Lleva sobre sus hombros la responsabilidad de hacernos reír a 40 millones de españoles durante casi cuatro décadas… y apenas manifiesta una leve cojera.
Lleva toda la vida restándole importancia a los problemas y quitándose importancia a sí mismo, al tiempo que un crítico del New York Times lo comparó con los grandes cómicos italianos.
Es demasiado humilde como para manifestarse heredero del talento de Pepe Isbert y Manolo Morán pero les admira, y sus más de 100 películas aseveran que nos encontramos ante uno de los mejores actores europeos del siglo XX.
Nos ha hecho reír y forma parte de nuestras familias. Nos ha acompañado en comidas y cenas caseras. Ustedes le conocen: tiene 62 años, no tiene pelos en la lengua y se toma con humor y paciencia las críticas (y las pullas de sus amigos).
Antonio Resines es actor, productor y, desde 2017, escritor. Presenta estos días su biografía Pa’habernos matao. Memorias de un calvo (Ed. Aguilar) en la que ha contado con la ayuda de Ana Pérez-Lorente, su compañera de vida.
Mide sus palabras en esta entrevista pero desborda, sin miedo ni medida, elegancia y honestidad. Se cabrea cuando hablamos de los frecuentes boicots a producciones cinematográficas de España y defiende con vehemencia su oficio, el de actor.
La profesión le debe mucho a Antonio Resines. Es hora ya de que este hombre tranquilo se desvíe de esas carreteras secundarias en las que ha trazado, en las últimas décadas, la historia del cine español.
El día que se debate en el Teatro María Guerrero el Estatuto del Artista, Antonio se reúne con Zenda —en el Restaurante La Cochera (O’Donnell 17)— pocos minutos antes de su primera firma en la Feria del Libro de Madrid para hablar de su publicación: la historia de la España de la última mitad del siglo a través de la mirada de Antonio Resines. Comenzamos.
—Se ha rodeado de amigos para esta biografía. En el prólogo Fernando Trueba le compara con John Wayne. Dice que tiene usted algo de John Wayne.
—¡Exagerado!
—Y de hecho, su película El portero también se comparó con un western fordiano. Asimismo le compara Trueba con la Santísima Trinidad, con todos (De Niro, Duvall y Al Pacino) menos con Brando. Dice también de usted que es «uno de los nuestros, un tipo del que te puedes fiar».
—Como ves son todo referencias cinematográficas que está muy bien.Y… me gusta mucho eso de «con todos menos con Brando» y es que Fernando (Trueba) odia a Brando. Los otros padrinos son muy buenos… que me comparen con Robert Duvall, con De Niro, con Pacino… ¡tiene un mérito! Yo no tengo nada que ver, en serio.
—¿Qué quería ser de mayor Antonio Resines?
—Yo quería ser, además me habría encantado —lo he dicho alguna vez y es una gilipollez— negro y batería de jazz y correr los 100 metros en 10 segundos. Y no he conseguido nada. ¡Ninguna de las tres cosas! Los 100 metros lo intenté y los corrí en 12 segundos. Mejor que Rubalcaba, que conste.
—¿Cómo le influyó el cine siendo niño? Cuenta en su libro que vio muy joven películas como El graduado, Rebeca, Ben-Hur…
—Me impresionaba muchísimo (se ilumina su mirada al decir estas palabras). En el libro cuento lo de Ben-Hur, lo de los leprosos… Me impresionaba, yo era muy joven: ¡no había visto algo así en la vida! Y de Rebeca, me acuerdo… (hace una pausa para coger aire) es que Rebeca…. aparte de que fui con mi madre… ¡era asombroso! Claro, que la vimos más tarde que cuando se estrenó. No soy del 40, sino del 54, pero, joer, me parecía una película asombrosa, maravillosa.
De esto que empiezas a pensar ¿qué pasa aquí? No fui consciente de eso… ¿Quién hace eso? Descubrí que había gente que hacía cine, que detrás de los rollos que se proyectaban, había gente que lo hacía y me pareció fascinante.
Pero de verdad, de verdad, yo me di cuenta de lo que era el cine en el sesenta y tantos con Truffaut y Los 400 golpes.
—Estudió en un colegio religioso y un bofetón le inclinó hacia las letras…
—Sí, bueno… ¡eso es una bobada! Sí, yo era muy malo en matemáticas. Tenía una mente prodigiosa pero no era lo mío.
