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Antonio Piedra desmiente la sintaxis caótica de Santa Teresa

Antonio Piedra desmiente la sintaxis caótica de Santa Teresa

Buena parte de la riqueza expresiva de Santa Teresa descansa en sus piruetas léxicas, improvisaciones, discordancias verbales y en la dispersión espacio-temporal de sus textos, una suerte de sintaxis caótica que desmiente el filólogo Antonio Piedra: «La señora sabe más de lo que dice», explica a EFE.

¿Por qué lo hacía? ¿Por qué no observaba el canon del momento? ¿Qué le incitaba a evadir la norma y a recrearse en tamaños y reconocidos desarreglos sintácticos tan largamente estudiados? De todo ello da cuenta Una hermosura extraña (BAC), el ensayo que acaba de publicar Piedra, director de la Fundación Jorge Guillén.

«Hay un error fundamental, muy extendido sobre Santa Teresa y es pensar que su obra tiene dos partes, una en prosa y otra de poesía, cuando en realidad las dos forman un conjunto poético. No es una cuestión de distinción sino una forma de llegar a los fundamentos del alma», que era lo que ella quería, ha matizado en una entrevista con EFE.

Empleó esa sintaxis para transmitir los secretos místicos y su realidad vital, para poner en marcha, a raíz de la reforma carmelita que emprendió, «un principio de amor y de vivir el retiro del mundo», y todo ello con el resultado de una «creación en el lenguaje» que de forma premeditada huyó de la palabra culta y más elaborada en la que se educó, ha agregado.

«Es un error al que contribuye la propia santa porque quiere dar la sensación de que es una mujer sin atributos, una indocta, una pobre iletrada, pero se demostró que sabía filosofía y teología», se ha apresurado a aclarar Piedra, distinguido hace tres meses con el Premio Castilla y León de Ciencias Sociales y Humanidades.

Muy al contrario, la monja reformadora recurre a un «lenguaje llano» para desplegar «una poética del descubrimiento de los tesoros del alma, y en eso es única: nos encontramos ante el yo más importante de la modernidad», ha subrayado este estudioso, especializado en la obra de Jorge Guillén y de Rosa Chacel.

Tan consciente era de ello que en una de las recomendaciones que dirigía a las monjas de sus fundaciones (carmelitas descalzas) les decía «Hermanas, no seamos pastorcillos bobos», en referencia al canon poético imperante en la época, el siglo XVI, que bebía de las églogas de Garcilaso de la Vega, de ambiente bucólico y pastoril.

Esta fue «la crítica más tremenda que se ha hecho al neogarcilasismo del siglo XVI», ha añadido el autor de Una hermosura extraña en alusión a los versos inflamados e impostados de los renacentistas Garcilaso de la Vega y Juan Boscán.

«La señora sabe más de lo que dice. Su escritura parece caótica pero está hecho adrede para que lo le dijeran que seguía las reglas de la filosofía en torno al discurso de la vida y del entendimiento» que ella formuló de una manera bien diferente con otras palabras y expresiones.

Habla para que le entiendan las monjas y las mujeres, a quienes traslada el mensaje de que «podían recibir las mismas mercedes que ella», y escoge para ello «el lenguaje popular, llano, el más sencillo para explicar las cosas», el que escuchaba en la calle Teresa de Cepeda, quien en realidad debió llamarse Teresa Sánchez si su abuelo toledano, Juan Sánchez, no hubiese suprimido su primer apellido tras ser reconciliado por la Inquisición en 1485.

Una hermosura extraña revela la verdad de la palabra de Teresa de Jesús (1515-1582) que antes desentrañaron Ramón Menéndez Pidal, Ortega, Azorín, Unamuno, José Manuel Blecua, José Jiménez Lozano y Rosa Rossi, entre otros.

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