero también se detecta una gran admiración hacia la aeronáutica, ¿De dónde le viene esa afición a Antonio Iturbe?
-¡La aviación, sobre todo, me fascina! Por mis escasas habilidades y capacidades no he hecho ningún curso de pilotaje; por mi vértigo y mi falta de audacia nunca lo haría, sin embargo, sí me fascina la vida de estos valientes que hacen algo que yo no haría. Me interesan más los pilotos civiles (Roald Dalh, por ejemplo, lo fue) que los militares, probablemente sea una consecuencia de mi admiración hacia alguien que hace cosas que yo me veo incapaz de hacer.
-Ya hemos visto algunos pilotos-escritores ¿qué relación hay entre la aviación y la escritura, son ámbitos en los que uno se siente libre, quizá?
-Yo creo que sí, la idea del vuelo, el que despega del suelo ya está haciendo un acto de rebeldía contra la mediocridad, quiere elevarse por encima de la rutina, de lo habitual, de la zona de confort, ahí es donde surgen cosas; la literatura también es una zona de conflicto y creo que es muy inspirador el vuelo en sí mismo. Acostumbramos a ver el mundo desde 1,60 o 1,80 metros, que es nuestra estatura media, pero cuando te subes arriba, te das cuenta de lo pequeños que somos en realidad. ¿Dónde están los hombres? Se preguntaba “El Principito”…, en realidad, el mundo está muy vacío. En un avión se ven grandes extensiones donde no hay nada, ni nadie, y los núcleos de población se ven en la lejanía, somos hormiguitas en un mundo inmenso, esa visión sólo puede darse desde las alturas. La visión del planeta es mucho más compleja, más frágil.
-El Principito es una obra que tiene la virtud de inspirar muchos sentimientos diferentes en cada uno de sus lectores ¿Cuál es la lectura de Antonio Iturbe? ¿Qué tiene para ti esta obra para que te cause tanta admiración?
-Tiene muchas cosas, pero a mí lo que más me atrae es la fascinación. Es la mirada del niño que todavía no se ha desgastado, que se sorprende, que se interesa… La capacidad para la imaginación es maravillosa, es algo con lo que todos nacemos y que vamos perdiendo con el paso de los años, esa ingenuidad es conmovedora. Nos volvemos desconfiados, egoístas, “El principito” confía. La imaginación es algo que necesitamos, y si la perdemos, al final moriremos como especie humana, seremos una tribu de robots.
-Además de Antoine de Saint-Exupéry, en la novela se traza el perfil de otros dos grandes pilotos que podríamos denominar “postales”: Jean Mermoz y Henri Guillaumet ¿Cómo has llegado hasta ellos?
-A través de la lectura. Hay una biografía muy buena de Joseph Kessel, también monográficos en la revista francesa ICA que son muy buenos, hay un libro que el mismo Mermoz escribió titulado Mis vuelos, habla de experiencias de vuelo, de su etapa en Francia cuando vivió en la calle, hay cartas; también me he basado en las referencias de Saint-Exupéry…, con esos retazos he creado un personaje que espero y aspiro a que se asemeje bastante al verdadero.
-El papel de la mujer es secundario en esta novela, sin embargo su presencia es fundamental para los aviadores… ¿todo aviador necesita su musa?
-El papel de la mujer en la novela no es el protagonista, pero me temo que es lo que sucedía en los años 20. Sí introduzco a Amelia Earhart, en parte porque me encanta, y también por reflejar que la mujer, sobre todo en Estados Unidos, empieza a tener su lugar, empieza a haber mujeres piloto, ella lo cuenta en un libro suyo, en el año 31 hay 12 mujeres en EEUU con licencia de vuelo. No son protagonistas, pero sí son muy importantes en la novela porque realmente marcan absolutamente las vidas de ellos. En el caso de Antoine, su primer amor, LouLou, es un tropezón del que nunca se recupera del todo, después se casa con Consuelo Suncín, y establecen una relación un poco descabalada… Hay una mujer fundamental en la vida de Saint-Exupéry: su madre. Después de la muerte de su padre, cuando era pequeño, su familia aristocrática va a menos y también pierde un hermano cuando tiene 16 años, se queda con su madre y hermanas y vive en un matriarcado; para él la mujer es una referencia muy importante. Siempre necesita ser querido por las mujeres, sus compañeros se ríen de él porque se enamoraba de las prostitutas, él no quería ser un cliente, quería que lo quisieran.
-En esta novela, y en otras obras anteriores tuyas, por ejemplo La bibliotecaria de Auschwitz, hay una constante… Cuando la vida te da un revés, siempre se puede salir adelante…
-Eso es lo admirable, eso es el heroísmo, la perseverancia, el no rendirse… Es un valor muy importante.
-Con A cielo abierto has recibido uno de los premios más prestigiosos de la literatura española, ¿es una buena oportunidad para un escritor presentarse a estos premios?
-Es un regalo, un escritor vive en una enorme precariedad, económica, de inseguridad… cuando escribes un libro no sabes si lo van a publicar, ni siquiera si lo van a vender, si se vende te dan un 10%… Si te dan un premio, ya implica que la propia editorial va poner también un esfuerzo promocional en el libro y te dan un dinero. ¡Fantástico! Conseguir cobrar en la cultura es bastante complicado.