—En la biografía se confiesa un gran lector: desde el TBO y el Tío Vivo a Orlando de Virginia Woolf. Muchas de las películas en las que ha actuado están basadas en obras literarias, como Carreteras secundarias (Martínez de Pisón), Luna de lobos (en cuyo guión participó Julio Llamazares), de Azcona rodó varios textos, Tranvía a la malvarrosa (Manuel Vicent), incluso de una obra de Miguel Delibes surgió una película, Una pareja perfecta. ¿Qué ha supuesto en su vida y en su trayectoria la literatura?
—Todo. Si el cine era muy importante… antes que el cine estaba la literatura. Y parece una gilipollez, pero lo del TBO y el Tío Vivo es muy importante: empiezas por algo.
A mí me gustaba mucho leer. Hombre, no soy un gran lector como «los grandes lectores», pero lo he leído todo y además en orden. Por ejemplo —es una tontería, pero vamos a decirlo— le das a la gente en el colegio… que empiecen a leer cómics, que sigan con Tintín, por ejemplo, y luego pasas a Salgari, y de ahí un poquitín más y un poquitín más… y así la gente se va aficionando.
Yo es que he tenido la suerte de leer a Guillermo Brown. Lo lees ahora y dices: bueno, no es una genialidad, pero… en mi casa tenían la colección completa de Agatha Christie, por ejemplo, que… también una tontería, sí.
—No, no es tontería.
—No, pero te das cuenta de que no son tonterías después. Te empiezas a leer todos y luego ya, te metes en otros jardines. Incluso hay gente que se hace escritor, como Arturo (Pérez-Reverte).
—Y como usted también.
—(Se ríe). Lo mío ha sido más tardío.
—¿Cuál es el último libro que ha leído que le quita el sueño?
—Está mal que lo diga. Hay dos que he leído los últimos. El de Arturo (Pérez-Reverte) también, es verdad.
—No está mal que lo diga.
—No, pero luego piensan que soy un pelota y no. He leído el de Landero y el de David Trueba y son cojonudos. Me han dejado impresionado.
—¿Y la obra de teatro que ha visto y le ha emocionado?
—Hace mucho que no voy al teatro. Para esto del teatro soy muy malo.
—Se cayó por un acantilado en una excursión, con anterioridad se había cortado la lengua… ha sufrido numerosos accidentes con la moto… Usted es un hombre lleno de cicatrices.
—No me has visto la pierna, es acojonante.
—Pero a la vez que ha estado a punto de matarse en varias ocasiones, un accidente de moto le ha salvado la vida…
—Sí. Fíjate que me decían: «no cojas la moto». Y menos mal que la cogí ese día, porque si no… no estoy aquí.
—Lo primero que hizo como actor fueron fotonovelas en el colegio. ¿Recuerda algún profesor que le empujase hacia esa creatividad?
—Sí. No decimos el nombre en el libro, es que no me acuerdo del apellido. Hablo en el libro del profesor de Latín, se llamaba Javier.
Ana Pérez-Lorente interviene: Lo dijiste el otro día
Antonio continúa: Otro muy bueno era César, que era don César, el de los Boy Scouts, y Alfonso. No me sé los apellidos: eran don César, don Alfonso y don Javier.
—Se matriculó en Derecho, lo alternó con tutorías en Ciencias de la Información, dejó Derecho, se licenció en Periodismo… y se hizo cómico. ¡Menudo arco dramático!
—Así es la vida, estaba cantado. No estaba previsto, ¿eh?
—En la facultad hizo piña con Carlos Boyero, Fernando Trueba, Óscar Ladoire, Felipe Vega y Juan Molina. Empezaron a hacer cortos. Usted hacía de todo: desde actuar a labores de producción. ¿También escribía?
—No. Lo intenté. Además tengo dos esbozos de guión pero eran muy malos. Escribía cartas, nada más.
—Usted ha repartido cestas de Navidad, ha sido mensajero, ha tenido un puesto artesanal en El Rastro. No ha parado…
—Bueno, en esa época… ¡Vosotros es que no habéis trabajado en la vida! (risas) Pues, ¡en fin! Era como… (la risa no le deja continuar) Ni Arturo tampoco. Esto… ¡hombre no! (Resines se recompone y retoma la respuesta) Hacíamos de todo, no teníamos ni un duro y había que buscarse la vida. Veníamos de familias que estaban más o menos bien posicionadas, quiero decir, nuestros padres… es que tener 5, 6, 7, 14 hermanos… ¡era imposible! No podías… Entonces nos buscábamos la vida.
