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Aprenda a conversar en doscientas treinta y ocho páginas

Aprenda a conversar en doscientas treinta y ocho páginas

Decía Woody Allen en Desmontando a Harry que las dos palabras más bonitas en cualquier idioma no son “te quiero” sino “es benigno”. Del mismo modo pero en sentido inverso, lo más aterrador que alguien le puede decir a su interlocutor es “tenemos que hablar”. Si un padre se lo dice a un hijo es porque, inmediatamente después, le va a informar de un cambio de colegio o un inminente divorcio. Si es al revés, esas tres palabras por ese orden serán preludio de una expulsión disciplinaria o un rosario de cates. Si un novio se lo dice a su novia, ésta sabe que, inmediatamente después, llegará el clásico “no eres tú, soy yo”. Y si es el oncólogo el que se lo dice a Woody Allen, ya puede ir bien provisto de ansiolíticos. Y no vayan a pensar que el único mal trago lo pasa el receptor cuando, al escuchar la frasecita, se le sube toda la sangre del estómago a la cara. Es el emisor el que, con toda seguridad, lleva rumiando días, puede que semanas, en ocasiones hasta meses, el motivo de la conversación con el consiguiente desgaste de los premolares y la habitual diarrea. Aunque, como en toda regla, aquí también existe una excepción que la confirma: que sea Rubén Amón el que lo proponga en forma de libro publicado por Espasa.

"Otro de sus talentos inmerecidos es la ambición por conocer la verdad y contarla, por jugarse el tipo y por rechazar alineamientos"

Antes de entrar en su excelente ensayo hay que dejar claras un par de cosas sobre el autor. La primera es que no es acreedor de ninguna de sus virtudes. Porque si eres hijo de Santiago Amón y no tienes un conocimiento enciclopédico, amor por la cultura y talante moderado y dialogante, es que has nacido sordo, ciego y mudo. Si les parece exagerado, busquen “Mayéutica” en la Enciclopedia Británica: la ilustración que van a encontrar no es la de Sócrates con un alumno sino la de Rubén con su padre. Si a uno le han inculcado el amor por la literatura se le nota al escribir; si es la devoción por la ópera o el teatro se refleja en su discurso y su expresión; y si es la pasión por el cine o los toros se le reconoce en ese tumbao (medidamente desarreglado) que tienen los guapos al caminar. Seguimos.

Otro de sus talentos inmerecidos es la ambición por conocer la verdad y contarla, por jugarse el tipo y por rechazar alineamientos. Apenas recién licenciado, entró junto con su amigo Fernando Bermejo en El Mundo de los 90 para hacer crónica taurina y colaboraciones en la sección de cultura. Desde ese momento tuvo la suerte (o el ojo, según se mire) de formarse como profesional en la mejor escuela de periodismo independiente (puede parecer un pleonasmo pero, desafortunadamente, hoy en día no lo es) de la España contemporánea. Si con estos mimbres no te conviertes en uno de los periodistas más influyentes del momento, temido y vigilado por políticos de cualquier signo (para el gobierno de Sánchez, “fachosfera”, para el PP de Feijoo la causa de su gatillazo electoral), es para matarte. Con estas dos pinceladas confío en haber imposibilitado cualquier reclamación de mérito por parte del autor. Vamos al libro.

Si en cualquier reseña uno tiene que luchar contra la inercia de hacer un resumen del libro o una sinopsis más o menos creativa de la película, en el caso de Tenemos que hablar la tentación se multiplica. Porque cada capítulo está trabajado para interesar al lector hasta el final y cada página contiene un extracto “reseñable” que adornaría este texto de manera, esta vez sí, inmerecida. Así que, como no voy a conseguir hacerlo mejor que el propio Rubén me limitaré a hacer un retrato robot de los lectores a los que va a interesar. Empezando por los que se quedan fuera, que es más rápido.

"Si usted tiene el conocimiento de Oscar Wilde, sus dotes interpretativas y su ingenio, este libro sólo le va a suponer un rato de lectura muy agradable"

Si usted tiene el conocimiento de Oscar Wilde, sus dotes interpretativas y su ingenio, este libro sólo le va a suponer un rato de lectura muy agradable. Pero si usted tiene, digamos, estudios medios o superiores, unas cuantas lecturas sin exagerar, ha visto las suficientes películas y se mantiene informado regularmente con una cierta profundidad, se va a ver reflejado hasta el bochorno en más de cien penosas ocasiones a lo largo del libro. Y lo sé porque soy yo mismo. Tenga en cuenta que, si decide no leerlo pero sus interlocutores habituales sí, corre el riesgo de quedar como Cagancho recurriendo a esparcir boutades como que Pedro Sánchez es un dictador o Santiago Abascal un fascista, a invocar el proceso electoral que dio el poder a Hitler cuando hable de las elecciones en Castilla-La Mancha, a desplegar lugares comunes como que los móviles nos acercan a los que tenemos lejos pero nos alejan de los que tenemos cerca, a utilizar clichés al hablar de, digamos, la atención (que siempre, siempre, nos llama poderosamente) y a ametrallar con frases de tertuliano. Y déjeme terminar que yo a usted no lo he interrumpido.

Si usted tiene hijos adolescentes o directamente jóvenes y quiere conocer con profundidad y precisión las ventajas e inconvenientes (que el libro detalla con claridad y son muy serios) del acceso a los dispositivos móviles, a las redes sociales o a la configuración de una personalidad ficticia en un mundo ficticio, este libro le va a interesar.

Si usted cree que la libertad de expresión y la censura (y no digamos la autocensura) no son asuntos que deban interesar sólo a dueños y profesionales de medios de comunicación sino a cualquier ciudadano libre digno de tal nombre, si quiere leer una aproximación seria, bien argumentada y extraordinariamente documentada, este libro le interesa.

"Si nunca ha terminado una confrontación de pareceres con un «pues, mira, tienes razón», este libro le va a venir al pelo"

Si usted no sabe lo que es permanecer callado con la atención necesaria durante el turno de su compañero de tertulia sin estar preparando en su cabeza su correspondiente contraargumento, si jamás se ha planteado una conversación como algo más que un escaparate para dejar a sus amigos boquiabiertos, si nunca ha terminado una confrontación de pareceres con un “pues, mira, tienes razón”, este libro le va a venir al pelo.

Y, si, como Oscar Wilde, usted sólo quiere pasar poco más de doscientas páginas aprendiendo y disfrutando de una prosa envidiable, de una argumentación impecable y fluida y de una documentación digna de una tesis doctoral (quiero creer que le ha costado un esfuerzo titánico y que todo el contenido no lo tenía almacenado en su cabeza porque, entonces sí, habría que hacerle la prueba de los replicantes) no va a encontrar mejor opción en las mesas de exposición de ninguna librería de España.

Y si me hace caso y decide leerlo, al terminar no va a tener más remedio que decir “pues mira, Rubén, tenías razón”. Por algún sitio hay que empezar.

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Autor: Rubén Amón. Título: Tenemos que hablar. Editorial: Espasa. Venta: Todostuslibros

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