-¿Se puede vivir del periodismo y la escritura?
-Hay quien vive, pero con muchas dificultades, yo vivo de diferentes pluriempleos relacionados con la comunicación y la cultura, pero de una forma muy agotadora. Hay que hacer muchas cosas, hemos vuelto a los años 60 con el pluriempleo. Yo no sé lo que es irme un fin de semana, no voy ni al cine. No es fácil tener 4 o 5 horas libres en una tarde, para mí es complicado. Vives o malvives de la comunicación, el periodismo, la literatura, te da para ir tirando… nada más.
-También escribes literatura infantil. ¿Te resulta fácil “cambiar de sombrero” entre un tipo de literatura y otro?
-No me es muy difícil, al final todos somos muchas cosas y de alguna forma todo se impregna de todo. La primera serie que escribí de infantil fue más humorística, en la segunda, La isla de Susú, hay asuntos que podrían entroncar con la filosofía de Saint-Exupéry, uno de ellos incluso es un homenaje a Amelia Earhart, uno va ligando los temas y no es un salto abrupto, es más una mutación que un salto.
-La vida de los pilotos es buena materia literaria, es intensa, viven el momento…
-Claro, cuando vives al filo de la vida y la muerte, todo se agiganta, las percepciones, las emociones, las intensidades de las cosas, es evidente que cuando uno de estos pilotos cruzaba los Pirineos con una tormenta de nieve, con esos aviones “descabinados”, cayéndoles encima una tormenta de granizo, cuando aterrizaban en Barcelona y les daban un café con leche, para ellos eso era poco más que ambrosía. Cuando vives la vida tan intensamente todo se multiplica exponencialmente, y hace la vida más hermosa. No hay nada peor que la inanidad. El confort mata, te puedes morir de aburrimiento.
-La vida del escritor tampoco es muy confortable, ¿o sí?
-Hombre, todo es en comparación a…, me niego a esa especie de discurso heroicista del escritor que se juega la vida en cada libro… Se juegan la vida los mineros que cada día bajan a una mina de carbón o el bombero que tiene que rescatar a alguien de un incendio o el pescador que tiene que salir a faenar de noche y con tormenta… Yo no me juego la vida, lo que sí que es cierto que no es vida fácil en el sentido de estabilidad laboral. La escritura en España ni siquiera están considerada como profesión, en Hacienda no hay un epígrafe específico para escritores, hay que registrarse como artesanos.
-Y encima no pueden compatibilizar su actividad con el cobro de alguna pensión.
-Bueno, eso, de postre, la falta de respeto que hay por la gente de la creación es absolutamente cósmica en España. Saben que tú trabajas escribiendo libros, que publica una editorial, pero todo el mundo que trabaja en la cadena del libro tiene una seguridad laboral, menos el escritor. El escritor está en su casa, escribe sin saber si le van a publicar, si le van a pagar, o no, acaba su pieza, la editorial decide si se publica o no, si se vende algo se recibe el 10% y si no se vende, no le pagan nada. Esto da una indefensión absoluta, estás flotando en el aire. Estás escribiendo tres años ¿y?…, pero bueno, a nadie le obligan a escribir, por tanto tampoco cabe lamentarse en un sentido ético, aunque sí es bueno que se hable, porque creo que sí sería exigible a las autoridades y al Gobierno un poco de sensibilidad a la hora de tratar los temas de protección laboral de los creadores en España.
-Tú que eres experto en el mundo del libro, ¿crees que esta situación del escritor podría mejorar algo con la autoedición o con la edición digital?
-Es complicado, estamos en un momento de bisagra. La autoedición está muy bien, pero el 50 o 60% de nada, es nada, porque lanzarte a pecho descubierto al mundo de Internet donde hay millones de imputs cada día es arriesgado, hacer oír tu voz es difícil. En el mundo de la autoedición en papel he visto muchos engaños. La distribución es un tema complicado y en la autoedición en papel todavía no está resuelto. Estas estafas, más que el dinero lo que te roban es la ilusión. En el tema digital, donde tú controlas el proceso, el único engaño es que uno se cree que por lanzar su libro a Internet alguien lo va a recibir, hay gente que sí, que tiene éxito, pero no es lo habitual. En ese laberinto me pierdo un poco. Lo razonable es el que el autor se pudiera autopublicar, al fin y al cabo, la obra es suya, pero es tan complejo que a mí me parece muy difícil. El problema de Internet es la falta de jerarquía, está todo, pero ¿cómo distinguir el grano de la paja?
-Ahí la clave es el movimiento en redes sociales ¿tú eres activo en esta área?
-Poco, tengo Facebook que uso poquito, no porque no me interese, sino por falta de tiempo. Las redes sociales es una asignatura pendiente para mí pero necesitaría más tiempo. Yo no creo en la respuesta rápida, no me vale un emoticono, necesito tiempo para dar mis respuestas. La conversación es un arte y no vale cualquier cosa. En las RRSS esa inmediatez perturba.