—Hábleme de la Escuela de Yucatán.
—Sí.
—Calamares, gambas con gabardina, boquerones…
—(Antonio se ríe) Pero no podíamos comprar eso. Nosotros nos íbamos arriba con una cerveza y estábamos allí toda la tarde tranquilamente porque no teníamos dinero. Entonces —eso está muy bien explicado en el libro— decidimos que cambiábamos de sitio.
El Comercial era el sitio de los autores, y como nosotros éramos unos tocapelotas de mucho cuidado, nos parecía que los que escribían, los consagrados, eran unos gilipollas, directamente.
Cuál sería nuestra sorpresa cuando nos encontramos en Yucatán al amo, al puto amo, a Rafael Sánchez Ferlosio. Claro, estábamos acojonados porque pensábamos «este sitio debe ser bueno porque si viene este señor…». Y nos dimos cuenta que el tío con todas las tonterías que decíamos se descojonaba por lo bajo, miraba así para abajo.
Y nos gustó mucho lo de las zapatillas. Claro, luego descubrimos que estaba ahí no por nosotros, sino porque estaba al lado de casa. Bajaba de casa y se iba el tío a tomar un café o lo que fuera e iba ahí.
—Se apuntó a teatro en la universidad para ligar. ¿Qué tal le fue?
—No, no, no. ¡Joder! Ana (se dirige a su pareja que está sentada en la mesa de al lado), ¡mira! que dice que… ¡me apunté al teatro para ligar! No, hombre. No me apunté para ligar…
La fotógrafa Victoria Iglesias hace un apunte: Bueno, yo creo que sí. Eso lo hace mucha gente.
Antonio Resines: No, no. Que lo hace mucha gente, pero yo no.
Ana Pérez-Lorente: Hombre, literalmente…
Antonio Resines la presenta: Es la coautora.
Ana Pérez-Lorente: Si tú quieres saber la verdad, yo te la cuento.
Antonio Resines: No.
Ana Pérez-Lorente: La frase es… porque además esto no me lo contaste tú. Estaba él con unos amigos de allí porque las chicas más monas de la facultad se habían apuntado a teatro. Y claro, le pidieron que se pusiera a hacer «de manzano» y «de limonero» tres días y…
—Muy mal explotado…
Antonio: ¡Sí!
—Para un chico que se apunta a teatro… hay que aprovecharlo un poco.
Antonio: Tampoco eran para tanto las tías (risas).
Ana: Bueno… tres días haciendo «de manzano» y que no se comió una rosca.
Antonio: No, no, no… Nos decían todo el rato: tu nombre, apellidos, y el número de carnet de identidad y dábamos vueltas diciendo: «Antonio Fernández, DNI ta-ta-ta-ta». Esto es absurdo. ¿Por qué cojones hacíamos esto? En fin, no era lo mío.
—Hablando de ligar, dice Maribel Verdú que usted lo pasa mal haciendo escenas de cama, cito textual: «se muere de la vergüenza».
—Es que es muy raro (risas). Yo soy actor, pero tampoco soy tan buen actor. Si fuese un actor de estos que piensan… que de verdad te crees todo… Y a mí esas cosas me pasan muy de vez en cuando. Y con Maribel Verdú… pues ¡imagínate! Y… tienes que pensar en otras cosas… por si acaso.
—De la Escuela de Yucatán surgió la película Los nuevos filósofos y también Ópera Prima, por la que fue premio actor revelación en San Sebastián. ¿Lo esperaba?
—No, no. No lo esperábamos nadie… Bueno, no sé. Fernando Trueba probablemente pensara que la película está muy bien. Pero tampoco nos pareció que era nada —en ese momento— del otro mundo. Por eso contamos en el libro que nadie pensó que… ¿iba a funcionar? Sí, pero muy poco tiempo. Era casi como hacer un corto. Lo que no esperaba nadie, eso seguro, era el éxito tan brutal y las consecuencias. No lo pensaba nadie ni de coña, vamos. Entonces eso fue lo más asombroso de todo. Pero fue tan desmesurado para la época esta que… es que fíjate luego la gente que ha salido de esa historia. ¡Es asombroso! Y fue una…es que fue una… La película está muy bien. Si ves la película ahora, me ve mi hijo y ya ni me reconoce directamente. Dice: «¡Si sale papá!». Sí, el del pelo era yo. Lo curioso de la historia es que la ves y es muy parecida a la actualidad. ¡Y han pasado 40 años! Entonces dices: «Bueno, ¡algún acierto habría!».
