Foto de portada: Noelia Olbés.
Lo primero que hay que hacer para escribir una novela es escuchar el mundo: visitar museos, presenciar conciertos, leer libros, mantener conversaciones, coger trenes… Tomar el pulso a la realidad, en definitiva. Tomarlo para aprehender los temas que flotan en el ambiente y, sobre todo, para captar el espíritu de nuestro tiempo. Porque alguna de las situaciones vividas, imposible saber cuál, provocará una sinapsis en nuestro sistema neuronal que, con un poco de suerte, será el chispazo inicial de una novela. No hay otra forma de arrancar, es el único truco que funciona. En palabras de una chamana con la que Brenda Navarro charló no hace mucho: «El día en que los escritores se den cuenta de que no son más que el instrumento que usan las ideas para dejar de flotar en el aire y aposentarse en la tierra, ese día te aseguro que sus novelas ganarán autenticidad».
Después, cuando ya tiene un argumento entre las cejas, marca en un calendario el día de inicio y de finalización del proceso de escritura. Ha adoptado como normal laboral no desviarse un ápice de ese mapa temporal, y también ha cogido la costumbre de elegir un grupo musical que le acompañe durante toda la redacción de la novela. Con Ceniza en la boca, por ejemplo, optó por la banda estadounidense Vampires Weekend y escuchó cada uno de sus álbumes a medida que avanzaba por los distintos capítulos del libro: Father Of The Bride durante la escritura, corrección y revisión del primero, Contra durante lo mismo del segundo, Vampires Of The City’s durante el ídem del tercero… Por cierto, se trata de un grupo indie de rock popero que ni siquiera le gusta demasiado, pero que le dio el tono que su novela requería. De hecho, desde que entregó el manuscrito a su editor, no ha vuelto a escucharlo. Tampoco lo echa de menos.
Y dos manías más: la primera es que nunca escribe a mano, entre otros motivos porque tiene una letra espantosa, y la segunda es que necesita que la casa esté absolutamente ordenada para sentarse a escribir. Su pareja puede levantarse por la mañana y ponerse de inmediato a trabajar —sin que esto implique que no asuma otras funciones hogareñas—, pero ella no soporta que la cama esté deshecha, que los platos se apilen en la cocina o que los cojines del sofá no estén alineados. De manera que se pone a ordenar cualquier desaguisado que perturbe su tranquilidad y, cuando todo brilla como los chorros del oro, enciende el ordenador y se pone a teclear. Sabe que es un problema educacional, que todavía hay mujeres que conciben lo doméstico como algo personal, que falta mucho para que las mujeres creadoras no sólo se enfrenten al problema de la invisibilización y la conmiseración y la infravaloración, sino también al de la asunción de ciertos roles que, de una forma clara, roban un tiempo precioso a la productividad. Ahora bien, Brenda Navarro ha aprendido a sacar partido a su manía de limpiar y dice con convencimiento que no hay mejor forma de resolver un nudo narrativo que fregando un buen montón de platos. Ahora sólo hace falta que sus colegas, nos referimos a los varones, prueben esta técnica. Lo mismo los transforma para siempre.
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Brenda Navarro acaba de ganar el Premio Cálamo «Libro del año 2022» con su novela Ceniza en la boca (Sexto Piso).
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