Foto de portada: Vanesa Lara
Eduardo Halfon no es de esos autores que se abalanzan sobre el teclado tan pronto suena el despertador. Antes al contrario, el escritor guatemalteco sigue un ritual matutino que se prolonga durante tres horas y que podríamos considerar el precalentamiento a la actividad creativa que después despliega. La rutina es la siguiente: primero, despertar a las 06:30 AM; segundo, desayunar con la familia y acompañarla hasta la puerta; tercero, aprovechar que todavía no se ha quitado el pijama para regresar a la cama; cuatro, coger un libro de la mesilla y leer durante un par de horas; y quinto, dejarse vencer por el sueño y echar una cabezadita. Este último punto no existía hace cinco años, pero a todos nos llega la edad en la que los libros ganan peso, las letras pierden nitidez y los párpados se debilitan. La siesta postdesayuno inventada por Halfon apenas se prolonga durante diez o quince minutos, un pestañazo de gran brevedad que, sin embargo, aporta al escritor la suficiente energía como para abrir de repente los ojos, pegar un brinco y ponerse a trabajar de inmediato. Así que, pensándolo bien, Eduardo Halfon sí que es de esos autores que se abalanzan sobre el teclado tan pronto despiertan… pero de su segundo sueño.
Podría parecer que un ritual de tres horas no es otra cosa que una excusa para retrasar el inevitable momento de sentarse frente al ordenador, pero lo cierto es que se trata de un método precisamente pensado para vencer a la desidia. Porque, ¡oh, sorpresa!, a los escritores también les aburre escribir. La pereza se apodera de ellos con la misma intensidad que de cualquier ser humano, y la única forma que algunos tienen de superar las ganas de hacer cualquier otra cosa que no sea encerrarse en una habitación, releer por decimoquinta vez el mismo párrafo y echar de vez en cuando una partida al solitario, la única forma de superar eso, decimos, pasa por encontrar una rutina que les devuelva el entusiasmo con el que, hace ya muchos años, escribieron su primer libro. El fuelle que aviva las llamas de Halfon es el protocolo antes resumido: levantarse, desayunar, volver a acostarse, leer un poco y quedarse dormido. Estos cinco pasos convierten las mañanas en algo maravilloso y, en consecuencia, ponerse a trabajar a continuación no resulta tan duro.
Foto: Ferrante Ferranti
Con todo, no crean que Eduardo Halfon pasa el resto de la jornada enganchado a la pantalla. La experiencia le ha demostrado que la parte creativa de su cerebro sólo funciona durante dos o tres horas seguidas, y ese es el periodo de tiempo que dedica a la cosa artística. De manera que estamos ante un autor que empieza a escribir a las 09:30 y que lo deja a las 11:30 o 12:30 PM, quedándole el resto del día libre para impartir clases, disfrutar de la familia o recorrer las calles de la ciudad en la que en ese momento viva. En los últimos cinco años se ha mudado cinco veces —Nebraska, Iowa, París, sur de Francia y Berlín— y solo ha regresado a Guatemala en un par de ocasiones. Allí tiene un apartamento en cuyo interior descansa una biblioteca que permanece intacta desde 2007. Nadie ha añadido un solo libro a sus anaqueles desde hace dieciséis años, por lo que podemos decir que los ejemplares que la componen son los que convirtieron a Halfon en el gran escritor que es hoy en día. Porque antes de lanzarse a conocer mundo, este hombre leyó como un poseso. Compraba los grandes clásicos de la literatura universal y contemporánea, y anotaba en los márgenes las técnicas narrativas que detectaba en los maestros. Y así fue como, estudiando al detalle la obra de otros y tomándose la lectura como ejercicio de aprendizaje, consiguió crear su propio método de trabajo, el cual podríamos decir que se divide en tres fases: la primera es la etapa espontánea, en la que el autor se lanza a escribir sin saber a dónde se dirige, añadiendo frases, párrafos y capítulos un poco a lo loco, avanzando a ciegas con la única intención de encontrar, así como de repente, el quid del relato.
La segunda fase es la etapa ingeniera, que consiste en reordenar, reformular y corregir el texto escrito a vuelapluma. Y es en esta parte en la que Halfon, que es guatemalteco, pero también estadounidense, además de un poco polaco y un poco judío y un poco árabe, aprovecha su bilingüismo para abrir las puertas que encuentra cerradas en el camino. Cuando tropieza con una frase enmarañada, cuando no localiza la palabra justa o cuando el texto no suena como debiera, el autor cambia de idioma y traduce el fragmento al inglés. Y es leyendo esa misma escena desde la perspectiva de otro idioma como forja la llave que le permite seguir adelante en castellano.
En cuanto a la tercera fase, bueno, en cuanto a la tercera fase basta decir que es el momento en el que el relato se transforma en un artefacto hermoso. Halfon es de la opinión de que hay que buscar las metáforas al final del proceso creativo, cuando la novela ya está terminada y es incluso posible mandarla a imprenta. Porque es en este momento, cuando el cerebro se siente al fin libre de cargas y cuando ya no hay que pensar ni en la estructura ni en la voz ni en el estilo, cuando conviene leer el manuscrito de nuevo, dejando que la mente se divierta un poco. Es decir, dejando que la belleza se haga presente.
Así pues, si quieren ustedes escribir como Eduardo Halfon, ya saben lo que tienen que hacer: echarse una siesta después de desayunar, hacerse bilingües y asumir que sólo elevaremos el texto cuando ya lo hayamos dado por concluido. Antes, todo será pico y pala.
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La última novela de Eduardo Halfon es Un hijo cualquiera (Libros del Asteroide, 2022).
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