—En esa película muchas de las expresiones que se usaban y además de una manera…
—«Lo del quiqui» no es eso. No, «lo del quiqui» se lo ha inventado Fernando (Trueba), pero lo de «echar un quiqui» lo decía todo el mundo. Nadie sabía que venía del inglés. En fin… ¿era lo que me ibas a preguntar?
—Sí. ¿Cuándo empezó a considerarse actor?
—No es una cosa que pienses de un día para otro. Yo pensé que se podía vivir de la profesión, de ser actor y empecé a tomármelo más en serio -como lo cuento en el libro- cuando fui a Nueva York a hacer La línea del cielo.
Sí, tenía trabajo después, tenía una continuidad… y pensé que sí, que podía ser una solución.
—¿Quiénes fueron y son sus referentes en la interpretación?
—Españoles todos los de los años 60. Todos. Incluso de antes, por supuesto (no me meto en esa categoría ni de coña): Pepe Isbert, Manolo Morán, López Vázquez… y es que luego he tenido la gran suerte de trabajar con todos ellos: ¡es impresionante!
Los italianos. A mí los italianos me gustaban mucho: Tognazzi, Sordi, Gassman y Mastroianni me parecen… mejorando lo presente… Y algunos americanos. Los americanos, la verdad si me preguntas, no son los de El Padrino, son Jack Lemmon y Walter Matthau.
—Hablemos ahora de música. Tuvo una mala experiencia con una canción en el rodaje de Lulú de noche de Emilio Martínez-Lázaro. Estuvo preparando una canción y se la cortaron en el montaje final.
—Es una canción que si la canta Wyoming ahora le meten en la cárcel directamente (risas). Es como… una tía que le gusta mucho un tío y tal, que liga mucho y dice (Resines comienza a cantar): «Si quieres saber de mí, compite» (Para en seco su actuación). Bueno, una cosa patética. Me costó aprenderla, no te puedes ni imaginar y encima cuando fui al estreno y vi que la habían cortado… ¡no lo maté de milagro! A Emilio, quiero decir.
—Ha encadenado un éxito tras otro en el cine español: La vida alegre de Colomo, Moros y cristianos de Berlanga… y en 1988 llega Amanece que no es poco.
—Eso sí que fue un… no en el momento. No fue un cambio en el momento, no la vio nadie. No fue un éxito, pero fue una cosa como… la gente se quedó tan asombrada que luego se ha convertido en una cosa como…. Y efectivamente Amanece que no es poco tenía mucho sentido porque estaba muy bien pensada. Venía de una tradición —luego nos hemos dado cuenta— a la manera de Quevedo, del Siglo de Oro… y tenía un punto de enganche con los surrealistas… ¡era una cosa muy rara! Pero estaba tan bien hecha que después se ha convertido en una película de culto.
—Se atrevió entonces a hacer teatro con una versión de Alonso de Santos de una obra de Plauto, Miles Gloriosus, que se estrenó en Mérida. Y que en Madrid nada más duró un día.
—No, no, perdona. ¡Teníamos contratados cuatro! ¡Cinco! Tuvimos la suerte de que… ¡fue tal fracaso!
—Creo que Maribel Verdú lo ha olvidado, ya que comenta en su biografía que no se llegó a estrenar en Madrid…
—Sí. Es que estábamos en el bar de al lado. Yo estaba encantado porque decía «‘¡está a punto de diluviar!» Fue… ¡tal fracaso!
Veníamos de hacer una gira que había sido… Íbamos a los sitios y… ¡unos aplausos!, ¡unos gritos!, la gente encantada. Llegamos a Madrid y era como una pista de hielo. Era horroroso.
Al día siguiente se puso a llover, las críticas del día siguiente fueron brutales. En El País dijeron que «parecíamos una compañía de coros y de danzas de pueblo». Bueno, en fin, espantoso. (Resines interrumpe su respuesta para dirigirse a Ana) Ana, hay que llamar a Alonso de Santos, me acabo de acordar ahora. Estuvo en la presentación, en una esquina, y se fue. Se había leído medio libro, se lo leía durante la presentación el tío…
Ana: Se estaba buscando…
Antonio: Hombre… Entonces, acabo de contar (Resines retoma su respuesta): En Miles Gloriosus llegamos aquí y fue horroroso. Vino toda la profesión a vernos -que somos una profesión estupenda, pero hay algunos que son un poquito malos, como todos…- un meneo que no te quiero ni contar.
