Desde que San Juan, en su condición de desterrado en la isla de Patmos, describiese el apocalipsis venidero, han sido diversas, y de lo más variadas, las visiones de semejante, e inevitable a todas luces, desastre. Guerras más o menos nucleares, desastres ecológicos o biológicos, profecías de diversos pelajes, invasiones extraterrestres, infecciones víricas masivas o, incluso, maldiciones bíblicas. El imaginario colectivo está desbordado de potenciales cataclismos relativamente, o no, cercanos en el tiempo. Algunos, qué cosas, incluso ya han sido sobrepasados, siendo la propia predicción un auténtico, y real, desastre, como fuera el caso del 2012 de los Mayas.
Dejando al margen buena parte de las previstas patologías apocalípticas, en los últimos tiempo las liberarías, y por ende las pantallas de cine, han asistido a un renacimiento, nunca mejor dicho, del fenómeno zombie —Z se dice ahora—. Ya en 1943, Jacques Tourneur, quien un año antes había firmado la celebérrima La mujer pantera (Cat people), dirigió Yo anduve con un zombie (I walked with a Zombie), una mezcla serie B de vudú, zombies y magia negra en una isla misteriosa que ha llegado a convertirse en un título mítico y de culto dentro del género de terror, basada en el relato de Inez Wallace publicado poco antes en la revista The American weekly, quien, a su vez, y por eso de sazonar su historia con un ápice —o un mucho— de exotismo, se inspiró en la novela de Charlotte Brontë Jane Eyre, publicada en 1847 . Posteriormente algo parecido sucedió con La noche de los muertos vivientes (Night of the living dead), el film de George A. Romero de 1968 y cuyo guion se basó, en esencia, en la novela de Richard Matheson Soy leyenda (I am legend) de 1954, también objeto de un par de transposiciones directas a la gran pantalla. Esta cinta de Romero ya incorpora algunos de los elementos clásicos de la iconografía Z, como puedan ser las casas rodeadas de muertos vivientes o las vísceras e intestinos colgando de las manos de los mismos.
La lista continúa y crece hasta llegar a los comics de Robert Kirkman, y su posterior versión televisiva a cargo de AMC, convertidos en fenómeno mundial, The walking dead. Esta serie, uno de los principales artífices del mencionado resurgimiento, ha supuesto algo así como una suerte de globalización del género, con seguidores no especialmente fans del género de terror/gore. Este un logro, prácticamente sin precedentes, tanto de su creador como de la productora.
Una de los rasgos diferenciadores de The walking dead es que, a menudo, los propios humanos son mucho peores que los monstruos, los “walkers” como dicen sus protagonistas. Esta idea de destacar la maldad humana en escenarios post-apocalípticos tiene un precedente fundamental en The road, la novela de Cormac McCarthy publicada en 2006 y galardonada con el premio Pulitzer de ficción al año siguiente. Aquí un padre y su hijo se ven forzados a peregrinar a través de una América desolada y cubierta de cenizas años después de un evento de los denominados de extinción. El padre, consciente de que no sobrevirán otro invierno más decide ir hacia el sur, en busca del mar. Acechados por hordas de bandidos y caníbales, viajan por carreteras vacías y ciudades desiertas. El padre dice a su hijo que ellos son los “buenos”, los “portadores de la llama”. Es un intento de sembrar algo de esperanza en un campo baldío, en un mundo inerte poblado por desechos humanos y salvajes, donde la desesperación y la crueldad es lo único que germina y crece. Tres años después, en 2009, llega la película a las salas comerciales. Dirigida por John Hillcoat, la versión cinematográfica de la novela de Cormac McCarthy está protagonizada por Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee, contando a su vez con papeles secundarios y apariciones estelares de Robert Duvall, Charlize Theron y Guy Pearce. Al igual que en su base literaria, la película reproduce con acierto la atmósfera opresiva y gris que impregna a los dos principales protagonistas. Las escenas, o partes, del padre empujando, con las pocas fuerzas de las que aún dispone, el carrito de supermercado atestado con sus harapos y demás trastos, de los cuales depende su superviviencia, a través de parajes devastados por la catástrofe y cuya principal y máxima preocupación es la seguridad del hijo que le acompaña son magníficas. Su último recurso, un revólver con dos balas.
San Juan habla de la bestia, Inez Wallace de vudú y magia negra, Richard Matheson y Robert Kirkman de infecciones víricas y muertos vivientes. Cormac McCarthy, simplemente, de humanos.
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