-Entonces, un escritor que está empezando y no es conocido, ¿qué opciones tiene para que le editen su obra?
-Un poco las de siempre… Hay una conjunción de talento y azar, hay mucha gente que escribe, pero tampoco se leen tantas obras maestras, y tampoco se puede publicar todo, por cuestión de falta de absorción del mercado. Internet sí es capaz de absorberlo todo pero puedes lanzarlo ahí, y ya. Sigue siendo válida la figura del agente literario porque es una forma de criba y las editoriales te hacen más caso por esta vía porque entienden que ya ha pasado un primer filtro. Cada editorial tiene su sistema, hay editoriales que son más minuciosas leyendo los originales, otras no, van más desbordadas. Siguen sucediendo milagros de obras que llegan sin recomendación y son publicadas. No hay que desesperar, a Proust le rechazaron En busca del tiempo perdido, a Dan Brown le rechazaron en España Planeta y Penguim Random House, porque decían que aquí no encajaban cosas de María Magdalena. Nunca es fácil publicar, nunca nada es a la primera, pero hay que intentarlo.
-Volviendo a tu obra, ¿crees que realmente Saint-Exupéry era un espía como apuntan algunas teorías?
-Yo no lo creo, yo creo que era demasiado desordenado, despistado para ejercer de espía, hay una época con cierta confusión en la que los partidarios de De Gaulle le acusan de ser colaboración del Régimen de Vichy, yo creo que en eso hay una confusión. De hecho Antoine tiene una locución radiofónica en Nueva York, cuando está exiliado por motivo de la guerra, muy bonita y muy brillante. Le ofrecen un puesto en Vichy, pero él lo rechaza, se va de Francia, se exilia. El tema era otro, él sentía que cada hombre es un imperio y esa posición del “DeGaullismo” tan militarista, dispuesto a sacrificar a toda la juventud de Francia por demostrar su grandeza, no le gustaba. Estuvo de acuerdo con la capitulación de Francia a Alemania porque de esa manera se ahorraron muchas vidas jóvenes. Este discurso irrita mucho a la gente de De Gaulle y le acusan de ser un colaboracionista.
-Seiscientas páginas que tiene tu novela dan para conocer muy bien al autor de El Principito, pero… ¿Qué te gustaría que se quedara la gente después de la lectura de estas páginas?
-La idea de que ellos viven muchas aventuras, pero la aventura por la aventura no basta. Lo que sirve es la aventura al servicio de los demás, ellos se juegan la vida no por acrobacia o pirotecnia, sino para cumplir con un servicio civil muy importante en la época en la que casi no había otra forma de comunicación que es la de llevar el correo postal. Por esta vía la gente comunicaba todo lo importante y yo creo que ese esfuerzo, esa idea, de que al final nuestra importancia está en cómo nos damos a los demás, es un mensaje importante. Vivimos muy ensimismados, muy encapsulados, protegiendo nuestras zonas de confort, muy individualizados. Para estos tres pilotos lo fundamental es ese concepto de que la vida es una red de relaciones y que al final todos somos muy importantes, y lo realmente importante es esa red, esa maya que se va creando. Es una idea muy humanista de la importancia de los demás, me gustaría que fuera una idea que quedase.
-Tu anterior novela, La bibliotecaria de Auschwitz ha sido publicada en once países ¿con esta novela esperas el mismo recorrido?
-Quién sabe, supongo que es más difícil esta novela, es un poco más larga, eso va en contra de las traducciones (son más costosas), hacerlo más breve fue imposible, había tanto que contar….
-Después de este esfuerzo narrativo ¿uno no se siente un poco vacío?
-Bueno… no, porque a mí me acompaña Saint-Exupéry durante toda la vida, me acompañó antes, y me seguirá acompañando después, en los momentos de bajón vuelvo a las lecturas primigenias, nucleares. Con esta novela he empaquetado toda mi admiración por el personaje, pero nunca me abandonará.
-El principito es la obra más conocida de Saint-Exupéry, pero, ¿cuál es realmente tu preferida?
Yo creo que toda su obra es una malla, El Principito es una consecuencia de todo lo demás, su propia vida, es parte de su obra, toda la aventura de la aviación es un zumo que está en todos sus libros. A mí me gusta mucho Tierra de hombres, son sus historias y las de sus compañeros del correo aéreo y son maravillosas. Piloto de Guerra es una novela antimilitarista, es casi un sermón camuflado en novela de aventuras; Correo Sur es una novela muy deslavazada… Es la unidad de todas lo que me fascina, pero si tuviera que salvar de un incendio un libro, el que salvaría es Tierra de hombres.
¿Y ahora qué?
En el fondo, acabar un libro es una felicidad porque puedes empezar con el siguiente, yo ya hace meses que tengo algo en la cabeza. Y lo que quiero hacer, al hilo de lo que hablábamos de Saint-Exupéry de que escribir es una consecuencia, es escribir algo a caballo de lo vivido. Como yo he vivido pocas aventuras, lo que sí puedo contar es algo más vital: contar lo vivido en las calles donde me crié. Mostrar la mutación de ese barrio emblemático de Barcelona.
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