António Lobo Antunes ha dedicado su vida a la literatura y sigue haciéndolo porque lo que más le interesa «es la prosa portuguesa e intentar cambiarla» porque, «si no —se ha preguntado—, ¿qué sentido tiene la vida?»
La vida de este gran escritor portugués de 77 años tiene mucho sentido, ya que lleva desde los 14 años escribiendo y desde los 36 publicando e incidiendo en la prosa portuguesa, con una bibliografía extensísima.
Su penúltimo libro, «De la naturaleza de los dioses», acaba de ser traducido al castellano y al catalán, circunstancia que ha aprovechado Fundació Catalunya La Pedrera para ofrecer una nueva sesión de su ciclo Conversaciones en La Pedrera.
En su encuentro previo con la prensa, el autor ha hablado un poco de su libro y mucho de su pasión por la literatura que, en su opinión, está íntimamente conectada con la locura.
Según Lobo Antunes, «alguien dijo una vez: hagamos lo que queramos, que siempre dirán que estamos locos»; una frase que le abre el camino hacia la libertad creativa y hacia los libros, «que no son más que locuras estructuradas».
La última de sus locuras que ha llegado a las librerías españolas es «De la naturaleza de los dioses», la historia de una modesta librera de Cascais que conoce a una anciana que vive sola en una gran mansión y se convierte en su inesperada confidente.
El principal protagonista de estas confidencias es el padre de la anciana, un hombre que construyó un imperio económico y se codeó con la aristocracia de la época.
«Yo nací en una familia más o menos así —ha recordado el escritor— y quería hablar de ellos sin ofender, porque podría estar ofendiendo a algún familiar mío».
«Cuando yo era pequeño y entraba en casa de mi abuela, se levantaban todos, y cuando entraba en misa, se levantaba el cura. Era algo muy extraño que yo no podía entender», rememora.
«Fuera, en la calle —subraya—, la gente era muy pobre, y cuando fui a la guerra, conocí a gente muy pobre, muy valiente y muy humilde».
En «De la naturaleza de los dioses» «hay una crítica implícita» a las profundas diferencias sociales que de pequeño era incapaz de entender y le dolían, pero «de una manera sutil», aclara, al tiempo en que incide: «He escrito para que el lector tenga que leer lo que no está escrito«.
El libro también recoge el eco de las guerras en las que participó su familia: su abuelo fue oficial en África y el propio escritor sufrió la guerra de Angola durante más de tres años.
«Tenía miedo, no quería ir a la guerra, pero si huía temía no poder volver nunca a Portugal y, además, no quería hacer la revolución desde un café de París; la revolución se hace desde el interior», ha aseverado.
Una argumentación que ha ligado con la situación política actual de Cataluña y con el expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont: «no conozco el tema lo suficiente como para opinar, pero me crea confusión que el presidente esté en Bélgica».
La dura experiencia de la guerra y las muchas vivencias que ha acumulado son una escuela de vida que le permiten afirmar que «solo hay dos cosas que valgan la pena: el amor y la amistad; el resto es una mierda«.
La guerra es una sombra negra que le persigue todo el tiempo, pero es también «un buen material literario», que ha utilizado en más de una ocasión.
Escribir es para este maestro de la literatura «una lucha continua contra las palabras y contra la imposibilidad de escribir» a la que dedica diez horas al día.
«Para mí escribir es muy difícil —ha reconocido—, todo me viene muy lentamente», así que se sienta en su escritorio a las ocho de mañana y no lo abandona hasta entrada la noche, con un par de descansos para comer y cenar.
Una pasión que lo acompaña desde niño, cuando se levantaba por las noches en la enorme casa en la que vivía con sus padres y veía los centenares de libros de las estanterías.
«Los libros malos dormían, pero ‘Los hermanos Karamazov’ y ‘Madame Bovary’ estaban despiertos y me miraban», por eso, según confiesa, su objetivo en esta vida es «hacer libros con insomnio». «Espero conseguirlo algún día».
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