Foto de portada: Montero Peláez.
Antonio Soler lee de forma ininterrumpida desde que cumplió los once años. De hecho, fue a esa edad, allá por 1968, cuando por primera vez anotó en un folio el título del libro que acababa de cerrar. Desde entonces nunca ha dejado de registrar sus lecturas, y aunque al principio su listado sólo ocupaba una hoja de papel, hoy se extiende por un taco de cuartillas, lógicamente muchas ya acartonadas y amarillentas, cuyos reglones acogen las tres mil entradas que el autor malagueño ha ido referenciando a lo largo de las distintas edades de su caligrafía. Sobra decir que este inventario no sirve absolutamente para nada, si acaso para recordar en qué año descubrió a tal o cual literato, pero no me negarán que es hermoso eso de tener siempre a mano la relación de todos los libros, todos sin excepción, que uno ha leído durante su vida entera.
Así pues, si alguien quiere saber cuándo escribe este hombre, sólo tiene que buscar los huecos que hay entre esos periodos de actividad lectora y descubrirá que Antonio Soler construye sus propias novelas de 11.00 AM a 14.00, y de 18,30 a 21,00. Y también descubrirá que, pese a la cantidad de tiempo que dedica a los libros ajenos, su producción literaria sigue siendo envidiable, cosa que principalmente se debe a que, en sus tiempos mozos, invirtió más horas en el atletismo que en el cachondeo y la pereza. De esta afición al deporte heredó su condición física, pero también una lección de vida perfectamente aplicable al proceso creativo: una zancada más es siempre una zancada menos. Se trata de una máxima que todos los atletas respetan, un estímulo mental para vencer el agotamiento, un acicate para seguir adelante incluso cuando las piernas flaquean. En definitiva, una forma de asegurar ese «esfuerzo sostenido en el tiempo’ que en literatura podríamos llamar ‘concentración sostenida en el tiempo». Una frase más, en consecuencia, es siempre una frase menos.
Antonio Soler fue corredor de distancias cortas, pero disfrutaba tanto entrenando con sus amigos de distancias largas que hoy tiene perfectamente clara la diferencia entre el modo en que debemos afrontar la escritura de una novela de 500 páginas y la de otra de apenas 150. Y, paradójicamente, la metodología a aplicar en cada uno de esos casos es la contraria a la que cabría imaginar. Porque, según Soler, cuanta más larga es una novela, menos hay que escribir a diario, y cuanto más corta, pues lo contrario, del mismo modo que, cuanto más larga es una carrera, menos velocidad hay que imprimir al trayecto, y cuanto más corta, más rápido hay que ir. Por tanto, si tenemos por delante un proyecto de 500 páginas, no podemos pretender escribir diez horas al día durante, pongamos, un periodo de un año, puesto que el agotamiento nos hará fracasar; y si vamos a levantar una novela corta, no podemos prolongar la escritura durante demasiados meses, puesto que el aburrimiento nos incitará a desistir. En resumen: a novelas largas, periodos de trabajo diario breves, y a novelas cortas, justo lo contrario.
De cualquier modo, Antonio Soler no tiene una obra extensa única y exclusivamente porque concibe el oficio de escritor del mismo modo que el de atleta, sino también porque vive obsesionado con el calendario. Hasta hace poco, cada vez que se disponía a empezar una novela, dibujaba unos cuadrantes en los que marcaba el número de páginas a escribir a diario —lloviese, tronase o cayeran chuzos de punta—, así como la fecha exacta en la que debía alcanzar la última página. Y si un imprevisto le obligaba a saltarse una jornada de trabajo, pues esa noche no dormía y la pasaba en vela cumpliendo el cupo. Y es que es así como se levantan las novelas: con un calendario pegado a la pared y una fuerza de voluntad propia de un deportista.
En la actualidad, Soler ya no dibuja cuadrantes ni marca fechas en la agenda, pero en el pasado lo hizo tantas veces que ya ha interiorizado esa conducta. De hecho, durante una cena con amigos celebrada no hace mucho tiempo, su editor Joan Tarrida (Galaxia Gutenberg) le preguntó cuándo le entregaría la siguiente novela y, en vez de responder que en dos, tres o cuatro meses, Soler contestó que el 20 de julio. Manuel Longares, también presente en el restaurante, soltó una carcajada porque creía que se trataba de una broma, pero solo tuvo que mirar a su colega para comprender que hablaba totalmente en serio. Por desgracia, Soler no cumplió su palabra, ya que envió el manuscrito el 19 de julio, un día antes de lo previsto. Ay, la impuntualidad.
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La última novela de Antonio Soler es Yo que fui un perro (Galaxia Gutenberg).
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