—En los 90 empezó haciendo televisión (Eva y Adán agencia matrimonial) y rodó la película Cómo ser mujer y no morir en el intento dirigida por Ana Belén. ¿Cómo fue la experiencia?
—Magnífico, de verdad, magnífico. Fue magnífico porque dijo que sí. Una cosa que fue como… como yo he escrito este libro: arriesgado. Ella no había dirigido pero se rodeó de un equipo estupendo. Y está muy bien porque es una película en la que una tía cuenta cosas de tías, ¿quién lo va a contar mejor? Eso sí, los tíos quedamos como el culo, pero eso es una cosa normal también.
—Luego rodó Todo por la pasta y tiempo después La caja 507, ambas de Urbizu, han sido sus mayores cambios de registro. ¿Qué pensó cuando le ofrecieron ambos papeles?
—Yo Todo por la pasta no lo entendía. Decía: «¿por qué me llama?». Había hecho con él Tu novia está loca, y no entendía por qué… si es que…era un policía que era un hijo de la gran puta y bueno pues… «esto no sé hacerlo». Y Enrique (Urbizu) que es más joven que yo (7 u 8 años menos) decía: «No, yo es que te veo». Una de esas cosas que pasan en esta profesión, que te sacan de un registro que tú no sabes que tienes. Si te dicen a ti ahora «me haces una biografía de no sé quién», y dices «no, yo no sé», bueno, ¿y si alguien ha visto que puedes hacer eso? Igual lo haces y te queda bien.
—En los años siguientes rodó La marrana, Acción mutante, Orquesta Club Virginia, Todos a la cárcel… ha formado parte de la mejor época, de la época dorada de la comedia en España.
—Sí. Una de las razones por las que estoy aquí -al margen de otras razones- es que he tenido la suerte de que casi todo lo que me han dado eran historias que estaban muy bien hechas (con todos los matices del mundo). El 70 % de las películas que he hecho están bien. Están bien en planteamiento: lo lees y no tienes que hacer demasiado esfuerzo, están bien pensadas. Aparte, las cuatro que has nombrado, es que son gente que escribe y dirige muy bien. Es la suerte de estar ahí.
—En 1997 otro cambio de registro con La buena estrella…
—Eso fue lo más raro de todo…
—Una película llena de primeros planos. Y le dieron el Goya.
—Cuento en el libro por qué tenía esos planos. Luego he visto películas de Ricardo Franco y ¿por qué hacía tantos primeros planos? Porque no veía. Pero antes de que hubiese combo, él tampoco lo veía. En el 98 que creo que fueron los primeros combos, se veía en una pantalla pequeñísima la imagen y el tío se acercaba mucho porque no lo veía el pobre. Llegó a ponerse debajo de la cámara, al lado nuestro, para ver lo que hacíamos, porque no lo veía. Eso es una cosa que probablemente influye en lo bien que está la película.
Pero, sin embargo, había escrito el guion. El hecho real pasó: un carnicero castrado que tuvo una relación con una prostituta y el novio que tenía y tal… Pero… ¡lo contó de una forma, chica! que… ¿qué pasa? Cuando surgen este tipo de historias… ¿qué pasa? No se sabe. Que sean todos los elementos y funciona.
—Con Daniel Monzón rodó El robo más grande jamás contado.
—Ésa está muy bien.
—Se le dan bien las películas de ladrones.
—Sí, porque yo era ladrón de pequeño. Yo he robado mucho.
—Eso no lo ha contado.
—Esto es una exclusiva para Zenda (risas)
—¿Qué es lo más raro que ha robado?
—Una equipación entera de rugby. De Francia.
—También un autobús…
—Entrábamos en los sitios… es que antes no había cámaras. Pero todo con un sentido, no es pirateo, ¿eh? No teníamos dinero para nada, los libros los robábamos, ¿qué vas a hacer?
