Imagen de portada: Iván Giménezo
El pasado 27 de septiembre la nave robótica DART impactó en el asteroide Dimorphos. Y, ese mismo día, cuando la noticia sobre el éxito de la misión saltó a los medios de comunicación, el escritor cacereño Eugenio Fuentes sintió que nunca antes se había homenajeado a los narradores periféricos de una manera tan hermosa. Dimorphos, lo recordarán ustedes, vagaba por el espacio a once millones de kilómetros de distancia y la NASA envió una sonda para que se inmolara sobre su superficie y alterara de este modo su trayectoria. En un principio, parecía que la gesta tendría las mismas consecuencias que la colisión entre un mosquito y la cabeza de un bisonte, pero aquel artilugio del tamaño de una nevera consiguió cambiar el rumbo de una roca cuando menos tan grande como un estadio de fútbol, convirtiendo aquel encontronazo en el mayor logro jamás alcanzado en la defensa de éste nuestro planeta Tierra.
Pero lo que llamó la atención de Eugenio Fuentes no fue la capacidad del ser humano para interferir en la mecánica del Universo, sino las consecuencias que dicho poder tuvieron sobre aquel planetoide en concreto. Y es que el choque no sólo cambió su itinerario, sino que además propició la formación de una estela luminosa de más de 10.000 kilómetros que los telescopios todavía estudian en la actualidad. En su periplo por el vacío cósmico, el asteroide había ido recogiendo toneladas de polvo estelar, paladas de chatarra espacial y puñados de basura galáctica, y cuando la sonda explotó sobre su espalda, todos esos escombros fueron eyectados al exterior y generaron un penacho tan esplendente como el que sin duda lució la estrella que guio a los Reyes de Oriente hasta Belén.
Eugenio Fuentes ha pensado mucho en aquella colisión, y cuanto más lo hace, más se convence de que todos los escritores periféricos —que no son otros que aquellos que no nacieron ni se mudaron a las ciudades desde donde se ejerce el control de la cultura nacionales— son como asteroides que vagan por la oscuridad del espacio y que, mientras algunos de sus colegas se desviven por alcanzar el éxito, ellos se limitan a disfrutar de las luminarias que brillan en el firmamento. Esos narradores de extrarradio se sienten cómodos en sus órbitas rutinarias, se deslizan a una velocidad moderada por el cielo infinito y sonríen ante las ansias de fama que detectan en los planetas más jóvenes. Pululan por el éter observando con fascinación los agujeros negros, maravillándose ante la formación de nuevas galaxias y, sobre todo, apartándose del camino tomado por esas estrellas fugaces que, de tan veloces como circulan, no se detienen ya ni para contemplar la belleza que les rodea. Esto último es algo que no ocurre a los narradores de las afueras, entre otras cosas porque, siendo conscientes de que su existencia da el mismo sentido al Universo que la de la estrella más llamativa, aceptan su condición de cuerpos solitarios sobre los que jamás se reflejará ni siquiera la luz del más diminuto de los soles.
Ahora bien, es cierto que ocasionalmente alguien posa su mirada sobre uno de esos objetos en apariencia prescindibles y, al abrir cualquiera de sus libros, provoca la creación de una nube de polvo capaz de iluminar cuadrantes desconocidos de la literatura. Los editores, los periodistas y puede que hasta los lectores se asombran entonces ante el dominio de las letras que también existe en las ciudades a las que nadie atiende y, durante un periodo de tiempo normalmente breve, parece que el futuro de la novelística española no está únicamente en manos de quienes salen todo el día en la tele, de quienes hablan a todas horas en la radio y de quienes generan todo tipo de debates en redes.
Así y todo, Eugenio Fuentes ya tiene edad suficiente como para saber que los autores como él, que no sólo son periféricos por vivir lejos de los centros neurálgicos, sino también por dedicarse a la literatura de género, no pueden permitirse el lujo de creer en cuentos de hadas y que llegará un momento en que Madrid o Barcelona les darán la espalda de nuevo. Será esa la ocasión idónea para aceptar que su destino ha corrido siempre en paralelo al de Dimorphos, un asteroide al que todos los telescopios apuntaron momentáneamente, pero que terminó hundiéndose de nuevo en el silencio que impera en el vacío del Universo.
Eso sí: nadie dirá de ellos que vendieron su alma a cambio de fama y dinero.
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La última novela de Eugenio Fuentes es Perros mirando al cielo (Tusquets, 2022).
Magnífico artículo !