—Estuvo muchos años en Los Serrano, trabajo por el que ganó varios premios (premio Fotogramas, de la Academia de Televisión, Zapping). Hizo después una aparición en Alatriste. Iba para Copons…
—Sí. Mira, eso sí que me dio pena… Pero incluso, como no se pudo hacer, llegamos a un pacto -el otro día estuve con Agustín- iba a hacer Saldaña, que lo hizo estupendamente Francesc Garrido. Yo estaba muy contento, iba a empezar a entrenar con la espada y… me metí una hostia que… Pero bueno, ¡ahí sí me hubiese gustado! De ahí viene mi relación con Arturo.
—En Celda 211 hizo un papel estupendo, tercera nominación a los Goya y después con Chico y Rita, a los Oscar.
—Sí, ahí era productor. El del dibujo animado no era yo, ¿eh? Sí, estuvo muy bien.
—Entonces vuelve al teatro con Orquesta Club Virginia.
—Eso fue una historia como… a ver… no tenía ninguna intención. Hicimos una apuesta y nos dijeron: «Si la montáis, la paga el Español». Y la montamos. Yo pensé que era de broma y al final la montamos.
—En 2016 vuelve a producir y participar como actor en La reina de España.
—He producido una parte pequeñita.
—En este país no se perdona el éxito.
—Aquí hay que ser un poco cuidadoso (Resines busca las palabras). Creo que lo que ha pasado con La reina de España es tremendamente injusto porque la película objetivamente ha gustado —está mal que lo diga porque yo participo y tampoco soy muy objetivo— pero sí sé que a una parte de la poquísima gente que ha ido a verla le ha gustado —una parte importante—… y ha pasado algo que no entiendo. No ha vuelto a pasar con ninguna película aunque lo han intentado varias veces.
Digo «lo han intentado», ¿quién lo ha intentado? No sé, no sé. Alguien que lanza un mensaje y lo sigue mucha gente… pero el caso de La reina de España es muy especial, porque si fuese un grupo ideológico determinado lo entendería. Entendería que no hubiese ido a ver la película. Pero es que no ha ido nadie a verla.
—Yo he ido a verla.
—Yo también. Ha tenido 165.000 espectadores en España. ¡165.000! No lo entiendo. Pero, ¿por qué?
—Además es la película que reunía a dos protagonistas de La princesa prometida muchos años después…
-Me alegra mucho que me hagas esta pregunta, ¿cómo te llamas?
—Raquel.
—Nadie ha dicho eso nunca… estaban emitiendo Homeland, con lo cual deducimos que nadie ve Homeland.
—Yo sí.
—Sí (Resines se ríe y la conversación vuelve a relajarse).
—Soy Íñigo Montoya…
—Yo me sé: «Soy Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir». Yo me quedé acojonado cuando estaba… aunque claro, no se parece nada al de hace 40 años (risas). Pero es que nadie ha ido a verlo ni por eso, que fíjate tú qué excusa más buena: a toda la gente que le gusta La princesa prometida, ¡millones de personas! Y es que… ¡ni lo han relacionado! Nadie sabe que ni Mandy Patinkin, ni Carey Elwes… ¡no ha ido nadie a ver nada! Pero ¿por qué? ¿Qué cojones ha pasado? Esto es un titular estupendo: ¿Qué cojones ha pasado? Es que es una cosa que… bueno… la primera vez que me dicen lo de La princesa prometida.
—La princesa prometida es mítica.
—Yo la he visto con mi hijo 65 veces, ¡67 veces! Y como yo muchísima gente. Y nadie ha dicho nada de eso. Sólo por ver a estos dos tíos tenía que haber ido más gente. Bueno, pues no ha ido nadie. ¿Por qué la campaña funcionó tan bien? No lo sé. ¿Tú crees de verdad que si alguien manda un wasap se desencadena esta burrada?
—Ahora están haciendo lo mismo con La casa de papel.
—¿Ah sí?
Interviene Ana: Es que no es un wasap, es que es una campaña de vídeos y vídeos. A mí me han llegado —y eso que se cortaban al mandarlos porque saben que me podían hacer daño— me han llegado a mandar 18 versiones de vídeos, fotos trucadas sobre la película.
Antonio: ¿De La reina? Y ¿eso surge de alguien en concreto o está orquestado? Esa es la pregunta. Es imposible que nadie tenga esa potencia. Han llegado a hacer una cosa con 1898. Después de lo de La reina sale un tío con la bandera de España detrás, con nombre y apellidos, de un portal digital, diciendo que no vayan a ver Filipinas —¡con dos cojones!— porque atenta contra el espíritu del ejército y tal. Pues tampoco funcionó Filipinas. Ya es que no sabes qué hacer.
Ana: Recuerda que Universal nos dijo que no le había pasado nunca y que no sabía cómo contarlo en Estados Unidos, que en cines de Alicante, Valencia y Murcia había gente con pancartas y pasquines en la entrada del cine, en la taquilla preguntando: «¿no sacarás para La reina de España?». Si tú vas con tus hijos al cine o con tu pareja y quieres ver La reina de España y hay un demente al lado, en un cine que tiene 8 películas en cartel, y te cagas y te vas para casa. Si por ver La reina de España este me pega dos hostias, pues mira… ¡veo la de al lado!
—¿Hay algún papel que no haya hecho en el cine que le habría gustado interpretar?
—Te iba a decir Hamlet, pero no, es mentira (se ríe). No… me habría gustado hacer por ejemplo el representante artístico Manolo Morán de Bienvenido Míster Marshall. Ese me habría encantado.
No, estoy muy contento con lo que he hecho. Menos Alatriste, casi todo lo que me han propuesto y que yo pensaba que estaba bien lo he hecho.
—¿Siente vértigo ahora con la publicación de Pa’habernos matao?
—No. Es que es como… es un poco chulería decirlo pero estoy acostumbrado a este tipo de cosas. Lo que me sorprende es que, a ver… no hubiese dejado publicar algo que fuese como mínimo decente, que es lo que hemos conseguido.
No pensaba esta reacción, es brutal. Es que la gente se lo está pasando de cojones leyendo el libro. No me sorprende la parte externa porque estoy acostumbrado, está mal que lo diga, pero estoy acostumbrado. Siempre decían antes: «eres un chulo». «Oiga es que yo soy famoso desde pequeño». ¿Qué le voy a hacer? No me afecta demasiado.
—¿Qué le pesa a Antonio Resines y de qué se arrepiente?
—De muchas cosas, como te puedes imaginar, que no te voy a contar ahora. Pero, de verdad, el balance final del libro es bastante exacto: he tenido una suerte de cojones. Hombre, me hubiese gustado ser mejor… que no me hubiesen pasado una serie de cosas… que no hubiera muerto una serie de gente… Pero bueno, eso es inevitable.
—La comedia española está en deuda con usted. Usted forma parte de la vida de todos los españoles (hemos comido y cenado con Antonio Resines). ¿Hacer reír es una responsabilidad?
—Si no te lo tomas en serio, no. Yo eso no lo pienso nunca. Hay una norma no escrita en esto de ser actor: «no quieras hacerte el gracioso». Si te hace gracia es porque alguien te ha contado que tiene gracia, pero tú no lo magnifiques. La gente que cuenta chistes así como exagerado (comienza Resines a hacer aspavientos con los brazos)… eso no vale para esto.
Tienes que tener suerte y que te den historias que estén bien. Yo he tenido esa suerte porque me he rodeado de la gente adecuada, sí, pero tampoco conscientemente. He tenido la suerte de estar en un sitio determinado con gente que estaba muy bien. Y eso… está bien.
******
Ríe Resines mientras acude solícito a la petición de Victoria Iglesias que le fotografía sobre la mesa en que hemos estado conversando.
Tras la entrevista dirigimos nuestros pasos hacia el Retiro, donde —según dice el librero de Polifemo— ya hay gente que aguarda al autor. En el trayecto atiende con cariño a sus seguidores que le piden fotos y manifiestan seguir su trayectoria. Antonio Resines se para con todos.
Ya en la caseta al firmar, sin hacer apenas esfuerzo, arranca las sonrisas de sus primeros lectores. Ya lo había comentado: «no hay que intentar hacerse el gracioso». A Antonio Resines le sale natural.
Pero no sólo tiene un talento innato para la comedia, también tiene la sonrisa y el alma bellas, y la presencia de un galán de los de antes, aunque él continúe quitándose importancia —a estas alturas jamás dejará de hacerlo—. Un hombre bueno. Su abuelo habría estado orgulloso.
———————
Autor: Antonio Resines. Editorial: Aguilar. Páginas: 400. Venta: Amazon y Fnac
———————
Antonio Resines firma ejemplares de Pa’habernos matado en la Feria del Libro de Madrid:
10 de junio de 19 a 21h: La buena vida (caseta 53)
11 de junio de 12 a 14h: Fnac (caseta 136)
11 de junio de 19 a 21h: El Corte Inglés (caseta 299)
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: